Jennifer Greene - Ola de Calor

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Para Mick, era perfecta: inteligente, atractiva, apasionada. Desde el momento en que entró en su vida, sólo tuvo ojos para ella. Kat era un mujer preparada para el amor, pero había una parte de ella que no podía alcanzar…
El conocer a Mick era lo más maravillosos que le hubiera sucedido. Pero comprendía que las mujeres como ella no podían pensar en el matrimonio. Y a pesar de que lo amaba, Kat sabía que cuando le dijera la verdad, lo perdería para siempre.

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Pronto. Por el momento, se contentaba con observar cómo el sol, el viento y el mar ejercían una magia especial en Kat. La isla siempre había sido para él una fuente de renovación. Y su hechizo comenzaba a ejercer su influjo también en Kat. Movió la cabeza, mientras veía cómo correteaba por la playa tirándoles al aire migas de pan a las gaviotas y riéndose como una niña. Y él que nunca la había creído capaz de disfrutar de los placeres sencillos de la vida.

Incluso cuando se acabó el pan, Kat no quiso dejar a las aves. Mick tuvo que llamarla y tentarla hablando de filetes, papas asadas y otras delicias.

– Pero no podemos empezar a cenar sin las chicas, Mick.

– Créeme: llegarán a tiempo -de regreso en la cabaña, Mick preparó la parrilla mientras Kat se daba una ducha. Cuando Kat reapareció, se había hecho una trenza y llevaba puesto un mono corto que se cerraba hasta la garganta con una cremallera. Mick le bajó con torpeza la cremallera hasta que quedó muy cerca de los senos de Kat, ella lo dejó hacerlo. Cuando Mick salió de la ducha sólo con unos pantalones cortos, Kat clavó la mirada en la de él, haciendo que se riera.

– Sospecho que a pesar de tu aspecto recatado, pelirroja, hay en ti cierta impudicia.

– No -ella se sonrojó-. Me has interpretado mal.

– No. Durante casi una tarde entera, te has olvidado de estar alerta -la voz de Mick se suavizó-. Me gusta que te comportes con espontaneidad y tranquilamente conmigo. No luches contra tus propios impulsos.

Fue justo lo que él no debió haber dicho. Kat se puso tensa, como si se avergonzara de haber flirteado con él. Siguieron charlando, pero ella volvía a cada momento la cabeza hacia el bosque.

– ¿Estás seguro de que no deberíamos ir a buscar a tus hijas?

– Ya llegarán -repitió él.

Cuando el sol se puso en el horizonte, el cielo pasó del color oro al escarlata y luego a un violeta profundo. Para entonces las papas envueltas en papel de estaño ya se asaban en la parrilla. Mick colocó la rejilla para poner a asar la carne.

Dos minutos antes de la hora a la que oficialmente cenaban, aparecieron las dos "acompañantas" de Kat… con refuerzos. Un chico pecoso trataba de esconderse detrás de Noel. Angie traía un compinche flacucho que sonreía despreocupadamente.

Kat se tranquilizó de inmediato.

– Por eso pusiste tanta carne a asar -murmuró.

– Las viejas costumbres son difíciles de desarraigar. Mis hijas no son tímidas.

Tampoco lo era Kat… con las chicas. Los invitados de las jóvenes se fueron después de cenar, pero Mick y las tres mujeres permanecieron un rato junto al fuego. Para entonces la oscuridad era total y los carbones brillaban en la parrilla. Kat se colocó entre Noel y Angie y comió más que todos juntos.

Mick se encargaba de repartir la comida. Una profunda satisfacción y alborozo lo embargaba. Debido a su obsesión por el trabajo los últimos dos años, se había perdido esos momentos con sus hijas, su capacidad para disfrutar juntos, esa convivencia familiar. Mick había reconocido sus errores antes de hablar con Kat, pero fue su furioso sermón de aquella primera noche lo que le hizo actuar.

Kat ejercía también una gran influencia sobre sus hijas. Mick, conmovido, oía cómo las tres charlaban sin parar. June había sido una madre típica para sus hijas. Kat preguntaba y discutía. Tenía autoridad sobre ellas al ser mayor, pero también las respetaba como seres humanos interesantes. Mick ni siquiera sabía que Noel tenía sus propias opiniones respecto a los pobres, ni que Angie se preocupaba por el medio ambiente. Tampoco sabía un ápice sobre maquillaje, pero estaba aprendiendo.

Por fin se acabó la comida y los bostezos hicieron más apacible la conversación. Eran más de las diez. Mick comenzó a apagar el fuego.

– Noel y yo dormiremos en la playa en nuestros sacos de dormir, ¿te parece bien? -Angie se levantó para echar los brazos al cuello de su padre y darle un beso de buenas noches-. Gracias, papá.

– Un momento, bribona. No recuerdo haber dicho que sí.

– No importa, ya sabes que nos dejarás hacerlo. Ya conocemos todas las reglas: nada de meterse en el agua, acampar lejos y volver aquí corriendo en cuanto alguien aparezca por la playa -Angie concluyó con una amplia y encantadora sonrisa. Sabía cómo complacer a su padre.

Noel también le dio un beso de buenas noches. Entonces agitó un dedo delante de su padre con gesto autoritario.

– No te preocupes por Angie, ya sabes que la cuidaré. Ustedes pórtense bien, tú cuida a Kat y no se acuesten muy tarde.

Cuando las dos se perdieron de vista, Mick se rascó el cuello y le dirigió a Kat una mirada entre pesarosa e irónica.

– Dímelo sin rodeos; ¿crees que he perdido por completo mi autoridad de padre?

Kat se echó a reír, pero en seguida se puso seria al darse cuenta de que estaban solos. En la oscuridad. Y sus jóvenes compañeras la habían abandonado.

– Creo que es porque has permitido que se hagan demasiado independientes.

– ¿Demasiado independientes?

– Tú mismo lo dijiste, Mick. ¿Cómo puede uno permitir que un hijo no se haga independiente? -inquirió Kat con suavidad-. ¿Cómo puede desarrollar alguien su carácter si no se le concede libertad para cometer errores, para probarse a sí mismo y saber lo que desea?

– Sí, esa es la teoría -extendió una mano para tomar la de ella. La ayudó a levantarse y la mantuvo junto a él, pero sólo un instante-. La realidad es un poco diferente. Siempre que veo a Noel con algún chico, me dan ganas de mandarla a algún internado de monjas.

– Está probando sus poderes de seducción -señaló Kat sonriendo-. Está tratando de cautivar a toda la población masculina. Cuando le interese un solo chico es cuando vas a tener que tomar tranquilizantes.

– ¿Tú lo hacías?

– ¿El qué?

Kat estaba siendo víctima otra vez de su hechizo. Se suponía que debía ser cautelosa cuando estaba con Mick. Se suponía que debía recordar que no era como otras mujeres y no debía propiciar ninguna relación seria entre ellos.

– ¿Probabas tus poderes de seducción cuando tenías la edad de Noel?

– Sí, era terrible -admitió ella en tono divertido. Quizá era por el susurro de la brisa y el olor del mar y los árboles, pero las puertas personales que tanto trabajo le costaba mantener cerradas para todos los demás, le resultaba imposible no abrirlas con Mick-. Salía con los chicos menos recomendables del colegio y rompía todas las reglas que mis padres me imponían. ¡Mi pobre madre! Sé muy bien que empezaron a salirle canas cuando yo estaba en el último curso… y todo para nada.

Mick se volvió para mirarla extrañado.

– ¿Para nada?

Kat emitió una risilla nerviosa.

– Me gustaba que me miraran, pero no que me tocaran, en realidad. Nunca me perdía una fiesta ni una reunión, pero sólo para dejarme ver. Me rellenaba mi sostén con algodón. ¿Crees que iba a dejar que algún chico lo descubriera?

Hubo un momento de silencio, los ojos de Mick se clavaron en ella.

– ¿Es verdad que hacías eso?

– ¿El qué?

– Llevar relleno en el sostén.

– Claro que lo hacía. Y puedes dejar de contener la risa, Larson. No hacía nada que no fuera normal entonces. Y creo que en todas las épocas; desde siempre las mujeres han tratado de acentuar sus atributos femeninos. Y no creo que las chicas de hoy en día hayan cambiado mucho… ¿no has notado que Noel está un poco… cambiada de repente?

– ¿Pretendes decirme que mi hija…?

– No podría estar por sí misma tan desarrollada -Kat hizo que su interlocutor se riera.

Luego él le deslizó una mano por la espalda. Mick la llevaba hacia la playa. Cuando llegaron a una duna, Kat sintió la arena bajo sus pies y contempló el mar, oscuro, infinito, imponente.

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