Pero él se dio cuenta de que estaba asustada aunque lo deseara tanto como él a ella. Los dedos de Kat subieron por los brazos de Mick, se deslizaron por sus hombros y se enredaron en el escaso vello de su pecho. Sus bocas estaban fundidas en un beso profundo, intenso.
Mick trató de mantener el control, aunque había deseado, ansiado, soñado con que Kat lo tocara así. Con libertad. Con espontaneidad. Con pasión.
Estaba segura de que ella lo detendría en ese momento.
Pero no lo hizo. Sus delicadas manos se posaron en la cremallera de los pantalones de él. Su boca no se desprendió de la de él; su beso era ardiente, fervoroso, ávido.
Mick frotó un muslo entre los de Kat y ella le bajó lentamente la cremallera. Mick le soltó el broche del sostén. Contempló sus senos a la luz de la luna. Eran pequeños, perfectos. Los acarició con la boca. Kat se arqueó para recibir esas suaves, lentas, húmedas caricias.
– Si quieres que me detenga, dímelo ahora, cariño -Mick supo que su voz era ronca, incluso áspera-. Amor mío, hazlo, porque si no…
Kat volvió a besarlo en los labios.
– ¡Por todos los santos, Kat…!
La besó con vehemencia. La besó en los labios. La besó en la garganta. Le terminó de abrir el mono, diciéndose que quizá Kat había perdido el control, pero él era más fuerte. De ninguna manera le haría el amor por primera vez en una playa con la arena metiéndose en los sitios más incómodos y el océano rugiendo en el fondo.
Cuidadosa, tímida, tentativamente los dedos de Kat se deslizaron por los pantalones de él.
De repente a Mick no le importó un comino donde hacían el amor.
– Por favor, Mick…
Su susurro era suave, bajo, desesperado. Mick seguía controlándose, se lo había prometido a sí mismo.
– Por favor…
Ya no pudo contenerse más. Kat estaba desnuda por completo cuando terminó de besarla. Contempló su piel aterciopelada, sus ojos llenos de pasión…
Mick se quitó al instante sus pantalones. Por la forma en la que ella lo miró, supo que no sólo lo deseaba, también lo necesitaba.
Se rodeó con los muslos de la joven. Ella podría haberse asustado entonces. Podría haber cambiado de idea. Pero, en lugar de ello, rodeó el cuello de él con los brazos y susurró:
– Date prisa, Mick. Nada será tan perfecto como hacer el amor… contigo. Por favor…
Mick tenía que hacerla suya. Quería hacerla suya, estaba seguro de que se moriría si no lo hacía. Mick saboreó el amor como jamás había soñado. Saboreó el encanto de una mujer que lo deseaba, como sólo Kat lo había deseado. Saboreó la necesidad, el deseo, la pasión que nunca había conocido antes. Ella estaba preparada para recibirlo.
Y en el primer intento ella gimió. Pero se suponía que el gemido debía ser de placer, no de dolor.
Kat tenía los ojos cerrados, para contener las lágrimas que amenazaban con brotar. No era un dolor insoportable. Podía controlarlo, estaba segura. Después de todo, se dijo, el dolor es sólo… dolor.
Quería que Mick la hiciera suya. Momentos antes había deseado que le hiciera el amor y ese deseo se apoderó de su cuerpo, su mente y su alma. Eso no había cambiado. Lo que pasaba era que el dolor que sentía tenía el poder de apagar hasta el deseo sexual más intenso. Todos los músculos de su cuerpo se habían agarrotado. Le dolía en su parte más íntima. Por desgracia era un sitio demasiado sensible para tener que soportar el dolor.
Y luego ella ya no tuvo que aguantar más. Oyó que Mick emitía un resuello profundo, se apartó de ella. Se volvió de espaldas, rodeó a la joven con un brazo y la estrechó contra su pecho, no con mucha delicadeza. El corazón de Mick latía aceleradamente. Kat trató de levantar la cabeza. Mick la estrechó con más fuerza.
– Quizá será más fácil si hacemos esto juntos. Aspira hondo, suelta el aire, poco a poco, profundamente. Deja la mente en blanco y… -le dio un beso con ternura en la frente-… y si quieres darme un bofetón hazlo.
– ¿Por qué?
– Por todos los santos, hacerlo en la arena… y al aire libre. Te abalanzaste sobre mí. Hasta cuando era adolescente y sólo pensaba en chicas podía controlarme más. Me vuelves loco, Kat… aunque eso no disculpa lo que hice…
– Por Dios, Mick, ha sido sólo culpa mía…
– ¿Por no decirme que te estaba haciendo daño? Pues sí, tienes tú la culpa. ¿Hasta cuándo ibas a ocultarme que tenías problemas? -los labios de ella se movieron, pero no emitió ningún sonido. En realidad no hacía falta. La expresión de sus ojos lo decía todo-. No me lo ibas a decir, ¿verdad? Ibas a dejar que siguiera adelante, ¿no?
El labio inferior de Kat comenzó a temblar.
– No… esperaba que te detuvieras. No creí que pudieras hacerlo y no te lo habría pedido. No… entonces. Y pensé que podría soportar el dolor sin que te dieras cuenta.
Mick no quiso oír más.
– ¿Con qué clase de cretinos te has acostado, Kat? -le pasó los dedos por el pelo-.Te lo diré por si no lo sabías: un hombre siempre puede controlarse. Claro, puede ser un poco frustrante o muy frustrante por un momento. Pero cuando en una pareja uno tiene un problema, el problema es de los dos. ¿Entiendes? Siempre que algo no ande bien, debes decirlo. Para que sepa que me has entendido, dime "sí, Mick" -su tono no era autoritario.
– Sí, Mick.
La mirada preocupada, posesiva, intensa de él recorrió la cara de su compañera.
– Sé que te he hecho daño, de modo que ahora no te vuelvas reservada conmigo. ¿Estás bien? ¿Te he desgarrado algo? ¿Te sigue doliendo?
– Estoy bien -murmuró ella. Sintió que el rubor le cubría las mejillas-. Es probable que me sienta mejor que tú ahora.
– ¿Sí? -Mick entendió a lo que ella se refería-. Pero no te preocupes, después de que nade un poco se me pasará. Además, ahora ya lo sabemos a ciencia cierta.
– ¿Qué es lo que sabemos?
– Que uno no se muere de frustración -dijo él. Cuando Kat alargó el brazo para alcanzar su ropa, Mick se la arrebató, se incorporó y luego la tomó de las dos manos.
Kat no dijo nada cuando él le volvió a subir las bragas. No dijo nada cuando le empezó a poner el mono y luego le subió la cremallera. No la vestía como habría vestido a un niño, la vestía con la absoluta concentración de un amante. Sus palmas se detuvieron en las caderas de ella. Luego subieron y los pulgares le rozaron los pezones que se endurecieron.
Mick le dijo de mil maneras que nada había cambiado. La deseaba. Y ella a él. Un pequeño contratiempo no lo desanimaba, al contrario, acrecentaba los sentimientos que por ella abrigaba. La quería.
Tanto que ella de repente se estrechó contra él, profundamente conmovida.
– Mick -susurró, con lágrimas en los ojos-. No me estabas escuchando antes, pero ahora me tendrás que escuchar. En realidad no fue culpa tuya. En absoluto. Fue culpa mía.
– Entiendo. Tienes la culpa de que no haya tenido ninguna delicadeza.
– Ese no es el problema -murmuró ella-. Soy frígida.
– Querida, no te oigo bien si hablas tan bajo y pegado a mi pecho.
Ella no pudo evitarlo. No podía mirarlo a la cara para hablar de un tema tan doloroso y mortificante.
– Soy frígida -repitió-. Al menos no sé de qué otra forma decirlo. Pero…
Kat oyó cómo el pecho de él se movía y retumbaba. Azorada, levantó la cabeza. Mick ni siquiera intentó contener la risa y sus ojos brillaban con malicioso humor.
– Querida, créeme. Eres todo menos frígida. De eso estoy más que convencido.
El lo tomaba a broma. Le parecía graciosa la idea de que ella se pudiera considerar frígida. Kat conducía hacia Calhoun. Casi todos los que la conocían pensaban que era anticuada, conservadora. Nunca salía con hombres y sólo hablaba con aquellos con los que tema alguna relación de trabajo. Sin embargo sabía que era afectuosa y cálida con las personas a las que quería. Era desconcertante saber que Mick la podía considerar una mujer apasionada. Tanto que la idea de que pudiera considerarse frígida le hacía reír.
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