Jennifer Greene - Ola de Calor

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Para Mick, era perfecta: inteligente, atractiva, apasionada. Desde el momento en que entró en su vida, sólo tuvo ojos para ella. Kat era un mujer preparada para el amor, pero había una parte de ella que no podía alcanzar…
El conocer a Mick era lo más maravillosos que le hubiera sucedido. Pero comprendía que las mujeres como ella no podían pensar en el matrimonio. Y a pesar de que lo amaba, Kat sabía que cuando le dijera la verdad, lo perdería para siempre.

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– No hay suficiente espacio para los dos. Además, puedo hacer las cosas más rápido si estoy sola.

Mick no le hizo caso. Cada vez que Kat se daba la vuelta, se topaba con él. Su muslo rozó el de él cuando se inclinó para dejar algunos platos en el armario. Cuando Mick alargó el brazo para guardar un vaso, le rozó el hombro. El deseo crepitaba entre los dos tan indefinible como la luz de la luna, tan familiar y poderoso como el creciente amor que Kat sentía por él.

Fuera, la luz de las estrellas se filtraba por las ventanas abiertas. Cuando la luna salió, cesó el viento. El Atlántico estaba allí fuera, la quietud del mar era embriagadora y Kat se decía una y otra vez que debía ser realista, resistirse al embrujo marino y decidirse a decir lo que tenía que decir. El que quisiera a Mick no cambiaba las cosas. Ella no era normal. No podía tener ninguna relación con él.

Pero no podía creer eso cuando estaba con él. Se sentía como cualquier mujer enamorada. No pedía demasiado. Sólo tener derecho a otras noches como esa, noches en las que se tropezara con él en la estrecha cocina de un yate, noches en las que cenaran descalzos, en las que ella soportara encantada las bromas de él y se olvidara de que su pelo estaba hecho una maraña.

A Mick nunca parecía importarle qué especto tenía el pelo de una mujer. Todo lo que parecía desear en la vida era alguien con quien compartir sus dichas, sus inquietudes, su intenso amor por la vida. Aunque nunca había criticado a June, Kat sospechaba que había faltado algo en su relación, algo que lo hacía sentirse culpable por haberlo deseado, por necesitarlo.

Pero en la necesidad no había culpa, ni en la debilidad. Mick era más débil en las parcelas de su vida que más quería: sus hijas, su trabajo. No parecía entender que eso lo enaltecía como hombre.

Kat intentó, escuchándolo y estando allí con él, sacarle de su cascarón. Sabía que lo había ayudado, aunque de repente se le ocurrió que nunca encontraría la manera de decirle lo mucho que lo admiraba como hombre y eso la hacía sufrir.

Cuando ella dobló el trapo con el que estaba secando los platos, Mick se dio la vuelta desde el armario donde acababa de guardar una bandeja.

– ¿Hay todavía cosas que necesitas hacer en el barco? -preguntó Kat.

– En realidad no. Tengo una lista que debo llevar al taller mañana por la mañana, pero se trata sólo de algunos detalles finales. Nada que tenga que arreglar ahora -Mick se llevó una mano al cuello para rascarse cuando su corazón dejó de latir. Kat dio un paso hacia él, con la intención de salir de la cocina. Pero había algo en sus ojos-. Cuando volvamos, tengo algunas cosas que hacer. El barco está bien equipado para la navegación nocturna, pero metí otro paquete de seguridad que me gustaría…

Su corazón volvió a latir, pero con una fuerza inusitada. Kat no iba a pasar a su lado, iba hacia él. Cuando sus brazos le rodearon el cuello, la sangre corrió por las venas del naviero con la turbulencia de una avalancha. Y cuando los labios de la joven se posaron en su boca, casi perdió el equilibrio.

Mick sabía bien. Un poco a especias, un poco a cerveza, otro tanto a Mick. Era muy alto para besarlo cuando ella no llevaba zapatos de tacón alto. Sólo podía alcanzarlo si se ponía de puntillas. Pero eso no la preocupaba. Su boca saboreaba la de él; la exploraba.

Ya sabía que al capitán Larson le gustaba que lo besara. Todo lo que Kat podía oír era el distante rumor de las olas y una especie de gruñido cuando volvió a besar a Mick.

– Ah… Kat.

– ¿Sí? -la sonrisa de ella era descarada, calmada, serena.

Jamás había estado más asustada, sin embargo. Soltó los brazos del cuello de Mick y deslizó las manos hasta su camiseta. Luego las metió por debajo de la tela y las subió hasta el pecho de él. La piel de Mick era firme y tibia. Más bien caliente. Demasiado caliente para que necesitara llevar una camiseta.

– ¿Todo esto es para decirme que te ha gustado el langostino?

– No, Mick. Esto es porque me gustas tú – fue todo lo que tuvo que decir ella para que él dejara de sonreír divertido.

Kat sabía lo que Mick quería. Lo que había deseado toda la noche, lo único que ella no podía ofrecerle, pero esa necesidad se reflejaba en los ojos de él y también un desafío… "Si lo quieres, nada, vas a tener que pedírmelo. No voy a presionarte".

Kat le levantó la camiseta y cuando la dejó en el suelo, ella le enmarcó la cara con las manos y volvió a ponerse de puntillas. Su lengua se movió por el labio inferior de Mick, con suavidad y, lentitud. Luego le dio un mordisco.

Después lo besó con avidez y vehemencia.

A Mick le gustó ese beso. Mucho. Le gustó la sensación de las palmas de Kat subiendo por su espalda; le gustó la forma en la que la suave pelvis de ella se frotaba contra él… Kat se decía a sí misma que estaba loca.

Pero no se sentía así. Sentía una profunda necesidad en su interior. Había sido culpa de ella que Mick se sintiera mal la noche que habían pasado en la playa. Era un amante maravilloso, fuerte, varonil. Pero ella no tenía más opción que poner un alto a su relación. Sin embargo, de repente le interesaba mucho demostrarle lo que sentía por él, cómo lo veía, lo mucho que significaba para ella.

Y sólo había una forma de hacerlo.

– Podemos hacer el amor, Mick -susurró-. Pero no… de la manera… habitual.

– ¿Cómo?

Mick no parecía muy atento a lo que ella decía, de modo que Kat insistió.

– Tengo que ser sincera contigo, ¿de acuerdo?

– Amor mío, no hace falta que digas nada…

– Por favor, tienes que escucharme.

Mick la besó en la garganta. Esos besos estaban acabando con la concentración de Kat, pero quizá más valía así. De haber sido otro hombre y no Mick, nunca habría logrado hacer ni decir nada;

– Tendré que complacerte sólo a ti… yo… -no sabía cómo decirlo, pero estaba segura de que él lo entendía. Había muchas formas de complacer a un hombre aparte de la penetración tradicional, después de todo-. Conozco dos maneras de lograrlo, Mick. Sólo que una nunca la he practicado y… la otra… necesitaré un poco de ayuda, ¿de acuerdo?

Entre besos y susurros sofocados, por fin pareció captar la atención de Mick. El levantó la cabeza. La miró intensamente y luego sonrió con aire pícaro.

Kat sintió que las rodillas le temblaban. Mick la volvió a besar en la boca mientras sus manos bajaban por su espalda hasta aferrarse a su trasero. La levantó, rodeándose la cintura con las piernas de ella sin despegar los labios y la llevó así a la parte de atrás del camarote.

La dejó en la cama. Se colocó encima de ella, no con todo su peso, sólo lo suficiente para que ella se diera cuenta de que estaba excitado.

Esa parte del camarote estaba en penumbra. Ella hizo acopio de todo su valor con determinación; la fuerza de sus sentimientos le infundía ánimos. Sabía con exactitud lo que quería hacer: procurar que él se sintiera amado, deseado y atractivo como hombre. Audaz como nunca lo había sido, lo besó en la boca, la garganta, los hombros, el pecho. Osada como nunca le deslizó las manos por los costados, recorrió la cremallera de sus pantalones, extendió los dedos por sus caderas.

A Mick le gustó lo que ella estaba haciendo, su reacción no dejó lugar a dudas, aunque dejó de cooperar. Ella había hecho lo posible para explicarle que ése sería su juego, pero Mick no la ayudaba en absoluto. Kat tenía la blusa abierta, permitiendo así que él deslizara por debajo su mano llena de callos. La punta de su pulgar recorrió el borde del sostén. Kat sintió que le faltaba el aliento.

– Mick…

– Calla -él la levantó con suma delicadeza… pero le arrancó la blusa azul marino y la tiró al suelo sin consideraciones.

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