– Quizás tú no tengas más que decir; yo no he empezado siquiera -le limpió con el dedo el resto de humedad de las mejillas-. Me imaginé que habrías tenido una relación con alguien; un mentecato. Es él quien te dijo que eras frígida", ¿verdad? No hay mujeres frígidas, amor mío, sino amantes torpes e insensibles. No sé si te hizo daño cuando hacían el amor o sólo era un vulgar egoísta.
Kat movió la cabeza, pero él no apartó la mano.
– Todd no era un mentecato y las cosas no fueron así. Fui yo. Es culpa mía. Sé que debí ser sincera contigo desde el principio.
– Lo eres, cada vez que te toco, cada vez que respondes a mis caricias. Nunca he conocido a una mujer más sincera que tú, así que sigamos hablando del asunto -colocó una almohada detrás de sus cabezas-. Ya me has hablado de tu prometido, ¿quién más hubo antes? ¿Quizás alguien de quien te enamoraste locamente? ¿Alguien que te hizo sufrir? ¿Algo peor?
– No, por supuesto.
– Me dijiste que eras bastante ardiente de jovencita.
Kat levantó los ojos al cielo e hizo una mueca.
– También te dije que todo era una farsa. Un compañero trató de arrinconarme en el pasillo del colegio y lo tumbé de un bofetón. Ese es el único susto que me han dado en mi vida.
– Estamos hablando de sinceridad -había una advertencia en la voz de Mick.
– No puedo hablar. No sobre estas cosas -ella levantó la cabeza-. ¿No crees que deberíamos vestirnos? ¿Quieres una cerveza? ¿Qué te parece si hablamos de barcos?
Mick alzó una ceja.
– No estarás intentando volverte a levantar de esta cama, ¿verdad?
– Creo que sería sensato que habláramos de pie.
– Creo que ciertas conversaciones sólo pueden tener lugar si se está acostado.
– No hago nada bien estando acostada. Es lo que he estado tratando de decirte. No hay nada más que decir, aparte de que si yo fuera tú, me echaría por la borda. Piénsalo, Mick. Es un buen consejo.
Mick la rodeó con los brazos para impedirle que se moviera.
– Kat, si tú tienes un problema, es evidente que tenemos un problema los dos.
– No. El problema es sólo mío.
– Te equivocas. Tú no tienes un problema; lo tenemos los dos. Porque así son las cosas cuando dos personas se quieren. ¿O no lo sabías acaso? ¿Es que no me quieres?
Kat tragó saliva. No podía mentirle.
– Sí, con toda mi alma.
– Y parece que tratas de darme a entender que no existe ningún trauma emocional que haya causado nuestro problema. Pero a menos que no haya interpretado bien cómo respondes a mis caricias, no falta el deseo en nuestra relación. Para decirlo con toda delicadeza de que soy capaz… -se aclaró la garganta-… me has dado suficientes razones para creer que te excito.
– Por Dios, Mick, ¿crees que habría llegado a esto si no fuera así? Ya sé que no es una excusa, pero cada vez que nos… -tragó saliva-. ¿Crees que no es engorroso que me excite sobremanera cada vez que tú…? -volvió a faltarle el aliento-. Por Dios, tengo treinta y tres años y hace cinco que no tengo ninguna relación sentimental con nadie. ¿Crees que no sé lo que es controlarse? Tan sólo contigo… -extendió un brazo para tratar de expresar lo que no podía con palabras-. Ese es el problema, dejé que las cosas siguieran su curso sin decirte nada; me parecía difícil aceptar que las cosas saldrían mal estando contigo.
– Ya veo -Mick le rozó la sien con los labios-. Creo que acabas de halagarme, aunque no estoy muy seguro -sonreía pero había una expresión de seriedad en sus ojos cuando le volvió la cara para mirarla-. Yo también te deseo -dijo con suavidad-. De manera tan incontrolada, tan absoluta que me da miedo. Y como siento algo tan intenso, no me voy a dejar amedrentar por un simple problemilla.
Conmovida por la vehemencia de él, Kat dijo con voz constreñida:
– Pero esto no es un simple problemilla, es mucho más serio…
– Bien, bien, a eso vamos -suspiró Mick, no sin humor-. Creo que ya le hemos dado demasiados rodeos al asunto. ¿Alguna vez te han dado un sencillo curso de anatomía?
A Kat no pareció divertirle la actitud de él.
– Vamos, Mick. Hace años que estudié todo eso de la reproducción de las abejas y las flores.
– Me parece perfecto, pero ahora tengo en mente una lección un poco más avanzada. Pero te lo advierto, Kat, nada de eufemismos ni rodeos. Llamaremos pan al pan y vino al vino. ¿De acuerdo?
– No.
– Claro que estás de acuerdo. Pensé que querías ser sincera conmigo, ¿no? -hizo una breve pausa-. Bien, tienes algo entre los muslos. ¿Por casualidad conoces el nombre de ese "algo"?
– ¡Mick! -maldición, la estaba haciendo reír.
– ¿Es una pregunta demasiado atrevida? No sufras. Este profesor está dispuesto a complacer a la clase -con el ceño arrugado como si estuviera muy concentrado, le trazó la forma del seno con el pulgar-. Ahora, esto. ¿Cómo se llama, Kat?
No había manera de controlar a ese descarado. Cuanto más desvergonzada era la pregunta, más implacable era la provocación. Si ella se atrevía a ruborizarse, recibía una fuerte reprimenda por su mojigatería anticuada… y otra pregunta.
No era el uso de las palabras apropiadas lo que la abochornaba. Kat podía hablar de anatomía, pero había ciertas cosas que no podía comentar con un hombre. ¿Cómo podía hablar de lo que la excitaba, en qué partes del cuerpo era más sensible, qué le sucedía físicamente cuando tenía una relación íntima?
Mick sostenía que ningún tema era tabú entre amantes. Un cierto rubor estaba bien. Respuestas evasivas, no. Por desgracia él esperaba que su alumna supiera más sobre su cuerpo de lo que ella sabía en realidad. Por Dios, una mujer tenía cosas más importantes que hacer que analizar sus funciones corporales; ¿cómo podía saber ella si el tiempo o la música o ciertos perfumes influían en su respuesta sexual?
Era la conversación más incómoda y extraña que había tenido en su vida.
Eso pensó al principio. Pero luego comprendió con exactitud la razón por la que no pudo dejar de enamorarse de él. Lo que con nadie hubiera podido compartir, con Mick resultaba perfectamente natural. La parte vulnerable de su alma que con tanto cuidado había resguardado estaba a salvo con él.
Mick Larson era un hombre tierno, comprensivo, respetuoso, inteligente. Cuando él hizo una pausa, Kat levantó los ojos y lo miró; su pelo rubio estaba ensortijado. Todavía estaba desnudo y su semblante tenía una expresión grave.
Ella alargó una mano para acariciarle la frente.
– ¿Ha terminado ya el interrogatorio?
– No.
Pero Kat supo que por fin él ya no tenía más preguntas que hacer. Por eso parecía tan pensativo. Mick había pensado que sus preguntas le darían claves para resolver el problema.
– Tengo que decirte algo que no hemos comentado -dijo Kat con suavidad-. Algo… terriblemente personal, muy íntimo.
Captó la atención de su interlocutor, de lo cual se aprovechó.
– Eres el amante más exquisito que he podido jamás imaginar -dijo en tono sensual e íntimo-. No debes temer que me hayas fallado como amante, porque no es así. Parece que conoces más de la anatomía femenina que yo. No hay nada que hayas hecho que haya provocado mi reacción anormal.
Le puso un dedo en los labios cuando él intentó hablar.
– Cada vez que me tocas, me excitas. Me encanta lo que me haces, todo. El problema es mío y sólo mío y también la solución. Tengo que dejar de verte.
– Tonterías.
Pero ella cerró los ojos y suspiró profundamente.
– Es necesario.
La hirsuta cabeza blanca de Ed asomó por la puerta.
– Rithwald está al teléfono. Quiere saber cuando terminarás el presupuesto sobre la restauración Bickford.
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