Por fin, el despertador había sonado a las seis en punto y se había dirigido a la ducha con la esperanza de que el agua caliente borrara aquellos pensamientos. Pero en lugar de eso, se había dejado llevar por imágenes nuevas y no menos inquietantes: Matt y ella en la ducha, acariciándose.
Disgustada con el rumbo que estaban tomando las cosas, había decidido establecer las normas que acababa de plantearle. Era lo mejor para los dos. Aunque no tenía intención alguna de ir desnuda por la habitación estando en su presencia, tampoco quería verlo desnudo o semidesnudo a él. Y el problema no era tanto el deseo que sentía como el hecho, indiscutible, de estar compartiendo cama con su peor enemigo.
Abrió el armario, observó su ropa durante unos segundos y finalmente se decidió por ponerse el traje rojo. Era un color alegre y directo, y la falda le llegaba justo por encima de las rodillas; resultaba femenino y profesional al mismo tiempo.
En cuanto eligió el traje, se sintió mucho mejor. Ahora sólo tenía que olvidarse de Matt Davidson y concentrarse en el proyecto de Jack Witherspoon y ARC Software.
De haberse tratado de una cuestión exclusivamente profesional, estaba segura de que se habría podido concentrar, sin ningún problema, en el trabajo. Pero, por desgracia para ella, su instinto femenino se había despertado y no podía dejar de pensar en Matt Davidson.
Matt salió de la ducha y se enrolló una toalla alrededor de la cintura. El agua le había sentado bien y se sentía mucho más relajado.
El sonido de un secador de pelo le advirtió que Jillian seguía en la habitación. Pero pensó que todavía tenía que cepillarse los dientes y afeitarse, y que ella ya se habría marchado para cuando terminara. Después, pediría que le subieran un café y se concentraría en la presentación para Jack.
Acababa de aplicarse la crema de afeitar en la cara cuando ella llamó a la puerta.
– Siento molestarte, Matt, pero ¿vas a tardar mucho?
Matt se puso en tensión al oír su voz. -Tengo que afeitarme. ¿Por qué?
– Porque quiero cepillarme los dientes. Supongo que puedo soportar la visión de tu maquinilla si tú eres capaz de soportar la visión de mi cepillo dental. ¿Qué te parece si compartimos el lavabo?
Él dudó, pero al final decidió dejarla entrar. A fin de cuentas, aquella no sería la primera vez que compartía cuarto de baño con una mujer.
– Claro, pasa…
Matt se quedó sin aliento cuando la vio. Llevaba un traje rojo que le quedaba maravillosamente bien y estaba muy guapa. Además, se había dejado el cabello suelto: un detalle que le llamó la atención.
– No te has recogido el pelo -dijo él, con tono de desconfianza.
Ella arqueó las cejas y lo miró como si acabara de decir la mayor estupidez del mundo.
– ¿Ahora te preocupa mi aspecto? Imagino que en algunas partes del mundo sería ilegal, pero estamos en Nueva York y no creo que nadie se sorprenda -comentó con ironía.
– No lo digo por eso, sino porque siempre lo llevas recogido.
Matt empezaba a pensar que Jilly le había engañado al asegurar que jugaría limpio. Si utilizaba sus artes de seducción con Jack, estaba perdido.
– Eso no es verdad. A veces, como hoy, me lo dejo suelto -declaró-. Además, te advierto que tú no eres quien para protestar por el aspecto de los demás… con tanta crema en la cara, pareces Papá Noel.
– Me estoy afeitando, eso es todo. Yo no pierdo el tiempo acicalándome, como otras personas.
– ¿Acicalarme? ¿Yo? Será una broma. Pero ya que vamos a compartir habitación durante el fin de semana, será mejor que sepas que no soy de las que se pasan una hora en el cuarto de baño. Además de la ducha, apenas necesito un par de minutos para cepillarme los dientes, que es lo que voy a hacer ahora. Si no te importa, claro.
Matt se apartó un poco para dejarle espacio en el lavabo y ella se lo agradeció.
– Gracias -dijo.
Jillian empezó entonces a cepillarse. Él intentó aparentar desinterés y se concentró en afeitarse, pero en realidad estaba concentrado en la presencia de la mujer.
Sin embargo, el momento no duró mucho. En cuanto terminó, Jilly salió del cuarto de baño y segundos después reapareció en la puerta. Llevaba un maletín de cuero con su ordenador portátil.
– Me marcho -dijo ella-. Supongo que nos veremos después.
– Sí, supongo que sí.
– Ya que vamos a jugar limpio, te deseo buena suerte. Que gane el mejor -declaró. -Que gane el mejor, jilly.
Jilly se marchó entonces y él entrecerró los ojos.
No creía ni por un momento que Jillian fuera a ser justa con él. Pero en cualquier caso, no importaba: tenía intención de conseguir la campaña de ARC.
– Eh, ¿por qué tardas tanto tiempo en llenarme la taza otra vez? -preguntó Jack Witherspoon a la camarera, irritado-. Caramba, sirven mejor en el bar de mi oficina. Con lo caro que es este hotel, deberían ser algo más rápidos. A fin de cuentas no es tan difícil.
Jilly tuvo que morderse la lengua para no decir lo que pensaba. Witherspoon era un cliente, pero le pareció increíble que se molestara por algo así. Sobre todo, porque era la única persona que conocía que tomaba café solo en cantidades industriales y que exigía que le rellenaran la taza cada diez o quince segundos.
Por fin, la camarera se aproximó a la mesa donde se habían sentado y se disculpó.
– Lo siento, señor. Estábamos preparando más café.
– Está bien, pero deje la cafetera aquí y vaya a preparar otra. No quiero esperar hasta la hora de comer para que me traigan la siguiente.
La camarera se ruborizó y apretó los labios antes de alejarse. Jilly pensó que le habría gustado mandarlo al diablo, pero naturalmente no podía hacerlo.
Aunque no esperaba nada de Jack Witherspoon, había pensado que un hombre de su posición, de cincuenta y tantos años y todo un profesional, sería también educado. Pero al parecer, se había equivocado totalmente.
– Bueno, háblame de esas ideas que tienes para mí, Jilly -dijo Jack mientras echaba una cucharilla de azúcar a su enésimo café.
– La queja más común de los usuarios de sistemas operativos es que son inestables. Así que creo que sería oportuno que subrayáramos la idea de que Lazer, vuestro sistema operativo, es perfectamente fiable. En mi opinión, la campaña se debería basar en ese detalle y en los mecanismos que habéis creado para evitar las infecciones de virus y la pérdida de datos.
Jillian abrió su ordenador portátil y lo conectó para enseñarle sus ideas.
– He preparado una pequeña presentación para darte una idea del concepto que tengo para Lazer.
Jill giró el ordenador para que él pudiera ver la pantalla.
– Organizaremos una campaña a nivel nacional, con anuncios en la radio en todas las grandes ciudades, publicidad a toda página en periódicos y revistas y spots de televisión de treinta segundos de duración -dijo mientras le enseñaba el logotipo que había preparado-. Lazer. Precisión en informática, exactitud en los resultados. No podrá encontrar mejor por alguna razón, Jill empezó a pensar en ese momento en Matt Davidson. Su cabeza se llenó de imágenes eróticas y perdió totalmente la concentración. De hecho, le costó recuperarse.
_También he estado trabajando en los costes y en los análisis de beneficios, con comparativas a seis, doce y dieciocho meses.
Jack sacó unas gafas de leer y se las puso. Después, comenzó a bombardearla con todo tipo de preguntas sobre la campaña que había proyectado. Jill contestó a sus preguntas y después dejó que el cliente se concentrara en las tablas de resultados que había preparado. Eran las ocho y media y aún tenía veinte minutos por delante para sacar ventaja a Matt.
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