¿A qué te refieres?
– El ordenador se me quedó colgado por culpa de un virus que lo ha infectado todo.
– Sí, he oído que hay un virus bastante peligroso circulando por ahí.
– Y tanto. Ahora enciendo el ordenador y aparece todo el tiempo un tipo de desnudo que hace una mueca horrible y borra todos mis archivos.
– Vaya, pues sí que es horrible… -dijo, conteniendo la risa.
– No te atrevas a reír.
– No se me ocurriría. El año pasado tuve un virus y sé lo mal que se pasa. Deberías llevar tu ordenador al departamento de informática de Maxximum. Yo se lo llevé y recuperaron casi todos mis archivos.
– Lo hice. De hecho, les pedí que me prestaran un ordenador nuevo para hacer la presentación. Y es precisamente este.
– Pues es un buen problema, sí.
– Además, la persona que cargó el sistema operativo olvidó cargar los programas de uso más común. No están por ninguna parte.
– ¿Lo has comprobado?
– Sí, dos veces. Y teniendo en cuenta que debo hacer esa presentación, no me queda más opción que ir a buscar una tienda de ordenadores para comprar otro. ¿Pero dónde podré encontrar una? Estamos en medio de ninguna parte y las carreteras están llenas de nieve.
– ¿No puedes darle a Jack una copia de la presentación, en un disquete?
– Los principales datos los tenía guardados en el ordenador. No tengo copia. Así que, como ves, me has ganado la partida antes incluso de empezar -respondió.
Jillian lo observó durante unos segundos.
Podía sentir su intensa frustración e intentó alegrarse de su triunfo, pero no pudo. No quería ganar de ese modo.
– Si quieres, puedes utilizar mi ordenador. Matt la miró con una mezcla de asombro, desconfianza y confusión.
Jo dices en serio? -Completamente.
Él entrecerró los ojos.
– Oh, vamos, aquí hay gato encerrado.
– En absoluto. Pero si no quieres aceptar mi ofrecimiento, puedes quedarte aquí lamentando tu mala suerte o ir a buscar una tienda de ordenadores. A mí no me importa.
¿Por qué quieres prestarme el tuyo?
– Buena pregunta, Matt. Tal vez debería retirar el ofrecimiento, porque sospecho que, si la situación fuera a la inversa, tú no me habrías ofrecido el tuyo. Pero es mi forma de ser, yo soy así. Además, de ese modo podré demostrarte que hablaba en serio con lo del juego limpio. Y si consigo esa campaña, no tendré que soportarte cuando empieces a decir que perdiste por dificultades técnicas.
– ¿Y no tienes miedo de que mire tus archivos?
– Están protegidos con contraseña.
– Al parecer, no soy el único desconfiado. -Prefiero ser cauta. Además, tú no eres quién para hablar de desconfianza. ¿Te comportas así con todo el mundo, o sólo conmigo?
– No te lo tomes de forma personal, no se trata de ti. Digamos que tengo mis razones.
Jillian sintió curiosidad, pero no preguntó.
– Bueno, me alegra saberlo.
Jill se dirigió al armario para sacar el abrigo y marcharse. Cuando se dio la vuelta, Matt estaba ante ella.
– ¿Adónde vas?
– Afuera.
– Pero hace frío y está nevando.
– Me gusta el frío y la nieve.
Matt le quitó el abrigo de las manos y se lo puso educadamente, como un caballero. Ella se estremeció al sentir su contacto y sus miradas se encontraron después en unos segundos que parecieron eternos.
Entonces, él le acarició una mejilla con un dedo.
– Jilly, siempre me sorprendes. Y te confieso que las sorpresas no me gustan demasiado.
– Vaya, muchas gracias.
– No lo decía con mala intención. Quería decir que las cosas inesperadas me ponen nervioso. Y bueno… todo esto es inesperado para mí -acertó a decir-. Gracias, Jilly. Te agradezco el gesto de prestarme tu ordenador. Sé que muy poca gente lo habría hecho en tu caso.
– De nada. Nos veremos más tarde.
Jillian sonrió y salió de la habitación. Necesitaba poner tanto espacio como fuera posible entre Matt y ella. Además, estaba deseando salir al exterior y sentir el frío para borrar la inquietante calidez que empezaba a dominarla y que desde luego no tenía nada que ver con la calefacción del hotel.
Quería estar lejos de él, sin duda. Pero no sabía lo que iba a hacer aquella noche, cuando se vieran obligados a dormir juntos otra vez.
Matt gimió cuando Jillian salió de la habitación. Aquello no iba bien, nada bien. Ya no se trataba únicamente de su atractivo, sino del gesto que había tenido con él. De haberse encontrado en su lugar, no sabía lo que habría hecho; pero con toda probabilidad, habría intentado aprovecharse de las circunstancias.
Además, empezaba a comprender que Jilly le gustaba mucho más de lo que había imaginado. En realidad, ella había acertado al suponer que había subido a la habitación sólo para saber si era la razón del retraso de Jack. Y al ver que se encontraba en el interior, se había sentido inmensamente aliviado. Mucho más aliviado de lo normal.
Aquella mujer le provocaba emociones que se había jurado no sentir nunca más. La admiraba, la deseaba y quería estar con ella. Pero no había ido a aquel hotel para mantener relaciones amorosas, sino para conseguir la campaña de ARC. Y para lograrlo, debía olvidarse de Jilly Taylor.
Entonces, su mirada se clavó en la cama que habían compartido horas antes. Y supo que iba a ser realmente difícil.
Poco después de la una de la tarde, Jilly avanzó por el largo camino que llevaba al edificio del hotel. Había estado toda la mañana paseando por el campo y se había acercado a la pequeña localidad cercana, donde había disfrutado de un café. Ya no nevaba y el frío había servido para que se olvidara de Matt.
Estaba decidida a comportarse de forma profesional, e incluso se dijo que llamaría a Kate por teléfono para pedirle que le presentara a un par de amigos. De ese modo, tal vez, conseguiría quitarse de la cabeza a Matt.
Justo entonces, vio al hombre que había conquistado sus pensamientos. Volvía del garaje y se dirigía a la entrada del hotel con una bolsa de plástico en una mano. Por el logotipo de la bolsa, resultaba evidente que había estado en una tienda de ordenadores. Pero Jilly estaba más ocupada observando su alta silueta y disfrutando de la visión de su fuerza y de su gran atractivo.
Matt debió notar que lo estaban mirando, porque se volvió y la miró a su vez. Después cambió de dirección y comenzó a andar hacia ella.
El corazón de Jillian se aceleró.
– No me digas que has estado afuera toda la mañana -dijo él-. Yo sólo llevo unos minutos y ya me siento como un hombre de nieve.
Jilly contempló su oscuro y revuelto cabello y tuvo que apretar los dedos dentro de los guantes para resistirse a la tentación de acariciarlo. No sabía qué diablos tenía aquel hombre, pero le resultaba tan masculino y atrayente que le costaba controlarse. Habría sido capaz de desnudarlo a bocados.
– ¿Qué piensas? -preguntó él, al notar su extraña mirada.
Ella sonrió.
– Nada. Pensaba que estarías muy gracioso cubierto de nieve.
Naturalmente, Jilly había mentido. En realidad se lo estaba imaginando desnudo.
Qué curioso. Yo estaba pensando lo mismo de ti.
– ¿Ah, sí? ¿Quieres que lo probemos?
– Mmm. Es una invitación interesante, así que la tendré en consideración. Aunque, dado que me has prestado tu ordenador, es posible que me deje ganar.
– No te dejarás ganar. Te ganaré yo.
– Como tú digas. Pero antes de divertirnos un poco con una batalla de bolas de nieve, tengo que dejar esto en alguna parte -dijo él, sonriendo
– Veo que has estado en una tienda de ordenadores…
– Sí, pero me he limitado a comprar un antivirus y los programas que necesitaba. Me dirigía a la habitación para dejarlo allí. Pero gracias por prestarme tu ordenador. Ha sido todo un detalle por tu parte.
Читать дальше