Jaquie D’alessandro. - Placer Y Trabajo

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NO SOSPECHABAN QUE TRABAJAR DURANTE LAS VACACIONES PODRÍA SER TAN PLACENTERO
Los ejecutivos de publicidad Matt Davidson y Jilly Taylor tenían dos cosas en común: ambos odiaban perder y se deseaban el uno al otro. Pero ninguno de los dos estaba dispuesto a arriesgar el ascenso por rendirse a la atracción que sentían. No contaban con que su jefe les encargara llevar la misma cuenta… y dormir en el mismo hotel. Aquello estaba al rojo vivo, tanto laboral como sentimentalmente, y pronto se dieron cuenta de que no podían centrarse en el trabajo…

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Se recostó en su asiento y se relajó un poco. Aprovechó la ocasión para echar un vistazo al salón del hotel, que estaba decorado con tanta elegancia como el resto de las estancias del lugar. Las paredes estaban cubiertas de cuadros, los suelos eran de mármol y a través de las ventanas se veía un paisaje nevado. Incluso había una gran chimenea en uno de los extremos y un árbol de Navidad en una esquina.

Pero en aquella imagen había algo en lo que no había reparado antes. Entre los clientes que disfrutaban de sus desayunos estaba Matt Davidson, observándola.

Al verlo, lo saludó con una leve inclinación de cabeza. Sin embargo, su presencia la irritó.

Si llevaba mucho tiempo allí, habría podido ver la presentación que había preparado e incluso oír la pequeña charla. Pero en cierto sentido, se alegró. Había querido jugar limpio con él y Matt le había demostrado que no era posible. Ahora sabía a qué atenerse.

– Es un trabajo impresionante, Jilly. Me gustan tus ideas y creo que tu proyecto es original y muy interesante. Justo el tipo de concepto que estamos buscando -declaró Jack.

Ella sonrió.

– Me alegra saberlo. Pero si quieres que cambiemos algo, huelga decir que estaré encantada.

– Magnífico -dijo él, consultando la hora en su reloj-. En fin, supongo que ya sabes que he quedado con Matt Davidson a las nueve…

– Sí, claro.

Jack rió.

– Ese jefe tuyo… Adam Terrell puede resultar realmente maquiavélico en ocasiones. Mira que enviaros aquí a los dos…

– Bueno, ya conoces a Adam -dijo ella, sin dejar de sonreír.

– En ese caso, demos por terminada la reunión. Quiero subir a mi habitación un momento, antes de hablar con Matt, para hacer unas llamadas telefónicas.

– Por supuesto. Por cierto, se me ha ocurrido que tal vez te apetezca dar un paseo por los viñedos esta tarde. ¿Te parece bien a las tres?

– Me parece perfecto.

– En ese caso, nos veremos en el vestíbulo.

Jack asintió, se levantó y salió del salón sin darse cuenta de la presencia de Matt. En cuanto desapareció de la vista, Matt se acercó y se sentó en la silla que había dejado vacía.

– Una presentación magnífica -dijo.

– Espero que te haya gustado, porque es evidente que me has estado espiando -protestó.

– No estaba espiando. Sólo me estaba tomando un café. Yo no tengo la culpa de que las mesas no estén separadas con biombos o algo así.

– Pero podrías haberte tomado el café en la barra o haber pedido que te subieran el desayuno a la habitación. No debí confiar en ti.

– Déjalo ya, Jilly.

– ¿Qué quieres decir con eso?

Que sé muy bien lo que intentas. Sé por qué te has puesto ese traje, por qué te has dejado suelto el pelo y por qué te has pintado los labios de rojo.

Jilly lo miró con furia.

– Te dije que jugaría limpio contigo y lo estoy haciendo. Soy una profesional y te aseguro que nunca, en toda mi vida, he utilizado mi atractivo físico para conseguir un cliente -dijo mientras se levantaba de la silla, ofendida-. Y si crees que mi aspecto es atractivo, me temo que el problema es tuyo, no mío.

Entonces, Jillian recogió su ordenador y se marchó del salón sin decir nada más.

Matt la miró mientras se alejaba y pensó que había cometido un grave error con ella. Su indignación parecía absolutamente sincera; y por otra parte, debía admitir que no había nada excesivo en su apariencia. Tal vez había exagerado al asumir que pretendía seducir a Witherspoon.

Lo único seguro, en aquel asunto, era que la deseaba. Y ese sí que era un gran problema. Un problema que no sabía cómo afrontar.

Capitulo 4

Jilly entró muy enfadada en la habitación 312. Estaba enojada con Matt Davidson, pero sobre todo consigo misma. Cerró la puerta a su espalda, dejó el maletín con el ordenador a un lado y se sentó en la cama.

No sabía qué diablos le estaba pasando. Nunca, hasta aquella mañana, había perdido la concentración durante una presentación con un cliente. Matt había dejado una huella muy profunda en ella, y la insinuación de que pretendía seducir a Witherspoon no le había hecho ninguna gracia. Pero lo que más le molestaba era otra cosa: el hecho indudable de que Matt la encontraba atractiva y el hecho, aún más evidente, de que a ella le encantaba.

– Maldita sea -dijo, pasándose una mano por el pelo.

Cerró los ojos y suspiró, frustrada. Matt había acertado al comentar que ella nunca se vestía de ese modo y que nunca se dejaba el pelo suelto. Pero había fallado, miserablemente, al interpretar sus razones. En realidad lo había hecho inconscientemente para gustarle a él.

Pero por insultantes que fueran sus comentarios, no lo culpaba. A fin de cuentas, apenas la conocía y no tenía forma alguna de saber que jamás habría utilizado malas artes en su trabajo. Él sólo sabía que era una mujer ambiciosa y extremadamente competitiva en su trabajo que deseaba, a toda costa, el contrato de ARC. Lo demás era una conclusión lógica: muchos hombres y mujeres del mundo de la publicidad aprovechaban cualquier cosa, incluido su atractivo personal, para salir adelante. De haber estado en el lugar de Matt, probablemente habría sospechado lo mismo.

Se levantó y caminó hasta la ventana. El servicio de habitaciones ya había estado en el lugar y habían dejado abiertas las cortinas. Frente a ella pudo ver una enorme extensión de viñedos cubiertos de nieve, con las vides en fila como un interminable batallón de soldados. Era invierno y todavía no tenían hojas, así que el paisaje resultaba algo triste.

Todavía estaba nevando, pero no tenía intención alguna de quedarse en la habitación hasta su cita de las tres con Jack, así que abrió el armario, se quitó el jersey grueso intentando no prestar atención a la ropa de Matt.

Estaba atándose los cordones de las botas de nieve cuando oyó que la puerta se abría. Era Matt.

Al verla, él se detuvo y los dos se miraron durante unos momentos. Todo el enfado de Jillian desapareció de repente. Tal vez fuera un hombre irritante, pero también era inmensamente atractivo.

– ¿Qué haces aquí? -preguntó ella-. No deben de ser más de las nueve y cuarto…

– Jack me ha pedido que retrasemos la cita hasta las diez. Así que decidí subir para revisar la presentación.

Ella arqueó una ceja.

– ¿Seguro que has subido para eso y no para ver lo que estaba haciendo? Con tu manera de pensar, no me extrañaría que hayas creído que estaba con Jack.

Matt dudó.

– Bueno, admito que me siento aliviado al verte aquí.

Ella rió sin humor alguno.

– ¿Aliviado? Querrás decir sorprendido…

– No, no, quiero decir aliviado -dijo, encogiéndose de hombros-. Y un poquito sorprendido ahora que lo dices. Sí, es cierto.

Jillian terminó de atarse los cordones de las botas.

– Bueno, no te preocupes. Estaba a punto de marcharme.

– Muy bien.

Sin decir una palabra más, Matt se sentó en el escritorio, puso el ordenador encima y lo encendió. Segundos después, frunció el ceño y miró la pantalla con cara de preocupación. Al parecer, algo iba mal. Pero a Jillian no le importó demasiado: pasara lo que pasara, seguramente se lo merecía.

Estaba a punto de marcharse cuando lo miró de nuevo y vio que estaba pálido. Sin poder evitarlo, preguntó:

¿Qué ocurre?

– ¿Alguna vez has tenido un día infernal?

– Sí, con cierta frecuencia. Hoy, por ejemplo. Y gracias a ti.

– Ja, ja. Muy graciosa.

– Tranquilízate, porque tendremos que estar juntos todo el fin de semana. ¿Te ha pasado algo malo?

– Sí, ayer tuve todo tipo de problemas y acabo de comprobar que no se han terminado.

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