Susan Mallery - El jeque enamorado

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Gracias a Dios no estaba embarazada… ¡pero estaba casada!
Al menos eso era lo que afirmaba aquel hombre, el mismo del que se había enamorado en la universidad… que también aseguraba ser un príncipe del desierto. De acuerdo, habían celebrado una falsa ceremonia y habían pasado la luna de miel en el Caribe, pero era todo de mentira… ¿o no?
El padre del príncipe Reyhan insistía en que ya era hora de que su hijo se casara, pero había un pequeño problema… Reyhan ya estaba casado con Emma. Así que el rey ordenó a su nuera, que se fuera de viaje mientras él ultimaba la anulación… no sospechaba que los había enviado al paraíso, el lugar ideal para el amor.

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– ¿Una reacción a todas las mujeres o sólo a mí? – se acercó por detrás y le puso las manos en los hombros desnudos-. ¿Qué ocurre cuando te toco, Reyhan? Sé lo que me ocurre a mí. Mi interior se derrite y todo mi cuerpo se estremece por un deseo que apenas puedo controlar -le acarició la columna-. Mi respiración se acelera y las llamas prenden por todas partes.

Reyhan tenía la piel suave y los músculos inflexibles, pero cuando los dedos de Emma llegaron al borde de la toalla, se estremeció.

– Eres tan hermoso y fuerte… -murmuró ella, y le dio un beso en la espalda-. ¿Soy sólo yo? Dímelo.

Él se giró con un rugido que podría haber sido de furia o de pasión, o quizá de ambas cosas. La agarró y tiró de ella hacia él, sin preocuparse por su herida de bala.

Emma también estaba más que dispuesta a ignorar la herida, y recibió el beso de Reyhan con una pasión voraz. No hubo besos preliminares ni dudas. Él tomó posesión de su boca y presionó los labios contra los suyos con tanta fuerza que la hizo arquearse contra él.

Más, pensó ella frenéticamente mientras se aferraba a él y le devolvía el beso. Lo quería todo.

La lengua de Reyhan le envolvió la suya mientras él intentaba quitarle la ropa. Emma sólo llevaba una camiseta y unos vaqueros, pero suponían demasiado obstáculo cuando todo lo que tenía que hacer era tirar de la toalla para desnudarlo.

Y entonces él estuvo desnudo y ella no se preocupó más por su propia ropa. No cuando podía deslizar la mano entre ellos y tocar su erección.

Cuando sus dedos se cerraron en torno al miembro, él gimió y maldijo en voz baja.

– ¡Quítate esta maldita ropa! -exigió.

Ella lo miró a los ojos y se rió suavemente.

– ¿Tan impaciente estás?

– Me moriré si no te tengo ahora mismo.

– Bien. Porque así es exactamente como me siento yo.

Se quitó la camiseta y las sandalias mientras él le desabrochaba los vaqueros. Lo siguiente fue el sujetador, y por último las braguitas.

Al segundo siguiente Emma estaba en la cama y Reyhan encima de ella.

– Te deseo -murmuró él con voz jadeante-. Emma, te necesito.

Un deseo incontrolable tensaba su rostro. Emma sintió su necesidad, porque era la misma que sentía ella. Entendía el dilema de Reyhan, incluso mientras le agarraba el miembro y lo guiaba hacia su interior.

– No estás lista -protestó él, intentando resistirse.

– Sí, lo estoy -respondió con plena seguridad. Estaba caliente, húmeda y dispuesta.

Entonces él la penetró con facilidad y los dos gritaron a la vez. En pocos segundos estaban envueltos en un torbellino de emociones y pasión. Ella tiraba de él, deseando que llegara a lo más profundo de su ser, y él la besaba en los ojos, las mejillas y la boca. A medida que el orgasmo se aproximaba, Emma lo rodeó con las piernas y tuvo que interrumpir el beso para tomar aire.

– Reyhan -susurró sin aliento, un segundo antes de que su cuerpo se tensara y se retorciera, sacudido por la liberación absoluta.

Él continuó empujando una y otra vez hasta que los temblores cesaron. Sólo entonces gritó él también su nombre y se quedó inmóvil.

Emma cerró los ojos y se relajó en sus brazos. Su deseo por él no se había apagado; tan sólo se había intensificado. Ahora quería que estuvieran conectados emocionalmente, tanto como físicamente.

Reyhan se apartó y se tumbó de espaldas, tirando de ella para tenerla sobre el pecho.

– No deberíamos haberlo hecho -dijo él mientras le acariciaba el pelo.

– Porque te preocupa que pueda quedarme embarazada.

– Es una probabilidad a tener en cuenta. Si se juega con fuego, uno acaba quemándose.

Esa probabilidad ya había sucedido. Emma sintió que retrocedía en el tiempo y de repente se vio con dieciocho años, llorando en su habitación, sola. El dolor la embargaba, pero no provenía de una fuente física. Sufría por estar sola y perdida, y por temer que jamás encontraría su camino.

– ¿Qué te pasa? -le preguntó él-. Veo la tristeza en tus ojos.

Ella nunca había estado segura si debía decírselo. ¿De qué serviría? Pero ahora quería que lo supiera. No para hacerlo sentirse culpable, sino para que la comprendiera.

– Ya me quedé embarazada una vez -susurró-. En nuestra luna de miel.

Se preparó para recibir la reacción violenta de Reyhan. No creía que se pusiera furioso, pero sí le haría muchas preguntas, y tal vez incluso acusaciones. Pero Reyhan permaneció tumbado, acariciándole el pelo y con la otra mano detrás de la nuca.

– ¿Qué ocurrió?

Era una pregunta muy simple, pero fue como si se hubiera abierto una puerta escondida. Emma sintió cómo se le estremecía el corazón, mientras los recuerdos salían a la luz por primera vez en seis años.

– El médico dijo que no era extraño perder un bebé en las primeras semanas de embarazo, especialmente en una mujer joven. Dijo que era el modo que tenía la naturaleza de hacer las cosas bien -parpadeó para reprimir las lágrimas, pero éstas resbalaron por sus mejillas-. Estaba tan angustiada cuando te fuiste que me encerré en mi habitación, en casa de mis padres, y estuve llorando durante dos semanas. Siempre me he preguntado si nuestro hijo no pudo soportar que su madre estuviera siempre triste y que por eso eligió no nacer.

– ¿Te sientes responsable por lo sucedido?

Ella asintió.

– Entiendo -dijo él, acariciándole la mejilla-. Tal vez nuestro hijo no quería a un padre que desapareciera sin decir palabra.

– Tú no tienes nada que ver con la pérdida del bebé.

– Ni tú tampoco -respondió él, mirándola a los ojos-. Entonces, fue por eso por lo que te negaste a verme. Estabas demasiado afectada.

– En parte sí. Y también estaba avergonzada. Y asustada. Temía que te enfadaras conmigo.

Él la abrazó y la besó con dulzura.

– Jamás -le susurró-. Ahora sé que no te habría dejado atrás cuando murió mi tía. Debería haberte traído conmigo.

– No creo que eso hubiera ayudado. Ni tú ni yo podríamos haber manejado la situación.

Él esbozó una media sonrisa.

– ¿Y crees que puedes manejarla ahora?

– Sí.

– ¿Qué te hace estar tan segura?

– Porque antes no sabía por qué te habías casado conmigo. Era joven e inexperta, y no sabía cómo complacer a un hombre. Pero ahora todo es diferente.

El humor se esfumó del rostro de Reyhan, que empezó a levantarse. Ella le puso las manos en los hombros, intentando retenerlo.

– Reyhan, no. Tenemos que hablar de ello.

– No hay nada que decir.

– Podríamos estar hablando toda la vida y nunca podrías decir todo lo que hemos perdido. Reyhan, ¿por qué nunca me dijiste que me querías?

Él la agarró por la cintura y la apartó. Entonces se sentó en la cama. El simple movimiento le dijo a Emma que lo estaba perdiendo otra vez.

– ¿Por qué te cuesta tanto admitirlo? -le preguntó desesperadamente-. ¿No me lo dijiste porque era una cría inmadura? Sé que no podía ser tu pareja entonces, pero ahora las cosas son distintas. Los dos somos distintos. En aquel tiempo me amabas. ¿No puedes quererme un poco ahora?

Él no habló ni se movió. Ni siquiera parecía estar respirando.

Aterrada, y sin saber cómo convencerlo, principalmente porque no entendía contra qué estaba luchando ella misma, intentó hablarle desde el corazón.

– No sé lo que sentía en aquel entonces. Era una niña. Fantaseaba sobre el amor y el matrimonio y sobre cómo sería mi marido. Tú me rescataste aquel día y no sé si te vi como a una persona de verdad. Me parecías más un superhéroe o algo así. Pero ahora puedo ver al hombre, y veo que es una persona buena y noble – se apoyó contra la espalda de Reyhan y le rodeó los hombros con los brazos-. Eres orgulloso, y a veces irritante, pero puedo vivir con eso. Quiero quedarme aquí contigo. Quiero que sigamos casados, que nos amemos el uno al otro y que tengamos hijos – hizo una pausa y tragó saliva antes de confesar su más íntimo secreto-. Estoy enamorada de ti.

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