Susan Mallery - El jeque enamorado

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Gracias a Dios no estaba embarazada… ¡pero estaba casada!
Al menos eso era lo que afirmaba aquel hombre, el mismo del que se había enamorado en la universidad… que también aseguraba ser un príncipe del desierto. De acuerdo, habían celebrado una falsa ceremonia y habían pasado la luna de miel en el Caribe, pero era todo de mentira… ¿o no?
El padre del príncipe Reyhan insistía en que ya era hora de que su hijo se casara, pero había un pequeño problema… Reyhan ya estaba casado con Emma. Así que el rey ordenó a su nuera, que se fuera de viaje mientras él ultimaba la anulación… no sospechaba que los había enviado al paraíso, el lugar ideal para el amor.

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– ¡Estoy aquí! -gritó, intentando soltarse del agarre de Billy, sin éxito.

– Transfieran el dinero -gritó el mercenario, y se giró hacia sus amigos-. Comprobad la transferencia.

Los hombres sacaron unos pequeños aparatos electrónicos y un ordenador portátil. Emma luchaba por liberarse, sin apartar los ojos de Reyhan. Casi podía oír su voz, gritándole que fuera fuerte.

– La transferencia se ha realizado -gritó el amigo de Billy.

– ¿Qué habéis hecho? -preguntó una voz furiosa desde alguna parte.

Billy se giró hacia el hombre que corría hacia ellos.

– Cállate, chaval. No te metas en esto.

– ¡No! ¿Habéis raptado a la mujer del príncipe Reyhan y ahora pedís un rescate por ella?

– Bienvenido a los juegos de la gente grande. Tus amigos y tú sois unas nenazas sin agallas, así que tuve que buscarme otra forma de conseguir el dinero -de repente tenía una pistola en la mano-. Vete de aquí o morirás. Tú decides, chico.

Emma estaba tan aturdida que casi se desplomó.

– No le hagas daño -exigió. Tiró del brazo y consiguió soltarse.

– No lo fastidies ahora, cariño -le advirtió Billy-. No dudaré en matarte si es necesario.

– Emma -la voz de Reyhan se oyó más fuerte que la tormenta, que el miedo y que los acelerados latidos de su corazón.

– Suéltala -dijo el joven y cargó contra Billy. Emma supo cuál era la intención del mercenario antes incluso de que actuara. Se arrojó contra él al tiempo que Billy levantaba el arma y lo empujó con fuerza. La pistola cayó al suelo.

El sonido de un disparo desgarró el rugido de la tormenta. De repente aparecieron hombres por todas partes y las balas cruzaron el aire. Emma no sabía dónde esconderse, pero no importaba. Sólo podía pensar en que tenía que llegar hasta Reyhan. Entonces algo grande y pesado chocó contra ella y la lanzó contra el suelo.

El pánico la invadió. No podía respirar. Se retorció con violencia hasta que oyó una voz familiar al oído.

– No te muevas. Estás a salvo. Reyhan. Una alegría inconmensurable la recorrió por todo el cuerpo, a pesar de que seguía en medio de un tiroteo.

Las balas seguían silbando peligrosamente cerca. Hubo gritos de dolor, maldiciones y el aullido del viento. De pronto Reyhan se apartó y tiró de ella para levantarla.

Los dos echaron a correr hacia el camión.

– Billy tiene las llaves -gritó ella-. En el bolsillo de su camisa.

Reyhan no respondió. Rodeó el vehículo y la metió en el asiento del copiloto.

– Agáchate -le ordenó, y desapareció. Emma se escondió debajo del salpicadero rezó como nunca había rezado en su vida. Rezó porque no le pasara nada a Reyhan. Porque nadie más resultara herido. Porque todos salieran vivos de allí.

El tiempo pasó. ¿Horas? ¿Minutos? No estaba segura. Cuando finalmente sólo se oyó el bramido de la tormenta, se arriesgó a mirar por la ventanilla.

Los tres mercenarios habían sido capturados y estaban sentados en el suelo, con los brazos y piernas atados. Varios de los heridos estaban siendo atendidos por hombres que seguramente trabajaban para Reyhan. Un inmenso alivio la inundó, haciéndola sentirse débil y mareada. Habían sobrevivido.

Al cabo de un rato, Reyhan volvió al camión.

– ¿Estás bien? -le preguntó mientras se sentaba junto a ella y arrancaba el motor.

– Sí. ¿Hay…? -Empezó a preguntar, mirando por la ventanilla-. ¿Hay muchos heridos? ¿Y mis guardaespaldas?

– Unos pocos. Uno de los mercenarios recibió un disparo en el brazo. Dos de los rebeldes han sido heridos, así como tres de los hombres de Will. Ninguno grave.

– Bien -tragó saliva-. ¿Ha muerto alguien?

– Uno de los rebeldes. Yo lo conocía, y también a su padre. Sólo tenía diecisiete años.

Parecía cansado y afligido. A Emma le dio un vuelco el estómago.

– Oh, Dios mío… Ha sido por mi culpa.

– No -dijo él, mirándola-. No ha sido culpa tuya. Nadie tomó en serio a esos chicos que querían jugar a ser hombres. Ni siquiera yo. Pensé que sólo estaban jugando y que acabarían madurando. Todos nos equivocamos. Ahora hay que sacarte de aquí.

Emma se había quedado aturdida al enterarse de que había habido un muerto.

– Soy enfermera. Puedo ayudar.

– Todos estarán bien. Los hombres de Will saben cómo prestar los primeros auxilios. Es muy concienzudo. Por eso lo contraté.

Puso el camión en marcha. Emma miró al vacío e intentó asimilar lo que había ocurrido en las últimas horas.

– Siento que me apresaran -dijo-. No quería causar problemas.

– La culpa es mía. No debería haberte permitido venir aquí. Tendría que haber ignorado las órdenes de mi padre.

– Eso es muy difícil. Es el rey. Reyhan agarró el volante con más fuerza.

– Mi padre presupone demasiado y juega con todos nosotros. Este juego podría haberte costado la vida. Jamás podré perdonarlo.

La vehemencia de sus palabras la sorprendió.

– Reyhan, él no lo sabía. Ninguno de nosotros lo sabía.

– Cierto. Pero era una posibilidad. Se comportaba como si ella le importase, no como el hombre que estaba impaciente por divorciarse. Pero estaba demasiado cansada como para pensar.

– Cierra los ojos y duerme un poco -le dijo él.

– No. Quiero permanecer despierta y hacerte compañía durante todo el trayecto -insistió ella. La tormenta se arremolinaba en torno a ellos y hacía casi imposible la visibilidad.

– Conozco el camino.

Emma lo creyó. Aquélla era su tierra, su desierto. Se apoyó contra la puerta y dejó que los ojos se le cerraran. Tal vez se relajara durante unos minutos.

No supo cuánto tiempo permaneció dormida, pero un espeluznante estruendo la despertó de golpe. El camión estaba detenido en lo que parecía la falda de una montaña.

Por un segundo estuvo desorientada, mirando frenética a su alrededor. Entonces vio a Reyhan desplomado sobre el volante y recordó dónde estaba.

¿Se habían salido de la carretera? ¿Por qué Reyhan había conducido entre las rocas? Se desabrochó el cinturón y se inclinó hacia Reyhan para echarlo hacia atrás en el asiento.

– Reyhan -lo llamó, llena de pánico-. ¿Puedes oírme?

Él no respondió.

¿Por qué estaba inconsciente? Empezó a examinarlo en busca de heridas. Primero los hombros, luego los brazos. Deslizó una mano por el costado y la llevó a la espalda, donde sintió humedad. La sangre le cubrió la mano derecha.

– ¡No! -exclamó, angustiada y aterrorizada. El líquido espeso le dijo que llevaba sangrando durante algún rato. La realidad la golpeó con fuerza-. Te han disparado -murmuró sin aliento-. Oh, Dios mío. No puede ser.

Miró a su alrededor. Tenía que llevarlo a algún sitio para examinarlo. Quizá en la parte trasera del camión. Pero sin un botiquín de primeros auxilios, ¿qué podría hacer? Ni siquiera sabía dónde estaban.

Reyhan se movió ligeramente y gimió.

– ¿Reyhan? ¿Puedes oírme? Te han disparado.

Él abrió los ojos.

– No es nada.

– Estás sangrando y te has desmayado.

Él parpadeó unas cuantas veces y miró al frente.

– Estamos en las cuevas.

– Sí, prácticamente estamos dentro de ellas – miró el frontal del vehículo, completamente destrozado- No creo que esto vuelva a andar. ¿Estamos cerca del campamento?

El negó con la cabeza y volvió a gemir.

– Estamos en el Palacio del Desierto. La casa de mi tía. A través de las cuevas. Tenemos que atravesar las cuevas.

Emma no estaba segura de si estaba delirando. Pero si había una casa cerca, tal vez pudiera conseguir ayuda. Salió del camión. La tormenta había amainado un poco, lo suficiente para permitirle ver los alrededores. Estaban en una especie de pequeño cañón, y el camión se había estrellado contra una pared de roca. A la derecha se veía una cueva.

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