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Susan Mallery: El jeque enamorado

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Susan Mallery El jeque enamorado

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Gracias a Dios no estaba embarazada… ¡pero estaba casada! Al menos eso era lo que afirmaba aquel hombre, el mismo del que se había enamorado en la universidad… que también aseguraba ser un príncipe del desierto. De acuerdo, habían celebrado una falsa ceremonia y habían pasado la luna de miel en el Caribe, pero era todo de mentira… ¿o no? El padre del príncipe Reyhan insistía en que ya era hora de que su hijo se casara, pero había un pequeño problema… Reyhan ya estaba casado con Emma. Así que el rey ordenó a su nuera, que se fuera de viaje mientras él ultimaba la anulación… no sospechaba que los había enviado al paraíso, el lugar ideal para el amor.

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Se giró lentamente y no vio nada. Ni una carretera, ni un edificio, ni un atisbo de vida. Estaban solos en mitad de la nada.

El miedo volvió con toda su fuerza, pero acompañado con una férrea convicción: no permitiría que Reyhan muriese. No podía. Tal vez él no la quisiera, pero ella lo amaba.

Se acercó a la entrada de la cueva. Era inmensa, tan alta como un edificio de dos pisos.

Entonces vio que a la derecha había una pequeña arca. La abrió y encontró linternas, pilas, agua, comida y un botiquín. Cuando se giró hacia el camión soltó un grito. Reyhan estaba apoyado contra las rocas, en la entrada de la cueva. Estaba pálido, temblando y sangraba abundantemente.

– ¿Qué estás haciendo? -preguntó ella, corriendo hacia él-. No te muevas. No puedes perder más sangre.

– Son casi cinco kilómetros de camino -dijo él, señalando el interior de la cueva-. Tendrás que meter el camión en la cueva y ayudarme a caminar.

– No vas a recorrer cinco kilómetros a pie -replicó tila-. Acamparemos aquí hasta que llegue la ayuda.

– Tardarán mucho en llegar, y no tenemos suficientes provisiones.

Emma miró la comida y el agua disponibles y vio que Reyhan tenía razón. En el camión sólo había raciones de emergencia, nada más.

– Cada cosa a su tiempo -dijo-. Tengo que vendarte esa herida. Luego, veremos cómo puedes moverte.

– Tenemos que ponernos en marcha antes de que oscurezca -dijo él-. No tenemos mucho tiempo.

Capítulo 13

Consciente del poco tiempo que tenían, Emma trabajó deprisa. Sacó las provisiones del camión y encontró una manta doblaba en el fondo. Una vez que lo tuvo todo dispuesto, ayudó a Reyhan a sentarse.

Le quitó la túnica sin mucha dificultad y vio la camisa manchada de sangre aferrada a su torso. Reyhan apenas se quejó cuando ella le quitó el algodón empapado para examinarle la herida.

La bala le había traspasado la carne. No había modo de saber si algún órgano vital había sido dañado, aunque en ese caso ella no podría hacer nada.

Estaba asustada y nerviosa, y tenía el presentimiento de que sólo dependerían de ellos mismos hasta que encontraran un modo de pedir ayuda, así que se concentró en atender a Reyhan lo mejor que podía, agradeciendo las largas horas que había pasado en Urgencias en el hospital de Dallas. Cuando acabó, se agachó frente a Reyhan le acarició el pelo, empapado en sudor.

– Listo -susurró-. Ahora no debería dolerte tanto.

– Estoy bien.

Emma lo dudó, pero no podía hacer nada. En el botiquín había muchas vendas y antisépticos, pero no calmantes.

– ¿Hay algún móvil que pueda usar? -preguntó-. ¿Puedo llamar para pedir ayuda?

– En el Palacio del Desierto -respondió él entre dientes. Aspiró hondo y se dispuso a levantarse, pero ella lo agarró del brazo.

– No puedes moverte. Nos quedaremos aquí.

– No. Nos iremos ahora. No hay tiempo.

Emma miró al exterior de la cueva y calculó que sólo quedaban dos horas de luz. Si se movían deprisa, tal vez llegaran al palacio antes de que oscureciera. Pero no era seguro.

– Deberíamos esperar hasta mañana.

– No te imaginas lo que vaga por el desierto de noche -dijo él, mirándola.

Aquello bastó para convencerla. Emma hizo acopio de las provisiones y las puso en la manta, con la que hizo una especie de honda. Hizo que los dos bebieran agua y luego ayudó a Reyhan a levantarse.

Entonces fue al camión y, sorprendentemente, consiguió arrancarlo. Lo condujo con cuidado hacia la cueva, donde el motor renqueó y volvió a apagarse, esa vez sin remedio. No había manera de encontrar el campamento con el camión.

Tomó una de las linternas y le dio la otra a Reyhan. Se colocó junto a su costado herido y recibió todo el peso que pudo de su cuerpo.

Fue una marcha lenta y difícil. Emma no quería pensar en cuándo debía de estar sufriendo Reyhan ni en lo débil que debía de sentirse. Pero él no se quejó ni ralentizó el paso. Se movía a un ritmo constante, mientras iban girando en los recovecos de la cueva y adentrándose cada vez más en la montaña, siguiendo una dirección que sólo él conocía.

Sería muy fácil perderse, pensó Emma con temor mientras giraban en otra bifurcación del camino. Pero a pesar de la distancia que habían recorrido, no descendían a las profundidades de la tierra, porque aún se filtraba la luz entre las rocas, aunque cada vez más débil y tenue.

– Ya casi hemos llegado -dijo él con voz baja y áspera.

Ella lo detuvo y lo hizo apoyarse contra la pared.

– Bebe un poco de agua. Estás deshidratado. Él aceptó el agua y bebió. Su disposición a escucharla le dijo a Emma lo grave que era su herida.

Reanudaron la marcha, y veinte minutos después Reyhan volvió a hablar.

– Hay un teléfono vía satélite en el despacho del palacio. Búscalo esta noche y sácalo al patio mañana. Hay una placa fotoeléctrica. Tardará doce horas en cargarse.

¿Doce horas? Eso significaba que no podría pedir ayuda hasta el día siguiente por la noche. ¿Y si Reyhan se desangraba mientras tanto? ¿Y si la bala había traspasado los intestinos, o el bazo, o…?

Él camino se hizo borroso y Emma se dio cuenta de que estaba llorando. Apartó las lágrimas e hizo lo posible por ignorar el pánico. Habían llegado hasta allí. Podría conseguir ayuda. Cualquier obstáculo sería superado. Se aseguraría de que los dos sobrevivieran. No había llegado tan lejos y había descubierto que amaba a Reyhan sólo para perderlo ahora.

Casi media hora más tarde, el sol se había ocultado por completo. Pronto no se vería nada, salvo la luz de las linternas. A Emma le dolía el cuerpo por ir sosteniendo a Reyhan. Estaba cansada, hambrienta y sedienta. Pero si ella se sentía más, él debía de sentirse mil veces peor.

Estaba a punto de preguntarle cuánto quedaba cuando él se detuvo.

– Ahí.

Emma escudriñó las sombras y vio lo que parecía una sólida pared de piedra.

– No hay salida -dijo ella, intentando reprimir el miedo y la resignación.

Él la miró y arqueó las cejas.

– No te creas todo lo que ves. Ponte delante de la pared.

Ella lo dejó apoyado contra las rocas y se acercó a la pared. Puso una mano en la piedra.

– Es fría y sólida.

– Los ladrillos forman una cuadrícula -dijo él-. Cuenta tres filas de arriba abajo y cinco columnas de izquierda a derecha. Y presiona con fuerza.

Emma parpadeó en la oscuridad e hizo lo que le ordenaba. La piedra se movió. El corazón casi se le salió del pecho.

– ¡Funciona!

– Pues claro que funciona -dijo él, y le dio la siguiente instrucción.

Después de presionar ocho piedras más, se oyó un clic y la pared se giró como una puerta bien engrasada. El suelo se inclinó lentamente, pasando de roca escabrosa a piedra pulida.

– Ya hemos llegado -dijo él, y entró en el palacio.

Emma lo siguió. Reyhan mantuvo el equilibrio presionando una mano contra la pared y sosteniendo la linterna con la otra. Al final de la rampa, entraron en lo que parecía un sótano o una bodega. Reyhan accionó un resorte y la puerta de piedra volvió a cerrarse.

– Hay un pequeño tramo de escaleras -dijo-. En la planta principal hay varios dormitorios, la cocina y el despacho. Encontrarás el teléfono allí.

Sin apenas cojear, se dirigió hacia las escaleras que se veían en un extremo. Emma se sorprendió. Era como si el Palacio del Desierto le diera fuerzas a Reyhan.

– ¿Hay comida y agua? -le preguntó.

– Sí -respondió él-. Sólo son productos de primera necesidad, pero el agua potable nunca escasea. Hay un manantial subterráneo.

Empezó a subir lentamente la escalera. Emma vio cómo la sangre se filtraba por la venda y puso una mueca de dolor.

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