Susan Mallery - El jeque enamorado

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Gracias a Dios no estaba embarazada… ¡pero estaba casada!
Al menos eso era lo que afirmaba aquel hombre, el mismo del que se había enamorado en la universidad… que también aseguraba ser un príncipe del desierto. De acuerdo, habían celebrado una falsa ceremonia y habían pasado la luna de miel en el Caribe, pero era todo de mentira… ¿o no?
El padre del príncipe Reyhan insistía en que ya era hora de que su hijo se casara, pero había un pequeño problema… Reyhan ya estaba casado con Emma. Así que el rey ordenó a su nuera, que se fuera de viaje mientras él ultimaba la anulación… no sospechaba que los había enviado al paraíso, el lugar ideal para el amor.

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– Tus intentos por jugar a ser hombre me han costado lo más preciado que tengo. Pagarás por ello, y también toda tu familia. Esta deuda sangrará durante generaciones.

– Lo siento -susurró Fadl entre sollozos.

Reyhan salió de la sala. Necesitaba moverse, actuar, hacer algo. Pero sólo podía esperar a recibir información. En la central de seguridad, una docena de hombres hacían llamadas y trabajaban con los ordenadores. Will se acercó a él.

– Los refuerzos llegarán dentro de una hora. Las tropas vienen de El Bahar y de la Ciudad de los Ladrones. Tengo a mi mejor informático trabajando en un virus especial. Consiste en mostrar la cantidad del rescate en la cuenta de destino, pero sólo durante noventa minutos. Pasado ese tiempo, el dinero desaparece de la cuenta.

– Eso no nos da mucho tiempo para rescatar a Emma -dijo Reyhan, que pagaría lo que fuera con tal de recuperar a su mujer.

– Prepararemos el cambio para que sea cara a cara. Cuando veamos a Emma, haremos la transferencia. Ellos verán el dinero en la cuenta y soltarán a Emma. La operación sólo debería llevar cinco minutos. Tendremos los ochenta y cinco restantes para escapar.

– Adelante -dijo Reyhan.

– En cuanto nos digan cuánto quieren, haremos…

Un joven uniformado se acercó corriendo.

– Señor, ya está. Quieren sesenta millones de euros. Han dado el número de la cuenta. Will miró a Reyhan, quien asintió.

– Vamos allá. El joven tragó saliva.

– Hay algo más, señor. Una tormenta. Hace una hora no parecía gran cosa, pero ahora…

– ¿Una tormenta de arena? -preguntó Reyhan, sintiendo una punzada en el pecho.

– Así es, señor. Y tiene muy mal aspecto.

– Los helicópteros no podrán volar -le dijo Reyhan a Will. Lo que significaba que los refuerzos no llegarían a tiempo.

– Podemos retrasar el encuentro -sugirió el joven-. Explicarles que hace falta tiempo para reunir esa cantidad de dinero y…

– ¡No! -Exclamó Reyhan-. Mi mujer no se quedará con ellos un segundo más de lo necesario. ¿Entendido?

– Sí, señor. Por supuesto -dijo el joven, y se es esfumó rápidamente.

Will sacudió la cabeza.

– Será más arriesgado sin los refuerzos, pero aun así podremos hacerlo.

– No tenemos elección. Si es necesario, yo mismo lucharé contra ellos.

El hombre del tatuaje, que resultó llamarse Billy, sacó a Emma del camión.

– Parece que hoy también es tu día de suerte, cariño -le dijo-. Tu marido va a pagar. Sesenta millones, de euros. No está mal para el trabajo de una sola tarde.

Emma se quedó atónita. ¿Sesenta millones de euros? Era una locura. No podía imaginar tanto dinero junto. Reyhan no podría pagarlo. Sólo de pensarlo se le revolvía el estómago.

– Pareces sorprendida -dijo Billy-. No lo estés. Esos príncipes no soportan que otros hombres tengan a sus mujeres. Pensé que intentaría negociar conmigo, pero no lo ha hecho. Y yo no voy a quejarme, claro está. Eso son veinte millones para cada uno.

Emma pasó la vista por el campamento. El cielo se había nublado y el aire parecía espeso y enrarecido, pero consiguió distinguir a casi dos docenas de hombres.

– Sé lo que estás pensando -dijo Billy-. Somos más de tres. Pero verás, éstos no son mis hombres. Son los chicos que nos contrataron. Los que se han rajado. Así que me dije: «que los zurzan». Mis hombres y yo habremos desaparecido con el dinero mientras estos estúpidos cargan con la culpa. Un plan estupendo, ¿eh?

Ella asintió y se preguntó cómo podría pasarle la información a Reyhan.

– Espera -dijo él, y le quitó la mordaza-. ¿Mejor?

Emma asintió mientras tomaba aire. Tenía la boca demasiado seca para hablar.

– Va a haber tormenta -dijo Billy mirando al cielo-. Estupendo para nosotros, malo para ellos. Seguro que habrán pedido ayuda, pero no podrán recibirla en medio de una tormenta de arena. Vamos, princesa. Tu montura está lista.

Emma lo siguió. Mientras caminaba, intentó calcular el tiempo que había estado en el camión. Tres horas como mucho. No había forma de saberlo por el sol, pues estaba cubierto por las nubes. Además, el aire estaba tan lleno de arena que costaba respirar.

¿Debería intentar escapar? Si Reyhan había hecho un trato, tal vez fuera mejor seguir adelante con el plan. Pero quería avisarlo de que los jóvenes que habían capturado no tenían nada que ver con aquello.

– Estate preparado -le dijo Reyhan a Will-. Si las cosas salen mal y no podemos escapar a tiempo, tendremos que luchar.

– Entendido -respondió Will, palpándole la pistola-. Mis hombres están preparados.

Reyhan también iba armado y decidido. Había dado instrucciones precisas de que nadie hiciera nada hasta que él tuviese a Emma en sus brazos.

– ¿Tu equipo está en posición?

– Estarán apostados detrás de los camiones. Cuándo la tormenta se levante, enviaremos un contingente armado a apresarlos -sonrió-. No se darán cuenta ni de quién los ataca.

– Muy bien.

El primer instinto de Reyhan era castigar inmediatamente a los hombres, pero tenía que pensar en Emma. Ponerla a salvo era su mayor preocupación. Los bastardos que la habían apresado serían llevados ante la justicia. No descansaría hasta que así fuera.

Consultó la hora y se subió al Jeep descapotable. El vehículo apenas ofrecía protección contra la tormenta creciente.

– Es la hora -gritó contra el viento.

Will arrancó y se internaron en el desierto.

Emma miró con ojos entornados a través del parabrisas. No podía ver nada. La arena lo cubría todo.

– ¿Cómo sabes adonde te diriges? -le preguntó a Billy.

El le dio un golpecito a la brújula del salpicadero.

– Encontraré el lugar de la cita. No te preocupes, princesa.

Emma no estaba preocupada. No por ella misma. ¿Tenían Billy y sus hombres la menor idea del peligro que corrían? Reyhan no iba simplemente a pagarles el dinero, y si Billy pensaba que sí, era un idiota.

Sus dos compañeros iban en otro camión tras ellos, y más atrás iban los jóvenes rebeldes. La visibilidad se había reducido a unos cientos de metros, y la carretera estaba cubierta de arena y escombros. Emma escudriñó el exterior y creyó ver un promontorio rocoso en la distancia.

– Ahí está -dijo Billy, deteniendo el camión. Sacó las llaves del contacto y se las metió en el bolsillo-. Voy a dejarte aquí, princesa. Dime que no eres tan estúpida como para intentar escapar en esta tormenta.

– Me quedaré aquí -prometió ella, sabiendo que eso haría. Echar a correr ahora sería un suicidio.

Billy desapareció en la tormenta de arena y Emma esperó, intentando ser paciente y convencida de que Reyhan estaba cerca. Ansiaba correr hacia él, pero no podía suponerle una distracción. Seguramente Reyhan tenía un plan, y ella no quería estropearlo.

Después de lo que pareció una eternidad, aunque no debían de haber pasado más de diez o quince minutos, Billy abrió la puerta del camión.

– Es la hora de la función -dijo, sacando un cuchillo.

Le cortó las cuerdas de las muñecas, pero cuando ella intentó mover los brazos sintió un dolor terrible. Se obligó a ignorarlo y flexionó los brazos hasta moverlos con facilidad.

Vio que los dos compañeros de Billy estaban tras él. También ellos tenían un aspecto escalofriante, con sus cabezas casi rapadas y armados hasta los dientes.

– Baja -le ordenó Billy.

Ella pisó la tierra y entonces se dio cuenta de que sus captores eran el menor de sus problemas. La arena la atacaba como una bestia hambrienta. No podía ver, ni respirar ni apenas moverse. Agradeciendo la cantidad de ropa que cubría su cuerpo, se puso la capucha y tiró de los bordes para protegerse la nariz y la boca. Tras andar un trecho, se detuvieron y ella pudo ver a Reyhan.

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