Susan Mallery
El jeque enamorado
Título de la novela (Año): El jeque enamorado (2005)
Título Original: The sheikh & the princess in waiting
Serie: Príncipes del desierto
Tras un largo día de trabajo en la sala de parto, Emma Kennedy estaba lista para pasar la tarde con los pies en alto frente al televisor y un gran cuenco de helado. Sí, seguramente tomaría algo decente para cenar, pero el helado era una necesidad en un día como aquél.
Después de una mañana tranquila, cuatro mujeres parecían haberse puesto de acuerdo para dar a luz al mediodía. Una era una adolescente aterrorizada, y Emma se había quedado con ella todo el tiempo posible. A sus veinticuatro años era la enfermera más joven, aunque con una experiencia muy distinta a la de aquella joven con tatuajes y piercings que todo lo había aprendido en las calles.
Abrió el buzón, sacó la factura del teléfono y un cupón de descuento para Dillard's y se dirigió hacia su apartamento. Estaba cansada, pero satisfecha. Había sido un buen día. Una de las cosas que más le gustaba de su trabajo era ver la felicidad que experimentaban las madres cuando sus hijos nacían. Formar parte de ese proceso, incluso quedándose al margen, era todo el agradecimiento que necesitaba. Y cuando pensaba en ello…
Se detuvo bruscamente en el vestíbulo. Dos hombres con trajes oscuros estaban junto a su puerta. Los dos parecían respetables, con pulcros cortes de pelo y zapatos brillantes, pero sin duda estaban acechando.
Emma había recibido clases de defensa personal, pero no creía que le sirvieran de mucho contra dos hombres altos y fuertes. Miró a ambos lados y calculó la distancia que había hasta el vecino más próximo. ¿Cuánto tiempo le llevaría correr hasta el coche, y qué ocurriría si gritaba?
Entonces uno de los hombres levantó la mirada y la vio.
– ¿Señorita Kennedy? Soy Alex Dunnard, del Departamento de Estado. Éste es mi socio, Jack Sanders. ¿Puede concedernos unos minutos?
Mientras hablaba, sacó su identificación y lo mismo hizo su compañero.
Emma abandonó la idea de escapar y se acercó a la puerta. Las fotos eran de los hombres y las placas parecían oficiales, pero ella nunca había visto una placa del Departamento de Estado, así que no podía notar las diferencias.
Alex Dunnard se guardó su identificación en el bolsillo de la chaqueta y sonrió.
– Tenemos asuntos oficiales que discutir con usted. ¿Podemos entrar o se sentiría más cómoda si vamos a la cafetería de la esquina?
Emma sabía que ninguna de las dos opciones le evitaría tener que hablar con ellos. Pero aquello era una locura. ¿Qué podía querer de ella el Departamento de Estado?
Los miró de arriba abajo y decidió dejarlos pasar. El barrio de Dallas en el que vivía era tranquilo y normal. Esos hombres se habían equivocado de persona, sin duda. Y se irían en cuanto advirtieran su error.
– Vamos -dijo, metiendo la llave en la cerradura.
Los dos hombres la siguieron al minúsculo salón. Ya había oscurecido, así que Emma encendió varias lámparas y les indicó el sofá, sentándose ella en el sillón opuesto. Al dejar el bolso en el suelo, vio varias manchas en su camisa. Gajes del oficio, se recordó.
Alex se sentó en el borde del sofá, mientras que el otro caballero permaneció de pie junto a la puerta corredera de cristal.
– Señorita Kennedy, estamos aquí por encargo del rey de Bahania…
– ¿El rey de Bahania ha dicho? -lo interrumpió ella, alzando una mano.
– Sí, señorita. Se puso en contacto con el Departamento de Estado y nos pidió que la localizáramos para transmitirle una invitación oficial para visitar su país.
Emma se echó a reír, sin creerse una palabra.
– ¿Venden ustedes algo? Porque si es así, me temo que están perdiendo el tiempo.
– No, señorita. Somos del Departamento de Estado y estamos aquí por…
– Sí, ya lo sé. Por deseo del rey de Bahania. Pero se han equivocado de persona. Seguro que se trata de otra Emma Kennedy a la que quiere ver su alteza real.
Echó un vistazo a su modesto apartamento. Necesitaba dinero para pagar sus préstamos de estudios, así como ruedas nuevas para su viejo coche. En su próxima vida tendría que ser rica, ya que en ésta sólo era una mujer soltera con dificultad para pagar las facturas.
Alex sacó un pedazo de papel del bolsillo de su chaqueta.
– «Emma Kennedy» -leyó, y enumeró su fecha y lugar de nacimiento, los nombres de sus padres y el número de su pasaporte.
– Espere un momento -dijo ella. Se levantó y entró en su dormitorio.
Su pasaporte estaba al fondo del cajón de los calcetines. Lo sacó y volvió al salón, donde le pidió a Alex que volviera a leerle el número. Coincidía.
– Esto es increíble -murmuró-. Mire, no conozco al rey de Bahania. Ni siquiera sabría localizar Bahania en el mapa. Tiene que haber un error. ¿Qué podría querer ese rey de mí?
– Usted va a ser su invitada durante las próximas dos semanas -dijo Alex. Se puso en pie y sonrió-. Hay un jet privado esperando para llevarla a su país, señorita Kennedy. Bahania es un aliado muy poderoso en Oriente Medio. Junto a su vecino, El Bahar, está considerado como la Suiza de la región. Son países muy desarrollados que ofrecen un refugio de paz y estabilidad económica en una de las zonas más conflictivas del mundo. Además proporcionan un gran porcentaje del petróleo que importamos.
Emma apenas había estudiado nada de ciencias políticas, pero no era estúpida y captó el mensaje. Cuando el rey de Bahania invitaba a una joven enfermera de Texas a que pasara dos semanas de vacaciones en su país, el gobierno de Estados Unidos esperaba de ella que aceptase la invitación sin dudarlo.
¿Estaba siendo raptada?
– No pueden obligarme a ir -dijo, más para oír las palabras que porque las creyera. Tenía el presentimiento de que Alex y su compañero podían obligarla a lo que fuese.
– Tiene razón. No podernos obligarla a aceptar la invitación. Sin embargo, su país le estaría muy agradecido si considerara su oferta -sonrió-. Estará completamente segura, señorita Kennedy. El rey es un hombre honorable. No va a tenerla encerrada en un harén.
– Ni siquiera se me había pasado esa idea por la cabeza -declaró ella con vehemencia, aunque no del todo sincera.
¿Un harén? Eso era imposible. Los hombres no la encontraban especialmente atractiva, y ella… bueno, hacía lo posible por evitar los asuntos del corazón. Se había enamorado una vez y resultó ser un completo desastre.
– Se trata de un gran honor -dijo Alex-. Siendo la invitada personal del rey, se alojará en el famoso palacio rosa. Es algo extraordinario.
Emma volvió al sillón y se sentó.
– ¿Podemos detenernos por un segundo y reflexionar sobre la situación? Soy enfermera. Asisto partos para ganarme la vida. A menos que el rey tenga una esposa embarazada, ¿por qué iba a estar interesado en mí? Supongo que si saben el número de mi pasaporte, también sabrán que sólo he salido una vez del país, y fue hace seis años. Llevo una vida bastante tranquila y aburrida. Les repito que se han equivocado de persona.
– Dos semanas, señorita Kennedy -insistió Alex, sin perder un ápice de su buen humor-. ¿Le parece que es pedir demasiado? Las enfermeras voluntarias del ejército dedican mucho más tiempo.
Oh, maldito fuera. Quería hacerla sentirse culpable. Y eso no le gustaba nada a Emma. Sus padres habían sido expertos en inculcarle remordimientos.
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