Su hermana no hizo el menor caso.
– ¿Por qué me lo habrá pedido? -se preguntó, en voz alta-. ¿Es que el sexo forma parte del acuerdo matrimonial?
Alexa, que seguía jugando con el teléfono móvil, miró a Alissa con una mezcla de sarcasmo y asombro.
– Piensa lo que estás diciendo, hermana. Vas a casarte con él. Y cuando la gente se casa, mantiene relaciones sexuales.
– Yo pensaba que el acuerdo consistía en otra cosa, que sólo tenía que acompañarlo a sus actos sociales y cosas así.
– No es posible que seas tan ingenua. Es obvio que querrá que lo acompañes a esos actos y que te comportes como una esposa feliz, pero eso no tiene nada que ver… Sin embargo, supongo que en lo que pase entre vosotros, en la intimidad de vuestro dormitorio, podrás elegir.
– ¿Insinúas entonces que no estoy obligada a acostarme con él?
– Por supuesto que no lo estas. ¿Por quién me has tomado? -preguntó Alexa-. Pero si pones a una mujer y a un hombre atractivo en la misma habitación, la naturaleza suele seguir su curso -observó.
Al ver que Alissa no decía nada, su hermana la miró fijamente y comprendió lo que sucedía.
– No puede ser ¡No me digas que sigues siendo virgen!
Alissa se ruborizó.
– Bueno, ¿qué tiene eso de malo? -dijo a la defensiva-. Es que todavía no he conocido a la persona adecuada…
– Me parece increíble que tú y yo seamos hermanas gemelas. Somos completamente distintas -declaró, frustrada-. ¿Por qué te da miedo el sexo? No me extraña que estés sola. Ningún chico con dos dedos de frente se acercaría a ti, Alissa… Esto va a ser un desastre. No va a funcionar.
– ¿Qué quieres decir?
– Que tú no puedes ser la esposa de Sergei. No tienes ni la actitud ni el carácter necesario para ello. Y como no puedo devolverle el dinero, no tendré más remedio que abortar -contestó.
Alissa se levantó de la silla, horrorizada.
– No puedes hacer eso -dijo.
– ¿Es que tengo otra opción? O te casas con él o tendré que abortar y acatar el contrato que firmé.
– Pero me voy a casar con él.
Alexa la miró con enfado.
– ¿Casarte con él? Si te asusta hasta la menor tontería… hasta tienes miedo de hacer el amor con tu futuro esposo.
– Yo no diría que acostarme con un desconocido sea una tontería -se defendió.
– Adelante, sigue insultándome, sigue insinuando que las mujeres que tenemos una vida sexual sana somos una especie de prostitutas -bramó Alexa, indignada con ella-. Sí, es verdad que me he acostado con muchos hombres. ¿Y qué? ¿Crees de verdad que tienes derecho a sentirte superior porque tú no has tenido el valor de acostarle con ninguno?
– ¡Yo no me siento superior! -protestó.
– Pues si no te sientes superior, será mejor que tomes una decisión rápidamente. ¿Quieres ayudar a mamá? ¿O no?
Alissa consideró cuidadosamente la situación. El día anterior había conocido a Harry, el prometido de Alexa, y le había gustado mucho; era obvio que estaba sinceramente enamorado de ella. Si se negaba a casarse con Sergei y Alexa se veía obligada a romper su compromiso, no se lo perdonaría nunca: además, tendría que abortar y ella no podría ser tía.
Casarse con un desconocido podía ser un error, pero no tenía más remedio. Era la única forma de asegurar la felicidad de su madre y de su propia hermana.
Por fin, respiró a fondo y contestó:
– Por supuesto que quiero ayudar a mamá. Seguiré adelante con esto. Cueste lo que cueste.
Unas horas después de la conversación de Alissa y Alexa, Sergei alcanzó una toalla y salió del cuarto de baño, donde había estado enfriando sus pasiones bajo una ducha helada.
Eran las cuatro de la madrugada y apenas había dormido. Había dado vueltas y más vueltas, tan excitado con el recuerdo de Alissa como un adolescente ávido de relaciones sexuales. Pero eso no le hacía ninguna gracia; de hecho, le desesperaba y le extrañaba a la vez que Alissa Barlett le provocara una reacción física tan intensa.
Encendió el ordenador, frunció el ceño y buscó la fotografía de la que iba a ser su esposa. Curiosamente, la mujer de la imagen era igual que Alissa y, sin embargo, no se parecía nada a ella: en persona, sus rasgos eran más dulces y más redondeados; sus ojos, más brillantes; y su sonrisa, más atractiva. Sólo encontró una explicación: que fuera una fotografía vieja, de una época en la que estaba más delgada. E incluso así, no le hacía justicia.
En cualquier caso, el deseo no cegaba a Sergei Antonovich. Había planeado el matrimonio con detenimiento, para reducir la posibilidad de error al mínimo, pero Alissa Barlett había resultado ser un territorio tan peligroso como desconocido. Se había enfrentado a él en varias ocasiones e incluso se había atrevido a bailar con otro hombre en el club. Ya no estaba seguro de que casarse con ella fuera lo más adecuado. Su relación podía terminar de manera desastrosa.
Consideró la posibilidad de romper el acuerdo, pero la encontraba enormemente atractiva y sabía que encontrar a otra candidata con esa característica, y al mismo tiempo aceptable para su abuela, resultaría complicado. Pensó en todas las mujeres con las que había compartido su cama y le pareció extraño que Alissa hubiera despertado en él un deseo tan intenso, un deseo que no había sentido durante más de una década.
La perspectiva de tenerla era demasiado tentadora para dejarla escapar. Aunque fuera peligroso, se arriesgaría.
Se la imaginó con su vestido negro, recordó sus senos y sus piernas y se excitó al instante. El vestido le quedaba muy bien y le gustaba mucho: pero era muy provocativo y no tuvo ninguna duda de que Yelena no lo habría aprobado. Tendría que llevarla de compras para que llevara ropa más adecuada. Y en poco tiempo, cuando por fin estuvieran juntos y a solas, le pediría que se pusiera el vestido negro y disfrutaría de las delicias que ocultaba.
Definitivamente, se casaría con ella. Un deseo tan potente merecía y exigía satisfacción. Además, estaba dispuesto a sacrificar su libertad para darle el gusto a su abuela, pero no había ningún motivo para que su matrimonio no fuera una experiencia placentera.
Alissa despertó con un sobresalto. El teléfono estaba sonando, así que se sentó en el sofá, donde había pasado una noche francamente incómoda, y miró a su hermana con expresión somnolienta.
– ¡Contesta de una vez, por Dios! -le instó Alexa-. Yo no puedo contestar por ti… Seguro que es él, y es mejor que no sepa que existo.
Alissa contestó la llamada.
– ¿Dígame?
– Quiero llevarte de compras -declaró Sergei sin preliminares-. Pasaré a recogerte a las diez de la mañana.
Eso fue todo. Ni lo pidió ni lo preguntó; se lo ordenó y, acto seguido, cortó la comunicación.
Naturalmente, Alissa le dijo a su hermana lo que opinaba de él.
– ¡Por supuesto que es un mandón! -se burló Alexa-. No ha ganado todo el dinero que tiene siendo un blandengue. Es rico y poderoso. Sabe lo que quiere y cuándo lo quiere.
– Sea como sea, no tengo mucho tiempo. Será mejor que me vista.
Alexa suspiró, irritada.
– Sí, será mejor. Pero tienes tan poco estilo que tendré que acompañarte y echarte una mano.
Mientras Alexa le elegía el vestuario, Alissa notó que su hermana estaba extrañamente tensa.
– ¿Te ocurre algo? -preguntó.
– Me siento como si me estuvieras robando mi vida -contestó Alexa-. Un multimillonario te va a llevar de compras… Esto es increíble. Yo soy quien debería ir con él. No tú.
– Vamos, Alexa, te vas a casar muy pronto con Harry. Él te ama, tú lo amas y vais a tener un hijo maravilloso -le recordó-. Lo de Sergei y yo es una farsa; durará muy poco tiempo.
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