– Lo sé, pero cuando veo una fotografía de Sergei Antonovich, me siento celosa. Y no estoy acostumbrada a sentir celos de ti… ¿Cuántos hombres te han mirado a lo largo de tu vida cuando yo estaba cerca? Ninguno. Yo siempre he sido la gemela guapa, la más popular.
El timbre sonó. Alissa estaba tensa, dolida y desconcertada por la declaración de su hermana: estuvo a punto de responder mal y decirle que podía ocupar su lugar cuando quisiera, pero no podía. Además, era cierto que Alexa siempre había sido la más atractiva de las dos; la más delgada, la más avispada, la elegante, la que atraía a los hombres como la miel a las moscas. Y era tan cierto ahora, en el presente, como lo había sido en el pasado, durante su adolescencia.
Abrió la puerta y Borya la acompañó al coche. Alissa seguía pensando en las palabras de Alexa y en su propia vida sentimental. Sólo se había enamorado una vez, de Peter, el novio de su hermana; pero naturalmente, él no le hizo caso nunca; y por su parte, Alissa se sentía avergonzada y desleal por haberse encaprichado del novio de Alexa.
Más tarde, cuando Alexa empezó a traicionar a Peter con otros hombres, Alissa se lo calló. Podría habérselo dicho y haber aprovechado la circunstancia para conseguir lo que quería, pero el sentimiento de culpa por haberse enamorado precisamente de él le impidió actuar.
Cuando entró en la limusina, Sergei estaba sentado en el asiento de atrás. Parecía más guapo y más grande que nunca. En cuanto lo miró, sintió un revoloteo en el estómago y la boca se le hizo agua.
– Alissa…
Sergei la observó con detenimiento. Parecía irritada y algo deprimida. Se había puesto una faldita corta que le causó algún problema cuando quiso sentarse y unas botas de tacón alto. Estaba impresionante, aunque él volvió a pensar que su forma de vestir era excesivamente atrevida.
– ¿Por qué quieres que vayamos de compras? -preguntó ella.
– Bueno, tienes que probarte el vestido de novia… y he pensado que podríamos aprovechar la ocasión para comprarte un vestuario nuevo.
El comentario de Sergei la sorprendió.
– ¿Un vestuario nuevo? ¿Crees que necesito más ropa?
– Sueles llevar cosas demasiado… reveladoras.
Alissa se ruborizó y se enfadó con Sergei al mismo tiempo, aunque no podía estar más de acuerdo con él. La ropa de Alexa, que ya era bastante atrevida, resultaba mucho más provocativa en ella: al fin y al cabo, tenía más caderas y más pecho. Pero no podía decirle la verdad; no podía confesarle que esa forma de vestir era cosa de su hermana.
– No me mal interpretes -continuó el-. Estás muy sexy, pero preferiría que mi esposa tenga un aspecto algo más comedido cuando estemos en público.
Treinta minutos después, Alissa tuvo que pasar por una de las experiencias más mortificantes de su vida cuando una diseñadora de ropa y sus ayudantes intentaron ajustarle el vestido de novia. Lo habían hecho con las medidas de Alexa.
– Puede que haya engordado un poco -intentó excusarse.
La diseñadora y sus ayudantes la miraron y se quedaron en silencio. Hasta que la primera reaccionó y descargó la tensión.
– No se preocupe. Volveré a tomarle las medidas -dijo.
Roja como un tomate y sintiéndose poco menos que una vaca, Alissa permitió que le tomara las medidas. La diseñadora intentó disimular su sorpresa, pero Alissa notó su cara de estupefacción y angustia cuando vio las cifras de la cinta métrica.
– Descuide, el vestido estará antes de la boda.
Sergei, que estaba leyendo el Financial Times en un sillón, dejó el periódico a un lado y suspiró.
– Está tardando mucho tiempo -comentó él,
– Me temo que habrá que rehacerlo -explicó la modista.
Sergei frunció el ceño, sorprendido.
– ¿Es que has adelgazado?
Alissa se mordió el labio.
– No, he engordado un poco -mintió-. Tendré que ponerme a dieta…
– De ninguna manera, milaya moya -protestó Sergei- No permitiré que estropees ese cuerpo que tienes.
Alissa notó su mirada de deseo, profundamente masculina, cuando él clavó la vista en su escote. Y se puso tan colorada que casi se sorprendió por no empezar a arder como una tea.
Nerviosa y excitada, intentó romper la tensión sexual del ambiente con un comentario jocoso:
– Es que la comida me gusta mucho. Sobre todo el chocolate.
Sergei se llevó una buena sorpresa. Las mujeres no solían confesar en público que la comida les gustaba demasiado.
De vuelta en la limusina, Alissa se preguntó por qué se sentiría tan atraída por Sergei. No encontró la respuesta, pero la atracción era tan intensa que no la podía negar.
Se dirigieron a otra boutique, donde les sirvieron champán y les hicieron un pase de modelos para que ella pudiera elegir. Alissa se probó un vestido rojo y una chaqueta. Le quedaban muy bien y desde luego eran menos atrevidos que la ropa de su hermana.
Contenta con la elección, salió del probador para que Sergei la viera.
– Me encanta -dijo él con humor-. Si le añades algo con pelo, serás una versión femenina y extraordinariamente bella de Santa Claus.
– ¿En Rusia también hay Santa Claus?
– Lo llamamos Ded Moroz, que vendría a significar algo así como Abuelo Escarcha. Llega el día de Año Nuevo, acompañado por una mujer a la que llamamos la Doncella de la Nieve -explicó-. Pero mientras estés conmigo, puedes celebrar las Navidades como quieras. Yo ni siquiera conocía lo de Ded Moroz hasta que me mudé a vivir con mi abuela.
Mientras estés conmigo. Cuando Alissa oyó esa frase, pensó que Sergei lo había dicho para recordarle de un modo sutil que su relación iba a ser breve. Automáticamente, se sintió vulnerable: pero él la miró de los pies a la cabeza con tanta intensidad, que ella sintió un ardor creciente en la zona de la pelvis.
Se probó todo tipo de ropa. La mitad del tiempo, Sergei estaba hablando por teléfono con algún subalterno o socio: pero a pesar de eso, no le quitaba los ojos de encima. Era una sensación maravillosa. Alissa tuvo que resistirse al impulso, cada vez más irresistible, de posar para él y de pavonearse. Él ya no era el hombre con el que se iba a casar por dinero. Empezaba a ser algo muy diferente y mucho más peligroso.
Una hora después, el chófer de la limusina llevó un paquete a Sergei. Alissa salió del probador en ese momento, con un vestido de noche, largo y de color turquesa, que le quedaba maravillosamente.
Sergei la miró y se excitó sin poder evitarlo. La seda que le cubría los pechos era demasiado fina para ocultar sus pezones, que se habían endurecido y parecían dos fresas maduras.
Suspiró y le hizo un gesto para que se acercara a él. Alissa se acercó, pero se detuvo a unos metros.
– Acércate más -le dijo.
Cuando se detuvo ante el sillón, Sergei se levantó, sacó un pañuelo, lo llevó a sus labios y le quitó el carmín.
– Menos es más -murmuró él.
Alissa lo miró con ojos muy abiertos y esperó, completamente excitada, el inevitable beso posterior.
Sergei tomó su boca con la fuerza de un huracán. Su deseo estalló en el interior de Alissa de tal forma que casi se sintió mareada. Pero era insuficiente. Quería más. Hasta la última fibra de su cuerpo ansiaba apretarse contra él.
– Un momento perfecto y en un lugar equivocado, milaya -comentó Sergei, adivinando sus pensamientos.
Alissa sintió una frustración insoportable.
– Anda, abre la boca -continuó él.
– ¿Que abra la boca? -preguntó, sorprendida.
– Sí. No puedes tenerme aquí y ahora, pero puedes tener esto…
Sergei alzó una mano y le llevó un bombón de chocolate a los labios.
Alissa lo saboreó. Estaba tan bueno, que sintió la tentación de cerrar los ojos para saborearlo mejor.
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