Por desgracia para ella, el orgullo era una compañía mucho más fría y solitaria que el amor.
Cuando Alissa volvió del paseo y entró en la casa de su hermana. Alexa la miró con disgusto y preguntó:
– ¿Dónde has estado?
– Estabas dormida cuando me he despertado -respondió-. Todavía tengo que comprar unas cuantas cosas, así que he salido a dar un paseo y…
– ¿A dar un paseo? -dijo con incredulidad-. ¿Vuelas a Rusia esta tarde y todo lo que se te ocurre es salir a dar un estúpido paseo?
Alissa apretó los labios.
– No sé cuánto tiempo estaré afuera -declaró-, pero sé que echaré de menos este lugar.
– Mamá se ha presentado a la hora de comer. ¿Y sabes una cosa? ¡Sabe de dónde has sacado el dinero!
Alissa la miró con horror.
– ¿Cómo se ha enterado?
– Lo ha deducido por su cuenta. Y aunque todo ha sido cosa mía, ahora está convencida de que tiene el dinero gracias a ti. Menos mal que sólo sabe eso: no imagina que tu boda con él es una especie de trabajo.
Alissa gimió.
– Dios mío, ¿qué voy a hacer ahora?
– Yo no me preocuparía mucho. Jenny está encantada con tu futuro marido; además, le he dicho que el dinero te lo dio Sergei por su cuenta, para que hicieras lo que te pareciera oportuno con él.
– Comprendo…
– Como ves, he vuelto a salvarte el pescuezo -ironizó.
Alissa apretó los dientes. A pesar de que su hermana se iba a casar con Harry al día siguiente, se comportaba como si su matrimonio con Sergei fuera una ofensa inadmisible para ella.
– No, querida hermana, no eres tú quien me ha salvado el pescuezo a mí, sino yo quien te lo ha salvado a ti -le recordó-. Fuiste tú quien firmaste ese contrato con mí nombre, sin que yo lo supiera. Fuiste tú quien se metió en un lío. Y ahora soy yo quien me tengo que casar con Sergei.
– ¡Oh, qué gran sacrificio! -se burló Alexa-. ¡Casarse con un hombre absolutamente fascinante, fantásticamente rico e increíblemente generoso con el dinero! ¿Es que te has vuelto loca? No ha dejado de enviarte regalos y ramos de flores todos los días… Muchas mujeres estarían más que encantadas de casarse con él. Pero tú no, claro.
Alissa no quería discutir con su hermana, así que desapareció escaleras arriba. Al parecer, a Alexa le seguía importando más el dinero y la riqueza que su supuesto amor por Harry y el hijo que esperaba.
Sin embargo, en lo de los regalos y las flores tenía razón. Sergei había sido muy generoso con ella, mucho más de lo que su contrato exigía. Ahora era propietaria de un reloj de diamantes, de todo un juego de maletas de diseño y de un anillo con un diamante enorme que volvió loca de celos a Alexa.
Por si eso fuera poco, Sergei la había llamado por teléfono todos los días. Sin embargo, él se limitaba a hablar de sus negocios o de su equipo de fútbol. No hizo el menor comentario, ni una sola vez, sobre la atracción que sentían. Y cuando pasaban a otros asuntos, era para hacerle preguntas que, en lugar de animarla, la aterrorizaban.
– ¿Con cuántos hombres has salido? -le preguntó un día.
– Con uno o dos -acertó a responder-. ¿Y tú? ¿Te has enamorado alguna vez?
– ¿A qué te refieres con lo de enamorarse? ¿A estar obsesionado por una mujer? Si es así… no, nunca me he enamorado -le confesó.
– Entonces, ¿por qué te casaste con tu primera mujer?
– Porque era la mujer más bella que había conocido hasta entonces -respondió él sin dudarlo.
Sus conversaciones telefónicas no sirvieron para que lo conociera mejor. Como mucho, aumentaron la curiosidad de Alissa y convirtieron a Sergei en un personaje mucho más enigmático para ella, en un libro absolutamente cerrado, en un hombre imprevisible.
Necesitaba saber qué le gustaba, qué le enfadaba, qué cosas le hacían feliz. Y sus evasivas la irritaban cada día más.
Cuando llegó la hora de marcharse, se despidió de Alexa y de su madre. Sergei le envió un coche con dos guardaespaldas que la recogió en la puerta de la casa.
Su teléfono móvil sonó durante el trayecto al aeropuerto. Sorprendentemente, era su padre.
– Tu madre me ha dicho que te marchabas esta tarde -le informó-. Estoy en el aeropuerto y necesito hablar contigo.
– ¿En el aeropuerto?
– Sí. Tómate un café conmigo, te lo ruego -respondió Maurice Barlett-. He venido sólo para verle a ti. Hace tanto tiempo que no hablamos…
Unos minutos después, Alissa entró en la cafetería del aeropuerto con un abrigo negro y unas botas nuevas.
Maurice se levantó y se acercó a ella para saludarla, pero los dos guardaespaldas se interpusieron en su camino.
– No os preocupéis -dijo Alissa-. Lo conozco. Os podéis tomar un descanso.
Los guardaespaldas cruzaron una mirada, se encogieron de hombros y se apartaron. Maurice Barlett, un hombre rubio y atractivo que aparentaba mucha menos edad de la que tenía abrazó a su hija con fuerza y desesperación, como si tuviera miedo de perderla.
– Gracias por venir, Alissa. Sabía que tú no podías ser tan dura e inflexible como tu hermana.
– Si pretendes que te perdone por lo que has hecho, olvídalo. No puedo, papá. Es demasiado pronto para eso -le confesó-. Pero a pesar de todo, sigues siendo mi padre.
– Ha pasado tanto tiempo desde la última vez que nos vimos…
Alissa tuvo que contenerse para mantener la calma. El encuentro con su padre la había emocionado tanto, que estaba a punto de romper a llorar.
– Eso no es culpa mía, papá. Nos abandonaste.
– No, eso no es verdad. Yo no os he abandonado. Me separé de tu madre, que es bien distinto -afirmó, sin dejar de abrazarla-. ¿Cómo puedes pensar que os abandonaría? Alexa y tú sois lo que más quiero en este mundo. Los últimos meses han sido un infierno para mí.
Se sentaron a una mesa y pidieron un café, que ella se tomó a toda prisa, haciendo esfuerzos para no llorar.
Su padre la tomó de la mano y le confesó:
– Si te sirve de algo, mi relación con Maggie no va bien.
A Alissa no le sirvió de nada. De hecho, la confesión de su padre sólo sirvió para que se sintiera un poco peor. Le pareció triste que se hubiera separado de su madre para marcharse con otra mujer y que al final acabara solo.
– Sólo tengo unos minutos -le advirtió.
– Y dime… ¿cómo es que te has enamorado de un multimillonario? Si hubiera sido tu hermana, no me extrañaría. Pero tú…
Alissa se alegró de que cambiara de conversación.
– Cosas que pasan -respondió-. Supongo que también sabes que Alexa se va a casar… Harry es un hombre encantador La adora.
– Por su propio bien, espero que además de adorarla, tenga las fuerzas necesarias para soportarla -ironizó-. Alexa es muy obstinada. Me cuesta creer que quiera sentar cabeza y convertirse en esposa y madre.
Alissa miró a su padre con intensidad y dijo, de repente:
– Éramos una familia tan feliz…
En cuanto las palabras salieron de su boca, los ojos se le llenaron de lágrimas. Jamás habría imaginado que la separación de sus padres fuera a resultarle tan dolorosa.
Se levantó de la silla y se despidió.
– Tengo que marcharme, papá.
Su padre la abrazó de nuevo y le dio un beso en la frente.
– Lo siento, lo siento mucho -dijo-. Lo siento con toda mi alma. A veces, no aprecias lo que tienes hasta que lo pierdes.
Alissa se alejó entonces, con los dos guardaespaldas como escolta. Unos meses antes, su padre le había dicho que estaba profundamente enamorado de Maggie Lines y que no podía hacer otra cosa que marcharse con ella: ahora, en cambio, lamentaba su decisión. Pero eso no significaba necesariamente que tuviera intención de volver con Jenny.
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