Lynne Graham
Una Joya en su corona
LA PRECIOSA morena que descansaba envuelta en las sábanas observaba a su amante mientras se vestía. El príncipe Raja al-Somari tenía el cabello negro y unos exóticos ojos de color dorado oscuro. Excepcionalmente guapo y carismático, era una fuerza de la Naturaleza tanto en la cama como fuera de ella.
Chloe, una de las modelos más afamadas del momento, no tenía quejas de su amante. Siempre le habían gustado los hombres ricos y poderosos, y el príncipe de un país rico en petróleo como Najar se correspondía a la perfección con ese perfil. Por eso había sido un gran alivio que la novia del matrimonio que le habían concertado hubiera muerto en un accidente de avión; y aunque le estaban preparando otro, Chloe estaba decidida a conservarlo como amante.
Raja observó de reojo a Chloe acariciar el brazalete de diamantes que acababa de regalarle y sonrió para sí por lo fácil que era satisfacerla. Aunque apenas había podido verla en los últimos meses, Chloe no había montado ninguna escena, ni le había exigido más atención de la que podía darle. Como las demás mujeres occidentales que había conocido durante sus años universitarios en Inglaterra, era sencillo aplacarla con joyas. Un hombre de su apetito sexual necesitaba amantes, pero para él no eran más que un entretenimiento. Como regente del conservador país de Najar, debía disfrutar de su vida sexual con discreción.
Además, Raja tenía muchas otras preocupaciones en la cabeza. El accidente de avión había supuesto un duro golpe para su gente y la del vecino y antiguo enemigo país de Ashur. El futuro de ambos países estaba al borde de la catástrofe. Una guerra de siete años entre el rico Najar y el deprimido Ashur había concluido gracias a la mediación de intermediarios escandinavos, y para añadir un cariz personal al tratado de paz se había concertado un matrimonio entre las dos familias reales. Aunque Raja había vivido casi toda su vida como hombre de negocios antes de servir a su país, había aceptado la boda con la princesa Bariah de Ashur por sentido del deber, a pesar de que ella pasaba de la treintena y a él le faltaban años por alcanzarla. Su país, cuyos intereses ponía por encima de todo, necesitaba alcanzar una paz duradera.
Desafortunadamente, la tragedia del accidente había puesto en crisis el acuerdo. Al haber perdido a su familia real, los oficiales de la corte de Ashur buscaban frenéticamente en el árbol genealógico de la familia una posible sustituta para Bariah como consorte de Raja.
Sonó el móvil y contestó.
– Tienes que venir a casa -dijo su hermano Haroun en tono grave-. Wajid Sulieman, el consejero de la corte de Ashur, está de camino. Sonaba muy animado, así que sospecho que te ha encontrado novia.
Aunque Raja estaba preparado para la noticia, sintió un peso en el pecho.
– Confiemos en nuestra suerte.
– ¡La suerte sería que no encontraran a nadie! -dijo su hermano menor-. ¿Por qué aceptas un matrimonio de conveniencia? No vivimos en la Edad Media.
Raja se mantuvo impasible. Su padre le había enseñado a comportarse como rey y a no mostrar sus sentimientos delante de terceros.
– ¿Algún problema? -preguntó Chloe cuando colgó.
– Tengo que irme.
Ella se levantó y se abrazó a él.
– Creía que íbamos a salir esta noche -susurró coqueta, sonando más desilusionada que exigente. Sabía bien lo que no debía hacer si quería tener contentos a sus amantes.
– Te recompensaré en mi próxima visita -prometió Raja, separándose de ella para continuar vistiéndose.
Aunque se sentía atrapado por el lugar que ocupaba en la vida pública, se negaba a cuestionarse sus circunstancias, así que solo le quedaba confiar en que su futura mujer fuera mínimamente atractiva.
El avión privado lo llevó a Najar en cuestión de horas y su hermano fue a recibirlo al aeropuerto.
– ¡Yo no me casaría con una desconocida! -dijo Haroun, indignado.
– Yo accedo gustosamente por ti -Raja se alegraba de que su hermano pequeño no tuviera que hacer un sacrificio similar-. En este momento nuestro país necesita una vuelta a la tradición.
– Ashur está en bancarrota. ¿Por qué no les ofrecemos una parte de nuestros beneficios petrolíferos a cambio?
– ¡Haroun, cuidado con lo que dices! -le recriminó Raja-. Hasta que la paz sea estable debemos actuar con extrema diplomacia.
– ¿Desde cuándo la verdad es una ofensa digna de castigo? -protestó Haroun-. Aunque hemos ganado la guerra te ves obligado a una alianza con un país que cuando nuestro bisabuelo ya era rey no eran más que un puñado de pastores.
Consciente de que muchos najarís eran de la misma opinión debido a la profunda brecha que la guerra había abierto entre los dos países, Raja se limitó a mirar a su hermano con impaciencia.
– Un joven educado como tú debería tener una visión más sensata.
En el palacio real los esperaba el maduro consejero ashurí y un asistente; ambos parecían contentos.
– Espero no haberlo importunado al solicitar una cita en tan breve plazo, Alteza Real -dijo Wajid, inclinándose. Sin perder tiempo, dejó una carpeta sobre la mesa-. Hemos descubierto que la única posible heredera al trono soltera es la hija del difunto rey Anwar y de una ciudadana británica…
– ¿Británica? -preguntó Haroun, intrigado-. ¿Anwar no fue rey antes que Tamim, el padre de la princesa Bariah?
– Era el hermano mayor de Tamim. Si no recuerdo mal, Anwar se casó más de una vez. ¿Quién era la madre de la dama de que hablamos? -preguntó Raja.
– Una mujer inglesa. El matrimonio duró poco y tras el divorcio, ella se volvió con la niña a su país.
– ¿Cuántos años tiene? -preguntó Haroun con curiosidad.
– Veintiuno. Nunca se ha casado.
– Muy joven. ¿Tiene buen carácter? -preguntó Raja.
– Desde luego -dijo el consejero, irguiéndose.
Raja no pareció convencido. En su experiencia las mujeres interesadas en príncipes solo querían pasarlo bien y recibir joyas.
– ¿Por qué se divorció el rey Anwar de su madre?
– Porque no pudo tener más hijos. Fue un breve matrimonio por amor. El rey tuvo dos hijos con su segunda mujer. Ambos murieron en la guerra.
Raja agachó la cabeza como muestra de respeto por una generación de jóvenes que se había visto diezmada por la cruenta guerra. Si su matrimonio podía lograr que enemigos acérrimos se reconciliaran, era un sacrificio que estaba dispuesto a hacer.
– ¿Cómo se llama?
– Ruby. Cuando la princesa y su madre abandonaron Ashur, la familia real perdió contacto con ella.
Desafortunadamente, la princesa Ruby no ha sido educada para la vida de la corte -al ver el gesto de contrariedad de Raja, añadió-: Pero es joven y aprenderá pronto.
– ¿Tiene una fotografía? -preguntó Haroun.
Wajid sacó una de la carpeta.
– Me temo que se tomó hace años.
Raja estudió la imagen de la joven delgada y rubia que posaba en minifalda delante de la catedral de Ashur. Tenía los rasgos indefinidos de una adolescente y un cabello largo y rubio que Raja encontró fascinante.
Haroun estudió la imagen y dejó escapar un silbido de aprobación.
– ¿Cuándo voy a conocerla? -preguntó Raja tras lanzar una mirada de censura a su hermano.
– En cuanto sea posible, Alteza -dijo Wajid, aliviado con la prontitud con la que Raja había aceptado la propuesta.
– Por favor, Ruby -suplicó Steve, sujetándola por la delgada cintura.
– ¡No! -gritó ella enérgicamente a su novio, apartando sus manos de debajo de su jersey.
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