– ¡Pero yo no quiero heredar el trono! Además, si no me equivoco, en Ashur no puede reinar una mujer -dijo Ruby con impaciencia-. Estoy segura de que hay un hombre preparado para gobernar el país.
Wajid se cuadró de hombros.
– Tiene razón en cuanto a que en nuestro país se prefiere la línea masculina de primogenitura…
– Así que no soy tan importante como insinúa -dijo Ruby.
¿De verdad la había creído tan ignorante de las costumbres de Ashur cuando la vida de su madre había sido destrozada por ellas?
Encontrándose en una incómoda posición que no había previsto, Wajid enrojeció y consideró un error haber subestimado la inteligencia de la princesa.
– Siento contradecirla, pero su importancia es incuestionable. Sin usted, no tendremos rey.
– No comprendo. ¿Qué quiere decir? -preguntó ella, enarcando las cejas.
Wajid vaciló antes de explicar:
– Ashur y Najar deben aliarse por medio de un matrimonio entre las familias reales como condición esencial para firmar la paz.
Ruby tuvo que contener una carcajada al ver con claridad cuál era su importancia real a ojos de aquel testarudo hombre. Solo la necesitaban porque era joven y estaba soltera, y no había ninguna otra candidata.
– No sabía que en Ashur se siguieran concertando matrimonios.
– Solo en la familia real -dijo Wajid-. A veces los padres conocen mejor a sus hijos que ellos mismos.
– Pero yo no tengo padres; y mi padre nunca se dignó a conocerme. Así que, señor Sulieman, está perdiendo su tiempo. No quiero ser princesa ni casarme con un desconocido -poniéndose en pie para dar por concluida la conversación, Ruby casi sintió lástima del emisario-. En estos tiempos no creo que haya muchas jóvenes dispuestas a aceptarlo.
Stella y Ruby siguieron hablando del encuentro rato después de que los visitantes hubieran partido.
– ¿De verdad no sabías que eras princesa? -preguntó Stella.
– Supongo que no quisieron decírselo a mi madre. Su familia actuó como si no existiera.
– Me pregunto cómo es el hombre con el que quieren casarte -dijo Stella con mirada ensoñadora.
– Si es la mitad de cruel que su padre, no me pierdo nada. Mi padre abandonó a mi madre porque no le daba un hijo y supongo que mi futuro marido haría cualquier cosa por convertirse en rey de Ashur.
– Yo no sé si habría reaccionado tan rápidamente como tú en la misma situación. Ser princesa no debe estar tan mal.
– Ashur no tiene nada interesante -dijo Ruby sin poder reprimir la amargura que sentía cada vez que pensaba en el país que la había rechazado a pesar de que el sincero amor que había manifestado Wajid a su patria la había conmovido.
Tras el fin de semana, Ruby volvió al trabajo. El sábado había quedado con Steve y había dado su relación por terminada. Él no se lo había tomado bien y alternaba los mensajes y llamadas suplicantes con los desagradables y violentos. Ruby terminó por ignorarlo, preguntándose qué le habría llevado a salir con él.
– Vuelves locos a los hombres -dijo Stella con un suspiro de envidia cuando llegó un mensaje en el desayuno-. A mí no me importaría que alguien me dedicara tanta atención.
– Ese tipo de atención es irritante -dijo Ruby. Y se mantuvo firme en su determinación.
Aquella tarde, un hombre alto con un brillante cabello negro, entró en la oficina. Quizá fue su traje de corte exquisito y la sensación de que acababa de salir de una revista de moda, pero lo cierto fue que Ruby se descubrió mirándolo embobada. Tenía un algo se removió en su interior al mirar a un hombre.
EL PRÍNCIPE Raja vio a Ruby en cuanto entró en la recepción del bufete. La joven atractiva de la fotografía, se había transformado en una belleza con una rubia melena, ojos dulces y chispeantes y una boca que le hizo pensar en un melocotón maduro.
– ¿Eres Ruby Shakarian? -preguntó el príncipe, a cuya espalda había un hombre corpulento.
– No uso ese apellido -dijo ella, frunciendo el ceño mientras se preguntaba cuántos más emisarios pensaban mandarle antes de darse por vencidos.
– Wajid Sulieman me ha pedido que venga a verte. Shakarian es el nombre de tu familia.
– Estoy trabajando y no tengo tiempo -dijo ella a la vez que estudiaba sus increíbles ojos, las pobladas pestañas y las perfectas cejas, la piel cetrina, los pómulos marcados y los sensuales labios.
El corazón le latió con fuerza y se dio cuenta de que le faltaba el aire, una reacción que la irritó porque se enorgullecía de tener una armadura de indiferencia frente a los hombres.
– ¿No vas a ir a comer? -preguntó uno de sus compañeros de trabajo al pasar a su lado.
– Podríamos almorzar juntos -se apresuró a sugerir Raja.
Desde que su avión había aterrizado aquella fresca mañana de primavera en Yorkshire, el príncipe Raja se sentía como un marciano recién llegado a un extraño planeta. No estaba acostumbrado a ciudades pequeñas, ni a alojarse en hoteles de tercera.
– Si quieres hablarme de la propuesta de Wajid, la respuesta es «no» -dijo Ruby, poniéndose en pie y tomando el bolso sin molestarse en aclarar que siempre comía en casa.
A Raja le hizo gracia haberse hecho una idea equivocada de su altura debido al aspecto esbelto que presentaba en la fotografía, y comprobar que en realidad le llegaba a mitad del pecho.
Ruby se inclinó hacia él para no ser oída por nadie y usando una entonación sarcástica, dijo:
– ¿Tú crees que parezco una princesa?
– No, pareces una diosa -se oyó decir el príncipe antes de censurar sus pensamientos.
– ¿Una diosa? -preguntó Ruby, sorprendida-. Nunca me habían dicho algo así.
Y le dedicó una sonrisa que lo dejó tan consternado, que solo fue capaz de preguntar:
– ¿Almorzamos?
Ruby estaba a punto de rechazar la oferta cuando vio que Steve la esperaba en la puerta, y pensó que si la veía con otro hombre conseguiría quitárselo de encima.
– Está bien -dijo bruscamente, posando una mano sobre el brazo de Raja-, pero antes tengo que ir a casa a sacar a mi perra.
A Raja le tomó por sorpresa el contacto físico porque normalmente la gente no trataba tan familiarmente a un miembro de la familia real.
– De acuerdo -dijo.
– ¿Quién es ese tipo? -preguntó ella con suspicacia. Y su cabello rozó el hombro de Raja que aspiró el perfume a flores frescas que llevaba.
– Uno de mis guardaespaldas -explicó-. Mi coche está esperándonos.
El guardaespaldas se les adelantó y casi chocó con Steve, mientras otro mantenía la puerta abierta para ellos.
– ¿Ruby? -la llamó Steve mirando a Raja con cara de pocos amigos-. ¿Quién es ese hombre?
– No tengo nada más que decirte, Steve.
– ¡Tengo derecho a saberlo! -exclamó él, indignado.
– No tienes ningún derecho sobre mí -dijo ella con exasperación.
En cuanto Steve dio un paso para aproximarse, Raja hizo un gesto casi imperceptible y un guardaespaldas le bloqueó el acceso. Al mismo tiempo, otro de ellos abrió la puerta de la limusina.
– No puedo meterme en un coche con un desconocido -dijo Ruby.
Raja no estaba acostumbrado a que se le tratara con tanta desconfianza, ni a que una mujer rechazara el lujo de una limusina con bar y champán frío, pero se dijo que si aquel malencarado era un ejemplo de los hombres con los que salía era de comprender la baja estima en la que tenía a su sexo.
– Vivo cerca. Prefiero andar hasta casa y que nos encontremos allí -Ruby le dio la dirección y caminó aceleradamente, sin molestarse en volver la cabeza cuando Steve la llamó.
Raja observó la forma en la que la brisa hacía flotar su cabello rubio, golpeando sus pálidas mejillas. Tenía ojos del color del chocolate y el tipo de pestañas que se veían en los personajes de dibujos animados. Con las curvas precisas, su cintura era estrecha y sus piernas finas y bien torneadas. Se preguntó si Steve habría encontrado acomodo entre ellas y ese pensamiento lo sacudió a la vez que el coche pasaba de largo y la perdía de vista. Una mujer con aquel rostro y aquel cuerpo podía hacer que un matrimonio concertado resultara tentador. Tanto, que Raja sintió que la sangre se le aceleraba al tiempo que notaba una presión en la entrepierna.
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