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Lynne Graham: Un Hijo Para El Magnate

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Lynne Graham Un Hijo Para El Magnate

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Sergei Antonovich, multimillonario ruso, era famoso por estar rodeado permanentemente de supermodelos y aspirantes a actrices; pero ninguna de ellas era adecuada para convertirla en su esposa. ¿Podría cumplir el mayor deseo de su abuela y ofrecerle un nieto? ¿Por qué no tratar todo el asunto como si fuera un negocio? Sin emoción alguna; sólo con un contrato de conveniencia que le asegurara lo que quería: una esposa con la que acostarse, de la que disfrutar y a quien dejar embarazada para después… abandonarla.

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– Qué rico está… -murmuró.

Sergei se excitó más sólo con mirarla. Alissa era una mujer terriblemente sensual y despertaba su deseo con una facilidad extraordinaria. Quiso tomarla entre sus brazos y llevarla a algún lugar tranquilo donde pudiera penetrarla y hacerle el amor una y otra vez, hasta satisfacer toda la necesidad que hasta entonces había logrado controlar con grandes dificultades.

Un teléfono sonó en alguna parte. Alissa rompió el hechizo al decir:

– Es el mío.

Uno de los ayudantes de la modista salió del probador y le dio el móvil. Era su hermana.

– Hola, Alexa.

– Escucha con atención. Mamá se ha enterado de que te vas a casar con Sergei. Una de sus amigas le ha llevado una revista en la que han publicado una fotografía vuestra. Se ha quedado atónita…

– Oh, Dios mío -declaró, consternada-. ¿Y qué le has dicho?

– Que conociste a Sergei cuando estabas en Londres, pero que las cosas no salieron bien entonces y que por eso no se lo habías comentado -respondió-. ¿Qué podía decir? Naturalmente, he añadido que os encontrasteis hace poco y que empezasteis a salir otra vez.

– Esto se está complicando por momentos -se lamentó.

– ¿Qué ocurre? -preguntó Sergei al notar su tensión.

– Nada. Mi madre ha visto una fotografía nuestra en una revista y se ha llevado una buena sorpresa-contestó ella.

– ¿Estás hablando con tu madre? Pásamela, por favor -dijo él-. Me encantaría hablar con ella.

Alissa lo sacó de su error, aunque obviamente no le dijo que se trataba de su hermana gemela. Sin embargo, no pudo evitar que Sergei insistiera en el asunto. Cuando por fin cortó la comunicación, tuvo que marcar el número de teléfono de su madre y pasarle el móvil.

Jenny respondió enseguida. Y Alissa se quedó atónita cuando Sergei empezó a hablar con naturalidad absoluta, con un control total de la situación, y se presentó prácticamente como un yerno perfecto que ardía en deseos de conocer en persona a su futura suegra.

Fue tan convincente, que quedaron en que le enviaría un coche de inmediato para que pasara por su casa a recogerla y la llevara a Londres, donde cenarían aquella misma noche.

A continuación, Sergei pasó el teléfono a Alissa.

– Ahora comprendo que lo hayas mantenido en secreto -dijo Jenny Barlett-. Parece que tu prometido es un hombre acostumbrado a salirse siempre con la suya, ¿verdad? Estoy deseando conocerlo.

Poco después, cuando ya había cortado la comunicación, Sergei dijo:

– Creo recordar que tus padres se estaban divorciando.

– Sí -dijo ella, sin más.

No quiso dar más explicaciones; pero la pregunta de Sergei la llevó a preguntarse cuántos años tenía él cuando se marchó a vivir con su abuela y por qué motivo lo habría hecho. Sin embargo, decidió que no era asunto suyo. Sería mejor que mantuviera las distancias con él.

Aquella tarde no volvió al piso de Alexa. Sergei la llevó a su ático, maravillosamente elegante, y la dejó allí porque él tenía que asistir a una reunión en la oficina. Alissa se dedicó a deambular por la casa y admirar las obras de arte antes de cambiarse de ropa y ponerse uno de los vestidos que habían comprado, de color verde. La perspectiva de cenar con su madre y tener que comportarse como si estuviera locamente enamorada de él le disgustaba mucho.

Pero, la situación resultó mucho menos problemática de lo que había imaginado. Sergei tomó el control desde el primer momento y dejó impresionada a Jenny con su seguridad y su aplomo. Sólo surgió un problema, cuando Jenny comentó que Alexa se iba a casar el mismo día que ellos. Al saberlo, Alissa dio por sentado que su hermana había elegido esa fecha para que Sergei no tuviera ocasión de asistir a la boda y conocerla en persona.

– Vaya, qué coincidencia… -dijo Sergei.

– Es un verdadero desastre, porque no podemos estar en dos sitios al mismo tiempo -comentó Jenny-. Además, ya me había comprometido a organizar la boca de Alexa. Y como está embarazada, no la puedo dejar sola…

– Por supuesto que no -se apresuró a decir Alissa-. Pero no te preocupes, mamá. No nos importa que…

– Sé que no te importa -la interrumpió su madre-, pero me gustaría asistir a la boda de mis dos hijas.

– Me temo que los preparativos de la nuestra ya están demasiado avanzados para cambiar de fecha -se disculpó Sergei.

– Se me acaba de ocurrir una solución… -dijo Jenny-. ¿Os importaría casaros juntos, aquí, en Gran Bretaña?

Alissa se quedó sin habla. Si Sergei conocía a Alexa, había muchas posibilidades de que empezara a sospechar.

– Lamentablemente, no es posible -dijo él.

Sergei explicó que se iban a casar en San Petersburgo porque a su abuela, una mujer de edad muy avanzada, le hacía ilusión. Y la pobre mujer, que no había salido de Rusia en toda su vida, tampoco estaba en condiciones físicas de hacer un viaje tan largo.

Alissa pensó que Sergei se lo había inventado sobre la marcha y agradeció que fuera un hombre tan imaginativo. Además, la tristeza de Jenny desapareció enseguida cuando él añadió que podían viajar a Londres al mes siguiente y organizar algún tipo de ceremonia para celebrar su boda con la familia y los amigos de Alissa. La idea le gustó casi tanto como el hombre que la había propuesto. Era evidente que Sergei se había ganado su admiración y su confianza.

Cuando terminaron de cenar, ella optó por volver a casa con su madre. Sergei la miró fijamente, para hacerle saber que su decisión no le había gustado; pero Alissa no tenía intención de quedarse a solas con él en su ático.

Se suponía que su matrimonio era un acuerdo legal y un trabajo, nada más; y si quería que Sergei se mantuviera en esos límites, tendría que marcarle claramente las distancias. Además, no sentía el menor deseo de ir al piso de Alexa, donde la estarían esperando un montón de cajas llenas de ropa cara que sólo contribuirían a aumentar su malhumor.

Jenny ya había entrado en el coche cuando Sergei se acercó a Alissa y dijo:

– Espero volver a verte antes de la boda,

– Lo siento… me gustaría pasar unos días sola antes de viajar a Rusia -declaró ella.

Alissa se encontró con la mirada de aquellos ojos dorados y oscuros y sintió un vacío en la boca del estómago. Eran los ojos más bonitos que había visto nunca. Pero apretó los puños y se apartó de él, muy consciente de los guardaespaldas que los rodeaban.

Sergei alzó un brazo y le apartó un mechón de la frente.

– Lo dices de tal modo que parece muy razonable, milaya -observó-. Pero sabes que no es lo que quiero.

Ella parpadeó con nerviosismo. Podía oír los latidos de su propio corazón y se sentía irremediablemente atraída hacia él. Hasta el sonido de su voz la excitaba y la estremecía.

Pero justo por eso, por la intensidad de su respuesta física, se aferró al orgullo y se resistió a su encanto.

– Sergei, tengo derecho a descansar.

– ¿A descansar?

– Se supone que esto es un trabajo, ¿verdad? Entonces, no puedo estar veinticuatro horas al día a tu disposición -respondió.

Sergei se quedó helado. El comentario de Alissa lo había ofendido y le había recordado que, en efecto, aquello sólo era un trabajo; pero como siempre, su valentía le fascinó. Tendría que ser más convincente y más generoso con ella si quería ganarse su favor

– Creo que no has leído la letra pequeña de nuestro contrato. Desde el momento en que te pongas el anillo de casada, estarás a mi disposición las veinticuatro horas del día -dijo con frialdad.

Sergei se alejó, dejando a Alissa estupefacta, nerviosa, aliviada y arrepentida a la vez. Por una parte, se alegraba por haber sido capaz de resistirse a Sergei, por haber demostrado que no era un juguete y que no se parecía a las mujeres que lo asaltaban en los clubes nocturnos; pero por otra, sentía la necesidad y el deseo de correr hacia él y reclamarle otro beso apasionado.

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