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Lynne Graham: Un Hijo Para El Magnate

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Lynne Graham Un Hijo Para El Magnate

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Sergei Antonovich, multimillonario ruso, era famoso por estar rodeado permanentemente de supermodelos y aspirantes a actrices; pero ninguna de ellas era adecuada para convertirla en su esposa. ¿Podría cumplir el mayor deseo de su abuela y ofrecerle un nieto? ¿Por qué no tratar todo el asunto como si fuera un negocio? Sin emoción alguna; sólo con un contrato de conveniencia que le asegurara lo que quería: una esposa con la que acostarse, de la que disfrutar y a quien dejar embarazada para después… abandonarla.

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Cuando Sergei introdujo la lengua entre sus labios y se los separó para entrar en su boca, Alissa se estremeció de placer. La temperatura de su entrepierna aumentó varios grados. Llevó las manos a su cabello negro y se lo acarició, pero no le pareció suficiente; necesitaba mucho más, necesitaba estar más cerca de él, necesitaba apretarse contra su cuerpo.

– Ya basta, milaya moya -dijo Sergei.

El se apartó y contempló su rubor y su mirada algo perdida con un gesto de satisfacción. Acababa de demostrarle que era una mujer apasionada, y a él le gustaban las mujeres apasionadas. Ya podía imaginar su cuerpo lascivo entre las sábanas de su cama. Por lo visto, tener un hijo con ella iba a ser un proceso mucho más excitante y divertido de lo que había imaginado.

Desorientada, Alissa sacudió la cabeza. No podía creer que se hubiera dejado llevar de ese modo.

– El partido -murmuró él, como si en ese momento sólo importara el fútbol.

Alissa sintió la tentación de alcanzar una de las botellas de la mesa y de golpearle con ella. Después de haberla besado, después de haberla excitado, se apartaba de ella y se ponía a ver un partido.

– Me gustan los hombres que tienen claras sus prioridades -dijo ella con voz exageradamente dulce.

Sergei habría notado el sarcasmo si no hubiera estado acostumbrado a mujeres capaces de hacer cualquier cosa y soportar cualquier cosa con tal de impresionarle y ganarse su atención.

– Te llevaré al club cuando termine el partido -afirmó.

Alissa se ruborizó todavía más y deseó que su equipo perdiera. No sabía qué era más irritante, sí haberse entregado a un hombre al que acababa de conocer o que ese hombre prefiriera el fútbol a besarla. Todo aquello era sorprendente, incluso su propia irritación; sabía que se estaba comportando como una adolescente celosa e insegura.

En cuanto a Sergei, notó que se había enfadado y se enfadó a su vez. Además, su equipo estaba perdiendo; a pesar de todos los millones que había invertido en él, jugaban verdaderamente mal.

Intentó explicarle algunas cosas del juego y se llevó otra sorpresa al descubrir que Alissa padecía de una ignorancia completa en ese aspecto; no conocía ni los términos más populares. Pero eso no fue tan grave como el desinterés que demostró durante sus explicaciones; no hizo el menor esfuerzo por entenderlo, por aprender algo de las cosas que le gustaban, y ese detalle no auguraba nada bueno para el futuro de su relación.

Sin embargo, estaba seguro de que lo satisfaría en la cama. Y también de que podría moldear sus gustos con tanta facilidad como si fueran de cera.

Cuando el partido terminó. Alissa lo acompañó al ascensor.

– Este lugar es enorme -dijo,

– Lo ampliamos para abrir salas privadas. Es un sitio muy popular. Los camareros reciben la formación necesaria para ofrecer el servicio que los rusos esperan -le informó él.

Sergei aprovechó los espejos del interior del ascensor para admirar el cuerpo de ella desde todos los ángulos. Aunque no fuera precisamente alta, sus curvas eran tan perfectas como deliciosamente generosas.

– ¿El club es tuyo? -preguntó ella, sorprendida.

– Sí. No había ningún club en Londres que estuviera a la altura de mis expectativas -respondió.

Alissa no había conocido a un hombre tan seguro de sí mismo en toda su vida. Esperaba lo mejor y no se conformaba con menos; hasta había comprado un club para cambiarlo y sentirse más cómodo en él.

Supuso que un hombre tan exigente habría encontrado inadmisible el fracaso de su primer matrimonio. Pensó que tal vez fuera ése el motivo por el que quería plantear su segundo matrimonio como un negocio, con contrato y condiciones. Pero después se acordó de que el acuerdo sólo contemplaba dos años de vida en común, al cabo de los cuales, se divorciarían.

Si quería casarse otra vez, sería por otra cosa. Y no imaginó por qué.

– Estás muy callada -dijo él cuando el ascensor se abrió.

A partir de ese instante, ya no tuvieron ocasión de hablar. En cuanto entraron en la sala de baile, Sergei se vio rodeado por una nube de mujeres entusiastas. Alissa no había visto nada igual en su vida. La empujaron, se la llevaron por delante y la apartaron para tocarlo, coquetear abiertamente con él y hasta hacerle pasos de baile como si fueran bailarinas intentando convencer de sus habilidades a un director de escena.

Alissa empezó a entender su seguridad. Estaba acostumbrado a ser el centro de atención. Y por su forma de actuar, supo que las habría dejado plantadas a todas, con total tranquilidad, si ése hubiera sido su deseo.

Sergei la llevó hasta una mesa donde ya se encontraba Borya. Los siguieron dos mujeres bellísimas, que no se apartaron en ningún momento de él ni perdieron palabra de lo que decía. Parecía estar en su elemento. Y lo estaba. Para unos, Sergei Antonovich era un mujeriego; para otros, un profundo conocedor de la naturaleza femenina.

A lo largo de los años había aparecido una y otra vez en las portadas de las revistas, siempre en compañía de alguna belleza y siempre en un club de moda, un yate o cualquiera de los edificios impresionantes que poseía en Londres. Sus relaciones amorosas nunca duraban mucho, pero era tan poderoso, que las mujeres se lo rifaban de todas formas.

Sergei miró a su alrededor y se llevó la enésima sorpresa del día al ver que Alissa se había marchado y se había sentado sin más. Era la primera vez que una mujer lo trataba con tanta indiferencia, y eso que sólo faltaba una semana para que se casaran. Además, él no había organizado aquel acto público para que se mantuviera al margen. Tenía que fingir que estaba enamorada de él. Tenía que asumir el papel que le correspondía.

Alissa echó un trago de vodka mientras él se alejaba para bailar con sus admiradoras. Si Sergei estaba enfadado con ella por su falta de habilidades sociales, ella lo estaba con él porque le parecía inaudito que coqueteara con otras mujeres cuando iban a casarse.

De haber sido una cita normal, lo habría dejado plantado y se habría marchado a casa. Pero no era una cita normal. Estaba condenada a quedarse allí y hacer el ridículo mientras él la dejaba en mal lugar buscando otras compañías.

Empezó a dar golpecitos, nerviosa, y decidió que sólo le concedería diez minutos más; pero se llevó una sorpresa enorme cuando un rubio terriblemente atractivo se plantó delante de la mesa y le pidió que bailara con él.

Alissa aceptó sin dudarlo. Era una perspectiva más agradable que seguir sola y aburrida.

Cuando Sergei la vio con el rubio, su irritación aumentó sustancialmente. No podía creer que estuviera bailando con aquel tipo y que bailara de un modo tan aparentemente sensual y provocativo.

Sus ojos dorados, fríos como los de un lobo siberiano, se clavaron en la curva de sus caderas y en sus largas piernas. Después, caminó hacia la pareja e hizo un gesto al rubio para que se marchara de inmediato. En cuanto se quedaron a solas, puso las manos en los hombros de Alissa y dijo:

– ¿Se puede saber a qué estás jugando?

Alissa se quedó asombrada con su tono de voz, profundamente agresivo. Le molestó tanto que le apartó las manos de mala manera y caminó hacia la salida, dispuesta a marcharse de allí. Aunque su hermana hubiera firmado un contrato con aquel hombre, no iba a soportar su compañía ni un minuto más.

Sergei reaccionó a su desaire con asombro y perplejidad. Ninguna mujer lo había tratado nunca de ese modo.

La siguió y respondió una llamada telefónica mientras caminaba. Era el dueño de una de las empresas de detectives con las que trabajaba de forma habitual: al parecer, las cosas se habían complicado un poco y no podría entregarle el informe completo sobre la vida de Alissa hasta varios días después.

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