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Lynne Graham: Un Hijo Para El Magnate

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Lynne Graham Un Hijo Para El Magnate

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Sergei Antonovich, multimillonario ruso, era famoso por estar rodeado permanentemente de supermodelos y aspirantes a actrices; pero ninguna de ellas era adecuada para convertirla en su esposa. ¿Podría cumplir el mayor deseo de su abuela y ofrecerle un nieto? ¿Por qué no tratar todo el asunto como si fuera un negocio? Sin emoción alguna; sólo con un contrato de conveniencia que le asegurara lo que quería: una esposa con la que acostarse, de la que disfrutar y a quien dejar embarazada para después… abandonarla.

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Un hombre enormemente alto y de hombros casi tan anchos como su altura, llamó a la puerta de la casa para anunciar que el coche la estaba esperando abajo. Alexa se escondió para que no la viera y su hermana le preguntó su nombre, cuánto tiempo llevaba trabajando para Sergei y adónde iban. El hombre era extranjero y apenas conocía su idioma, así que no se entendieron; pero cuando ya habían subido al coche, se giró hacia el asiento de atrás y dijo:

– Borya.

– Encantada… yo me llamo Alissa -declaró ella.

El vehículo se detuvo frente a un club famoso, con docenas de personas de aspecto elegante que esperaban entrar. Borya la escoltó hasta el vestíbulo; ella se detuvo en recepción y se quitó el abrigo para dejarlo en el vestidor a pesar de la advertencia de su hermana.

Al ver que la recepcionista tosía, se interesó por su estado.

– ¿Se encuentra bien? -le preguntó.

– Sí, es que me he acatarrado -contestó la joven.

Alissa lo sintió mucho por ella. Cuando estudiaba en la universidad, había tenido que hacer trabajos como ése para sobrevivir, incluso estando enferma.

Encontró a Sergei en una sala privada, rodeado de sus ayudantes y de todo un equipo de seguridad; estaba viendo un partido de fútbol en una pantalla de televisión gigantesca, pero se giró inmediatamente en cuanto Borya y Alissa entraron.

Al verla, se sorprendió un poco. Era la mujer de las fotografías, pero no parecía la misma. En persona era mucho más atractiva; de rasgos delicados y unos ojos preciosos, entre azules y verdes, profundos y misteriosos como el mar, resultaba enormemente femenina. Tenía un cabello largo y rubio y llevaba un vestido ajustado que enfatizaba su minúscula cintura y la generosidad inesperada de sus senos. En cuanto le miró el escote, se excitó. Y en ese mismo instante, todas sus dudas desaparecieron.

Por su parte, Alissa se quedó tan helada al ver a Sergei que tuvieron que empujarla para que se acercara a él. Medía poco menos de metro noventa, tenía un cuerpo perfecto y profundamente masculino y la mirada de sus ojos, de color dorado oscuro, era tan intensa que casi daba miedo. Al contemplar su cabello negro, su nariz recta y su poderosa mandíbula, se estremeció.

– Ven, siéntate -murmuró Sergei, cuyo acento ruso aumentaba su atractivo-. Estaba viendo un partido de mi equipo. ¿Te gusta el fútbol?

– No, nada de nada -admitió Alissa, sin dejar de mirarlo.

Sergei llevaba una camisa de rayas y pantalones de traje, de rayas; había dejado la chaqueta en una silla y la corbata, en la mesita. Alissa pensó que seguramente sería un hombre desordenado y con poca tolerancia hacia cualquier tipo de imposición en tal sentido.

– ¿No te gusta el fútbol? -preguntó él, extrañado con la sinceridad contundente de su respuesta.

Alissa se quitó la chaqueta, la dobló cuidadosamente y la dejó a un lado para poder sentarse. Adoptó una posición tan rígida, en el borde del sofá y manteniendo las distancias con él, que Sergei se preguntó a qué vendría tanto nerviosismo.

– Bueno, la verdad es que no he tenido ocasión de saber si me gusta o me disgusta -puntualizó-. Me temo que en el colegio no fui de las que jugaban… no me gustaban mucho los deportes.

A Sergei no le extrañó en exceso; su cuerpo era de aspecto tan frágil y delicado, que no pudo imaginarla pegando patadas a una pelota.

Chasqueó los dedos y un segundo después apareció un camarero con una botella de vodka. Alissa aceptó la copa que le ofrecieron y probó un sorbito, pero le resultó tan fuerte que hizo una mueca de asco.

– ¿Tampoco te gusta el vodka? -preguntó él.

Consciente de haber empezado con mal pie. Alissa se bebió el resto de un trago; quería estar a la altura de las expectativas del ruso. Pero el camarero se acercó entonces con otra botella y otras dos copas.

– Espero que el whisky le guste más que el vodka -dijo él-. Es escocés…

Alissa se aferró a su copa vacía para dificultar que le pusieran una más.

– La verdad es que no bebo mucho -se excusó.

– Deberías disfrutar del alcohol mientras puedas.

Alissa se preguntó qué tipo de consejo era ése y qué pretendería decir con esa afirmación: incluso consideró la posibilidad de que tuviera intención de prohibirle el alcohol cuando se casara con él. Pero olvidó el asunto cuando el resto de los hombres, que seguían viendo el partido, se pusieron a gritar.

– Oh, vaya, han marcado un gol, ¿verdad? -dijo Alissa, intentando demostrar alegría para encajar mejor-. Qué estimulante…

– Alissa, el equipo que ha marcado no es el nuestro, es el otro -afirmó Sergei, muy serio.

Ella se ruborizó.

– Ah…

En ese momento, Sergei la tomó de la mano y tiró de ella hasta que se quedó sentada junio a él.

– ¿Qué estás haciendo? -preguntó Alissa, asustada.

Sergei alzó una mano y le apartó el cabello de la cara con seguridad absoluta. Alissa se puso tan nerviosa, que se le aceleró la respiración, lo cual dejó perplejo al ruso, no era la reacción que esperaba de una mujer experta y supuestamente acostumbrada a coquetear.

– ¿Qué crees que estoy haciendo? -respondió con humor.

Ella lo miró a los ojos y sintió un calor tan repentino en la parte baja del vientre, que su incomodidad aumentó. Además, sus pezones se endurecieron. Era obvio que su cuerpo se sentía atraído por él, y no le gustó nada de nada: pero intentó convencerse de que el deseo era una cuestión puramente física, sin ninguna relación con la mente.

Sergei acarició la curva voluptuosa de su labio inferior La reacción de Alissa lo había excitado mucho.

– Eres muy sexy -dijo con voz aterciopelada-. Ven conmigo esta noche… No hay razón por la que debamos esperar.

Alissa lo miró con sus ojos azul turquesa muy abiertos, aunque parpadeó enseguida en gesto defensivo. Acababan de conocerse y le estaba pidiendo que se acostara con él.

Si su hermana se hubiera encontrado presente, la habría estrangulado por meterla en ese lío. Ya ni siquiera estaba segura de que el acuerdo con Sergei se limitara a la boda: conociendo a Alexa, era capaz de haber admitido otras cosas, como acostarse antes con él. Y en tal caso, se encontraría en una situación muy difícil: si él llegaba a tocarla, notaría su inexperiencia y sabría que ella era una impostora.

El ambiente se tensó como las cuerdas de un instrumento musical. Mientras Alissa intentaba encontrar una solución, Sergei la atrajo hacía sí y la besó en la boca. Ella sintió una descarga de energía increíblemente intensa, una emoción mucho más fuerte y profunda que las que había experimentado hasta entonces.

Cuando Sergei introdujo la lengua entre sus labios y se los separó para entrar en su boca, Alissa se estremeció de placer. La temperatura de su entrepierna aumentó varios grados. Llevó las manos a su cabello negro y se lo acarició, pero no le pareció suficiente; necesitaba mucho más, necesitaba estar más cerca de él, necesitaba apretarse contra su cuerpo.

– Ya basta, milaya moya -dijo Sergei.

El se apartó y contempló su rubor y su mirada algo perdida con un gesto de satisfacción. Acababa de demostrarle que era una mujer apasionada, y a él le gustaban las mujeres apasionadas. Ya podía imaginar su cuerpo lascivo entre las sábanas de su cama. Por lo visto, tener un hijo con ella iba a ser un proceso mucho más excitante y divertido de lo que había imaginado.

Desorientada, Alissa sacudió la cabeza. No podía creer que se hubiera dejado llevar de ese modo.

– El partido -murmuró él, como si en ese momento sólo importara el fútbol.

Alissa sintió la tentación de alcanzar una de las botellas de la mesa y de golpearle con ella. Después de haberla besado, después de haberla excitado, se apartaba de ella y se ponía a ver un partido.

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