– ¿Qué te pasó esta noche, Gabriel? -susurró-. Yo te conté mi secreto.
Su voz la sobresaltó.
– Yo mismo no estoy seguro de entender lo que pasó. Tal vez tenga sentido por la mañana.
Abrió los ojos con incredulidad, mirando su rostro duro y anguloso.
– No estarás vivo por la mañana si mi hermano te pilla en mi habitación. ¿Cómo has entrado? Desde que irrumpiste como un bárbaro, los sirvientes cierran las puertas con llave todas las noches.
– Tu hermano me invitó a entrar. – Dio un paso atrás y se dejó caer en la silla junto a la cama-. Sospecho que pensó que me metería en menos problemas bajo su escrutinio que si me quedaba solo.
– En ese caso… – ella se levantó de la cama y fue detrás de su silla deslizando sus manos sobre sus hombros-. Debería sentirte como… trajiste esa horrible espada a mi dormitorio. Espero que no haya nada de sangre en ella.
– Por favor, ¿la puedo dejar aquí? No es mía.
– ¿Realmente te la encontraste?
– Me la dio un hombre que no quiere que se conozca su identidad.
Dio la vuelta a la silla para arrodillarse frente a él, sus ojos graves.
– ¿Espionaje?
– No lo sé. Lo dudo.
– ¿Pero no estás involucrado en algo peligroso?
– No.
Lo examinó atentamente.
– ¿Es el que te hirió?
– No. -Le acarició la mejilla y dijo abruptamente-. Me voy a ir.
– ¿Por qué? -dijo-. ¿Te duele? ¿Te vas a encontrar con ese hombre?
– El único dolor que tengo es desearte y tener que honrar la confianza que tu hermano ha depositado en mí.
– Entonces confía en mí ahora, como yo confié en ti -le dijo desafiándolo-. ¿Con quién te encostraste esta noche?
Sacudió la cabeza.
– Un fantasma.
– ¡Por el amor de Dios, Gabriel!
La miró y se rió.
– Fue mi hermano Sebastián. Estaba en la fiesta de Timothy esta noche.
– ¿Sebastián? -ella sólo podía conjurar una vaga imagen de un Gabriel más alto y algo mayor-. Tenías tres hermanos.
– Era el tercero.
– ¿Y os reunisteis por casualidad en la fiesta?
Alzó una ceja.
– No nos encontramos comiendo en la mesa, precisamente. Y no puedo decir si fue coincidencia o no. Creo que lo sorprendí en el acto de irrumpir en la casa.
– ¿Tu hermano? ¿Te lo confesó?
Sonrió con cansancio.
– En circunstancias tensas. No tenía idea de que estaba haciendo e incluso si estaba vivo. Así que cuando me he referido a él como un fantasma, es como he llegado a pensar de él. De todos ellos. Nunca han tratado de ponerse en contacto conmigo.
– ¿Has intentado contactar con ellos? -preguntó, alisando una arruga de la manga de su chaqueta.
– ¿Por qué debería hacerlo?
– Honestamente, Gabriel. No se puede mantener el afecto sin un módico esfuerzo. Nunca me viniste a visitar, a pesar de lo que afirmas acerca de tus sueños.
Inclinó la cabeza hacia ella.
– ¿Sabes por qué?
– No. Dímelo.
– Debido a que incluso en mis sueños, nunca pensé que me aceptarías.
Se levantó más alto en sus rodillas y le pasó los brazos por el cuello.
– ¿Te duele demasiado para una seducción desvergonzada… la última como hombre soltero?
Aspiró profundamente.
– No.
Deslizó su mano por el hombro hasta los botones de la camisa.
– Entonces, permíteme.
Le tomó la mano, sus azules ojos encendidos.
– Esta noche no, amor.
– ¿Me estás rechazando?
– Estoy mostrando a tu hermano que soy un hombre de palabra.
– ¿Y qué hay de tu deseo por mí? -susurró.
Su voz ronca le aceleró la respiración.
– Mientras más tiempo arde, más quema. -Miró significativamente a la puerta, aclarándose la garganta-. Me olvidé de mencionar que Robin está sentado justo afuera, leyendo un libro.
Se puso de pie de un salto.
– ¿No lo está?
– Sí, está -respondió su hermano desde el otro lado de la puerta-. Dejarme saber si alguno de vosotros quiere una taza de chocolate antes de que Gabriel se despida.
Alethea y Gabriel se casaron en el día de Michaelmas, la fiesta de San Miguel, en la capilla privada en Mayfair del Marqués de Sedgecroft. Sólo asistieron la familia y sus amigos de confianza. Pero los bancos estaban abarrotados con el apasionado clan Boscastle y un pequeño grupo de los amigos más cercanos a Alethea, de Helbourne. Su hermano la entregó en matrimonio… y levantó una ceja cuando lady Pontsby empezó a llorar.
Alethea contuvo las enormes e inapropiadas ganas de reír; las risotadas y bromas de los primos de Gabriel para alterarle la expresión, no la ayudaban en lo más mínimo. Prudentemente, éste se mantuvo de espaldas a la audiencia, excepto una vez que echó un vistazo alrededor. Su mirada buscaba en la capilla… ¿A su hermano o alguien más? ¿Había alguien que hubiese invitado o que le hubiese gustado que fuese testigo de su boda? Y si alguno de sus hermanos se hubiese molestado en venir, ¿se presentaría como amigo, o enemigo?
Suspiró cuando se dio cuenta de que a él le importaba más de lo que demostraba. A pesar de afirmar que los había olvidado, no había sido el mismo desde la noche que vio a Sebastián. Cuando vio que su mirada buscaba por segunda vez, lo miró con una sonrisa comprensiva. Le respondió con una promesa en los ojos, que la hizo sentirse placenteramente débil.
– ¿El fantasma? -susurró.
Parpadeó como sorprendido que se hubiese dado cuenta de su leve distracción. Sin embargo, su respuesta fue más sorprendente.
– Dudo que venga.
– ¿Quieres que venga? -le preguntó en voz baja.
Inclinó la cabeza, acercándola a ella. La fragancia a especias de su jabón la hicieron sentirse frágil.
– No estoy seguro.
Bajó la vista a su ramo de rosas rojas tardías, crisantemos blancos e hiedra.
– Debo admitir que espero que no venga. No si se va a vestir con un estúpido disfraz y blandiendo un sable.
El rostro de Gabriel se relajó con una gran sonrisa.
– Se dice que cuando la familia Boscastle se reúne, el escándalo es inevitable.
– ¿Pero no en una boda? -susurró.
– Especialmente en una boda -respondió-. Bueno, tal vez no en esta boda. Mi prima Emma ha advertido a todos en la familia para que se comporten, bajo pena de muerte.
El ministro levantó la vista del libro de salmos. De repente sintió la sensación de que la estaban mirando. Al volver a cabeza a la derecha se encontró bajo el escrutinio de Emma, la prima de Gabriel, la Duquesa de Scarfield. Le sonrió. La duquesa le devolvió la sonrisa.
Se hizo el silencio en la capilla, pero para su desconcierto, Alethea no se podía concentrar en ese momento.
En el pueblo donde ella y Gabriel habían crecido, en la plaza pública donde lo habían castigado, se estaría llevando a cabo una celebración. Un niño fuerte del pueblo, generalmente el hijo de un Señor, se vestiría como San Miguel para matar al dragón… una cadena de niños vestidos con trajes de trozos de género verde.
En general todos estaban de acuerdo que la mejor celebración en Helbourne, había sido cuando los entusiastas niños Boscastles habían hecho de dragón haciendo que San Miguel… que en ese caso era Lord Jeremy Hazletz… los persiguiera por toda la plaza y los cerros, hasta que se tuvo que dar por vencido, avergonzado y enojado.
Hasta ese año, San Miguel siempre había ganado. También podría haber perdido al año siguiente, si la tragedia no hubiese golpeado a la familia Boscastle, cuando Joshua Boscastle murió, y la vida de la viuda y sus hijos se desintegró.
Por lo tanto, a Alethea le parecía extraño estar casándose con el dragón del pueblo, cuando se suponía que le pertenecería a su santo matador y que el héroe que sus padres habían escogido para ella había fracasado.
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