– Fuimos a un baile de máscaras -dijo lentamente-. Nuestro anfitrión nos mandó en busca de un tesoro.
– Ah. ¿E irrumpieron dentro de esta casa en lugar de simplemente golpear a la puerta, y pedir ayuda a su dueño?
– No, exactamente. No estábamos robando nada. Las reglas del juego son mantener nuestras identidades secretas.
– ¿Y entonces, por qué tu compañero se escapó de ti?
– Estamos compitiendo. Me temo que no te puedo dar más respuestas.
– Le vas a tener que responder a las autoridades.
Gabriel miró el mueble alto contra la pared del vestidor, y de repente notó una carta doblada que había quedado agarrada entre los bordes disparejos de dos cajones parcialmente abiertos.
Cambió levemente de posición para bloquear la vista. Cuando ella miró directamente ahí, se dio cuenta de que no se trataba de una búsqueda ordinaria del tesoro. Y La mascarada no tenía nada de inocente.
Notó lo tensa que estaba. Pensó usarlo para extraer más información, pero súbitamente ya no estaban solos.
Otra persona había entrado a la habitación, una mujer, que llamó juguetonamente,
– ¿Gabriel, eres tu esperándome? ¿En mi dormitorio? Vaya, querido malvado, ¿qué te hizo cambiar de idea?
Merry, Dios Santo. La miró a través del filo de la puerta del vestidor e hizo una mueca. Nadie en el mundo creería que no estaba ahí por una cita a escondidas. Nadie creería que había pillado a dos extraños haciendo no sabía qué, y que uno de ellos había sido su hermano.
Y la otra…
Volvió la cabeza. La compañera de su hermano había desaparecido, así no más, sigilosa como un gato. Maldijo en voz baja y fue a la ventana. La vio bajar una cuerda y aterrizar ágilmente sobre sus pies, sus engorrosas faldas inflándose.
– ¿Qué está pasando aquí? -exigió un hombre en el fondo.
Retrocedió desde la ventana. Merry estaba ahora detrás de él, hablando excitadamente a su anfitrión, Timothy. Gabriel la miró, aliviado al comprobar que no había hecho nada estúpido, como empezar a quitarse la ropa, mientras estaba distraído.
Llevó a Timothy al vestidor.
– Cuando iba a la sala de juego, escuché un ruido y vi a un hombre que andaba furtivamente por aquí. Lo noté sospechoso y lo seguí. Acaba de escapar. Mira.
Timothy y Merry se agolparon a su alrededor, y los tres vieron la cuerda que caía a la calle.
Timothy levantó la vista a Gabriel, agradecido.
– Nos podrían haber asesinados a todos mientras tomábamos brandy, si no hubiese sido por ti, Boscastle.
– Gabriel -Merry dijo con voz astuta-. Hay rumores que tú has estado hurtando en los cajones de las damas de Mayfair, estos últimos meses.
Gabriel sonrió.
– Es una invención encantadora. Estoy comprometido, alma y corazón, con una hermosa dama. No tengo ningún interés en robar los cajones de ninguna otra dama.
– No ese tipo de cajones -dijo Timothy socarrón-. El villano en cuestión ha estado saqueando a través…
Los tres se volvieron al unísono y se quedaron mirando la carta que se asomaba entre los cajones de Merry.
– Mi correspondencia privada -exclamó horrorizada-. Si alguien publica esas…
– Tu precio subirá en el mercado y no seré capaz de mantenerte -dijo Timothy sobre su hombro.
– ¿Eres tú, realmente, el hombre que las autoridades están buscando? -le preguntó subrepticiamente, empujando la carta al cajón.
Timothy bufó.
– Por supuesto que no. Sin embargo, me pregunto, Gabriel, si pudiste mirar bien a ese intruso para que puedas ayudar a los detectives a identificarlo. Cuida a Merry por mí, mientras voy a buscar un lacayo para que pida ayuda.
Sir Gabriel contestó todas las preguntas que le hicieron los detectives tan honestamente como pudo.
¿Conocía al intruso?
No. No conocía a su hermano. Era un extraño para él, y dijo eso, exactamente.
¿Podría reconocerlo en un grupo?
Improbable. Y si lo reconocía, no se detendría a renovar la relación. Tampoco se molestó en mencionar a la mujer que parecía estar siguiendo a Sebastián.
Sin embargo, todavía tenía su pistola, pero como no le preguntaron, no ofreció esa información. De todas maneras, estaba vacía.
– Caballeros -dijo finalmente Gabriel a sus interrogadores-, les he dado toda la información que pude, y… ¿les mencioné que me voy a casar pasado mañana? Tenía la esperanza de pasar mis dos últimas noches de soltero en actividades más estimulantes.
Los dos detectives le ofrecieron abundantes disculpas. Explicaron que sólo detenían a los ladrones, y que el oficial regular había sido llamado a un asesinato en la calle Old Bond.
Una hora después, la excitación de la aventura del enmascarado de Mayfair se había desparramado por todo Londres. No se había robado nada. Probablemente se trataba de un bromista. Y el testigo más confiable hasta ahora, la única persona que había hablado con el hombre, Sir Gabriel Boscastle, no podía entregar ninguna información útil para identificarlo.
Desgraciadamente hubieron algunas almas sospechosas que cuestionaron la afirmación de Sir Gabriel de haber confrontado a una persona que se decía era muy parecida a él.
¿Se trataba de un complot ingenioso para desviar a las autoridades de la pista? Algunos se habrían convencido de esta posibilidad, si el cochero de un viejo carruaje no hubiese declarado que esa noche casi había chocado con un carro que llevaba a un hombre disfrazado.
Cuando el interrogatorio estaba terminando, Lord Drake y Lord Devon Boscastle aparecieron a buscar a Gabriel para llevarlo por la ciudad. Les contó lo que pasó, dejando fuera los detalles.
Era su última noche de soltero. Mañana en la noche llevaría a Alethea al teatro a ver una obra. Sus primos no se habían decidido si llevarlo a Covent Garden, el antro de juego con la peor fama, o si dejarlo donde Audrey Watson para una buena charla.
Al final ganó el juego. Alethea sólo se enojaría si volvía con otra hipoteca. Nunca le volvería a hablar otra vez si ponía un pie en lo de Audrey, a pesar del mutuo aprecio que ambos sentían por la mujer.
Así que partieron en tres coches diferentes, Gabriel y sus primos en uno, otros amigos de la fiesta de Timothy en el segundo y, el tercero, transportaba a los seguidores que iban donde los Boscastles iban, por el privilegio de poder contar que el grupo infame los habían invitado.
Los clubs les daban la bienvenida. Los antiguos amigos se quedaban un rato, a compartir una broma, un trago, recuerdos de cuando eran solteros. Pero para la mayoría, la vida había cambiado en Londres. La guerra había acabado y la expansión mundial consumía la mente de los políticos. Aquellos que eran suficientemente sensatos para darse cuenta del esfuerzo que se requería para sanar los problemas en casa, no tenían ningún interés en empujar los límites territoriales hacia reinos lejanos. Otros, buscaban nuevas riquezas y tierras para saquear.
El resto parecía contento de volver a sus vidas en casa. Gabriel tenía mucho en la mente para disfrutar. Ya estaba aburrido con el juego del faro [7]que estaba ganando. Sus primos, Drake y Devon, no estaban jugando, hablaban de política con un miembro del gabinete.
Los jugadores consagrados iban apareciendo a medida que la noche avanzaba. Ese era el momento en que Gabriel, típicamente, hacía su aparición.
Pero ahora solamente jugaba, y dividió las tres mil libras que ganó, entre sus amigos. El bribón al que le había ganado quedó en silencio, mirando a Gabriel sin expresión, bajo el sombrero alón de paja. Gabriel nunca había jugado con él antes. Pero un amigo dijo que había estado ganado continuadamente, y que era un tramposo. Se trataba de un ex cirujano del ejército de Yorkshire que andaba con un grupo violento de soldados descontentos.
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