Barbara Dunlop - Por siempre tú

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Jake Bronson se negaba a olvidar. Aquella única noche junto a la bella Robin Medford lo era todo para él. Aquel vaquero apuesto y descarado estaba totalmente convencido de que Robin era la mujer de su vida; y, ahora que ella estaba de vuelta en la ciudad, tenía que encontrar la manera de conseguir que se quedara para siempre…
Robin Medford se negaba a recordar. Aquella única noche junto a Jake Bronson se encontraba enterrada en lo más hondo de su corazón. Había conseguido tener una nueva vida y lo único que deseaba era tener un niño. Pero no quería un niño cualquiera, ¡quería que fuera hijo de Jake! ¿Podría encontrar el modo de convencerlo?

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Barbara Dunlop Por siempre tú Por siempre tú Título Original Forever Jake - фото 1

Barbara Dunlop

Por siempre tú

Por siempre tú

Título Original: Forever Jake (2001)

Capítulo Uno

Al parecer, no se podía confiar en los bancos de semen.

Robin Medford dejó el último número del The New England Journal of Medicine en el respaldo del asiento que tenía delante. En ese momento, el hidroavión se inclinó a la izquierda y en la ventanilla apareció la ciudad de Forever.

Como era costumbre, el piloto sobrevoló la pequeña ciudad, situada en la ladera de la montaña y bordeada por las aguas cristalinas del río del que había tomado el nombre. Luego sobrevoló el ayuntamiento para determinar la dirección del viento, según las banderas de Canadá y de Yukon que mecía la brisa de la soleada tarde.

Robin dio un suspiro y se recostó en el respaldo de su asiento. Le había impresionado el leer la cantidad de errores que se cometían en los laboratorios debido a la negligencia de los médicos y los técnicos.

Después de tres días leyendo toda la información que había llegado a sus manos, había decidido que los bancos de esperma no eran el modo más aconsejable para que su hijo comenzara su existencia. Y eso reducía bastante sus posibilidades, aunque no impedía necesariamente sus planes.

Iba a tener que quedarse embarazada a la manera tradicional. Encontrar un espécimen prometedor, elegir un día fértil y ponerse manos a la obra. Cosa que podía llegar a convertirse en un placer.

Después de todo, pensó, había hecho el amor con Juan Carlos en Suiza, en el campamento base del Monte Edelrich hacía dos años. Y no había sido tan complicado. De hecho, el examen de medicina había sido mucho más difícil que lo de Juan, y mucho más arriesgado, si no recordaba mal.

Podría hacerlo de nuevo para tener un hijo. Con Juan no, por supuesto. Aparte de estar al otro lado del mundo, era demasiado narcisista y vanidoso como para ser un buen candidato a padre.

El piloto inclinó el hidroavión sobre una arboleda de álamos y tomó la dirección paralela al río.

Hacía mucho tiempo que Robin no visitaba la pequeña ciudad en la que había nacido. Quince años para ser exactos.

Hacía quince años que había terminado la carrera y se había marchado de allí, buscando aventuras. Había decidido construirse una vida más allá de aquella comunidad aislada, situada trescientas millas al norte de la autopista de Alaska, justo en el borde de los territorios del noreste.

Y lo había conseguido.

Estaba contenta con su carrera profesional, gracias a la cual había conocido bastantes países. En esos momentos, estaba completando el círculo y, por primera vez, volvía a su casa. Se quitó los auriculares y se pasó la mano por el cabello para arreglárselo a la vez que el hidroavión llegaba al dique gris. Aquella ciudad había sido fundada por un grupo de mineros. Después se había mantenido viva gracias al turismo y a los muebles fabricados con los árboles de los bosques cercanos. Las calles seguían siendo polvorientas, los edificios sólidos y los imponentes y salvajes alrededores seguían desafiando a los novecientos cincuenta habitantes que allí vivían.

El avión se detuvo y, al abrirse la puerta, ella levantó las manos para protegerse del ataque de los muchos mosquitos y moscas que había en aquella zona.

Pero a pesar de los insectos, estaba encantada de volver a su hogar. Estaba impaciente por ver la cara de asombro de su abuela cuando se diera cuenta de que todos sus familiares y amigos habían ido a celebrar su septuagésimo quinto cumpleaños.

Robin pasaría cinco días de vacaciones antes de incorporarse a su nuevo trabajo en Toronto. Le alegraba mucho haber ido, pero sabía que también se alegraría de marcharse después de aquellos cinco días.

Incluso entonces, Forever seguía siendo una ciudad muy aislada. No había carreteras que llevaran hasta allí ni tampoco existía ningún aeropuerto. La única forma de ir era en barco o en hidroavión.

Además, tenía planes de ser madre y necesitaba ir donde hubiera hombres. Hombres de verdad. Inteligentes y a los que les gustara el sexo.

Se levantó y el piloto la ayudó a salir al muelle. El hombre era bajo, más que ella. Robin esbozó una sonrisa y le dio las gracias antes de bajar.

El haberse enterado de los riesgos que conllevaban los bancos de esperma terminaría yendo a su favor. Si lo pensaba, le parecía lógico querer conocer al padre biológico de su futuro hijo. Una mujer podía conocer mucho más de una persona a través de una conversación y la observación, que a través del frío archivo de una clínica.

Apoyó una mano en su abdomen y sonrió mientras ponía los pies sobre la calle River Front. Por lo que había leído, a los treinta y dos años estaba en una buena edad para quedarse embarazada sin peligro. Se había asegurado un buen puesto de trabajo en una bonita ciudad y se había apuntado a las listas de espera de las mejores agencias de niñeras y de guarderías disponibles.

Todo estaba en orden. Lo único que necesitaba era encontrar al hombre adecuado y compartir con él unos veinte minutos.

Jake Bronson oyó el motor del Beaver desde su escondite, entre el Café Fireweed y el supermercado. Se caló su sombrero Stetson sobre la frente y se echó hacia atrás, tratando de pasar desapercibido.

Normalmente no era ningún cobarde, pero desde que su amigo Derek Sullivan había colocado aquel absurdo anuncio en los periódicos de todo el país, las mujeres de Forever habían declarado la veda abierta sobre él. Y no porque quisieran casarse con él, no. O por lo menos, él no lo creía.

Estaba completamente seguro de que las tres proposiciones que había tenido la semana anterior habían sido solo bromas. Pero Annie Miller se dirigía en ese momento a la calle principal, con un aspecto demasiado decidido para el pobre Jake. Annie llevaba un vestido de verano demasiado elegante para la tarde de un sábado normal.

Jake no tenía intenciones de volver a ser la víctima de otra inocentada, así que se quedó inmóvil, mirando a Annie con el rabillo del ojo y respirando silenciosamente. De repente, al oír un gruñido detrás de él, dio un respingo y se puso rígido, temiéndose lo que llegaría a continuación.

Luego se oyeron unos ladridos a través del estrecho pasillo que amenazaban con poner en peligro su intento de pasar desapercibido. Su corazón dio un vuelco al darse la vuelta y ver al perro lobo esquimal que estaba a un metro de él.

– Hola, Dweedle -saludó al impresionante animal.

– ¿Qué demonios haces aquí en la sombra, Jake? -quiso saber Patrick More.

Jake se puso un dedo en los labios, mandándole callar e hizo una seña hacia Annie, quien estaba ya a solo unos metros de distancia.

Patrick miró hacia la calle y, al ver a la chica, esbozó una sonrisa que iluminó su cara de rasgos duros.

– Va muy elegante, ¿no? -susurró el hombre.

– Eso es lo que me preocupa -contestó Jake.

– He oído que ha estado cocinando toda la mañana. ¿Crees que va a tratar de impresionarte con sus artes culinarias?

– No quiere impresionarme. Quiere avergonzarme -respondió Jake, quien bajó la cabeza para que el sombrero le tapara la cara.

– Se ha desviado -anunció Patrick.

– ¿Hacia nosotros?

– No, hacia el muelle. ¡Oh, caramba!

– ¿Qué?

– Ahora sí que merece la pena mirar.

– ¿Qué pasa?

– No me importaría que ella contestara a un anuncio mío -fue la respuesta de Patrick, que estiró los hombros y se metió la camisa por la cinturilla del pantalón.

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