Robin notaba el murmullo del río, pero apenas se daba cuenta de nada que no fueran las sensaciones que notaba en su interior. Un tumulto de sensaciones que luchaban por abrirse a lo desconocido.
Cuando Jacob se separó, ella se sintió desagradablemente abandonada. Pero entonces Jacob la besó en el cuello y agarró sus nalgas. Ella apretó la cadera de él con sus rodillas.
– ¿Robin? -dijo él con voz ronca.
Jacob acarició su cabeza y la apretó contra su hombro.
– No quieres que suceda, ¿verdad?
– ¿El qué?
¿De qué demonios estaba hablando? Ella lo deseaba más de lo que había deseado antes nada en su vida. Era completamente suya. Jacob era hermoso y valiente. Era el chico… no, el hombre que siempre había esperado.
– Robin -repitió él-, tenemos que parar.
– No -protestó ella, acercando la cabeza a su hombro y lamiendo las gotas de agua de su piel. Era delicioso.
Él gimió y se apartó para mirarla fijamente a los ojos. Había en su mirada inteligencia y determinación.
– Sé que no quieres que ocurra.
Jacob la estaba rechazando.
Robin negó lentamente con la cabeza, en un intento de detenerlo.
Cuando él habló de nuevo, su voz sonó implacable.
– Eres Robin Medford y yo soy Jacob Bronson. Así que sé que no quieres que esto suceda.
Ella sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas y golpeó los hombros de él con los puños cerrados.
Porque tenía razón.
Y porque a la vez estaba equivocado.
– ¿Robin?
Le costó unos segundos darse cuenta de que esa voz pertenecía al presente y no al pasado.
Robin levantó la mirada y vio aquellos mismos ojos de color azul oscuro.
Jake sintió la fragilidad y confusión de Robin y tuvo que hacer un esfuerzo para no dejarse llevar por los recuerdos. La última vez que ella lo había mirado de aquel modo, había estado desnuda en sus brazos y él había tenido que utilizar toda la energía y el valor que poseía para evitar hacerle el amor.
Por un momento, fue como si hubieran viajado en el tiempo a la noche de antes de la graduación. Habría jurado que podía oír el murmullo del agua y oler el perfume a limón de ella, que podía sentir de nuevo su piel húmeda, suave y caliente bajo sus manos.
De repente, se abrió la puerta de cristal, dando un golpe.
– ¿Robin? -gritó Connie, su hermana mayor-. Hola, Jake. ¿Has terminado de trabajar por hoy?
Jake apartó los ojos de Robin e hizo un esfuerzo por borrar los recuerdos. No había vuelto a aquella playa jamás.
El hombre tomó aire profundamente y pensó en el anuncio del periódico, en las proposiciones de matrimonio… y en que justo cuando creía que su vida no podía ser más surrealista, aparecía Robin Medford.
– Sí, he terminado -respondió.
– ¿Jacob Bronson? -dijo Robin, con aspecto de haber vuelto a la vida.
Soltó una risita y se colocó el pelo detrás de la oreja con mano temblorosa.
– No te había reconocido al principio.
Aquello era, sin duda, ofensivo para el ego de un hombre. Él había estado soñando con aquella mujer durante quince años y ella ni siquiera lo había reconocido. Perfecto.
– La abuela quiere que te quedes a cenar, Jake -añadió Connie.
Jacob supuso que debería alegrarse de que al menos una hermana supiera quién era. Connie se arremangó su jersey de colores y se cruzó de brazos. Aunque era solo cuatro años mayor que él, tenía la costumbre de tratarlo como si fuera uno de sus hijos.
– No quiero molestar.
Entendía que si estaba allí Robin, era porque la familia se había reunido al fin, después de varios años. Probablemente querrían estar solos.
Además, tendría que ser un poco masoquista para sentarse voluntariamente a cenar junto a Robin. La chica no recordaba ni siquiera los besos que habían desequilibrado por completo su adolescencia y lo habían acompañado durante una década y media.
– No seas tonto -insistió Connie, abriendo la puerta y haciendo un gesto para que entraran ambos-. Tú eres como de la familia.
Robin esbozó una sonrisa y se levantó elegantemente de donde estaba sentada. No repitió la súplica de su hermana, probablemente porque le daba igual que él se quedara o no.
Al dirigirse a la puerta de la cocina, su cabello se balanceó suavemente y sus vaqueros gastados se ciñeron sensualmente a sus piernas. Las manos de Jacob recordaron el tacto de aquellas curvas y se cerraron. Por lo que veía, aquel cuerpo no había cambiado nada.
Hizo un esfuerzo para ignorar la reacción de sus hormonas. Robin no había cambiado desde que se graduaron. Ni en el físico, ni en el carácter. Para ella él seguía siendo Jacob Bronson, el chico pobre de la clase. Y la Princesa de Hielo era tan distante en ese momento como entonces.
Debería repasar las cartas que le habían enviado, contestando a su anuncio. Derek tenía razón. Jake debería encontrar cuanto antes una esposa y así se olvidaría de Robin para siempre.
Era lo más lógico y lo más seguro. Pero en el momento en que la mujer de sus sueños desapareció por la esquina, todo pensamiento lógico lo abandonó y se dio cuenta de que, si no lograba remediarlo rápidamente, se metería en un lío.
Miró inmediatamente a Connie, confiando en que no se hubiera dado cuenta de cómo había mirado la parte posterior del cuerpo de Robin. Se pasó una mano por el pelo.
– Lo siento, Connie, pero no puedo…
– La abuela no va a admitir que le digas que no, Jake. Trabajas demasiado. Ahora vete a tu casa y ponte una camisa decente. Si no estás aquí en cinco minutos, les diré a los chicos que vayan a buscarte.
– De verdad que…
– Les diré que vayan por ti -lo amenazó de nuevo-. Y la abuela se enfadará contigo.
Jacob dio un suspiro de impotencia.
– De acuerdo.
No quería enfadar a Alma May cuando estaba tan cerca el día de su cumpleaños. Y los chicos de Connie, de ocho, seis y cuatro años, eran capaces de hacer cualquier desastre en su casa.
Así que, de acuerdo, iría a cenar con ellos. Aunque, eso sí, intentaría no sentarse frente a Robin.
No podía estar ocurriendo. Con Robin sentada justo enfrente, le iba a ser imposible hablar con el resto de la familia. De hecho, al fijarse en sus labios húmedos y ligeramente abiertos, pensó en que no podría apartar la vista de ellos. Estaba seguro de que su sonrisa iba dirigida a sus sobrinos, pero le dio exactamente igual.
Jacob había creído siempre que el instituto había sido un infierno, pero aquello era mucho peor.
– ¿Eran leones de verdad, tía Robin? -preguntó el más pequeño de los hijos de Connie.
El rostro de Robin se iluminó con una sonrisa que reveló una dentadura perfecta.
– Claro que eran de verdad, Bobby -contestó. Estaba contándole a su familia el reciente viaje que había hecho a Kenia-. Había una leona, un león y sus dos cachorros.
– ¿Tenías miedo? -añadió Bobby, inclinándose hacia delante.
– Un poco -contestó Robin.
Los ojos verdes de Robin se movieron de un modo que Jake sintió un escalofrío. Su profundidad y claridad le recordaron al río Forever.
– Pero estábamos dentro de la furgoneta, así que no corríamos peligro.
Connie se aclaró la garganta.
– ¿Nos puedes contar alguna aventura más antes de irnos a la cama, Robin? -le preguntó-. Me imagino que últimamente no habrás ido a ningún parque de atracciones.
Robin entendió el mensaje de su hermana, para que no siguiera hablando de temas demasiado excitantes que pudieran provocar pesadillas a los niños.
– Pues de hecho nunca he estado en un parque de atracciones -respondió, quitándose el jersey-. Pero siempre he tenido ganas de tirarme por un tobogán gigante en una piscina.
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