La posibilidad de volver a Helbourne Hall, que estaba en tan malas condiciones, y criar a los niños de Gabriel ahí, la hacía fruncir el ceño.
El coche rodó por las calles y en esos momentos se estaba deteniendo frente a una tienda cerrada. Echó un vistazo afuera y no se sorprendió al ver titilar una luz en las ventanas encima de la tienda y a alguien que se acercaba a la puerta haciéndole señas a Weed para que entrara. Escasamente habían pasado cinco minutos, y el lacayo volvió con dos cajas, que depositó delicadamente en el asiento frente a ella.
– Cortesía de Lady Sedgecroft.
El coche volvió a partir. Miró a la calle y vio a un hombre joven, extraño, sentado en la acera, que la miró con admiración. Desde el día que había sido testigo de la humillación de Gabriel en la tabla de castigo, cada vez que paseaba en coche, pensaba en él, incluso cuando estaba felizmente prometida con otro. Incluso cuando sabía que Gabriel estaba lejos, peleando en la guerra junto a su hermano y primos.
Tal vez siempre tendría un lugar tierno en su corazón para aquellos niños malos, perdidos, y las niñas que no podían evitar amarlos. Y Gabriel parecía compartir esta simpatía, y aunque no quería admitir ninguna debilidad, había descubierto que había tomado a su tocayo bajo su alero, antes de irse de Helbourne.
Finalmente el coche disminuyó la velocidad. Bajó la vista y se dio cuenta de que tenía que abrir las cajas que había traído Weed.
– ¿Está lista para escoltarla adentro, milady? -Weed preguntó asomándose por la ventana.
Rápidamente abrió la primera caja, y en medio de un delicioso despilfarro de papel tisú, encontró un par de zapatos de seda gris. La segunda, contenía un delicado chal de cachemira plateada que centelleaba con el brillo de una telaraña en una noche de verano.
Se puso los zapatos y el chal, un complemento perfecto para su vestido azul-tormenta, y respondió,
– Estoy lista… pero esta no es la residencia principal del marqués.
Weed inclinó la cabeza y la ayudó a bajar a la calzada.
– Es la residencia de su hermano mayor, Lord Heath, milady.
– Lord Heath -exclamó abriendo mucho los ojos. No lo había conocido en la fiesta de Grayson, pero en el campo Alethea y la esposa del cura se habían reído de la infame caricatura que exponía las partes privadas de Lord Heath, y que su esposa había dibujado en broma sólo para perderla y encontrarla circulando por toda Inglaterra.
– Oh, cielos. -Ella murmuró-. Es alguien intimidante, ¿verdad? ¿El que la familia llama la Esfinge?
– Lord Heath no está en casa. -Weed le informó, curvando sus delgados labios en lo que parecía una sonrisa-. Su esposa y las otras damas de la familia la están esperando.
Por cierto fue Julia, la esposa de Heath, la que se paró para darle la bienvenida a Alethea. En realidad, la reunión se parecía más a la iniciación de un aquelarre de guapas brujas jóvenes. No sabía lo que decía de su carácter el que se sintiera tan a gusto en medio de este círculo lleno de cotilleos, como le pasó esa tarde que la acogieron. Las damas hicieron una pausa en la conversación para saludar a Alethea y ofrecerle una selección de bebidas. Cuando se sentó, el animado intercambio se reinició.
– Los hombres Boscastle son retorcidos. – Julia anunció con su vaso de vino levantado para dar énfasis.
– Tengo una salvedad a eso -dijo Chloe Boscastle desde el sofá donde estaba con la cabeza apoyada en el hombro de su cuñada Jane-. Las mujeres Boscastle también lo son. Tenemos una antigua reputación de desarrollada astucia como auto defensa.
– Jane y yo no nacimos Boscastle -Julia dijo sirviéndole un vaso de vino a Alethea-. Pero creo que somos retorcidas.
– Eso prueba mi teoría -dijo Chloe-. Los hombres Boscastle las empujaron para que se pasaran de listas.
– Yo era astuta antes de conocer a Grayson -dijo Jane con una sonrisa socarrona-. Mi reputación se habría arruinado si no me hubiese casado con él.
– Pero fue un varón Boscastle el que te forzó al engaño, en primer lugar -dijo Julia.
Jane se encogió de hombros.
– Es verdad. Oh, me gustan tu chal y tus zapatos, Alethea.
– Gracias -Alethea dijo con una sonrisa agradecida-. Son perfectos.
– Alethea tiene una reputación intachable -dijo Chloe-. ¿O tienes algún secreto oscuro que confesar?
– No debiera confesar nada hasta después de la boda -dijo Jane-. Y me siento obligada a mencionar que nuestro miembro ausente, Emma, que está hasta su delicada nariz en asuntos ducales, es la excepción a la reputación de la familia completa, hombres y mujeres.
– El tema que estábamos discutiendo antes de que llegaras -dijo Chloe ondeando el dedo en dirección a Alethea-, es que el varón Boscastle… cualquier hombre en realidad… debe ser entrenado desde el principio. Confío en que te des cuenta de lo que te espera. Gabriel ha tenido una vida bastante dura, pero así fue con mi Dominic.
Alethea abrió la boca. -Bueno, yo…
– Has logrado más de lo que cualquiera de nosotras nos atrevíamos a esperar -intercedió Julia-. Nunca nadie pensó que Gabriel sería domesticado.
Los ojos azules de Chloe destellaban con picardía.
– Dinos cómo lo conociste, Alethea. Todos creíamos que nunca se enamoraría. Vosotras, las niñas del campo sois muy tranquilas, pero fue en el campo que me metí en los mejores problemas.
Charlotte Boscastle movió el lápiz para llamar la atención. Era una rubia esbelta que había sido promovida recientemente a la posición de directora de la academia para damas jóvenes que su prima Emma había mantenido en esa misma casa, hasta que se había casado con el Duque de Scarfield, un título que había heredado hacía dos meses.
– Habla lentamente, si no te importa. Estoy registrando la historia de la familia para la posteridad.
Gabriel había deslizado la navaja dentro de su manga, permitiéndole a la dama del vestidor que se aproximara a él, antes de volverse divertido y capturarle la mano en la suya.
– Estuviste cerca, amor. Más que una charla es sólo por invitación. Y no creo que nos hayamos conocido como se debe.
Ella retorció su muñeca hacia atrás con fuerza, como si esperase que él se esforzara para retenerla. Cuando no lo hizo, entrecerró los ojos tras el antifaz que usaba. ¿Ella y su hermano desaparecido habían concurrido a un baile de máscaras juntos con el propósito de irrumpir en otra casa de Mayfair?
¿Eran socios en las aventuras criminales? Prestó atención para escuchar el estrépito del carro en la calle. Todo lo que escuchó fue una retahíla de palabrotas muy poco femeninas que se referían a su linaje.
– No eres él -susurró exasperada.
– ¿Quién no soy? -preguntó esperando que lo iluminara acerca de los últimos diez o más años de la vida de su hermano, Sebastián.
Ella se movió hacia la ventana ignorando la pregunta. Gabriel no la siguió, sino que se quedó examinando la pistola que le había confiscado. Tal vez necesitaba identificar al otro hombre, por supuesto, pero tenía curiosidad de lo que sabía de su hermano. Le podía haber dicho que Sebastián había sido un gran maestro de las huidas desde que supo cabalgar.
Lo miró acusadoramente.
– Lo dejaste irse. ¿Tienes idea de quién es?
Tenía más que una noción.
– No sé quién eres tú , ni por qué querías dispararle.
– No lo hice, en realidad.
– ¿Entonces por qué…?
– Probablemente es mejor que nunca lo descubras. -Volvió a entrecerrar los ojos tras la máscara. El pelo se le estaba escapando por los bordes de la capucha-. Te pareces asombrosamente a él.
– ¿Sí? Bueno, no puedo discutir o discrepar, sólo lo vi con el disfraz. -Hizo una pausa-. ¿Te importaría decirme por qué estáis vestidos así?
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