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Stephanie Laurens: La Dama Elegida

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Stephanie Laurens La Dama Elegida

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Tristan Wemyss, conde de Trentham, nunca esperó tener que casarse en el plazo de un año para no perder su herencia. Pero él no se someterá a los deseos de las madres casamenteras de la sociedad. No, él se casará con una dama de su propia elección. Y la dama que ha escogido es su encantadora vecina. La señorita Leonora Carling tiene belleza, espíritu y pasión; desgraciadamente, el matrimonio es la última cosa en su mente. Para Leonora, los besos de Tristan son muy tentadores. Pero, como dice el refrán, el que se quema con leche cuando ve una vaca llora y ella ha decidido alejarse del matrimonio. Tristan es un veterano experimentado y no aceptará la derrota. Por eso, cuando un misterioso hombre intenta ahuyentar a Leonora y su familia de su casa, Tristan comprende que tiene la excusa perfecta para ofrecer sus servicios como protector, seductor y marido.

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Tristan se levantó, atrajo a Leonora hacia él, colocándole la mano en la manga. La guió, parándose ante el escritorio y las sillas colocadas delante de este.

Después de cerrar la puerta, Dalziel se unió a ellos.

– La señorita Carling, supongo.

– Efectivamente. -Le dio la mano, y se encontró con que la estaba contemplando con una mirada tan penetrante como fría era la de Tristan.

– Encantado de conocerla.

La mirada fija de Dalziel se apartó hacia la cara de Tristan; sus labios delgados no estaban completamente rectos cuando inclinó la cabeza y les hizo un gesto hacia las sillas.

Bordeando el escritorio, se sentó.

– Esto… ¿quién estaba tras los incidentes en Montrose Place?

– Un Conde -algo-impronunciable-que empieza -wif-an-eff.

Sin impresionarse, Dalziel, elevó las cejas.

Tristan sonrió con frialdad.

– El Conde es conocido en la Asamblea Legislativa Hapsburg.

– Ah.

– Y. -Tristan sacó del bolsillo el boceto del Conde que, para sorpresa de todos, hizo Humphrey-. Esto debería ayudar a identificarle, tiene un parecido notable.

Dalziel lo cogió, lo estudió, después inclinó la cabeza.

– Excelente. ¿Y aceptó la fórmula falsa?

– Hasta donde podemos saber. Le dio los pagarés a Martinbury a cambio.

– Bien. ¿Y Martinbury está en el norte?

– Todavía no, pero lo estará. Se muestra genuinamente consternado por las lesiones de su primo y le acompañará de regreso a York, una vez que Jonathon esté en condiciones para viajar. Hasta entonces, se quedarán en nuestro club.

– ¿Y St. Austell y Deverell?.

– Ambos han estado descuidando sus cosas. Asuntos urgentes hacen necesario el regreso a sus hogares.

– ¿Verdaderamente? -Una lacónica ceja se levantó, después Dalziel volvió su oscura mirada fija a Leonora-. He hecho investigaciones entre los miembros del gobierno, y hay un considerable interés en la fórmula de su primo, señorita Carling. He recibido instrucciones de informar a su tío que a ciertos caballeros les gustaría hacerle una visita a su conveniencia lo antes posible. Si pudiera, claro está, sería de ayuda que tuviera lugar antes de que Martinbury se ausente de Londres.

Ella asintió.

– Se lo comunicaré a mi tío. ¿Quizá sus caballeros podrían enviar a un mensajero mañana para fijar la fecha?

Dalziel asintió a su vez.

– Les aconsejaré que lo hagan.

Su mirada fija, insondable, permaneció en ella durante un momento, luego la cambió hacia Tristan.

– ¿Supongo… -Las palabras eran monótonas, sin embargo más suaves- que esto es una despedida, entonces?

Tristan sostuvo su mirada fija, después sus labios se esbozaron peculiarmente. Se levantó, y extendió la mano.

– Efectivamente. Tan cerca de una despedida como se puede conseguir en nuestro negocio.

Una sonrisa fugaz como respuesta suavizó la cara de Dalziel cuando se levantaba también, agarró la mano de Tristan. Después la soltó y se inclinó ante Leonora.

– Su servidor, señorita Carling. No fingiré que hubiera preferido que usted no existiera, pero el destino claramente anuló mi decisión. -Su sonrisa perezosa quitó cualquier ofensa a las palabras-. Sinceramente les deseo lo mejor a ambos.

– Gracias. -Sus sentimientos hacía él eran mucho más caritativos de lo que había supuesto, Leonora inclinó la cabeza educadamente.

Entonces se giró. Tristan tomó su mano, abrió la puerta y dejaron la pequeña oficina en las entrañas del Gobierno Británico.

– ¿Por qué me llevaste para reunirme con él?

– ¿Dalziel?

– Sí, Dalziel. Él obviamente no me esperaba. Claramente vio mi presencia como algún mensaje. ¿Cuál?

Tristan la miró a la cara mientras el carruaje frenaba al llegar a una esquina, después se enderezó y siguió rodando.

– Te llevé para que te viera, encontrarse contigo era el único mensaje que no podía ignorar ni malinterpretar. Él es mi pasado. Tú, -levantó su mano, colocó un beso en su palma, luego cerró su mano sobre la de ella-. Tú -dijo él, con voz profunda y baja- eres mi futuro.

Leonora consideró lo poco que podía leer en su cara sombría.

– Todo eso… -Con su otra mano, gesticuló hacia atrás, hacia el Gobierno Británico- ¿Lo has dejado atrás?

Él inclinó la cabeza. Levantado los dedos atrapados hacia sus labios.

– El fin de una vida, el comienzo de otra.

Ella escudriñó su cara, sus ojos oscuros, y lentamente sonrió. Dejando su mano en la de él, se inclinó acercándose.

– Bien.

Su nueva vida. Estaba impaciente por comenzarla.

Él era un maestro de estrategia y tácticas, de aprovechar las situaciones para sus propios fines. A la mañana siguiente, tenía los planes en su sitio.

A las diez, llamó para llevarse a Leonora a pasear en coche, y la secuestró. La llevó rápidamente hasta Mallingham Manor, actualmente desprovisto de sus queridas viejecitas, aún estaban todas en Londres, dedicándose activamente a sus propias causas. La misma causa a la que, después de un almuerzo íntimo, él se dedicó con celo ejemplar.

Cuando el reloj, en la repisa de la chimenea del dormitorio del conde, dio las tres en punto, se desperezó, disfrutando de las sábanas de seda deslizándose sobre su piel, y aún más en el calor de Leonora que estaba desmadejada contra él.

Tristan miró hacia abajo. La seda caoba desparramada de su pelo ocultaba su rostro. Bajo la sábana, curvó una mano sobre su cadera, acariciándola posesivamente.

– Hmm… mm. -El sonido saciado era el de una mujer adecuadamente amada. Después de un momento, refunfuñó-. Tú habías planeado esto, ¿no es cierto?

Él sonrió abiertamente; un toque del lobo que todavía permanecía.

– He estado tramando durante algún tiempo cómo conseguir meterte en esta cama. -Su cama, la cama del fallecido conde. Donde ella pertenecía.

– ¿A diferencia de todos esos recovecos que tenías tanto éxito tenías encontrando en todas las casas de las anfitrionas? -Levantando la cabeza, se echó hacia atrás el pelo, luego se reacomodó contra él apoyando los brazos contra el pecho, así podía mirarle a la cara.

– Por supuesto, fueron simplemente males necesarios, dictados por los caprichos de la batalla.

Leonora le miró a los ojos.

– Yo no soy una batalla. Ya te lo dije.

– Pero eres algo que tuve que ganar -Dejó pasar un latido, luego agregó- Y he triunfado.

Con los labios curvados, Leonora buscó sus ojos y no se tomó la molestia de negarlo.

– ¿Y has encontrado dulce la victoria?

Tristan cerró las manos sobre sus caderas, sosteniéndola hacia él.

– Más dulce de lo que había esperado.

– ¿De veras? -Ignorando el torrente de calor sobre su piel, levantó la frente-. Bien, ahora que has tramado, planificado y conseguido meterme en tu cama, ¿qué es lo siguiente?

– Como tengo la intención de mantenerte aquí, sospecho que mejor deberíamos casarnos. -Levantando una mano, la enganchó y jugó con las hebras de su pelo-Quisiera preguntarte, ¿deseas una boda a lo grande?

Ella realmente no lo había pensado. Él le metía prisa, llevaba la voz cante, aún así… ella no quería desaprovechar más tiempo de sus vidas.

Yaciendo desnuda con él en su cama, las sensaciones físicas intensificaban la atracción real, toda la tentación que había sentido en sus brazos. No era simplemente el placer que los envolvía, sino la comodidad, la seguridad, la promesa de toda la vida que juntos harían…

Ella volvió a enfocar sus ojos.

– No, una pequeña ceremonia con nuestras familias estaría bien.

– Bueno. -Parpadeó.

Ella notó el gran esfuerzo que hizo para tratar de esconder su alivio.

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