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Stephanie Laurens: La Dama Elegida

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Stephanie Laurens La Dama Elegida

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Tristan Wemyss, conde de Trentham, nunca esperó tener que casarse en el plazo de un año para no perder su herencia. Pero él no se someterá a los deseos de las madres casamenteras de la sociedad. No, él se casará con una dama de su propia elección. Y la dama que ha escogido es su encantadora vecina. La señorita Leonora Carling tiene belleza, espíritu y pasión; desgraciadamente, el matrimonio es la última cosa en su mente. Para Leonora, los besos de Tristan son muy tentadores. Pero, como dice el refrán, el que se quema con leche cuando ve una vaca llora y ella ha decidido alejarse del matrimonio. Tristan es un veterano experimentado y no aceptará la derrota. Por eso, cuando un misterioso hombre intenta ahuyentar a Leonora y su familia de su casa, Tristan comprende que tiene la excusa perfecta para ofrecer sus servicios como protector, seductor y marido.

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Todos asintieron con la cabeza.

– Muy bien. Quiero saber quién es ese europeo, pero no quiero que él sepa que tengo conocimiento de su existencia. Estoy seguro de que me entendéis. Lo que quiero hacer es lo siguiente. Primero, falsificar la fórmula. Encontrar a alguien que tenga un aspecto creíble. No tenemos idea de la formación que ese extranjero pueda tener. Convencer al peón para que mantenga su siguiente encuentro y entregue una falsificación de la fórmula; seguro que él comprende su posición, y que su futuro depende de su actuación. Tercero, necesito que sigais al caballero cuando regrese a su guarida y le identifiquéis.

Todos inclinaron la cabeza.

Luego Charles hizo una mueca. -¿Por qué todavía estamos recibiendo órdenes de usted?

Dalziel le miró, luego suavemente dijo.

– Por la misma razón que yo doy esas órdenes con la expectativa de ser obedecido. Porque somos quienes somos. -Levantó una ceja oscura- ¿No lo somos?

No había nada más que decir; se entendían unos y otros demasiado bien.

Se levantaron.

– Una cosa. -Tristan enfrentó la mirada inquisitiva de Dalziel-. Duke Martinbury. Una vez que él tenga la fórmula, ese extranjero puede tener propensión para relacionar y atar los cabos sueltos.

Dalziel inclinó la cabeza.

– Es de esperar. ¿Qué sugiere usted?

– Podemos vigilar el camino de Martinbury hasta la reunión, pero ¿después qué? En suma, debe algún castigo por su participación en este asunto. Tomando todo en consideración, la incorporación en el ejército durante tres años arreglaría las cuentas Dado que vive en Yorkshire, he pensado en el regimiento cerca de Harrogate. Sus filas deben estar un poco escasas estos días.

– Ciertamente. -Dalziel escribió una nota- El coronel Muffleton está allí. Le diré que espere a Martinbury, Marmaduke, ¿no es eso?, tan pronto como haya terminado de ser útil aquí.

Con aprobación, Tristan cambió de dirección; salió con los demás.

– ¿Una fórmula falsa? -Con la mirada fija en la hoja que contenía la fórmula de Cedric, Jeremy hizo una mueca-. No sabría por donde comenzar.

– ¡Aquí! Déjame ver. -Sentada al final de la mesa del desayuno, Leonora tendió la mano.

Tristan hizo una pausa en el consumo de una montaña de jamón y huevos para pasarle el papel.

Ella sorbió su té y estudió a los demás mientras se dedicaban a sus desayunos.

– ¿Cuáles son los ingredientes principales, los conoces?

Humphrey echó un vistazo alrededor de la mesa hacia ella.

– De lo que recogí de los experimentos, bolsa de pastor *, moneywort *, y consuelda *eran los cruciales. En lo que se refiere a las otras sustancias, no eran más que material de realce.

Leonora inclinó la cabeza, y posó su taza.

– Dame unos pocos minutos para consultar a Cook y a la señora Wantage. Estoy segura que podemos preparar un brebaje bastante creíble.

Volvió quince minutos más tarde. Los demás seguían sentados, reclinados hacia atrás, satisfechos, disfrutando de su café. Colocó una fórmula pulcramente escrita delante de Tristan y volvió a ocupar su asiento.

Él la cogió, la leyó e inclinó la cabeza.

– A mi parecer tiene apariencia verosímil. -Se lo pasó a Jeremy. Miró a Humphrey-. ¿Puedes pasarlo a limpio?

Leonora clavó los ojos en él.

– ¿Qué pasa con mi copia?

Tristan la miró.

– ¿No estaba escrito por un hombre?

– Oh. -Aplacada, se sirvió otra taza de té-. ¿Cuál es vuestro plan? ¿Qué tenemos que hacer?

Tristan percibió la mirada inquisitiva que le dirigió sobre el borde de la taza, suspiró interiormente y explicó.

Como había anticipado, ningún argumento podía disuadir a Leonora de participar con él en la cacería.

Charles y Deverell pensaban que era un gran chiste, hasta que Humphrey y Jeremy también insistieron en participar.

Habría que atarlos corto y llevarlos al club bajo la vigilancia de Gasthorpe. Tristan consideró que si no estaban allí, no había ninguna manera de impedir su aparición en el parque de St. James; finalmente, decidió sacarles el mejor partido.

Leonora resultó ser sorprendentemente hábil para disfrazarse. Tenía la misma altura que su criada Harriet, así que le pidió que le prestase la ropa; con la cuidadosa aplicación de hollín y polvos, se convirtió en una vendedora de flores pasable.

Engalanaron a Humphrey con algunas de las antiguas ropas de Cedric. Haciendo caso omiso de los edictos de la elegancia, fue transformado a fondo en un espécimen poco respetable, su escaso cabello blanco hábilmente despeinado, aparentemente descuidado. Deverell, quien había regresado a su casa en Mayfair para crear su propio disfraz, había vuelto y mostrado su aprobación, después tomó a Humphrey a su cargo. Se pusieron en camino en un coche de alquiler para ocupar sus posiciones.

Jeremy fue, con diferencia, el más difícil de disfrazar; su figura alta y esbelta, bien definida, y sus facciones proclamaban buena crianza. Al final, Tristan aceptó que fuera con él a Green Street. Regresaron media hora más tarde con el aspecto de dos rudos braceros; Leonora tuvo que mirar dos veces antes de reconocer a su hermano.

Éste sonrió abiertamente.

– Esto es mejor que estar encerrado en el armario.

Tristan le miró ceñudamente.

Esto no es una broma.

– No. Por supuesto que no. -Jeremy trató de parecer apropiadamente contrito, y falló miserablemente.

Se despidieron de Jonathon, infeliz pero resignado por perderse toda la diversión, prometiendo contarle todo en cuanto regresaran, después se dirigieron al club para ver a Charles y a Duke.

Duke estaba en extremo nervioso, pero Charles le tenía a su disposición. Cada uno tenía definido su papel en el juego; Duke sabía que tenía que explicar meticulosamente todos los detalles, pero aunque eso era lo más importante, le habían dicho muy claramente el papel que Charles iba a representar en el caso de que no siguiera sus instrucciones, todos estaban seguros, pasase lo que pasase que sería suficiente para asegurar la continúa cooperación de Duke.

Charles y Duke serían los últimos en salir con destino al parque de St. James. La reunión estaba programada para las tres en punto, cerca de Queen Anne Gate’s…

Eran poco después de las dos cuando Tristan ayudó a Leonora a subir al coche de alquiler, metió a Jeremy y se pusieron en marcha.

Bajaron del coche cerca del final del parque. Dieron una vuelta por el césped y se separaron, Tristan siguió hacia adelante, dando grandes zancadas, deteniéndose de vez en cuando como si buscase a un amigo. Leonora seguía unas yardas atrás, un cesto vacío colgaba sobre su brazo, una vendedora de flores dirigiéndose a casa al final de un buen día. Detrás de ella, Jeremy seguía recto, aparentemente contrariado consigo mismo y prestando poca atención a los demás.

Finalmente Tristan llegó a la entrada conocida como Queen Anne Gate’s. Se apoyó contra el tronco de un árbol cercano y se situó, un tanto malhumorado, para esperar. Según sus instrucciones, Leonora entró en el parque por un lateral. Se sentó en un banco de hierro forjado, al lado del camino de la puerta Queen Anne; se hundió en él, estiró las piernas hacia adelante, balanceando el cesto vacío contra ellas, y fijó la mirada en la vista que tenía por delante, hacia el sendero de césped que bajaba hasta el lago.

En el siguiente banco de hierro forjado situado a lo largo del camino se sentó un viejo, un hombre fuerte con cabellera canosa cubierto por una auténtica montaña de bufandas y abrigos desparejados. Humphrey. Más cerca del lago, pero en línea con la puerta, Leonora sólo podía ver la vieja gorra a cuadros que Deverell se había bajado sobre la cara; cayó bruscamente hacia abajo contra el tronco de un árbol, al parecer dormido profundamente.

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