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Stephanie Laurens: La Dama Elegida

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Stephanie Laurens La Dama Elegida

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Tristan Wemyss, conde de Trentham, nunca esperó tener que casarse en el plazo de un año para no perder su herencia. Pero él no se someterá a los deseos de las madres casamenteras de la sociedad. No, él se casará con una dama de su propia elección. Y la dama que ha escogido es su encantadora vecina. La señorita Leonora Carling tiene belleza, espíritu y pasión; desgraciadamente, el matrimonio es la última cosa en su mente. Para Leonora, los besos de Tristan son muy tentadores. Pero, como dice el refrán, el que se quema con leche cuando ve una vaca llora y ella ha decidido alejarse del matrimonio. Tristan es un veterano experimentado y no aceptará la derrota. Por eso, cuando un misterioso hombre intenta ahuyentar a Leonora y su familia de su casa, Tristan comprende que tiene la excusa perfecta para ofrecer sus servicios como protector, seductor y marido.

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– Está bien. No quisimos golpear la puerta del armario y atraer la atención hacia nosotros, no sabía si distraería a alguien en el momento menos oportuno. -Miró a Tristan-. ¿Lo atrapaste?

– Efectivamente. -Tristan señaló hacia la puerta de la biblioteca-. Vamos dentro. Estoy seguro de que St. Austell y Deverell le habrán dejado claro cuál es la situación en este momento.

La escena que se encontraron sus ojos cuando registraron la biblioteca sugería que ese era el caso; Duke Mountford estaba sentado en una silla con respaldo en medio de la biblioteca, con la cabeza y los hombros encorvados. Las manos, que colgaban flojas entre sus rodillas, estaban atadas con el cordón de la cortina. También tenía un tobillo amarrado a una pata de la silla.

Charles y Deverell estaban apoyados uno al lado del otro en el borde delantero del escritorio, cruzados de brazos observaban a su prisionero como pensando lo que iban a hacer con él después.

Leonora lo examinó, pero sólo pudo ver un ligero roce en uno de los pómulos de Duke; no obstante, a pesar de la falta de daño exterior, no tenía del todo buen aspecto.

Deverell miraba hacia arriba con la mayor naturalidad. Leonora ayudó a Humphrey a sentarse en su silla. Deverell capturó la mirada de Tristan.

– Sería buena idea que Martinbury oyera esto. -Echó un vistazo alrededor abarcando todos los asientos-. Podríamos traerlo en una butaca.

Tristan asintió.

– ¿Jeremy?

Salieron los tres, dejando a Charles vigilando.

Un minuto más tarde, un profundo ladrido sonó en la parte delantera de la casa, seguido por el sonido del roce de las patas de Henrietta cuando trotaba hacia ellos.

Sorprendida, Leonora miró a Charles.

Él no desvió su mirada fija de Mountford.

– Pensamos que ella podría resultar útil a fin de persuadir a Duke para que se dé cuenta de lo equivocado de sus acciones.

Henrietta ya gruñía cuando apareció en la entrada. Los pelos del cuello se le habían erizado. Fijó sus brillantes ojos color ámbar en Duke. Rígido y congelado, atado a la silla, éste se quedó con la mirada fija y horrorizado se echó para atrás.

El gruñido de Henrietta descendió una octava, bajando la cabeza, avanzó dos amenazantes pasos.

Duke parecía estar a punto de desmayarse.

Leonora chasqueó sus dedos.

– Aquí, chica. Ven aquí.

– Vamos, vieja chica. -Humphrey se golpeó ligeramente un muslo.

Henrietta miró de nuevo a Mountford, luego resopló y deambuló alrededor de Leonora y Humphrey. Después de saludarlos, dio vueltas, finalmente se desplomó entre ellos en un peludo montón. Apoyando su enorme cabeza sobre las patas, fijó una mirada implacablemente hostil en Duke.

Leonora miró a Charles. Parecía satisfecho.

Jeremy reapareció y mantuvo abierta la puerta de la biblioteca; Tristan y Deverell entraron llevando la butaca de la sala, con Jonathon Martinbury recostado en ella.

Duke jadeó. Clavó los ojos en Jonathon. El último vestigio de color desapareció de su cara.

– ¡Dios mío!¿Qué te pasó?

Ningún actor podía haber dado semejante representación. Se había impresionado claramente por la condiciones en las que se encontraba su primo.

Tristan y Deverell colocaron la butaca en el suelo; Jonathon miró a Duke a los ojos fijamente.

– Deduzco que me encontré con algunos amigos tuyos.

Duke tenía mal semblante. Su cara cerúlea lo miraba fijamente, lentamente negó con la cabeza.

– ¿Pero cómo lo supieron? No tenía conocimiento de que estabas en la ciudad.

– Tus amistades son decididas, y tienen los brazos muy largos.

Tristan se dejó caer en la silla que había junto a la de Leonora.

Jeremy cerró la puerta. Deverell había regresado a su posición al lado de Charles. Cruzando el cuarto, Jeremy sacó su silla de detrás del escritorio y se sentó.

– Correcto. -Tristan intercambió miradas con Charles y Deverell, luego miró hacia Duke.

– Está en una posición grave y desesperada. Si tuviera algo de inteligencia, contestaría rápido a las preguntas que le planteemos, directo al grano y honestamente. Y, sobre todo, exactamente. -Hizo una pausa y prosiguió-. No estamos interesados en oír sus excusas o justificaciones, sería aliento perdido. Tan sólo para entender los motivos, ¿cómo comenzó esta trayectoria?

Los ojos oscuros de Duke se posaron sobre la cara de Tristan; desde su sitio al lado de Tristan, Leonora podía leer su expresión. Toda la violenta bravuconería de Duke le había abandonado. La única emoción presente ahora en sus ojos era miedo.

Él tragó.

– Newmarket. Fue en la feria de otoño del año pasado. Antes no tenía tratos con el “cent per cents” *de Londres, pero apareció aquel caballo… Estaba seguro de que gaaría… -Hizo una mueca-. De cualquier manera, conseguí caer profundamente, más profundo de lo que lo haya estado alguna vez. Y esos tiburones tienen matones que actúan como recaudadores. Fui al norte, pero me siguieron. Y entonces conseguí la carta acerca del descubrimiento de A.J.

– Así que viniste a verme -repuso Jonathon.

Duke le recorrió con la mirada, inclinó la cabeza.

– Cuando los recaudadores me alcanzaron unos días más tarde, les conté sobre eso, me hicieron ponerlo todo por escrito y se lo llevaron al “cent per cent”. Pensé que la promesa se mantendría durante algún tiempo… -Recorrió con la mirada a Tristan-Ahí fue cuando las cosas pasaron de malas a infernales.

Tomó aire. Su mirada se fijó en Henrietta.

– El “cent per cent” vendió mis pagarés, basándose en el descubrimiento.

– ¿A un caballero extranjero? -Preguntó Tristan.

Duke asintió con la cabeza.

– Al principio parecía que todo estaba bien. Él, el extranjero, me animó para que me apoderase del descubrimiento. Me dijo que claramente no había ninguna necesidad de incluir a los demás. -Duke se ruborizó-. Jonathon y los Carling no se habían preocupado por el descubrimiento durante todo este tiempo.

– Así pues, usted intentó de diversas maneras entrar en el taller de Cedric Carling, y preguntando a los sirvientes se enteró de que había estado cerrado desde su muerte.

Otra vez Duke inclinó la cabeza.

– ¿A usted no se le ocurrió comprobar los diarios de su tía?

Duke parpadeó.

– No. Quiero decir… bueno, ella era una mujer. Sólo pudo haber ayudado a Carling. La fórmula final tenía que estar en los libros de Carling.

Tristan recorrió con la mirada a Jeremy, quien le devolvió una mirada socarrona.

– Muy bien -continuó Tristan-. Así es que su nuevo patrocinador extranjero le animó para que encontrara esa fórmula.

– Sí. -Duke cambió de posición en la silla-. Al principio, me pareció realmente una broma. Un desafío para ver si podría obtenerla. Incluso estaba dispuesto a financiar la compra de la casa. -Su cara se ensombreció-. Pero las cosas resultaron mal.

– Podemos prescindir de una enumeración que todos conocemos. ¿Puedo suponer que su amigo extranjero se volvió cada vez más y más insistente?

Duke se estremeció. Sus ojos, cuando se encontraron con los de Tristan, se veían angustiados.

– Me ofrecí a encontrar el dinero, readquirir mi deuda, pero él no la tenía. Él quería la fórmula. Estaba dispuesto a darme mucho dinero en cuanto la pudiera conseguir, pero obtenía la maldita cosa o moría. ¡ Lo dijo en serio!

La sonrisa de Tristan era fría.

– Los extranjeros de su clase generalmente lo hacen. -Hizo una pausa, luego preguntó- ¿Cuál es su nombre?.

El poco color que había vuelto a la cara Duke se esfumó. Pasó un momento, después se mojó los labios.

– Me dijo que si contaba cualquier cosa acerca de él, me mataría.

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