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Stephanie Laurens: La Dama Elegida

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Stephanie Laurens La Dama Elegida

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Tristan Wemyss, conde de Trentham, nunca esperó tener que casarse en el plazo de un año para no perder su herencia. Pero él no se someterá a los deseos de las madres casamenteras de la sociedad. No, él se casará con una dama de su propia elección. Y la dama que ha escogido es su encantadora vecina. La señorita Leonora Carling tiene belleza, espíritu y pasión; desgraciadamente, el matrimonio es la última cosa en su mente. Para Leonora, los besos de Tristan son muy tentadores. Pero, como dice el refrán, el que se quema con leche cuando ve una vaca llora y ella ha decidido alejarse del matrimonio. Tristan es un veterano experimentado y no aceptará la derrota. Por eso, cuando un misterioso hombre intenta ahuyentar a Leonora y su familia de su casa, Tristan comprende que tiene la excusa perfecta para ofrecer sus servicios como protector, seductor y marido.

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Tristan inclinó su cabeza, y dijo suavemente:

– ¿Y qué imagina usted que le ocurrirá si no nos cuenta sobre él?

Duke se quedó con la mirada fija, luego recorrió con la mirada a Charles. Quien la mantuvo.

– ¿No sabe usted cuál es el castigo por traición?.

Pasado un momento, Deverell añadió tranquilamente.

– Eso suponiendo, claro está, que usted esté dispuesto a ir al patíbulo. -Se encogió de hombros-. Con todos los ex soldados que hay en las prisiones estos días…

Con los ojos desorbitados, Duke resolló trabajosamente y miró a Tristan.

– ¡No sabía que fuera traición!

– Me temo que las actividades que usted ha estado realizando, definitivamente pueden calificarse como tal.

Duke estaba atrapado en otro jadeo, luego farfulló -Pero no sé su nombre.

Tristan inclinó la cabeza, asintiendo.

– ¿Cómo contacta con él?

– ¡No lo hago! Estableció al principio que tengo que encontrarme con él en el parque St. James cada tres días e informarle de lo ocurrido.

La próxima reunión tendría lugar al día siguiente.

Tristan, Charles y Deverell retuvieron a Duke durante otra media hora, pero se enteraron de poco más. Evidentemente Duke estaba cooperando; recordando lo nervioso y excitado que había estado antes, ahora Leonora se percataba, sospechaba que Mountford se había dado cuenta de que eran su única esperanza, que si colaboraba, podría escapar de que la situación en la que se encontraba se transformase en una pesadilla.

La valoración de Jonathon había sido precisa; Duke era una oveja negra con pocos principios morales, un matón cobarde y violento, indigno de confianza y más, pero no era un asesino, y nunca había tenido la intención de ser un traidor.

Su reacción a las preguntas de Tristan acerca de la señorita Timmins era reveladora. Su cara tenía un matiz espantoso, de forma vacilante Duke relataba que cuando había ido registrado las paredes de la planta baja, oyó en la penumbra un sonido ahogado, y miró hacia arriba, para ver a la frágil anciana caer rodando por las escaleras hasta aterrizar en el suelo, muerta, a sus pies. Su horror era sincero; fue él quien había cerrado los ojos de la señora.

Observándole, Leonora decidió seriamente que la justicia en cierta forma había sido servida. Duke nunca olvidaría lo que había visto, lo que inadvertidamente había causado.

Finalmente, Charles y Deverell sacaron a Duke para llevarle al club y encerrarle en el sótano, bajo los ojos vigilantes de Biggs y Gasthorpe, junto con la comadreja y los cuatro brutos que Duke había contratado para ayudarlo en las excavaciones.

Tristan miró hacia Jeremy.

– ¿Has identificado la fórmula definitiva?

Jeremy sonrió abiertamente. Escogió una hoja de papel.

– Acabo de copiarla. Estaba en el diario de A.J., cuidadosamente anotada. Cualquiera lo pudo haber encontrado. -Le dio el papel a Tristan. La mitad era definitivamente trabajo de Cedric, pero sin A. J. y sus registros, habría sido endemoniado encajarlo.

– Sí, ¿pero surtirá efecto? -preguntó Jonathon. Había permanecido silencioso durante todo el interrogatorio, tranquilamente pensando en sus cosas. Tristan le alargó el escrito; él lo ojeó.

– No soy experto en hierbas medicinales -dijo Jeremy-. Pero si los resultados, según están reflejados en los diarios de su tía, son correctos, entonces sí, su brebaje definitivamente ayudará a coagular cuando se aplique a las heridas.

Y había estado en York durante los dos últimos años. Tristan pensó en los campos de batalla de Waterloo, luego desterró la visión. Se volvió hacia Leonora.

Ella se encontró con sus ojos y apretó su mano.

– Al menos ahora lo tenemos.

– Una cosa que no entiendo -introdujo Humphrey-. Si ese extranjero estaba tan desesperado por encontrar la fórmula, y podía ordenar que Jonathon fuese asesinado, ¿por qué no fue tras la fórmula él mismo? -Humphrey elevó sus peludas cejas-. Claro que estoy terriblemente contento de que no lo hicieran. Mountford era bastante malo, pero al menos le sobrevivimos.

– La respuesta es una de esas sutilezas diplomáticas. -Tristan se levantó y volvió a ponerse el abrigo-. Si un extranjero, de una de las embajadas, estaba implicado en un ataque directo hasta la muerte, del entonces un joven desconocido, o incluso dos del norte, el gobierno podría fruncir el ceño, pero principalmente lo ignoraría. Sin embargo, si el mismo extranjero estaba implicado en allanamiento de morada y violencia en una casa situada en una parte rica de Londres, la casa de distinguidos hombres de letras, el gobierno seguramente estaría más disgustado y de ningún modo inclinado a ignorar cualquier cosa.

Los recorrió con la mirada a todos, su sonrisa serenamente cínica.

– Un ataque en una propiedad cerca del corazón del gobierno crearía un incidente diplomático, así es que Duke era un instrumento necesario.

– ¿Y ahora qué? -preguntó Leonora.

Él vaciló, bajó la mirada a sus ojos, luego sonrió levemente, sólo a ella.

– Ahora Charles, Deverell y yo necesitamos llevar esta información al lugar adecuado, y ver lo que quieren hacer.

Ella le miró fijamente.

– ¿Tu antiguo jefe?

Él asintió, irguiéndose.

– Nos reencontraremos aquí para el desayuno si estás de acuerdo, y haremos, sean los que sean, los planes que necesitamos elaborar.

– Sí, de acuerdo. -Leonora extendió la mano y tocó la suya en despedida.

Humphrey saludó con la cabeza magnánimamente.

– Hasta mañana.

– Desafortunadamente, la reunión con su contacto del gobierno tendrá que esperar hasta mañana. -Jeremy inclinó la cabeza hacia el reloj de la repisa de chimenea- Son más de las diez.

Tristan, se dirigió hacia la puerta y cuando llegó, se giró sonriendo.

– Realmente, no. El Estado nunca duerme.

El Estado para ellos quería decir Dalziel.

Se anunciaron con antelación; no obstante, los tres tuvieron que esperar pacientemente en el antedespacho del maestro de espías durante veinte minutos, antes de que la puerta se abriera y Dalziel les hiciera pasar.

Cuando se hundieron en las tres sillas colocadas frente al escritorio, echaron un vistazo alrededor, luego se miraron unos a otros. Nada había cambiado. Incluido Dalziel. Éste rodeó el escritorio. Su cabello era oscuro, sus ojos oscuros y siempre se vestía austeramente. Su edad era extraordinariamente difícil de calcular; cuando empezó, primero trabajando a través de esta oficina, Tristan había dado por supuesto y considerado a Dalziel mayor que él. Ahora… comenzaba a preguntarse dónde se habían ido todos esos años. Él visiblemente había envejecido; Dalziel no.

Con la calma de siempre, Dalziel se sentó detrás del escritorio, de cara a ellos.

– Ahora. Explícaos, si hacéis el favor. Desde el principio.

Tristan lo hizo, relatando rigurosamente los acontecimientos que le concernían, omitiendo la gran participación de Leonora. Era sabido que Dalziel desaprobaba que las señoras se metiesen en el juego.

Aún así, no le pasó desapercibido que esa fija y firme mirada oscura estaba haciendo conjeturas.

Al final de la historia, Dalziel inclinó la cabeza, luego miró a Charles y a Deverell.

– ¿Y cómo es que vosotros dos estáis involucrados?

Charles sonrió abiertamente de forma lobuna.

– Compartimos intereses mutuos.

Dalziel sostuvo su mirada fija durante un instante.

– Ah, Sí. Vuestro club en Montrose Place. Por supuesto.

Miró hacia abajo. Tristan estaba seguro que era para poder parpadear con comodidad. El hombre era una amenaza. Ellos ya no eran parte integrante de su red.

– Esto… -Mirando por encima de las notas que había garabateado mientras estaba escuchando, Dalziel reclinándose hacia atrás y elevando el tono, los fijó a todos con su mirada-. Tenemos a un europeo desconocido intentando, seriamente intentando, robar una fórmula potencialmente valiosa para ayudar a curar heridas. No sabemos quién puede ser ese caballero, pero tenemos la fórmula, y tenemos a su peón local. ¿Es correcto?.

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