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Stephanie Laurens: La Dama Elegida

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Stephanie Laurens La Dama Elegida

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Tristan Wemyss, conde de Trentham, nunca esperó tener que casarse en el plazo de un año para no perder su herencia. Pero él no se someterá a los deseos de las madres casamenteras de la sociedad. No, él se casará con una dama de su propia elección. Y la dama que ha escogido es su encantadora vecina. La señorita Leonora Carling tiene belleza, espíritu y pasión; desgraciadamente, el matrimonio es la última cosa en su mente. Para Leonora, los besos de Tristan son muy tentadores. Pero, como dice el refrán, el que se quema con leche cuando ve una vaca llora y ella ha decidido alejarse del matrimonio. Tristan es un veterano experimentado y no aceptará la derrota. Por eso, cuando un misterioso hombre intenta ahuyentar a Leonora y su familia de su casa, Tristan comprende que tiene la excusa perfecta para ofrecer sus servicios como protector, seductor y marido.

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Tristan soltó a Leonora, después le cogió la mano y echó un vistazo hacia ella.

– Estamos fuera para una noche de entretenimiento. Hemos decidido mirar en alguno de los salones alrededor de Piccadilly.

Ella abrió los ojos de par en par.

– Nunca he estado en uno. ¿Debo esperar la perspectiva con entusiasmo?

– Precisamente. -Él no pudo evitar sonreír con placer, nada como un teatro de variedades para producir pura excitación.

Pasaron a Deverell, quien estaba agachado y se sacudía la ropa, preparándose para unírseles en la persecución de su presa.

Tristan era un experto en rastrear a las personas a través de las ciudades y las multitudes; así como Deverell. Ambos habían trabajado principalmente en las ciudades francesas más grandes; los mejores métodos de la persecución eran su segunda naturaleza.

Jeremy se reuniría con Humphrey y ambos regresarían a Montrose Place para aguardar acontecimientos; Charles iría por delante de ellos con Duke. Era el trabajo de Charles mantener el fuerte hasta que regresaran con el último retazo de información vital.

Su presa cruzó el puente al otro lado del lago y continuó adelante, hacia los alrededores del Palacio de St. James.

– Sígueme en todo, -murmuró Tristan, sus ojos puestos en la espalda del hombre.

Justo como había esperado, este hizo una pausa delante de la puerta de salida del parque y se inclinó como para quitar una piedra de su zapato.

Deslizando un brazo alrededor de Leonora, Tristan le hizo cosquillas; ella rió nerviosamente, se retorció. Riéndose, él la apoyó familiarmente contra él, y continuando recto pasaron al hombre sin siquiera una mirada.

Leonora, jadeante, se apoyó más cerca a medida que continuaban adelante.

– ¿Estaba él vigilando?

– Sí. Nos detendremos un poco más adelante y discutiremos acerca de por dónde ir, para que nos pueda pasar otra vez

Así lo hicieron; Leonora pensó que parecían una pareja de amantes de clase baja discutiendo los méritos de los teatros de variedades.

Cuando el hombre estaba una vez más por delante de ellos, avanzando a grandes zancadas, Tristan asió su mano, y siguieron ahora algo más rápidamente, como si se hubieran puesto de acuerdo mentalmente.

La zona de los alrededores del Palacio de St. James estaba plagada de pequeñas calles, patios y callejones interconectados. El hombre giró dentro del laberinto, avanzando a grandes pasos con seguridad.

– Esto no funciona. Dejémoselo a Deverell y sigamos hacia Pall Mall. Le reencontraremos allí.

Leonora sintió un pequeño tirón cuando dejaron el rastro del hombre, continuaron recto dónde él había girado a la izquierda. Unas pocas casas más adelante, volvieron la mirada hacia atrás y vieron a Deverell girar, siguiendo el rastro del hombre.

Llegaron a Pall Mall y dieron la vuelta a la izquierda, deambulando muy lentamente, escudriñando hacia delante por las entradas de los callejones. No tuvieron que esperar mucho tiempo hasta que su presa emergió, avanzando a grandes pasos aún más rápidamente.

– Tiene prisa.

– Está nervioso -dijo ella, y estaba segura de que era verdad.

– Quizá.

Tristan la guió; se cambiaron con Deverell otra vez en las calles del sur de Piccadilly, luego se unieron a la muchedumbre que disfrutaba de un paseo nocturno a lo largo de esa vía pública principal.

– Aquí es donde podríamos perderle. Mantén los ojos alerta.

Ella lo hizo, examinando a la multitud que iba por delante en la agradable noche.

– Allí está Deverell. -Tristan se detuvo, le dio un codazo, así que ella miró en la dirección correcta. Deverell justamente se estaba dirigiendo hacia Pall Mall. Miraba a su alrededor-. ¡Maldición! -Tristan se enderezó- Le hemos perdido. -Comenzó a buscar abiertamente entre la multitud que había por delante- ¿Dónde diablos se ha metido?

Leonora dio un paso acercándose a los edificios, mirando a lo lejos por el estrecho resquicio dejado por la muchedumbre. Percibió un destello de gris, luego desapareció.

– ¡Allí! -Agarró el brazo de Tristan, señalando hacia delante-. Dos calles más arriba.

Se abrieron camino, viraron, corrieron, dieron la vuelta a la esquina, entonces empezaron a caminar más despacio.

Su presa, Leonora no se había equivocado, estaba casi al otro extremo de la corta calle.

Fueron deprisa, entonces el hombre giró a la derecha y desapareció de su vista. Tristan hizo señas a Deverell, quien comenzó a correr a lo largo de la calle detrás de él.

– Por el callejón. -Tristan la empujó hacia la entrada de una estrecha callejuela, que iba recto hasta el otro lado de la calle que corría paralelamente a la que habían estado. Se apresuraron a lo largo de ella, Tristan agarrando su mano, sujetándola cuando Leonora resbaló.

Alcanzaron la otra calle y la subieron, paseándose otra vez, calmando sus respiraciones. La entrada de la calle por donde el hombre había girado se unía por la parte de abajo a la que estaban ellos, ahora se encontraba delante a su izquierda; miraban mientras caminaban, en espera de que reapareciese.

No lo hizo.

Llegaron a la esquina y miraron hacia abajo de la pequeña calle. Deverell se encontraba apoyado contra una barandilla en el otro extremo.

Del hombre que habían estado siguiendo allí no había absolutamente ninguna señal.

Deverell se incorporó alejándose de la barandilla y caminó hacia ellos; sólo le llevó unos pocos minutos darles alcance.

Se le veía desolado.

– Había desaparecido cuando llegué.

Leonora se tensó.

– Así que al final lo hemos perdido.

– No -dijo Tristan-. No completamente. Espera aquí.

La dejó con Deverell y cruzó la calle hacia donde un barrendero se apoyaba en su escoba, a medio camino bajando la pequeña calle. Buscando bajo su abrigo desaliñado, Tristan localizó un soberano; lo mantuvo entre los dedos, donde el barrendero podría verlo cuando llegara a la barandilla delante de él.

– El individuo de gris que entró en la casa de enfrente. ¿Sabe su nombre?

El barrendero le miró suspicazmente, pero la tenue luz del oro habló ruidosamente.

– No sé su nombre correcto. Es de esos rígidos. El portero le llama Conde algo-impronunciable-que empieza por-wif-an-eff.

Tristan inclinó la cabeza.

– Eso es todo. -Dejó caer la moneda en la palma de la mano del barrendero.

Paseándose de regreso hacia Leonora y Deverell, no hizo esfuerzo en ocultar la sonrisa de autosatisfacción de sus labios.

– ¿Bien? -Predeciblemente, ese era el destello que su mente le había enviado.

Él sonrió abiertamente.

– El hombre de gris es conocido por el portero de la casa que hay hacia la mitad de la hilera, le llama “Conde-algo-impronunciable-que-comienza- wif-an-eff”.

Leonora le frunció el ceño, después miró más allá de él, hacia la casa en cuestión. Entrecerrando los ojos hacia él, dijo.

¿Y?

Tristan sonrió ampliamente; se sintió asombrosamente bueno.

– La casa es La Asamblea Legislativa Hapsburg.

A las siete en punto de la noche, Tristan condujo a Leonora a la sala de espera de la oficina de Dalziel, escondida en las profundidades de Whitehall.

– Veamos cuánto tiempo nos hace esperar.

Leonora colocó sus faldas en el banco de madera que Tristan le había acercado.-Había supuesto que sería puntual.

Sentándose a su lado, Tristan sonrió sardónicamente.

– No hay nada que hacer respecto de la puntualidad.

Ella estudió su cara.

– Ah. ¿Es uno de esos extraños juegos de hombres?

Él no dijo nada, simplemente sonrió y se recostó hacia atrás.

Sólo tuvieron que esperar cinco minutos.

La puerta se abrió; un hombre oscuramente elegante apareció. Él les vio. Hubo una pausa momentánea, después, con un gesto airoso, les invitó a entrar.

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