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Stephanie Laurens: La Dama Elegida

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Stephanie Laurens La Dama Elegida

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Tristan Wemyss, conde de Trentham, nunca esperó tener que casarse en el plazo de un año para no perder su herencia. Pero él no se someterá a los deseos de las madres casamenteras de la sociedad. No, él se casará con una dama de su propia elección. Y la dama que ha escogido es su encantadora vecina. La señorita Leonora Carling tiene belleza, espíritu y pasión; desgraciadamente, el matrimonio es la última cosa en su mente. Para Leonora, los besos de Tristan son muy tentadores. Pero, como dice el refrán, el que se quema con leche cuando ve una vaca llora y ella ha decidido alejarse del matrimonio. Tristan es un veterano experimentado y no aceptará la derrota. Por eso, cuando un misterioso hombre intenta ahuyentar a Leonora y su familia de su casa, Tristan comprende que tiene la excusa perfecta para ofrecer sus servicios como protector, seductor y marido.

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¿Qué…?

Ruidos sordos. Explosiones. Gritos y juramentos sofocados. Era más que una simple refriega.

¿Cuántos hombres estarían allí dentro? Había supuesto que solamente dos, Mountford y la comadreja, pero sonaba como algo más…

Un horroroso impacto sacudió las paredes.

Jadeó, clavando la vista abajo. La luz se había extinguido.

En la penumbra, una figura salió apresurada de la segunda puerta del sótano, la que estaba en el extremo del pasillo.

Se dio la vuelta, cerrando de golpe la puerta, una trampa. Ella escuchó el sonido chirriante de un viejo cerrojo de hierro encajando en su sitio.

El hombre se alejó de la puerta, corriendo, el pelo y la capa aleteaban violentamente, pasillo arriba hacia las escaleras.

Sorprendida, paralizada por el reconocimiento -el hombre era Mountford-, Leonora tiró hacia atrás. Forzó las manos a sus faldas, las agarró para darse la vuelta y huir, pero Mountford no la había visto, se resbaló parando junto a la puerta más cercana de la bodega, que ahora estaba abierta.

Mountford pasó dentro, agarró la puerta, y la giró cerrándola también. Asió el pomo, maniobrando desesperadamente.

En el repentino silencio sonó un revelador chirrido, luego el ruido metálico como de una cerradura pesada cayó sobre la casa.

Con el pecho subiendo y bajando, Mountford retrocedió. La hoja de un cuchillo agarrado en un puño brilló débilmente.

Un ruido sordo cayó sobre la puerta, y luego hizo vibrar el pomo.

Un apagado juramento se filtró a través de los espesos paneles.

– ¡Hah! ¡Os atrapé! -con la cara radiante, Mountford se volvió.

Y la vio.

Leonora giró y huyó.

No escapó lo suficientemente rápido.

La atrapó en la parte superior de la escalera. Mordiendo con los dedos su brazo, la giró duramente contra la pared.

¡Perra!

La palabra era rabiosa, gruñida.

Mirando la cara completamente pálida agresivamente cerca de la suya, Leonora contó con un segundo para aclararse la mente.

Curiosamente, fue todo lo que le tomó, un segundo, para que sus emociones la guiaran, para recuperar su ingenio. Todo lo que tenía que hacer era demorar a Mountford, y Tristan la salvaría.

Parpadeó. Languideció frágilmente, perdió un poco su almidón. Infundiendo su mejor imitación de las maneras vagas de la señorita Timmins.

– ¿Oh, querido, usted debe ser el Sr. Martinbury?

Él arpadeó, luego sus ojos llamearon. La sacudió.

– ¿Cómo sabe eso?

– Bueno… -dejó su voz temblorosa, manteniendo sus ojos dilatados-. Usted es el Sr. Martinbury que está relacionado con A.J. Carruthers, ¿no es usted?

Pese a toda su investigación, Mountford -Duke-, no se había informado de qué clase de mujer era ella. Estaba perfectamente segura que no había pensado en preguntar.

– Sí. Ese soy yo -agarrando su brazo la empujó delante de él hacia la sala del frente-. Estoy aquí para recibir algo de mi tía que ahora me pertenece a mí.

No guardó el cuchillo, una daga de mediocre calidad. Una frenética tensión irrumpió a través de él, en torno a él; su conducta era tensa y nerviosa.

Ella abrió sus labios, esforzándose en parecer apropiadamente estúpida.

– ¡Oh! ¿Quiere decir la fórmula?

Tenía que apartarlo del Número 16, preferiblemente hasta el Número 14. A lo largo del camino, tuvo que convencerlo de que era tan indefensa y poco amenazadora que no había necesidad de mantenerla agarrada. Si Tristan y los otros llegaran hasta las escaleras… ahora Mountford la tenía a ella y una daga, para su poca mente un arreglo favorable.

La estaba estudiando a través de los ojos entrecerrados.

– ¿Qué sabe acerca de la fórmula? ¿La han encontrado?

– ¡Oh! Así lo creo. Al menos, creo que eso es lo que dijeron. Mi tío, sabe usted, y mi hermano. Han estado trabajando en los diarios de nuestro difunto primo Cedric Carling, y creo que estaban diciendo hace sólo unas horas que tienen la cosa clara por fin.

Durante todo su ingenuo discurso, había ido flotando suavemente hacia la puerta principal, él había ido a la deriva con ella.

Se aclaró la voz.

– Me doy cuenta que de debe haber habido algún malentendido. -Con un ligero gesto, desechó lo que fuere que había ocurrido escaleras abajo-. Pero estoy segura de que si habla con mi tío y mi hermano, estarían felices de compartir con usted la fórmula, dado que es el heredero de A.J. Carruthers.

Emergiendo a la luz de la luna sobre el porche, él fijó su mirada en ella.

Leonora mantuvo su expresión tan ausente como podía, tratando de no reaccionar a su amenaza. La mano que sostenía el cuchillo estaba temblando; parecía inseguro, desequilibrado, luchando por pensar.

Miró al otro lado, al Número 14.

– Claro que sí -respiró-. Su tío y su hermano son muy cariñosos con usted, ¿no lo son?

– Oh, sí. -Reunió su falda y absolutamente sin ninguna prisa, descendió los escalones; él todavía no soltaba su brazo, pero descendió al lado de ella-. Porque he mantenido la casa para ellos durante más de una década, sabe usted. Ciertamente, se perderían sin mí.

Continuó despreocupadamente, con expresión vacua a medida que bajaban por el camino, giró al llegar a la calle, guió la corta distancia al portón del Número 14, y entró. Él caminaba a su lado, seguía sosteniendo su brazo, sin decir nada; estaba muy tenso, comenzaba a ponerse nervioso, crispado, si hubiese sido una mujer le hubiera diagnosticado histeria incipiente.

Cuando alcanzaron las escaleras de la fachada, tiró de ella para acercarla más. Levantó la daga para que ella la viera.

– No necesitamos ninguna interferencia de sus sirvientes.

Parpadeó por la daga, entonces, forzando sus ojos a dilatarse, mantuvo la mirada inexpresiva levantada hacia él.

– La puerta está sin pestillo, de manera que no necesitaremos molestarlos.

Su tensión se alivió un poco.

– Bien. -La empujó subiendo los escalones. Parecía que trataba de mirar en todas las direcciones a la vez.

Leonora llegó a la puerta, miró la cara pálida de Duke, apretada, tensa, por un instante se preguntó si había acertado en la confianza en Tristan.

La arrastró de un tirón, ella levantó la cabeza y abrió la puerta. Rezó porque Castor no apareciera.

Duke entró con ella, manteniéndose a su lado. Alivió el agarre de su brazo mientras exploraba el vestíbulo vacío.

Cerrando la puerta calmadamente, ella dijo, con tono ligero y simple, intrascendente.

– Mi primo y hermano estarán en la biblioteca. Éste es el camino.

Él mantuvo la mano en su brazo, aún miraba de un lado para otro, pero fue con ella rápida y tranquilamente a través de la sala y el pasillo que lleva a la biblioteca.

Leonora pensaba furiosamente, tratando de planear qué debería decir. Los nervios de Duke tiraban duramente, un tirón más y se quebrarían. Sólo Dios sabía lo que podría hacer entonces. No se atrevía a mirar a ver si Tristan y los otros lo estaban siguiendo, pero la vieja cerradura de la puerta de la bodega podría tardar más tiempo en soltarse que las cerraduras modernas.

A pesar de todo no sentía que hubiera tomado la decisión equivocada -Tristan la rescataría-, y a Jeremy y Humphrey, en breve.

Hasta entonces, le correspondía a ella mantener a todos ellos -a Jeremy, a Humphrey, y a ella misma- seguros.

Su táctica había funcionado hasta el momento, no podía pensar en nada mejor que continuar en esa misma línea.

Abriendo la puerta de la biblioteca, se dirigió dentro.

– Tío, Jeremy, tenemos un invitado.

Duke avanzó a su lado, dándole una patada a la puerta cerrándola detrás de ellos.

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