Stephanie Laurens - La Dama Elegida

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Tristan Wemyss, conde de Trentham, nunca esperó tener que casarse en el plazo de un año para no perder su herencia. Pero él no se someterá a los deseos de las madres casamenteras de la sociedad. No, él se casará con una dama de su propia elección. Y la dama que ha escogido es su encantadora vecina. La señorita Leonora Carling tiene belleza, espíritu y pasión; desgraciadamente, el matrimonio es la última cosa en su mente.
Para Leonora, los besos de Tristan son muy tentadores. Pero, como dice el refrán, el que se quema con leche cuando ve una vaca llora y ella ha decidido alejarse del matrimonio.
Tristan es un veterano experimentado y no aceptará la derrota. Por eso, cuando un misterioso hombre intenta ahuyentar a Leonora y su familia de su casa, Tristan comprende que tiene la excusa perfecta para ofrecer sus servicios como protector, seductor y marido.

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Miró fijamente a Tristan, deslumbrado.

– ¿Duke? -Frunció el ceño-. Es la oveja negra, pero aunque es repugnante, malhumorado, incluso algo bruto, con fachada de matón, yo diría que hay un cobarde debajo su lengua arrogante. Puedo imaginarme que habría hecho más de lo que usted dice, pero honestamente no lo puedo ver hacer arreglos para golpearme hasta morir.

Charles sonrió con esa letal sonrisa que él, Tristan y Deverell, parecían tener en sus repertorios.

– Duke podría no serlo, pero la gente con la que probablemente está negociando no tendría ningún escrúpulo en disponer de usted si amenazaba con entrometerse.

– Si lo que usted dice es verdad -introdujo Deverell-, probablemente están teniendo problemas para mantener a Duke sin un rasguño. Eso encajaría perfectamente.

– La comadreja -dijo Jonathan-. Duke tiene un… bueno, un valet, supongo. Un criado. Cummings.

– Que es el nombre que él me dio. -Deverell alzó las cejas-. Tan listo como su amo.

– Entonces, -dijo Charles, alejándose de la chimenea- ¿ahora qué?

Miró a Tristan; todos miraron a Tristan. Quien sonrió, no agradablemente, y se levantó.

– Hemos aprendido todo lo que necesitábamos para llegar al grano. -Colocando sus mangas, miró a Charles y Deverell-. Creo que es el momento de que invitemos a Duke a reunirse con nosotros. Oigamos lo que tiene que decir.

La mueca de Charles era diabólica.

– Dirige el camino.

– Por supuesto -Deverell ya estaba en los talones de Tristan cuando éste doblaba hacia la puerta.

– ¡Esperad! -Leonora miraba el bolso negro, colocado en la silla, después levantó la mirada a la cara de Jonathan.

– Por favor dígame que tiene todos los diarios de A.J. y las cartas de Cedric allí dentro.

Jonathan hizo una mueca torcida, divertida. Asintió.

– Pura suerte, pero sí, los tengo.

Tristan dio marcha atrás.

– Que es algo que no hemos cubierto. ¿Cómo le cogieron, y por qué no tomaron las cartas y los diarios?

Jonathon lo miró.

– Pues que hacía mucho frío, apenas había ningún pasajero en el coche postal. Llegó temprano. -Miró a Leonora-. No sé cómo supieron que estaba en él.

– Habrían tenido que tener a alguien vigilándole en York -dijo Deverell-. ¿No cambió los preparativos inmediatamente después de recibir la carta de Leonora y se apresuró?

– No. Me llevó dos días organizarme. -Jonathon se sentó en la silla-. Cuando me bajé del coche, había un mensaje esperándome, diciendo que me reuniera con el Sr. Simmons en la esquina de Green Dragon Yard y Old Montague Street a las seis en punto para discutir un asunto de mutuo interés. Era una carta redactada con elegancia, bien escrita, papel de buena calidad, pensé que era de ustedes, los Carling, acerca del descubrimiento. Realmente no pensé que usted no podría saber que yo estaba en el coche del correo, pero en ese momento todo parecía encajar.

– Esa esquina está a unos minutos de la posada elegida. Si el correo hubiera llegado en su horario, no hubiera tenido tiempo para encontrar una habitación antes de ir a la reunión. En lugar de eso, tuve una hora para buscar por los alrededores, hallar una habitación limpia, y dejar mi bolso allí, antes de ir a la cita.

Tristan seguía teniendo su sonrisa desconcertante.

– Asumieron que no habías traído ningún papel contigo. Lo habrían buscado.

Jonathon cabeceó.

– Mi abrigo fue desgarrado.

– Así pues, no encontrando nada, le sacaron del cuadro y le dejaron morir. Pero no comprobaron cuando llegaba el carruaje, tsk tsk -chasqueó la lengua-. Muy descuidado. -Charles paseó hacia la puerta-. ¿Nos vamos?

– Por supuesto -Tristan se giró y se dirigió a la puerta-. Traigamos a Mountford.

Leonora observó la puerta detrás de ellos.

Humphrey se aclaró la garganta, atrapando la mirada de Jonathon, entonces señaló el bolso negro.

– ¿Podemos?

Jonathon ondeó la mano.

– Por supuesto.

Leonora estaba dividida.

Jonathon estaba obviamente decaído, exhausto, y sus lesiones lo estaban agotando; lo instó a que se recostara y se recuperase. Por sugerencia de ella, Humphrey y Jeremy se llevaron el bolso negro fuera de la biblioteca.

Cerrando la puerta de la sala detrás de ella, vaciló. Una parte deseaba apresurarse tras su hermano y su tío, para ayudarlos y compartir el entusiasmo académico de dar sentido al descubrimiento de Cedric y A.J.

Otra parte era atraída por la realidad, la excitación física de la cacería.

Debatió con sí misma durante diez segundos, luego se dirigió hacia la puerta principal. Abriéndola, la dejó sin el pestillo. La noche había caído, la oscuridad se cerraba sobre la tarde. En el pórtico, vaciló. Preguntándose si debería llevar a Henrietta. Pero la perra todavía estaba en la cocina del club; no tenía tiempo de ir a por ella. Miró con atención a través del Número 16, pero la entrada estaba más cerca de la calle; no podía ver nada.

No. Te. Metas. En. Peligro.

Los tres estaban delante de ella. ¿Qué peligro podría haber allí?

Se apresuró bajando los escalones delanteros y corrió rápidamente al sendero del frente.

Iban, asumió, a arrancar a Mountford de su agujero -estaba intrigada-, después de todo este tiempo, vería quién era realmente, qué clase de hombre era. La descripción de Jonathon era ambivalente; sí, Mountford-Duke-era un matón violento, pero no un asesino.

Había sido lo suficiente violento en lo que a ella concernía.

Se acercó a la puerta delantera del Número 16 con la precaución apropiada.

Estaba entreabierta. Forzó sus oídos pero no escuchó nada.

Miró con atención más allá de la puerta.

El débil claro de luna lanzó su sombra al fondo del pasillo. Eso causó que el hombre en el umbral del marco de la puerta de la cocina hiciera una pausa y girara.

Era Deverell. Le indicó que se mantuviera en silencio y que permaneciera detrás, después dio la vuelta y se perdió entre las sombras.

Leonora vaciló un segundo; permanecería detrás, simplemente no tan lejanamente detrás…

Con sus zapatillas sin hacer ruido sobre las losas, se deslizó dentro del vestíbulo y siguió la estela de Deverell.

Las escaleras que conducían a las cocinas y al nivel del sótano, estaban justo más allá de la puerta del pasillo. Desde su visita anterior acompañando a Tristan por la casa, Leonora sabía que el tramo de las escaleras dobles terminaba en un corredor largo. Las puertas de las cocinas y el fregadero daban a la izquierda; a la derecha daba la despensa del mayordomo, seguida por un sótano largo.

Mountford hacía un túnel a través del sótano.

Deteniéndose brevemente al pie de la escalera, se inclinó sobre la barandilla y miró con fijeza abajo; podía ver a los tres hombres moviéndose en la parte inferior, grandes sombras en la penumbra. La luz débil brilló en algún punto delante de ellos. Mientras se movían fuera de su vista, avanzó lentamente bajando las escaleras.

Se detuvo brevemente en el rellano. Allí podía ver la longitud del pasillo antes y debajo de ella. Había dos puertas en el sótano. La más cercana estaba entreabierta, una luz débil llegó más allá de ella.

Más débilmente, como un escalofrío a través de sus nervios, vino un constante scritch-scratch.

Tristan, Charles y Deverell llegaron juntos ante la puerta; aunque no los vio moverse, asumió que hablaban, no escuchaba nada, ni el más leve sonido.

Entonces Tristan dio vuelta a la puerta del sótano, la empujó y se encaminó hacia dentro.

Charles y Deverell le siguieron.

El silencio duró un latido de corazón.

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