Al año siguiente, plantó un árbol en su honor en el lugar donde fue asesinada, de algún modo le pareció apropiado. Como una jovencita, a Marabelle le habría sido posible subir a un árbol más rápido que a cualquier chico de la comarca.
Los años siguientes, había sido rememorada con una donación a una casa para niños huérfanos, una ofrenda de libros a su antiguo colegio, y un cheque bancario anónimo a sus padres, que siempre se habían empeñado en vivir por sus propios medios.
Pero este año… nada.
Fue dando tumbos descendiendo por el camino de la playa, utilizando un brazo para mantener el equilibrio, mientras con el otro, sujetaba con fuerza su botella de whisky. Cuando llegó al final del sendero, se dejó caer de forma muy poco elegante sobre el suelo. Había un trozo cubierto de hierba, antes que la tierra dura cediera el paso a la arena delicada, por la cual Bournemouth era famosa. Se sentó ahí, fijando la mirada hacia el Canal, preguntándose, que demonios iba a hacer consigo mismo.
Había salido fuera para evadirse y tomar aire fresco. No quería que Penélope o sus preguntas bien intencionadas invadieran su amargura. Pero el aire salado hacía poco para aliviar su culpabilidad. Todo lo que hacía era recordarle a Caroline. Ella había llegado a casa esa tarde con la fragancia del mar en su cabello y el leve toque del sol en su piel.
Caroline. Cerró los ojos con angustia. Sabía que Caroline era la razón por la que había olvidado a Marabelle.
Escanció más whisky en su garganta, bebiendo directamente de la botella. Ello le ardía en el accidentado camino hacia el estómago, pero Blake aceptaba el dolor, Se sentía bruto y poco digno, y de alguna manera, eso le parecía apropiado. Esa noche no se sentía como todo un caballero.
Se tumbó de espaldas sobre la hierba y contempló el cielo. Había salido la luna, pero no brillaba lo suficiente, para atenuar las luces de las estrellas. Parecían casi felices, allí arriba. Centelleando como si a ellas no les importara nada en el mundo. Casi sentía como si se estuvieran burlando de él.
Blasfemó. Cada vez era más imaginativo. Eso, o sentimental. O quizá sólo fuera la bebida. Se sentó y tomó otro trago.
El licor embotó sus sentidos y oscureció su mente, por lo que probablemente no oyó pisadas hasta que estuvieron casi encima de él.
– ¿Quién ebta ahí? – pronunció de forma incorrecta, levantándose torpemente con ayuda de sus codos – ¿Quién es?
Caroline dio un paso hacia delante, la luz de las estrellas iluminaba su cabello castaño claro
– Sólo soy yo.
– ¿Qué estás haciendo aquí?
– Te vi desde mi ventana – sonrió con ironía – perdóname, tu ventana.
– Deberías regresar.
– Es probable.
– No soy una compañía adecuada.
– No – asintió ella – estas bastante borracho. No es bueno beber con el estómago vacío.
Dejó salir un corto estallido de risa hueca.
– ¿Y de quién es la culpa que mi estómago esté vacío?
– Sabes guardar rencor, ¿verdad?
– Señora, te aseguro que tengo una enorme memoria – se estremeció al decir esas palabras, su memoria siempre le había funcionado bien (hasta esta noche).
Ella frunció el ceño.
– Te traje comida.
Él no dijo nada durante un momento, después, y con voz muy baja dijo
– Vuelve dentro.
– ¿Porqué estás tan alterado?
Él no dijo nada, solo se limpió la nariz con su manga después de beber otro trago de whisky.
– Nunca te había visto bebido antes.
– Hay un montón de cosas que no sabes sobre mí.
Ella dio otro paso hacia delante, sus ojos lo desafiaron a que él desviara la mirada.
– Sé más de lo que tú crees.
Eso logró su atención. Los ojos de él brillaron con una ira momentánea, en ese momento se quedó en blanco mientras decía
– Te compadezco entonces.
– Vamos, deberías comer algo – ella le ofreció algo envuelto en una servilleta de tela – absorberá el whisky.
– Eso es lo último que quiero hacer.
Ella se sentó a su lado.
– Eso no te va a sentar bien, Blake.
Él se giró hacía ella con sus ojos grises furiosamente enrojecidos.
– No me digas lo me sienta y no me sienta bien – le siseó – no tienes derecho.
– Como amiga tuya – dijo delicadamente – tengo todo el derecho.
– Hoy – anunció Blake con una desconcertante floritura de su brazo – es once de Julio.
Caroline no dijo nada, no sabía que decir ante una declaración tan evidente.
– El once de Julio – repitió – caerá en deshonor en la historia de Blake Ravenscroft como el día en que él… el día en que yo…
Ella se inclinó hacia adelante, pasmada y conmovida por el sonido estrangulado de su voz.
– ¿Qué paso ese día, Blake? – susurró.
– Ese día dejé morir a una mujer.
Ella palideció por el dolor que contenía su voz.
– No, no fue culpa tuya.
– ¿Qué demonios sabes tú?
– James me habló sobre Marabelle.
– Maldito bastardo entrometido.
– Yo me alegro de que lo hiciera, me habló mucho de ti.
– ¿Porqué narices querías saber más? – preguntó mordazmente.
– Porque yo te am… – Caroline se detuvo, horrorizada por lo que casi había dicho.
– Porque me agradas, porque eres mi amigo. No he tenido muchos en mi vida, así que quizás me estoy dando cuenta de lo especial que es la amistad.
– Yo no puedo ser tu amigo – dijo con una voz insoportablemente áspera.
– ¿No puedes? – ella contuvo su respiración esperando una respuesta.
– Tu no deseas que sea tu amigo.
– ¿No crees que eso tengo que decidirlo yo?
– Por el amor de Dios, mujer, ¿me quieres escuchar? Por última vez, no puedo ser tu amigo, nunca podría ser tu amigo.
“Porque te deseo”
Ella se contuvo para no empujarle, había sido tan descortés, su necesidad tan evidente, que casi la había asustado.
– Eso es lo que dice el whisky – dijo apresuradamente.
– ¿Eso crees? Conoces muy poco a los hombres, mi amor.
– Te conozco a ti.
Él se rió.
– Ni la mitad de lo que yo sé sobre ti, mi adorable señorita Trent.
– No te burles de mí – susurró.
– Ah, pero te he estado observando ¿te lo demuestro? Todas las cosas que sé, todas las pequeñeces que he notado, podría llenar uno de esos libros a los que tú eres tan aficionada.
– Blake, creo que deberías…
Pero él la interrumpió colocando un dedo en sus labios.
– Comenzaré por aquí – murmuró – con tu boca.
– Mi b…
– Shhhh… me toca a mí – su dedo trazó el delicado arco de su labio superior
– Tan llenos, tan rosas ¿nunca los has pintado, verdad?
Ella negó moviendo la cabeza, pero el movimiento produjo el tormento sensual de los dedos de él acariciando su piel.
– No – musitó – no lo harías – Nunca había visto unos labios como éstos antes ¿no te había dicho que fue en lo primero que me fijé?
Ella permanecía sentada, absolutamente quieta, demasiado nerviosa para volver a negar con la cabeza.
– Tu labio inferior es adorable, pero éste – trazó de nuevo la línea del labio superior – es exquisito. Suplica ser besado. Cuando creí que eras Carlotta… incluso entonces deseaba cubrir tus labios con los míos. Dios, como me odié por eso.
– Pero yo no soy Carlotta – susurró ella.
– Lo sé. Eso es peor. Porque ahora no puedo justificar que te necesito. Puedo…
– ¿Blake? – su voz era suave, pero apremiante, y creyó que moriría si no terminaba sus pensamientos.
Pero él sólo movió su cabeza negativamente
– Estoy divagando.
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