– El cuarto podría no tener ventanas – intentó, echando una mirada hacia la abertura. Hizo muecas. Había que tener un extraordinario carácter optimista, para llamar ventana a ese trocito de cristal.
– Podría tener un erizo como mascota – dijo – que mantuviera en la palangana.
– No es probable – le llegó la voz de un hombre – pero es posible.
Caroline alzó la mirada para ver a Blake en la puerta.
– ¿Dónde has estado? – siseó – estoy hambrienta.
Él le arrojó un bollo.
– Eres demasiado amable – murmuró zampándoselo – ¿eso era mi plato principal o simplemente un aperitivo.
– Quedarás satisfecha, tranquilízate. Creí que Perriwick iba a tener palpitaciones cuando oyó donde estabas escondida. Imagino que él y a la señora Mickle están preparando un banquete mientras nosotros hablamos.
– Sinceramente, Perriwick es un hombre más agradable que tú.
Él se encogió de hombros.
– Sin duda.
– ¿Lograste interceptar a todos los sirvientes, antes de que ellos hablaran de mí a Penélope?
– Si. Estamos a salvo, no tengas miedo. Y tengo tus cosas. Las cambié a mi habitación.
– ¡Yo no estoy en tu habitación! – dijo ella, más bien enojada.
– Nunca dije que lo fuera. Naturalmente, eres libre de permanecer aquí en el cuarto de baño. Encontraré algunas mantas y una almohada para ti. Con un poco de ingenio, podemos hacer este lugar bastante confortable.
Sus ojos se entrecerraron peligrosamente.
– Tu estás disfrutando con esto ¿verdad?
– Solo un poco, te lo aseguro.
– ¿Preguntó Penélope por mí?
– Efectivamente. Ya te ha escrito una carta pidiéndote una cita para mañana por la tarde – metió la mano en su bolsillo, sacó un pequeño sobre y se lo dio.
– Bueno, esto si que es un regalo – refunfuñó Caroline.
– Si yo fuera tú, no me quejaría. Al menos esto significa que puedes salir del cuarto de baño.
Caroline lo miró fijamente, verdaderamente molesta con su sonrisa. Se puso de pie y colocó las manos en sus caderas.
– Caramba, estamos buscando guerra esta tarde ¿verdad?
– No seas condescendiente conmigo.
– Es que esto es tan gracioso.
Ella le arrojó violentamente el orinal.
– Puedes usar esto en tu propia habitación.
Blake lo esquivó y se rió a pesar suyo, cuando el orinal se hizo pedazos al chocar contra la pared.
– Bueno, supongo que puedo estar agradecido de que no estuviera lleno.
– Si hubiera estado lleno – siseó ella – habría apuntado a tu cabeza.
– Caroline, esta situación no es por mi culpa.
– Lo sé, pero yo no tengo que alegrarme por eso.
– Ahora, estás siendo un poco irrazonable.
– Me da igual – Ella le tiró una pastilla de jabón. Se quedó pegada contra la pared.
– Tengo todo el derecho a ser irrazonable.
– ¿Oh? – Esquivó su maquinilla de afeitar que volaba por el aire.
Ella lo miró encolerizadamente.
– Para tu información, la semana pasada, he sido, oh, déjame ver, casi violada, raptada, atada a la pata de una cama, forzada a toser hasta quedarme sin voz.
– Eso fue por tu culpa.
– Por no mencionar el hecho de que me embarqué en un acto delictivo al irrumpir en mi anterior hogar, a punto de ser atrapada por mi detestable tutor.
– No olvides tu tobillo fracturado – añadió él.
– ¡Ooooohhhh! Podría matarte – otra pastilla de jabón voló hacia su cabeza rozando su oreja.
– Señora, desde luego estás haciendo buenos intentos.
– ¡Y ahora! – gritó ella – Y ahora, como si todo eso no fuera lo suficientemente indigno, me veo obligada a vivir durante una semana en un cuarto de baño asqueroso.
Visto así, Blake consideró que la situación era condenadamente graciosa. Mordió su labio, intentando controlar su risa.
No tuvo éxito.
– ¡No te rías de mí! – sollozó ella.
– ¿Blake?
Se puso absolutamente serio en menos de un segundo.
– ¡Es Penélope! – susurró.
– ¿Blake?¿Qué son todos esos gritos?
– ¡Rápido! – siseó él, empujándola por la espalda hasta el hueco de la escalera.
– ¡Escóndete!
Caroline se alejó a toda prisa, y al mismo tiempo, Penélope abría la puerta del cuarto de baño, mientras ella cerraba la del hueco de las escaleras.
– ¿Blake? – preguntó Penélope por tercera vez – ¿Qué es todo este alboroto?
– No es nada, Penny, yo…
– ¿Qué pasó aquí? – chilló ella.
Blake miró alrededor y tragó saliva. Había olvidado el desorden que había por el suelo. Pedazos del orinal, su maquinilla de afeitar, una toalla o dos…
– Yo, er… – le pareció que era más fácil mentir para la seguridad nacional que para su hermana mayor.
– ¿Es eso una pastilla de jabón pegada en la pared? – preguntó Penélope.
– Um… si, parece que es eso.
Ella señaló al suelo.
– ¿Y es esto otra pastilla de jabón?
– Er… si, debo estar bastante torpe esta mañana.
– Blake, ¿hay algo que me estés ocultando?
– Hay unas cuantas cosas que te oculto – dijo con absoluta honestidad, intentando no pensar en Caroline sentada en el hueco de la escalera, probablemente riéndose al evitar su difícil situación.
– ¿Qué es esto que hay en el suelo? – Penélope se agachó y recogió algo blanco.
– ¡Vaya! ¡Es la nota que escribí a la señorita Dent! ¿Qué hace aquí?
– No he tenido oportunidad de enviársela todavía, gracias a Dios, Caroline había olvidado abrirla.
– ¡Por amor de Dios! No la dejes en el suelo – entrecerró sus ojos y levantó la vista para mirarlo.
– Ya veo. Blake ¿Te pasa algo?
– En realidad, no – contestó, aprovechando la oportunidad que ella le ofrecía – he estado algo mareado desde hace más o menos una hora. Así es como volqué el orinal.
Ella tocó su frente – no tienes fiebre.
– Estoy seguro que no es nada que no se cure con una buena noche de sueño.
– Supongo – Penélope frunció los labios – pero si mañana no te sientes mejor, voy a llamar al doctor.
– Estupendo.
– Quizás deberías acostarte ahora mismo.
– Sí- dijo él – prácticamente empujándola fuera del cuarto de baño – esa es una excelente idea.
– De acuerdo, entonces. Volveré después a taparte con las sabanas.
Blake dejó salir un enorme suspiro, al tiempo que cerraba la puerta del cuarto de baño detrás de él. Ciertamente no era feliz por el último giro de los acontecimientos. Lo último que él quería era que su hermana mayor estuviera continuamente quejándose.
Pero sin duda, era preferible eso que descubrir a Caroline en medio de los pedazos del orinal y los trozos de jabón.
– ¿Señor Ravenscroft?
Él levantó la vista. Perriwick permanecía de pie en la puerta, llevando una bandeja de plata cargada con un verdadero banquete. Blake comenzó negar con la cabeza frenéticamente, pero fue demasiado tarde, Penélope ya estaba de vuelta.
– Oh, Perriwick – dijo ella – ¿qué es esto?
– Comida – le reveló totalmente confundido con su presencia. Echó un vistazo a su alrededor.
Blake frunció el ceño. El condenado mayordomo estaba obviamente buscando a Caroline; Perriwick podía haber sido discreto, pero era absolutamente torpe cuando se trataba de disimular.
Penélope miró a su hermano con ojos interrogantes
– ¿Tienes hambre?
– Er… Sí, pensé tomar un bocado para merendar.
Ella levantó la tapa de una de las fuentes, dejando ver una porción de carne asada muy grande.
– Esto es más que un bocado.
Los labios de Perriwick se estiraron en una débil sonrisa melosa.
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