Movió su dedo hacia los ojos de ella, casi rozando el borde de los párpados, mientras ella los cerraba.
– Aquí hay otra cosa que conozco de ti.
Ella sintió como se abrían sus labios y su respiración cada vez era más estropajosa.
– Tus ojos, con unas pestañas tan divinas. Un poco más oscuras que tu pelo – movió sus dedos hacia las sienes – pero creo que me gustan más abiertos que cerrados.
Sus ojos se elevaron para abrirse.
– Ah, así está mejor. El color más maravilloso del mundo ¿nunca has estado en el mar?
– No desde que era muy pequeña.
– Aquí, en la costa, el agua es gris y tenebrosa, pero una vez que te alejas de la contaminación de la tierra, es maravillosa y limpia. ¿sabes de lo que estoy hablando?
– Cr… creo que si.
Él se encogió de hombros repentinamente y dejó caer su mano.
– Ni siquiera te llega a la suela de los zapatos. He oído que el agua en los trópicos es incluso más impresionante. Tus ojos deben ser del color exacto del océano que roza el ecuador.
Ella sonrió indecisa.
– Me gustaría ver el ecuador.
– Mi amor ¿no crees que primero deberías al menos intentar ver Londres?
– Ahora estás siendo cruel, y en realidad no quieres hacerlo.
– ¿No?
– No – dijo, accediendo al interior de sí misma, para encontrar el valor que necesitaba y hablarle claramente.
– Tú no estás enfadado conmigo. Estás enfadado contigo mismo, y yo estoy al alcance.
Él ladeó la cabeza ligeramente en su dirección
– Te crees muy observadora ¿verdad?
– ¿Cómo se supone que debo responder a eso?
– Eres observadora, pero creo que no lo suficiente para librarte de mí.
Él se inclinó hacia adelante con una sonrisa peligrosa.
– ¿Sabes cuánto te deseo?
Ella perdió la voz y negó agitando la cabeza.
– Te deseo tanto que cuando me tumbo y aún estoy despierto cada noche, mi cuerpo se endurece y duele por la necesidad.
La garganta de ella se quedó seca.
– Te deseo tanto que tu aroma hace que mi piel se estremezca de anhelo.
Ella entreabrió sus labios.
– Te deseo tanto – el aire nocturno se llenó con su enojada risa – te deseo infinitamente tanto, que me olvidé de Marabelle.
– Oh, Blake. Lo siento.
– Ahórrame tu compasión.
Ella comenzó a levantarse.
– Me iré. Eso es lo que quieres, y evidentemente no estás en situación de conversar.
Pero él la agarró y tiró de ella para que retrocediera.
– ¿No me has oído?
– He oído cada palabra – susurró ella.
– No quiero que te vayas.
Ella no dijo nada.
– Te deseo.
– Blake, no.
– ¿No qué? ¿Que no te bese? – Descendió súbitamente y la besó muy fuerte en la boca
– Demasiado tarde.
Ella lo miró atentamente, sin estar segura de si estaba asustada o encantada. Ella lo amaba, estaba segura de eso ahora. Pero él no estaba actuando como era en realidad.
– ¿Que no te toque? – su mano avanzó sobre su diafragma y a lo largo de su cadera – he llegado demasiado lejos para eso.
Los labios de él encontraron su mandíbula, después su cuello y comenzó a mordisquearle la oreja. Ella sabía dulce y limpia; y olía vagamente como la espuma que él utilizaba para afeitarse. Se preguntó qué habría estado haciendo ella arriba en el cuarto de baño, para luego decidir que no le importaba. Había algo salvajemente satisfactorio en oler su propio perfume sobre ella.
– Blake – dijo ella con una voz carente de convicción – no estoy segura de que esto sea lo que realmente quieres.
– Oh, yo estoy seguro – dijo con una risa masculina – estoy muy seguro.
Él apretó las caderas de ella contra las suyas, mientras manejaba su pelo para dejarlo libre de ataduras
– ¿Puedes sentir lo seguro que estoy?
Llevaba su boca hacia la de ella y la devoraba. Su lengua pasaba casi rozando primero a lo largo la línea de sus dientes, y después moviéndose por la suave piel del interior de su mejilla.
– Deseo tocarte – le dijo con palabras que eran un suave aliento contra la boca de ella – en todas partes.
Su vestido era ligero, con pocos botones y lazos, lo que le llevó poco tiempo a él levantarlo por encima de su cabeza, dejándola solamente vestida con una fina camisa.
El cuerpo de él se tensaba de nuevo, mientras sus dedos enganchaban los nudos del delgado cinturón que sujetaba para evitar el suave deslizamiento de la seda.
– ¿Compré esto para ti? – preguntó sin reconocer su ronca voz.
Ella hizo un gesto afirmativo, jadeando cuando una de sus grandes manos se cerró sobre su pecho.
– Cuando tú me conseguiste vestidos. Estaba en una de las cajas que trajiste de la ciudad.
– Bien – dijo, y colocó el cinturón sobre el hombro de ella. Sus labios encontraron el lazo esmeradamente cosido, que bordeaba su corpiño, y lo siguió mientras lo iba empujando hacia abajo, parándose sólo cuando llegó al borde rosado de su pezón.
Ella susurraba su nombre mientras él besaba la oscura aureola, y entonces casi gritó su nombre cuando cerró su boca alrededor del pezón y empezó a chupar.
Caroline nunca había sentido nada tan maravillosamente primitivo como las sensaciones que erizaban su vientre. El placer y la necesidad se desplegaban dentro de ella, esparciéndose desde el mismo centro de su ser, a cada pulgada de piel. Creía haber sentido el deseo cuando él la besó esa mañana, pero eso no era nada comparado con lo que la estaba devorando ahora.
Bajó la vista hacia la cabeza de él en su pecho. Dios mío, él la estaba devorando.
Estaba ardiente, tan ardiente que creyó que se abrasaría allí donde él la tocara. Una de sus manos avanzaba ahora lentamente subiendo por su pantorrilla, mientras que con la rodilla cubierta por los pantalones, ejercía una suave presión para abrir sus piernas. Colocó su peso entre ellas y la dura prueba de su excitación presionaba contra ella íntimamente.
Su mano se movía hacia arriba, más allá de su rodilla, a lo largo de la suave piel del interior de su muslo, y ahí paró un momento, como si le diera una última oportunidad para negarse.
Pero Caroline había llegado demasiado lejos. No podía negarle nada, porque quería todo.
Quizás fuera caprichosa, quizás fuera desvergonzada, pero ella deseaba cada pecaminoso toque de sus manos y su boca. Deseaba que el peso de él la presionara sobre el suelo. Deseaba el rápido latido del corazón de él y su aliento áspero y confuso.
Ella deseaba su corazón, y deseaba su alma; pero sobre todo, deseaba entregarse a él, curar cualquier herida que se encontrase por debajo de la superficie de su piel. Por fin había encontrado el lugar a donde pertenecía (con él) y quería mostrarle su propia dicha.
Así que, cuando sus dedos encontraron el centro de su feminidad, ni una palabra de negativa o protesta pasó por sus labios. Se entregó al placer del momento, gimiendo su nombre y aferrándose a sus hombros mientras él atormentaba su deseo en un torbellino sin compasión.
Ella se aferraba a él mientras giraba y se movía fuera de control, la presión dentro de ella se ponía al rojo vivo. Se sintió tensa, expandida hasta el límite, cuando él deslizó un dedo dentro de ella mientras con su pulgar continuaba el tormento sensual sobre su piel ardiente.
Su mundo explotó en un instante.
Saltó bruscamente debajo de él, alzándose del suelo, y de hecho levantándolo en el aire. Gritó su nombre y lo alcanzó frenéticamente mientras él rodaba apartándose de ella.
– No – jadeó ella – vuelve.
– Shhh… – acarició su pelo, y después su mejilla – estoy bien aquí.
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