Julia Quinn - Una mujer rebelde

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William Dunford, el soltero más escurridizo de Londres, recibe una noticia que lo dejará sin habla: ha heredado un título y la finca que lo acompaña, bienes que cambiarán su vida, pero no se imagina hasta qué punto. Porque resulta que Henry, el “administrador” de la propiedad, es en realidad Henrietta Barrett, una mujer bella y tenaz que jamás se ha adaptado a las normas de la sociedad. A pesar de la muerte de su tutor, la joven no desea cambiar en lo más mínimo su estilo de vida, por lo que está dispuesta a enviar al nuevo propietario de regreso a la ciudad lo antes posible. Sin embargo, el apuesto William tiene también su ambicioso proyecto: convertir a Henry en toda una dama, a pesar de que parece tener escasas posibilidades de lograrlo. Lo que comienza como un juego para el hombre que nunca cedió por completo ante ninguna mujer, hará tambalear sus creencias y sentimientos más profundos.

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– Si eso no le hace una mujer increíble, en realidad no sé qué otra cosa lo haría.

– Bien, -comenzó ella con vacilación-, quizá soy un pequeño fenómeno hombruno.

– Oh, no se llame a usted misma fenómeno, Henry. Aunque otros lo hagan deje de juzgarse a sí misma. Usted es original, es valiosa, pare de menospreciarse así.

A Henry realmente le agradó la forma en que la trataba. “Le gusto a alguien”.

– Su nombre es Porkus.

– ¿Discúlpeme?

– El cerdo. Me tuteo con él. -Ella sonrió tímidamente-. Su nombre es Porkus.

Dunford inclinó hacia atrás su cabeza y se rió.

– Oh, Henry, -se quedó sin aliento-. Usted es un tesoro.

– Tomaré eso como un cumplido, pienso.

– Por favor, hágalo.

Ella tomó un sorbo de su vino, sin percatarse que ya había bebido más de lo ordinario. El lacayo diligentemente le servía conforme bebía.

– Supongo que tuve una educación inusual -dijo imprudente-, probablemente, es por eso que soy tan diferente.

– ¿Oh?

– No hubo muchos niños cerca, y tenía aún menos probabilidad de estar cerca de otras niñas. La mayor parte de mi niñez jugué con el hijo del mayordomo.

– ¿Y él todavía sigue en Stannage Park? -Dunford se preguntó si quizá tenía un amante escondido en alguna parte. Pareció probable al ser una mujer tan independiente e inusual. Había despreciado muchos convencionalismos hasta ahora; ¿Cuánta diferencia sería tener un amante?

– Oh, no. Billy se casó con una chica de Devon y se fue. Usted no me pregunta todo esto sólo por ser cortés, ¿no es cierto?

– Absolutamente no. -Él sonrió diabólicamente-. Por supuesto espero estar siendo cortés, pero realmente la encuentro a usted muy intrigante y misteriosa. -Y así era. Dunford siempre había estado interesado en las personas que lo rodeaban, siempre se había preguntado lo que hacia funcionar a la raza humana.

En su casa, en Londres, a menudo se quedaba con la mirada fija fuera de la ventana durante horas, simplemente observando y reflexionando sobre la vida de quienes transitaban por las calles. Y en las fiestas siempre era un conversador genial, no porque hablara demasiado sino que se encontraba genuinamente interesado en lo que decían las otras personas. Esa era en parte la razón por qué tantas mujeres se habían enamorado perdidamente de él.

Después de todo, en verdad era algo raro en un hombre escuchar lo que una mujer tenía que decir.

Y Henry ciertamente no era insensible a sus encantos. Era cierto que los hombres la escuchaban todos los días, pero eran personas que trabajaban en Stannage Park, en efecto, trabajaban para ella. Nadie además de la Sra. Simpson alguna vez se tomó el tiempo para conversar con ella. Ligeramente confundida por el interés de Dunford hacia ella, escondió su ansiedad adoptando su usual actitud descarada.

– ¿Y qué hay acerca de usted, Su Señoría? ¿Tiene una educación inusual?

– Dentro de lo normal, me temo. Aunque mi madre y mi padre estaban realmente enamorados el uno del otro, algo inusual dentro de la nobleza, pero aparte de eso, fui un niño británico típico.

– Oh, dudo eso.

– ¿De verdad? -Él se inclinó hacia delante-. ¿Y por qué duda de mí, Srta. Henrietta?

Ella tomó otro sorbo de vino.

– Por favor, no me llame Henrietta. Detesto el nombre.

– Pero temo que cada vez que la llamo Henry, recuerdo a un compañero muy desagradable que estudió en Eton conmigo.

Ella le lanzó una sonrisa abierta y desenvuelta.

– T emo que sólo tendrá que acostumbrarse .

– Usted ha estado dando órdenes demasiado tiempo.

– Quizá, pero usted obviamente no las ha estado aceptando suficientemente durante mucho tiempo.

– Touché, Henry. Y aún no me ha dicho por qué cree que tuve una educación fuera de lo normal.

Henry frunció la boca y miró su copa que, paradójicamente, todavía estaba muy llena. Podía haber jurado que había bebido al menos más de la mitad. Tomó otro sorbo.

– Bien, usted no es exactamente un típico hombre.

– ¿Cómo es eso, que no soy como los otros hombres que conoce?

– Ciertamente. -Ella agitó su tenedor en el aire con énfasis antes de beber otro poquito de vino.

– ¿Y cómo de atípico soy?

Henry mordió su labio inferior, débilmente consciente de que acababa de quedar arrinconada.

– Bien, usted es muy amigable.

– ¿Y la mayoría de ingleses no lo son?

– No conmigo, casi siempre son distantes.

Sus labios se curvaron en una pequeña mueca.

– Obviamente no saben lo que se pierden al tratarla así.

– ¿Cómo dice? Preguntó ella, entrecerrando los ojos-, ¿no está siendo sarcástico, verdad?

– Créame Henry, no he sido menos sarcástico en mi vida. Realmente es usted la persona más interesante que he conocido en meses.

Ella escudriñó su cara para ver señales de burla o engaño y no pudo encontrar ninguna.

– Le creo.

Refrenó otra sonrisa, silenciosamente admirando a la mujer que estaba sentada frente a él. Su expresión era una combinación encantadora de arrogancia y preocupación, ligeramente mezclados todos esos elementos, por el hecho de que ella estaba un poco borracha.

Ella agitaba su tenedor en el aire cuando habló, aparentemente olvidando el bocado de faisán, agitándolo peligrosamente. Mientras él le preguntaba:

– ¿Por qué los hombres no son amigables con usted?

Henry se preguntó por qué era tan fácil hablar con ese hombre, ya fuera el efecto del vino o algo más complicado, se sentía a gusto con él. De una u otra manera, decidió que tomar vino no le haría ningún daño. Tomó otro sorbo.

– Pienso que creen que soy un fenómeno, -dijo ella finalmente.

Dunford hizo una larga pausa mientras trataba de ser sincero.

– Usted no es eso. Sólo necesita que alguien le enseñe cómo ser una mujer.

– Oh, sé cómo ser una mujer. Simplemente no soy el tipo de mujer que desean los hombres.

Su discurso era lo suficientemente subido de tono como para hacerle toser su comida. Se recordó a sí mismo que ella no tenía idea de lo que decía. Él tragó y se quejó,

– Estoy seguro usted exagera.

– Estoy segura que miente. Usted mismo acaba de decir que soy rara.

– Dije que era poco común. Y eso no quiere decir que nadie esté, o estuviese interesado en usted. -Entonces, para su horror, se percató que estaba empezando a interesarse en ella. Realmente, estaba pensado mucho en ella, más allá de lo razonable. Con un gemido mental, él empujó ese pensamiento fuera de su mente. Él tenía poco tiempo en su vida para quedarse allí mas allá de una semanas y cuando se fuera se olvidaría de ella. A pesar de su comportamiento, más bien extraño, Henry no era el tipo de mujer con quien pensaba que podía comprometerse y casarse. Aparte de eso no quería casarse y menos con ella. A pesar de estar muy intrigando acerca de ella. -Cállate, Dunford, -masculló.

– ¿Dijo algo, Su Señoría?

– De ningún modo, Henry, y por favor no se moleste con lo de “Su Señoría”. No estoy acostumbrado a ese trato, y me parece fuera de lugar ya que estoy llamándola por su nombre. ¿No es cierto Henry?

– ¿Entonces como debería llamarle?

– Dunford. Todo el mundo lo hace y por favor tutéame, -dijo, inconscientemente haciéndose eco de sus anteriores palabras.

– ¿No tienes un nombre de pila? -Ella preguntó, sorprendiéndose de su coquetería.

– No realmente.

– ¿Qué quiere decir eso, “no realmente”?

– Supongo que oficialmente sí, tengo uno, pero nadie lo usa.

– ¿Por qué?

Él se inclinó hacia adelante, matándola violentamente con otra de sus sonrisas letales.

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