– Supongo que podríamos tener gachas de avena. Tendré que hacer algo especial para la cena, sin embargo.
– Carne de cordero. -
– ¿Carne de cordero? los ojos de la señora Simpson se ampliaron con la incredulidad.
Henry se encogió de hombros y la miró inexpresivamente.
– A él le gusta la carne de cordero. -
– No lo creo por un segundo, Srta. Henrietta Barrett.
– Oh, está bien. La carne de cordero fue idea mía. No hay nada de malo en pueda comer sano aquí.
– Tus pequeños planes van a matarme a disgustos.
Henry se inclinó más cerca del ama de llaves.
– ¿Quieres avisarle, y que él me eche de aquí de una oreja?
– No veo…
– Puede hacer eso, lo sabes. Puede despedir a todos y cada uno de nosotros. Mejor estar libre de él antes de que él se libre de nosotros.
Hubo una larga pausa antes de que la Sra. Simpson dijese,
– Carne de cordero por ahora.
Henry hizo una pausa antes de abrir la puerta llevando una gran fuente de huevos revueltos al comedor.
– Y no lo cocines demasiado bien. Un poco seco quizá. O acompañado de un salsa muy espesa, o quizás hazlo muy salado.
– Estas pisando hielo muy delgado…
– Está bien, está bien, -Henry dijo rápidamente. Obligando a la Sra. Simpson a preparar carne de cordero cuando tenía a su disposición para cocinar carne blanca, carne roja, cordero, y jamón. La eliminación había sido suficiente batalla. Nunca iba a tener éxito obligándola a prepararlo mal.
* * * * *
Dunford la estaba esperando en el pequeño comedor. Estaba frente a una ventana, con la mirada fija sobre los campos. Obviamente no la oyó entrar, pues sólo se dio la vuelta cuando Henry se aclaró la voz.
Él la miró, sonrió, hizo una señal con una inclinación de su cabeza, y dijo,
– La tierra es preciosa. Has hecho un excelente trabajo administrándola.
Henry se sonrojó por ese cumplido inesperado.
– Gracias. Stannage Park significa mucho para mí. -Ella le dejó mover una silla y se sentó esperando a que les trajeran el desayuno.
Comieron en silencio. Henry era consciente de que necesitaba comer tanto como era posible, la comida de mediodía seguro que sería deprimente. Miró por encima a Dunford, quien comía con desesperación similar. Bien. Él por lo menos no se imaginaba las gachas de avena acechando en cualquier lugar de la mesa.
Henry cogió con su tenedor un último pedazo de jamón y se obligó a hacer una pausa, suspirando hondamente para asimilar toda la comida que había ingerido.
– Pensé que podría mostrarte los alrededores de Stannage Park esta mañana.
Dunford no le podría dar una respuesta inmediata, su boca estaba llena de huevos. Después de un momento él dijo,
– Es una idea excelente.
– Supuse que querrías entablar una mayor aproximación con tu nueva hacienda. Hay mucho qué aprender si quieres manejar esto correctamente.
– Es verdad, así que manos a la obra.
Esta vez Henry tuvo que hacer una pausa para terminar de masticar el último pedazo de tocino.
– Oh, sí. Estoy segura que tenemos mucho trabajo, me doy cuenta de que uno tiene que estar al día de alquileres y cultivos y las necesidades de los inquilinos, pero si uno quiere realmente tener éxito, uno debe hacer más de la cuenta.
– No estoy seguro de querer saber lo que conlleva “más de la cuenta".
– Oh, esto y aquello. -Henry sonrió. Miró hacia el plato vacío de Dunford-. ¿Salimos?
– Tú decides por donde comenzamos. -Él estuvo parado tan pronto como ella le indicó que era tiempo de salir.
– Pensé que podríamos comenzar con los animales, -dijo Henry.
– Supongo que tú los conoces por su nombre, -dijo él, medio bromeando.
Ella se dio la vuelta, su cara se iluminó con una sonrisa brillante.
– ¡Pero por supuesto! -realmente, este hombre le facilitaba las cosas. Continuaba dándole preciosas oportunidades-. Un animal feliz es un animal productivo.
– No estoy familiarizado con ese refrán en particular, -masculló Dunford.
Henry empujó un portón de madera, guiándolo a una huerta grande cuyo camino estaba delineado por setos.
– Obviamente has pasado demasiado tiempo en Londres. Es un pensamiento comúnmente expresado por aquí.
– ¿Se aplica también a los humanos?
Ella dio la vuelta para enfrentarle.
– ¿Disculpa?
Él sonrió inocentemente.
– Oh, nada. -Él se balanceó sobre sus talones, era exasperante tratar de sacar algo en claro de mujeres así de extrañas ¿era posible que no le mintiera? ¿Ella daba nombres a todos los animales? Allí había por lo menos treinta ovejas pastando en el campo. Él sonrió otra vez y apuntó a la izquierda.
– ¿Cómo se llama aquél?
Henry se vio un poco alarmada por su pregunta.
– ¿Ella? Oh, Margaret.
– ¿Margaret? -Él alzó sus cejas-. Qué nombre encantadoramente inglés.
– Es una oveja inglesa, -Henry dijo malhumoradamente.
– ¿Y aquél? -Él señaló a la derecha.
– Thomasina.
– ¿Y aquél?… ¿Y aquél?… ¿Y aquél?
– La de atrás, uh, Esther, uh, uh…
Dunford reclinó su cabeza hacia atrás, disfrutando de observarla tropezarse con su lengua.
– ¡Isósceles! -Terminó ella triunfalmente.
Él parpadeó.
– Supongo que uno de allí se llama Equilátero.
– No, -dijo con aire satisfecho ella, apuntando a través del campo-. Aquélla es la única . -Se cruzó de brazos-. Siempre he disfrutado con el estudio de la geometría.
Dunford guardó silencio por un momento, un hecho por lo cual Henry estuvo sumamente agradecida. No había sido fácil inventar tantos nombres en el acto. Él había estado intentando hacerla tropezar, pidiendo los nombres de todas esas ovejas. ¿Había descubierto su secreto?
– No crees que sabía todos los nombres, -ella le dijo, esperando que su enfrentamiento directo del asunto difundiría cualquier pensamiento sospechosos que él albergaba.
– No, -él admitió.
Ella sonrió abiertamente.
– ¿Ha estado prestando atención?
– ¿Imploro tu perdón?
– ¿Cuál es Margaret?
Su boca se abrió involuntariamente.
– Si debes administrar a Stannage Park, debes saber cuál es cuál. -Ella intentó duramente ocultar cualquier huella de sarcasmo en su voz. Opinaba que tuvo éxito. Se escuchó como alguien preocupada por el éxito de la granja.
Después un momento de concentración Dunford señaló a una oveja y dijo,
– Aquella.
¡Mierda! Él estaba en lo correcto.
– ¿Y Thomasina?
Él obviamente acogía con entusiasmo el ejercicio porque se vio bastante alegre cuando apuntaba con su dedo y dijo,
– Aquella.
Henry casi estuvo a punto de decir ofendida, "mentiroso," cuando se dio cuenta de que no tenía ni idea si él estaba equivocado o no. ¿Cuál era la Thomasina designada? Ella pensaba que era la que estaba en el árbol, pero se habían movido de aquí para allá y…
– ¿Estoy en lo correcto?
– ¿Perdón?
– ¿Esa oveja es o no es Thomasina?
– No, no es, -dijo Henry decisivamente. Si ella no podía acordarse de que cuál era Thomasina, dudó muchísimo de que él pudiera.
– Yo en realidad pienso que esa es Thomasina. -Él se apoyó contra el portón, viéndose muy confiado y muy masculino.
– Aquélla es Thomasina, -ella chasqueó, apuntando al azar.
A él se le escapó una sonrisa abierta muy amplia.
– No, aquélla es Isósceles. Estoy seguro de eso.
Henry tragó convulsivamente.
– No, no. Es Thomasina. Estoy segura de eso, -dijo-. Pero no te preocupes, estoy segura que aprenderás todos los nombres pronto. Solo necesitas tiempo y concentración. Ahora, ¿por qué no continuamos nuestra excursión?
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