– ¿Tiene importancia?
– Sí, -ella replicó.
– No para no mí, -dijo él despreocupadamente, masticando un trozo de faisán.
– Usted puede ser muy irritante, Sr. Dunford.
– Simplemente Dunford, por favor.
– Muy bien. Puede ser muy irritante, Dunford.
– Me lo han dicho alguna vez.
– De eso no tengo duda.
– Sospecho que la gente ocasionalmente también ha hecho comentarios sobre tus habilidades para irritar, Srta. Henry.
Henry tuvo que sonreír tímidamente. Él estaba absolutamente en lo correcto.
– Supongo por eso nos entendemos tan bien.
– Así que eso hacemos. -Dunford se preguntó por estaba un poco asombrado al darse cuenta de eso, entonces decidió no preguntarse.
– Un brindis entonces, -dijo él, tomando su copa-. Por la pareja más irritante en Cornualles.
– ¡De Gran Bretaña!
– Muy bien, en Gran Bretaña. Y porque nos irritemos por mucho tiempo.
Más tarde esa noche, Henry estaba cepillándose el cabello sobre su cama, mientras se preguntaba si Dunford era siempre así de divertido ¿Por qué estaba tan ansiosa de verlo mañana cuando deseaba fervientemente que se fuera de la hacienda?
Henry se despertó la mañana siguiente con un intenso dolor de cabeza. Se tambaleó al salir de la cama y salpicó algo de agua en su cara, mientras tanto, se preguntaba por qué su lengua tenía esa textura pastosa. Efectivamente se sentía como si fuera de lana.
Ha debido ser el vino, pensó, chasqueando la lengua contra el paladar. No estaba acostumbrada a beber mientras cenaba, y Dunford la indujo a la fuerza a hacer ese brindis con él. Probó a restregarse la lengua contra los dientes. Todavía se sentía pastosa.
Se puso encima una camisa verde y unos pantalones, aseguró su pelo en una cola de caballo con una cinta verde, y bajo al vestíbulo del piso de arriba justo a tiempo para interceptar a una criada que parecía dirigirse hacia el cuarto de Dunford.
– Oh, hola, Polly, -dijo Henry, plantándose firmemente en el camino de la criada-. ¿Qué haces aquí a estas horas?
– Su Señoría tocó el timbre, Srta. Henry. Justamente iba a ver lo que desea.
– Me encargaré de ello. -Henry le dirigió a la criada una gran sonrisa.
Polly parpadeó.
– Está bien, -dijo lentamente-. Si usted piensa…
– Oh, yo definitivamente pienso, -Henry se interrumpió, colocando sus manos en los hombros de Polly y dando un vuelta alrededor de ella-. Pienso todo el tiempo, de hecho. Ahora mismo pienso ¿por qué no vas a encontrar a la Sra. Simpson? Creo que ella tendrá algo de trabajo para ti.
Le dio un empujoncito a Polly y observó como desaparecía escaleras abajo.
Henry respiró profundamente, como si decidiese qué hacer después. Estuvo tentada de ignorar la llamada de Dunford, pero el maldito hombre sólo tenía que tirar del cordón del timbre otra vez, y cuando preguntara por qué nadie contestó su llamada, Polly le diría que Henry la había interceptado.
Caminado lentamente para permitirse elaborar un plan, fue andando por el vestíbulo hasta llegar al cuarto de él. Levantó la mano para llamar a la puerta y entonces hizo una pausa. Los sirvientes nunca tocan antes de entrar en los cuartos. ¿Sólo debería entrar? Y si hacía eso, después de todo, estaba realizando la tarea de un criado. Pero no era una criada. Y con lo que sabía, él podría estar desnudo como el día que nació.
Tocó.
Hubo una breve pausa, entonces oyó su voz.
– Entre.
Henry abrió la puerta y desvió su cabeza a la esquina.
– Hola, Sr. Dunford.
– Simplemente Dunford, -él dijo automáticamente, antes de reaccionar con lentitud y cubrirse con una bata su cuerpo, y añadir-, estás aquí. ¿Qué motivo en particular te trae a mi recámara?
Henry se armó de valor y entró en el cuarto completamente, sus ojos brevemente se posaron sobre el ayuda de cámara, quien preparaba su espuma de afeitar en la esquina. Volvió su mirada a Dunford, que solo llevaba puesta una bata. Tenía unos tobillos muy bonitos. Ella había visto antes tobillos; Aún había visto piernas desnudas. Se había criado en una granja, después de todo. Pero era diferente ver el cuerpo de él, a ella le producía una sensación muy agradable.
– Henry, -gritó él.
– Oh, sí. -Ella se enderezó-. Usted tocó el timbre.
Él levantó una ceja.
– ¿Cuándo comenzaste a responder al timbre? Más bien pensé que ocupabas una posición en la que tú podías tirar de él también.
– Oh, sí. Por supuesto que la tengo. Sólo quería asegurarme de que te encuentras a gusto. Ha sido un viaje tan largo y como eres invitado aquí en Stannage Park.
– Especialmente si poseo el lugar, -le dijo secamente.
– Pues bien, sí. Por supuesto. No querría que pienses que faltamos a nuestras obligaciones en cualquier modo. Así es que pensé ocuparme de tus necesidades por mí cuenta.
Él sonrió.
– Qué intrigante. Ha pasado algún tiempo desde que me había bañado con una mujer.
Henry tragó saliva y empezó a retirarse. Su cara estaba cubierta de un rubor inocente.
– Perdóname.
– Toqué el timbre para pedirle a la criada agua para darme un baño.
– Pero pensé que tomaste ayer un baño, -dijo ella, intentando arduamente no sonreír. Oh, el hombre no era tan listo como pensaba. No le pudo haber dado una mejor oportunidad si lo hubiera intentado.
– Esta vez temo que yo tendré que pedirte perdón.
– El agua es muy necesaria aquí ¿sabes? -dijo ella dijo seriamente-. La necesitamos para los animales. Necesitan una cantidad para beber, y ahora que el clima se vuelve más seco, tenemos que asegurarnos que tenemos suficiente para enfriarlos.
Él no dijo nada.
– Ciertamente no tenemos suficiente agua para tomar un baño todos los días, -Henry continuó despreocupadamente, compenetrándose en el espíritu de su treta.
Dunford apretó los labios.
– Como evidenciaba tu admirable fragancia de ayer.
Henry reprimió su deseo de golpearlo en el estomago.
– Exactamente. -Ella miró al ayuda de cámara de Dunford, quién dio la apariencia de tener palpitaciones al pensar en su jefe con un mal peinado debido a no tener suficiente agua.
– Puedo asegurarte, -decía Dunford, evidentemente sin humor-, que no tengo ninguna intención de permitir a mi persona oler a chiquero durante mi visita en Cornualles.
– Estoy segura de eso, -contestó Henry.
– Ayer fue un caso excepcional. Yo estaba, después de todo, construyendo una porqueriza. Te consuelo diciendo que permitimos baños adicionales después del trabajo en la porqueriza. -
– Qué escrupulosamente aseada eres. -
Henry no ignoró el sarcasmo en su voz. Ciertamente, él estaba empezando a enojarse, no podría permitirse cometer un error
– Estás en lo correcto. Por lo tanto mañana, por supuesto, podrás tomar un baño.
– ¿Mañana? -
– Cuando regresamos del trabajo en la porqueriza. Hoy es domingo. Ni nosotros realizamos tareas exigentes el domingo. -
Dunford tuvo que esforzarse arduamente para no dejar otro comentario ácido atravesar sus labios. Miró a la jovenzuela, para ver si se estaba burlando de él. Disfrutando de su desasosiego, para ser preciso. Entrecerró sus ojos, para poder reflexionar sobre el asunto y se acercó a ella.
Ella parpadeó y le observó con expresión de pura confiabilidad.
Tal vez ella no disfrutaba de su desasosiego . Tal vez era cierto que no tenían suficiente agua para bañarse todos los días. Él nunca antes había oído de ese problema en una hacienda tan bien manejada, pero tal vez Cornualles estaba teniendo un leve periodo de sequía, que no ocurría en Inglaterra.
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