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Julia Quinn: Una mujer rebelde

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Julia Quinn Una mujer rebelde

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William Dunford, el soltero más escurridizo de Londres, recibe una noticia que lo dejará sin habla: ha heredado un título y la finca que lo acompaña, bienes que cambiarán su vida, pero no se imagina hasta qué punto. Porque resulta que Henry, el “administrador” de la propiedad, es en realidad Henrietta Barrett, una mujer bella y tenaz que jamás se ha adaptado a las normas de la sociedad. A pesar de la muerte de su tutor, la joven no desea cambiar en lo más mínimo su estilo de vida, por lo que está dispuesta a enviar al nuevo propietario de regreso a la ciudad lo antes posible. Sin embargo, el apuesto William tiene también su ambicioso proyecto: convertir a Henry en toda una dama, a pesar de que parece tener escasas posibilidades de lograrlo. Lo que comienza como un juego para el hombre que nunca cedió por completo ante ninguna mujer, hará tambalear sus creencias y sentimientos más profundos.

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– ¿Cómo está usted, señorita, er…?

Los ojos de Henry se entrecerraron. ¿No sabía quién era ella? Sin duda él había estado esperando que su pupila fuera una joven insignificante, una señorita mimada y consentida que nunca se aventuró fuera de las puertas y mucho menos que dirigía la hacienda.

– Soy la señorita Henrietta Barrett, -dijo en un tono claro y conciso, esperando que él reconociera su nombre-. Pero usted me puede llamar Henry. Todo el mundo lo hace.

Capítulo 2

Dunford alzó una ceja. ¿Ésta chica era Henry?

– Usted es una chica, -dijo él, dándose cuenta de lo estúpidas que sonaron las palabras al salir de su boca.

– La última vez que me miré seguía siéndolo, -dijo ella descaradamente.

Algún miembro del personal de servicio gimió. Henry estaba prácticamente segura que era la Sra. Simpson.

Dunford parpadeó un poco mirando escrutadoramente a la joven que tenía frente a él. Ella llevaba puesto un pantalón holgado gastado, ligeramente salpicado de barro, una camisa blanca de algodón vieja pero en buen estado, que si el número de vetas enlodadas en su persona fuera cualquier indicación, recientemente había sido reparada. Su larga cabellera café estaba suelta, rozando libremente sus nalgas. Más bien su hermoso cabello era el único atributo femenino, en comparación con el resto de su apariencia. Él realmente no podría decidirse si ella era atractiva o meramente interesante o aún si podía ser bella, si no llevara ropa tan indefinida que no marcaba sus formas.

Una inspección más cercana podría realizarla en cualquier momento, porque la chica decididamente apestaba… Resaltando su lado no femenino.

Honestamente, Dunford, no quería estar cerca de ella.

Henry había estado llevando encima la fragancia del cerdito toda la mañana y lo había vuelto usar. Vio al nuevo Lord Stannage fruncir el ceño. Y estaba determinada a no preocuparse por la reacción de él, sabía que probablemente se sentía incomodo por su atavío fuera de lo normal. Ya que no podía hacer nada acerca de eso ahora, gracias a su llegada anticipada y a la apariencia inoportuna del cerdo gigante, decidió sacar partido de eso y sonrió otra vez, queriendo calmarle de lo agradable que a ella le resultaba su presencia.

Dunford se aclaró la voz.

– Perdone Srta. Barrett la sorpresa, pero…

– Henry. Por favor llámeme a Henry. Todo el mundo lo hace.

– Henry, entonces. Por favor perdone mi sorpresa, pero no fui informado que usted era una mujer, sólo sabía que alguien con el nombre de Henry estaba a cargo, y naturalmente asumí…

– No se aflija, -ella dijo moviendo sus manos-. Ocurre todo el tiempo. A menudo ese efecto surge a mi favor.

– Estoy seguro que ocurre, -se quejó él, caminando discretamente junto a ella.

Ella cruzó sus brazos y entrecerró los ojos mirando a través del césped hacia los establos para ver si el mozo de labranza aseguraba al cerdo correctamente. Dunford la observó suspicazmente, pensando que debía haber otro Henry, esta chica posiblemente no podía estar a cargo. Por el amor de Dios, ella no tenía un día por encima de quince.

Ella se dirigió hacia él con un movimiento más bien repentino.

– Éste no es un suceso común, tengo que decir. Construimos una porqueriza nueva, y los cerdos están en los establos sólo como una medida temporal.

– Entiendo. -Ella ciertamente sonaba como estuviera a cargo, pensó Dunford.

– Para que esté correctamente levantada faltan días, tal vez si contáramos con su ayuda, Su Señoría.

En alguna parte rezagada alguien tosió, y esta vez ella estaba segura que era la Sra. Simpson.

No era el momento adecuado para que Simpy entorpeciera sus planes, por un ataque de conciencia, Henry pensó en sacarle los ojos. Pero en vez de eso, le sonrió otra vez a Dunford y dijo,

– Me gustaría ver la porqueriza acabada tan pronto como sea posible. No queremos que se repita el terrible incidente de esta tarde, ¿y usted?

Esta vez a Dunford no le quedó nada más que admitir que esta criatura ciertamente tenía el control de la hacienda.

– Entiendo que usted está a cargo aquí, – dijo finalmente.

Henry se encogió de hombros.

– Más o menos.

– No es usted un poco, jo… ¿joven?

– Probablemente, -Henry contestó sin pensar. Pero se equivocaba por condenarla por eso, sería una excusa para deshacerse de ella.

– Pero soy realmente "el mejor hombre" para el trabajo, -argumentó ella rápidamente-. He administrando Stannage Park durante años.

– Mujer, -Dunford se quejó.

– ¿Discúlpeme?

– Es mujer. La mejor mujer para el trabajo. -Sus ojos brillaron con humor-. Usted es una mujer, ¿no?

Henry, se perdió completamente al darse cuenta que él estaba bromeando con ella, lo cual hizo que se sonrojase.

– No hay hombre en Cornualles que haga un mejor trabajo. -Masculló ella.

– Estoy seguro que está en lo correcto, -dijo Dunford-. A pesar del incidente del cerdo. La apariencia Stannage Park es espléndida. Estoy seguro que está haciendo un buen trabajo. De hecho, quizá debería mostrarme la hacienda. -Entonces él soltó una sonrisa. La que tenía que considerarse como un arma mortal.

Henry intentó en vano y con mucho esfuerzo no derretirse por su abierta sonrisa. Nunca había tenido ocasión para conocer a un hombre así, tan masculino y seguro de si mismo, era realmente un enigma y no le gustó la sensación en su estómago cuando la miraba. Él no se percato del efecto que su presencia ejercia sobre ella, notó con irritación, aparte de que esa sensación sería otro obstáculo para lograr sus objetivos. Bien, ella no se iba a desmayar por él después de todo.

– Ciertamente, -contestó con suavidad-, estoy complacida por su aprobación. ¿Empezamos a trabajar ahora mismo?

– ¡Henry! -la señora Simpson intervino para evitar cualquier problema-. Su Señoría recién ha llegado de Londres después de un largo recorrido. Estoy segura que él querrá descansar y también tendrá apetito.

Dunford les volvió a dedicar otras de sus mortíferas sonrisas.

– Muerto de hambre.

– Si yo hubiera recibido recientemente por herencia una hacienda, querría ver su funcionamiento de inmediato, por supuesto -Henry dijo exasperada-. Querría conocer todo sobre ella.

Los ojos de Dunford se estrecharon suspicazmente.

– Para ser sincero, yo quiero aprender todo acerca de Stannage Park, pero no veo por qué no puedo comenzar mañana por la mañana, después de haber comido y descansado. -Dijo mientras miraba fijamente a Henry y se inclinaba para estar muy cerca de ella-. Y mientras aprovecha el tiempo y se baña.

La cara de Henry se volvió roja como una remolacha al percatarse que el nuevo Lord Stannage le decía amablemente que apestaba.

– Por supuesto, Su Señoría, -le dijo en tono glacial-. Sus deseos son órdenes para mi. Usted es el nuevo señor aquí, por supuesto.

Dunford pensó que podría estrangularla si volvía decir otra vez “por supuesto”. ¿Simplemente ella estaba exagerando? o era algo más ¿Y por qué estaba tan resentida con él? Ella había sido toda sonrisas y amables bienvenidas simplemente algunos minutos antes.

– No puedo expresar lo agradecido, que estoy por tener su ayuda, Srta. Barrett. Lo siento, er… Henry. Y de su lindo discurso, sólo puedo deducir que está a mi completa disposición. Qué intrigante. -Sonrió secamente y siguió a la Sra. Simpson hacia la casa.

Henry pensó, llena de rabia, que era un condenado, condenado, condenado, insoportable mientras resistía el deseo a golpear el suelo con el pie. Ahora ella debía tener en cuenta moderar su carácter para obtener mejores resultados.

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