Robert Alley - El último tango en Paris

Здесь есть возможность читать онлайн «Robert Alley - El último tango en Paris» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Эротические любовные романы, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

El último tango en Paris: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «El último tango en Paris»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

El último tango en Paris — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «El último tango en Paris», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Jeanne se percató de que tenía los ojos húmedos.

Tom no se dio cuenta y dijo:

—Ahora cuéntame de tu padre.

—Pensé que ya era suficiente por el día.

Se alejó de él y se encaminó a la entrada principal. De pronto, Tom le pareció confinado dentro de las ilusiones de su propia infancia, un personaje engreído e ingenuo.

—Una última cosa —dijo él acercándosele rápidamente.

—Tengo prisa.

—Tan sólo cinco minutos, Jeanne —y su voz pareció denotar sorpresa y dolor—. ¿Qué me dices del coronel?

—Tengo una cita de negocios —le dijo ella mintiendo con facilidad.

Fue directamente al portón y no se molestó en cerrarlo.

VIII

La promesa de la mañana desapareció cuando un nubarrón se cruzó con el sol. Este brilló brevemente a través de las nubes, como una oblea finísima, y luego oscureció. La lluvia invernal ensombreció el rostro de París; el viento la llevaba y la desintegraba contra los cristales altos y curvos de las ventanas de los edificios. Una pálida luz reflejada jugaba sobre las paredes del living-room creando la ilusión del agua en movimiento. La habitación había comenzado a tener el perfume del sexo.

Estaban echados desnudos sobre el colchón; el brazo de Jeanne descansaba sobre el ancho tórax de Paul y ella miraba en otra dirección. Paul tenía una armónica plateada y brillante en la mano y la sopló produciendo únicamente notas inconexas y quejumbrosas.

—Qué vida —dijo ella, hablando como si soñara—, no hay tiempo para descansar.

La mañana todavía estaba dentro de ella con sus memorias soterradas de la infancia. Sintió un deseo irrazonable de compartir su desilusión con Paul.

—El coronel —comenzó a decir— tenía ojos verdes y botas brillantes. Yo lo reverenciaba como a un dios. Era tan apuesto con su uniforme.

Sin agitarse, Paul dijo:

—Qué pila humeante de bosta de caballo.

—¿Qué? —Jeanne se sintió enfurecida—. Te prohibo que.. .

—Todos los uniformes son una mierda; todo lo que hay fuera de este lugar es una mierda. Además, no quiero escuchar los cuentos de tu pasado y todas esas cosas.

Ella sabía que era tonto de su parte esperar que él la comprendiera, pero continuó diciendo:

—Murió en 1958, en Argelia.

—O en el 68 —dijo Paul— o en el 28 o en el 98.

—¡En 1958! Y te prohíbo que hagas bromas al respecto.

—Escucha —dijo él pacientemente—, ¿por qué no dejas de hablar de cosas que no tienen la menor importancia en este lugar? ¿Qué diablos significan aquí?

—Entonces, ¿que tengo que decir? —preguntó ella débilmente y como buscando consejo—. ¿Qué tengo que hacer?

Paul le sonrió. Tocó con la armónica unas pocas notas de una melodía infantil con habilidad y sentimiento; luego cantó: —Ven a la buena barra, Lolly-pop...

Jeanne movió la cabeza con aire desconsolado; Paul parecía muy distante.

—¿Por qué no vuelves a América? —preguntó.

—No lo sé. Malos recuerdos, supongo.

—¿De qué?

—De mi padre —dijo él recostándose sobra el estómago y apoyándose sobre los codos para que su cara estuviera más próxima a la de ella—, era un borracho, un jodido —ahora acentuó la palabra—, un putañero, un peleador... supermasculino. Sí, era un tipo jodido —se le ablandó la expresión—. Mi madre era muy poética, también una borracha y la recuerdo de niño cuando la arrestaron desnuda. Vivíamos en un pueblito, una comunidad de agricultores. Yo llegaba de la escuela y ella ya se había ido. Estaba presa o en cualquier otro lado.

Una expresión de placer apenas perceptible le cruzó el rostro y sacó la tensión de sus facciones. Hacía tanto tiempo que no pensaba en esas cosas que ya habían dejado de existir para él.

—Tenía que ordeñar una vaca —dijo— todas las mañanas y todas las noches y eso me gustaba. Pero recuerdo una vez que estaba vestido para salir y llevar a una chica a un partido de basketball y mi padre dijo: «Tienes que ordeñar la vaca.» Y yo le pregunté si por favor no la podía ordeñar él en mi lugar. ¿Sabes lo que me respondió? Dijo: «¡Lárgate de aquí!» Entonces salí y tenía mucha prisa y no tuve tiempo de cambiarme los zapatos y me los llené de bosta. Cuando íbamos rumbo al partido, el auto estaba hediondo.

Paul hizo una mueca.

—No sé —dijo tratando de desechar lo que había recordado—. No puedo recordar muchas cosas buenas.

Jeanne insistió.

—¿Ni una? —preguntó en inglés para hacerlo sentir mejor. Los recuerdos le fascinaban.

—Algo sí —dijo él menos implacable Había un granjero, un viejo muy bueno que trabajaba mucho. Yo trabajaba con él en un zanjón secando la tierra para poder plantar. Usaba sobretodo y fumaba con una pipa de arcilla. La mayor parte del tiempo no le ponía tabaco. Yo detestaba el trabajo; hacía mucho calor, había mucha suciedad y me dolía la espalda. Y todo el día yo observaba que la saliva del viejo corría por el caño de la pipa y colgaba de la punta. Hacía apuestas conmigo mismo acerca de cuándo caería al suelo y siempre perdía. Jamás la vi caer. Dejaba de mirar un segundo y desaparecía y luego un nuevo salivazo ya estaba allí.

Paul se rió en silencio y movió la cabeza. Jeanne temía moverse porque tal vez él dejaría de hablar.

—Y luego teníamos una perra hermosa —continuó diciendo él con una voz que ella aún no había escuchado y que era casi un susurro—. Mi madre me enseñó a amar la naturaleza. Supongo que era todo lo que podía hacer; frente a nuestra casa había un gran campo abierto. En el verano era una plantación de mostaza y nuestra gran perra negra, llamada Dutchy, cazaba allí los conejos. Pero no los podía ver, así que tenía que saltar en el aire y mirar rápidamente para darse cuenta de dónde estaban los conejos. Era algo muy hermoso, pero nunca cazó nada.

Jeanne lanzó una carcajada. Paul la miró sorprendido.

—Te has traicionado —dijo ella con aire de triunfo.

—¿Realmente?

Ella le imitó la voz sonora hablando inglés con un fuerte acento.

—No quiero saber nada de tu pasado, Baby. Pero todo salió afuera, Baby.

Paul se echó hacia atrás y la miró fríamente. Jeanne dejó de reírse.

—¿Piensas que te estaba diciendo realmente la verdad? —preguntó y cuando ella no respondió, agregó—: Tal vez si, tal vez no.

De cualquier manera Jeanne sintió que de algún modo, Paul se había mostrado más humano. Fue ella quien inició la tercera coquetería sexual del día.

Dijo con tono juguetón:

—Yo soy Caperucita Roja y tú eres el Lobo.

Paul empezó a gruñir pero ella lo silenció poniéndole un dedo sobre los labios. Con su otra mano le acarició los anchos hombros.

—Qué brazos más fuertes que tienes —dijo ella.

Paul decidió seguir el juego de Jeanne pero lo haría para sus propios fines y con su cruel sentido del humor. En ese día ya había hecho demasiadas concesiones.

Paul dijo:

—Para apretarte y hacerte eructar mejor.

Ella le examinó la mano.

—Qué uñas más largas tienes.

—Para rascarte el culo mejor.

Ella le pasó los dedos por el pelo púbico.

—Qué pelos más largos tienes en la piel.

—Para que tus cangrejos puedan esconderse mejor.

Ella miró en el interior de su boca.

—Oh, qué lengua más larga tienes.

—Para clavártela... —Paul hizo una pausa por el efecto— en el culo, querida.

Jeanne le tomó el pene con la mano y se lo apretó.

—¿Para qué es esto? —preguntó.

—Es tu felicidad.

Paul aprovechó la oportunidad de dar rienda suelta a su erudición.

—Pija —dijo mientras ella aún lo tenía agarrado— Wicnerwurtz, jui, cazzo, prick, verga...

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «El último tango en Paris»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «El último tango en Paris» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Leila Aboulela - Lyrics Alley
Leila Aboulela
Nick Oldham - Psycho Alley
Nick Oldham
libcat.ru: книга без обложки
Iris Johansen
William Gresham - Nightmare Alley
William Gresham
Robert Crais - El último detective
Robert Crais
Christian Bruhn - Pariser Tango
Christian Bruhn
Hugo Mantilla Trejos - El Último Tinigua
Hugo Mantilla Trejos
Roberto Carrasco Calvente - El último año en Hipona
Roberto Carrasco Calvente
Вальтер Скотт - Count Robert of Paris
Вальтер Скотт
Robert Stevenson - A Lowden Sabbath Morn
Robert Stevenson
Nancy Warren - Tango Paryžiuje
Nancy Warren
Отзывы о книге «El último tango en Paris»

Обсуждение, отзывы о книге «El último tango en Paris» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x