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Ursula Le Guin: El ojo de la garza

Здесь есть возможность читать онлайн «Ursula Le Guin: El ojo de la garza» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию). В некоторых случаях присутствует краткое содержание. Город: Barcelona, год выпуска: 1988, ISBN: 978-84-350-2212-5, издательство: Edhasa, категория: Социально-психологическая фантастика / на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале. Библиотека «Либ Кат» — LibCat.ru создана для любителей полистать хорошую книжку и предлагает широкий выбор жанров:

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Ursula Le Guin El ojo de la garza

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“El ojo de la garza” es la historia de dos comunidades de proscritos que, expulsados de la Tierra, viven en un remoto planeta. Una de estas comunidades, los violentos y ambiciosos habitantes de la Ciudad, trata de oprimir a la otra, heredera del movimiento pacifista que comenzara tiempo atrás en la Tierra. La heroína de la novela, Luz, abandona los privilegios y la seguridad doméstica de la Ciudad e intenta buscar su identidad personal, la libertad y el amor, entre esas gentes pacíficas que viven en los límites del mundo. Por último, decide encabezar una expedición a las tierras salvajes (enfrentada a la indiferencia de la naturaleza y a sus propios miedos) para fundar una nueva colonia y empezar una nueva vida en tierras desconocidas.

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El suelo estaba embarrado y la maleza cargada de humedad, pero el poncho que Italia le había prestado era grueso; se sentó en el mantillo mullido que rodeaba los árboles y, abrazándose las rodillas por debajo del poncho, permaneció inmóvil, mirando hacia poniente por encima del meandro del río. Mantuvo largo rato esa posición, sin ver más que la tierra inmóvil, las nubes y el río que fluían lentamente.

Sola, sola. Estaba sola. No había tenido tiempo de saber que estaba sola mientras trabajaba con Vientosur, cuidaba de Vera, charlaba con Andre y se incorporaba gradualmente a la vida del Arrabal; mientras ayudaba a organizar la nueva escuela del Arrabal porque a partir de ahora la de la Ciudad estaba vedada a los arrabaleros; mientras acudía como invitada a esta casa y a aquella, con esta familia y con la otra; mientras se sentía acogida, bien recibida porque eran gentes amables, que nada sabían de resentimientos ni desconfianzas. Sólo por la noche, acostada a oscuras en el jergón del desván, la soledad se le había presentado con su rostro blanco e implacable. Entonces había tenido miedo. ¿Qué debo hacer?, había gritado mentalmente y, dándose la vuelta para escapar del enconado rostro de su soledad, se había refugiado en la fatiga y el sueño.

Ahora se presentó caminando etéreamente por la cumbre gris de la colina. Ahora su rostro era el de Lev. Luz no sintió el menor deseo de apartar la mirada.

Había llegado la hora de mirar lo que había perdido. La hora de mirarlo y de verlo todo. El atardecer primaveral sobre los tejados de la Ciudad, hacía tanto tiempo, y el rostro de Lev encendido por aquella gloria: «Salta a la vista…, podrías ver cómo debería ser, cómo es…». El atardecer en la casa de Vientosur y su rostro, sus ojos: «Vivir y morir en nombre del espíritu…». El viento y la luz en la Colina de la Cumbre Pedregosa y su voz. Y lo demás, todo lo demás, todos los días, luces, vientos y años que habrían sido y que no serían, que debían ser y no eran porque había muerto. Abatido en la carretera, al viento, a los veintiuno. Con sus montañas sin coronar y para no coronarlas jamás.

Luz pensó que si el espíritu perduraba en el mundo, ahora se había ido hacia allá: al norte del valle que Lev había descubierto, a las montañas de las que le había hablado la noche anterior a la marcha sobre la Ciudad, a las que se había referido con tanta alegría y ternura. «Luz, son más altas de lo que puedes imaginar, más altas y más blancas. Miras hacia a lo alto, vuelves a mirar más arriba y aún hay cumbres por encima de las cumbres.»

Ahora estaba allá, no aquí. Luz contemplaba su propia soledad, aunque tuviera el rostro de Lev.

—Sigue adelante, Lev —susurró—. Sigue hacia las montañas, sube más y más…

¿Adónde iré yo? ¿Adónde iré yo, que estoy sola?

Sin Lev, sin la madre que no llegué a conocer y el padre que ya no podré conocer, sin mi casa y mi Ciudad, sin amigos… Oh, sí, amigos, sí, Vera, Vientosur, Andre, los demás, toda la gente amable, pero no son los míos. Sólo Lev, sólo Lev lo era y no podía quedarse, no quiso esperar, tenía que coronar su montaña y postergar la vida. Él era mi destino, mi suerte. Y yo la suya. Pero no quiso verlo, no pudo detenerse a mirar. Lo arrojó todo por la borda.

Por eso ahora me detengo aquí, entre los valles, bajo los árboles, y tengo que mirar. Lo que veo es a Lev muerto y perdida su esperanza; a mi padre convertido en asesino y desquiciado; y a mí misma, traidora a la Ciudad y forastera en el Arrabal.

¿Queda algo?

Queda el resto del mundo. Este río, las colinas y la luz sobre la bahía. Queda el resto de este mundo vivo y silencioso, pero sin gente. Y yo estoy sola.

Mientras bajaba por la colina, Luz vio que Andre salía de casa de Vientosur y se detenía en la puerta a hablar con Vera. Se llamaron a través de los campos en barbecho y Andre la esperó en el recodo del sendero que conducía al Arrabal.

—Luz, ¿dónde estabas? —preguntó con su estilo preocupado y tímido.

A diferencia de los otros, Andre nunca intentaba incluirla; simplemente, estaba presente, confiable. Desde la muerte de Lev no había tenido alegrías, sino muchas preocupaciones. Ahora la esperaba, fuerte y cargado de hombros, agobiado, paciente.

—En ninguna parte —respondió verazmente—. He estado caminando, pensando. Andre, quiero preguntarte algo. Nunca lo planteo delante de Vera porque no deseo alterarla. ¿Qué sucederá ahora entre la Ciudad y el Arrabal? No sé lo suficiente para entender lo que dice Elia. ¿Todo seguirá…, como antes?

Después de una prolongada pausa, Andre asintió. Su rostro oscuro, con las mejillas salientes como madera tallada, estaba tenso.

—O empeorará —habló. Deseoso de ser ecuánime con Elia, añadió—: Algunas cosas han mejorado. El acuerdo comercial…, si lo cumplen. Y la expansión hacia el Valle del Sur. No habrá trabajos forzados, «propiedades» ni ninguna de esas cosas. Soy optimista en este aspecto. Es posible que, para variar, trabajemos codo a codo.

—¿Irás?

—No lo sé. Supongo que sí. Debería ir.

—¿Y la colonia del norte, el valle y las montañas que ustedes descubrieron? —Andre la miró y meneó la cabeza—. ¿No hay ninguna posibilidad?

—Sólo si nos trasladáramos como servidumbre de la Ciudad.

—¿Marquez no acepta que ustedes vayan solos, sin gente de la Ciudad? —Andre volvió a negar con la cabeza—. ¿Qué ocurriría si ustedes se fueran pase lo que pase?

—¿Con qué crees que sueño todas las noches? —preguntó y por primera vez su tono fue ácido—. Sueño con el valle del norte después de estar con Elia, Joya, Sam, Marquez y la Junta hablando de hacer transacciones, cooperar, ser razonables. Pero si nos fuéramos nos seguirían.

—Vayan a donde no puedan seguirlos.

—¿Adónde? —preguntó Andre, recobrado su tono paciente, sardónico y triste.

—¡A cualquier parte! Más al este, entre los bosques. O al sudeste. O al sur, costa abajo, más allá de donde van los pescadores… ¡Tienen que existir otras bahías, otros emplazamientos! Éste es todo un continente, un mundo completo. ¿Por qué tenemos que seguir aquí, amontonados, destrozándonos los unos a los otros? Tú, Lev y los demás han estado en la inmensidad, sabes cómo es…

—Sí, lo sé.

—Pero regresaron. ¿Por qué regresaron? ¿Por qué la gente no puede irse, unos pocos a la vez, irse simplemente, por la noche, y seguir adelante? Tal vez unos pocos podrían formar una avanzadilla y crear escalas con provisiones. Pero no pueden dejar huellas, ninguna. Se van y ya está. ¡Lejos! Y cuando hayan recorrido cien, quinientos o mil kilómetros, cuando encuentren un buen sitio, hacen un alto en el camino y crean una colonia. Un lugar nuevo. Solos.

—No es posible… Luz, eso divide a la comunidad —explicó Andre—. Sería como… huir.

—¡Vaya! —exclamó Luz y sus ojos ardieron de furia—. ¡Huir! ¡Caes en la trampa de Marquez en el Valle del Sur y a eso lo llamas una situación firme! Hablas de elección y de libertad… El mundo, el mundo entero está para que lo vivas y seas libre, ¡pero lo otro sería huir! ¿De qué? ¿Hacia qué? Tal vez no podemos ser libres, quizás la gente siempre va consigo, pero al menos puede intentarlo. ¿Para qué sirvió vuestra Larga Marcha? ¿Qué te hace pensar que alguna vez concluyó?

11

Vera pretendía permanecer despierta para despedirlos, pero se había dormido junto al fuego y la suave llamada a la puerta no la despertó. Luz y Vientosur se miraron y ésta meneó la cabeza. Luz se arrodilló y deprisa, procurando hacer el menor ruido posible, depositó un trozo de turba detrás de las brasas para que la casa se mantuviera caldeada durante la noche. Estorbada por el grueso abrigo y la mochila, Vientosur se agachó y rozó la cabellera gris de Vera con los labios. Luego miró la casa —una mirada apresurada y perpleja— y salió. Luz la siguió.

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