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Ursula Le Guin: El ojo de la garza

Здесь есть возможность читать онлайн «Ursula Le Guin: El ojo de la garza» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию). В некоторых случаях присутствует краткое содержание. Город: Barcelona, год выпуска: 1988, ISBN: 978-84-350-2212-5, издательство: Edhasa, категория: Социально-психологическая фантастика / на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале. Библиотека «Либ Кат» — LibCat.ru создана для любителей полистать хорошую книжку и предлагает широкий выбор жанров:

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Ursula Le Guin El ojo de la garza

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“El ojo de la garza” es la historia de dos comunidades de proscritos que, expulsados de la Tierra, viven en un remoto planeta. Una de estas comunidades, los violentos y ambiciosos habitantes de la Ciudad, trata de oprimir a la otra, heredera del movimiento pacifista que comenzara tiempo atrás en la Tierra. La heroína de la novela, Luz, abandona los privilegios y la seguridad doméstica de la Ciudad e intenta buscar su identidad personal, la libertad y el amor, entre esas gentes pacíficas que viven en los límites del mundo. Por último, decide encabezar una expedición a las tierras salvajes (enfrentada a la indiferencia de la naturaleza y a sus propios miedos) para fundar una nueva colonia y empezar una nueva vida en tierras desconocidas.

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»Así fue la Larga Marcha. ¡Pero la travesía no había terminado! Se acercaron a los barcos para partir rumbo a la Tierra Libre, donde serían bien recibidos. Pero ahora eran demasiados. Los barcos sólo podían trasladar a dos mil y ellos habían crecido a medida que caminaban, ahora eran diez mil. ¿Qué podían hacer? Se apiñaron y volvieron a apiñarse; construyeron más literas, acumularon diez en cada camarote de las grandes naves, estancia diseñada para contener dos. Los propietarios de los barcos dijeron: Alto, no pueden ustedes seguir atiborrando los barcos, no hay agua suficiente para la larga travesía, no pueden subir todos . Por eso compraron embarcaciones: pesqueros, veleros y motoras. Algunas personas, gente rica e importante, con barco propio, se acercaron y dijeron: Usen mi embarcación, trasladaré cincuenta almas hasta la Tierra Libre . Llegaron pescadores de la ciudad llamada Inglaterra y dijeron: Usen mi barco, tomaré cincuenta almas . A algunos les asustaba cruzar un mar tan extenso en embarcaciones tan pequeñas; en ese momento otros volvieron a casa y abandonaron la Larga Marcha. Pero como siempre había gente nueva que se sumaba, fueron cada vez más. Por fin todos zarparon del puerto de Lisboa, sonó la música, las cintas volaban al viento y toda la gente de los grandes barcos y las pequeñas embarcaciones partió a un tiempo, cantando.

»No podían navegar juntos. Los barcos eran veloces y las embarcaciones, lentas. Ocho días más tarde las grandes naves atracaron en el puerto de Montral, en las tierras de Canamérica. Las embarcaciones llegaron después, desperdigadas por el océano, con unos días, con unas semanas de retraso. Mis padres viajaban en una de las embarcaciones, una bella y blanca nave llamada Anita , que una noble dama había prestado al Pueblo de la Paz para que pudiera viajar hasta la Tierra Libre. En esa nave iban cuarenta personas. Mi madre solía decir que aquellos habían sido buenos tiempos. El clima era benigno, se sentaban en cubierta bajo el sol y planeaban cómo erigirían la Ciudad de la Paz en la tierra prometida, la tierra entre las montañas, en la zona septentrional de Canamérica.

»Cuando llegaron a Montral, fueron recibidos por hombres armados que los pescaron y los encarcelaron. Allí estaban todos, los que habían viajado en los grandes barcos, todo el pueblo esperaba en los campamentos para prisioneros.

»Los gobernantes de esa región afirmaron que eran demasiados. Tendrían que haber sido dos mil y eran diez mil. No había tierra ni espacio para tantos. Eran tantos que resultaban peligrosos. De todos los confines de la Tierra llegaba gente que se sumaba a ellos, acampaba a las puertas de la ciudad y de los campamentos para prisioneros y entonaba las canciones de la paz. Hasta de Brasil llegaban; habían emprendido su Larga Marcha hacia el norte a lo largo de los grandes continentes. Los gobernantes de Canamérica se asustaron. Dijeron que era imposible mantener el orden y dar de comer a tantos. Dijeron que se trataba de una invasión. Dijeron que la Paz era una mentira, que de verdad no tenía nada, pero eran ellos los que no la entendían ni la querían. Dijeron que su pueblo los abandonaba y se sumaba a la Paz y que no podían permitirlo porque todos debían combatir en la Larga Guerra con la República, que se libraba desde hacía veinte años. ¡Dijeron que el Pueblo de la Paz estaba formado por traidores y por espías de la República! Así fue como nos encerraron en los campamentos para prisioneros en lugar de entregarnos la tierra entre las montañas, la tierra prometida. Ahí nací yo, en el campo para prisioneros de Montral.

»Finalmente los gobernantes dijeron: De acuerdo, cumpliremos nuestra promesa, les daremos tierra en la que vivir, pero en la Tierra no hay espacio para ustedes. Les entregaremos la nave construida hace mucho tiempo en Brasil para expulsar a ladrones y asesinos. Construyeron tres naves, enviaron dos al mundo llamado Victoria y la tercera no llegaron a utilizarla porque cambiaron las leyes. Nadie quiere esa nave porque sólo puede realizar un viaje: no puede retornar a la Tierra. Brasil nos la ha regalado. Dos mil de ustedes viajarán en ella, es el máximo que puede albergar. Los demás deben encontrar el modo de regresar a vuestra tierra cruzando el océano, de retornar a Rusia la Negra, o vivir aquí, en los campos para prisioneros, fabricando armas para la Guerra contra la República. Vuestros cabecillas viajarán en la nave: Mehta y Adelson, Kaminskaya, Wicewska y Shults; no aceptaremos a estos hombres y mujeres en la Tierra porque no aman la Guerra. Deberán llevarse la Paz a otro mundo .

»Los dos mil fueron elegidos al azar. La elección fue terrible, aquél fue el más amargo de los días. Para los que se iban aún quedaban esperanzas, pero el riesgo era muy elevado: ¿lograrían atravesar las galaxias sin piloto y llegar a un mundo ignoto para no regresar jamás? Y para los que tenían que quedarse, ya no quedaba esperanza alguna. En la Tierra no quedaba sitio alguno para la Paz.

»Se hizo la elección, se derramaron lágrimas y la nave partió. Para esos dos mil, para sus hijos y los hijos de sus hijos, la Larga Marcha ha concluido. Aquí mismo, en el lugar al que llamamos el Arrabal, en los valles de Victoria. Pero no olvidamos la Larga Marcha, la gran travesía y a los que dejamos atrás, con los brazos extendidos hacia nosotros. No olvidamos la Tierra.

Los niños escuchaban, caras blancas y morenas, pelos negros y castaños; ojos vivaces y ojos adormilados; gozaban del relato, los conmovía, los aburría… Pese a que algunos eran muy pequeños, todos conocían esa historia. Para ellos formaba parte del mundo. Sólo era nueva para Luz.

Un centenar de preguntas, demasiadas, revoloteaban en su mente. Dejó que los niños hicieran preguntas.

—¿Amistad es negra porque su abuela procedía de Rusia la Negra?

—¡Háblanos de la astronave! ¡Cuéntanos cómo durmieron en la nave!

—¡Háblanos de los animales de la Tierra!

Hacían algunas preguntas por ella porque querían que Luz, la forastera, la chica grande que no estaba enterada, conociera sus fragmentos preferidos sobre la saga de su pueblo.

—¡Háblale a Luz de los aeroplanos voladores! —exclamó una mocosa, presa de gran agitación. Se volvió hacia Luz y comenzó a desgranar la historia que le había oído contar al anciano—. Sus padres estaban en la embarcación, en medio del mar, y una nave voladora los superó por el aire, estalló, cayó al agua y se rompió en mil pedazos y ésa fue la República y ellos la vieron. Intentaron rescatar a la gente del agua, pero no había nadie, el mar estaba envenenado y tuvieron que seguir adelante…

—¡Háblale de las personas que llegaron desde Afferca! —reclamó un niño.

Hari estaba cansado y dijo:

—Ya está bien. Cantemos una canción de la Larga Marcha. ¿Meria?

Una chica de doce años se levantó sonriente y miró a sus compañeros.

—Oh, cuando arribemos… —tarareó con voz tierna y resonante.

Los otros chicos se sumaron al cántico.

Oh, cuando arribemos,
oh, cuando arribemos a Lisboa,
las blancas naves estarán esperando,
oh, cuando arribemos…

Cargadas y con los bordes mellados, las nubes se desplazaban sobre el río y las colinas norteñas. Hacia el sur se extendía, plateado y remoto, un fragmento de la bahía. Las gotas de la última lluvia caían pesadas y se deslizaban por las hojas de los grandes árboles del algodón en la cumbre de esta colina que se alzaba al este de la casa de Vientosur; no se oía ningún otro sonido. Era un mundo silente, un mundo gris. Luz estaba sola bajo los árboles y contemplaba la tierra pelada. Hacía mucho tiempo que no estaba sola. Cuando partió hacia la colina no sabía adónde iba ni qué buscaba. Este lugar, este silencio, esta soledad. Los pies la habían encaminado hacia sí misma.

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