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Ursula Le Guin: El ojo de la garza

Здесь есть возможность читать онлайн «Ursula Le Guin: El ojo de la garza» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию). В некоторых случаях присутствует краткое содержание. Город: Barcelona, год выпуска: 1988, ISBN: 978-84-350-2212-5, издательство: Edhasa, категория: Социально-психологическая фантастика / на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале. Библиотека «Либ Кат» — LibCat.ru создана для любителей полистать хорошую книжку и предлагает широкий выбор жанров:

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Ursula Le Guin El ojo de la garza

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“El ojo de la garza” es la historia de dos comunidades de proscritos que, expulsados de la Tierra, viven en un remoto planeta. Una de estas comunidades, los violentos y ambiciosos habitantes de la Ciudad, trata de oprimir a la otra, heredera del movimiento pacifista que comenzara tiempo atrás en la Tierra. La heroína de la novela, Luz, abandona los privilegios y la seguridad doméstica de la Ciudad e intenta buscar su identidad personal, la libertad y el amor, entre esas gentes pacíficas que viven en los límites del mundo. Por último, decide encabezar una expedición a las tierras salvajes (enfrentada a la indiferencia de la naturaleza y a sus propios miedos) para fundar una nueva colonia y empezar una nueva vida en tierras desconocidas.

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—¿A cuántas jornadas de viaje se encuentra? —preguntó alguien a voz en cuello.

—Martin calcula que a unos veinte días, viajando con familias y grandes cargas.

—¿Hay que cruzar ríos o atravesar lugares peligrosos?

—Lo mejor sería organizar una avanzadilla que llevara un par de días de ventaja para indicar el camino más accesible. Durante el regreso evitamos el terreno fragoso que tuvimos que atravesar en nuestro avance hacia el norte. El único río difícil de cruzar está aquí mismo, me refiero al Songe, y habrá que franquearlo en botes. Los demás pueden vadearse hasta llegar al Sereno.

Hicieron más preguntas a gritos; los reunidos pusieron fin a su fascinado silencio y bajo los paraguas de hojas rojas se desencadenaron cien discusiones acaloradas; Vera recuperó la palabra y pidió calma.

—A uno de nuestros vecinos le gustaría hacer algunos comentarios —informó y se hizo a un lado para dar paso al hombre que se encontraba detrás.

El hombre vestía de negro y llevaba un ancho cinturón de plata repujada. Los seis individuos que habían permanecido en las proximidades del atrio subieron y se desplegaron en semicírculo, aislando al hombre del resto de las personas que estaban en el atrio.

—Se les saluda —dijo el hombre de negro con voz tajante y no muy alta.

—Es Falco —murmuró la gente—. Es el Jefe Falco.

—Estoy encantado de transmitir a los intrépidos exploradores las felicitaciones del gobierno de Victoria. Sus mapas e informes serán un añadido de gran valor a los Archivos del Estado en Ciudad Victoria. La Junta está estudiando planes para la migración limitada de campesinos y trabajadores manuales. La planificación y el control son necesarios para garantizar la seguridad y el bienestar del conjunto de la comunidad. Como esta expedición ha puesto de relieve, habitamos en un rincón, en un puerto seguro, de un mundo inmenso y desconocido. Los que hemos vivido más tiempo aquí, los que conservamos los archivos de los primeros años del Asentamiento, sabemos que los temerarios proyectos de dispersión pueden amenazar nuestra supervivencia y que la sensatez reposa en el orden y la cooperación estricta. Estoy encantado de decirles que la Junta recibirá a los intrépidos exploradores con el beneplácito de la Ciudad y les ofrecerá una recompensa digna de sus esfuerzos.

Se produjo un silencio muy distinto al anterior.

Vera tomó la palabra; aunque se la veía frágil junto al grupo de hombres corpulentos, su voz sonó clara y suave:

—Agradecemos al representante de la Junta su atenta invitación.

—La Junta espera recibir a los exploradores y estudiar sus mapas e informes dentro de tres días —añadió Falco.

Otra vez reinó un silencio contenido.

—Damos las gracias al concejal Falco y declinamos la invitación —replicó Lev.

Un hombre mayor tironeó del brazo de Lev y habló enérgicamente en voz baja; aunque hubo muchos comentarios rápidos y cuchicheados entre los que estaban en el atrio, la multitud reunida ante el Templo permaneció silenciosa e inmóvil.

—Antes de responder a la invitación de la Junta, debemos tomar decisiones sobre varias cuestiones —explicó Vera a Falco en tono lo bastante alto para que todos oyeran.

—Las decisiones ya se han tomado, senhora Adelson. La Junta ya las ha tomado. Sólo esperamos vuestra obediencia. —Falco dedicó una reverencia a Vera, alzó la mano para saludar a la multitud y abandonó el atrio rodeado por los guardias.

La gente hizo espacio más que suficiente para que pasaran.

En el atrio se formaron dos grupos: los exploradores y otros hombres y mujeres, en su mayoría jóvenes, en torno a Vera, y un grupo más numeroso alrededor de Elia, un rubio de ojos azules. La situación se reprodujo entre los congregados, hasta que acabaron por parecerse a un bosque de anillos arbóreos: círculos pequeños, en su mayoría de gente joven, y círculos más grandes, formados por personas mayores. Todos discutían apasionadamente pero sin violencia. Una mujer alta y vieja esgrimió su paraguas de hojas rojas ante una muchacha vehemente y se puso a gritar:

—¡Desertores! ¡Lo que ustedes quieren es huir y dejar que nosotros hagamos frente a los Jefes! ¡Les hace falta una azotaina! —Para ratificar sus palabras, la anciana dio un paraguazo al aire.

Los que rodeaban a la vieja parecieron esfumarse rápidamente, llevándose a la chica que la había enfadado. La mujer quedó sola, roja como el paraguas, esgrimiéndolo hoscamente contra la nada. Poco después, con el ceño fruncido y los labios apretados, se integró en otro círculo.

Los dos grupos del atrio se unieron. Elia habló con serena intensidad:

—Lev, el desafío directo es tan violento como un puñetazo o una cuchillada.

—Puesto que rechazo la violencia, me niego a seguirle la corriente a los violentos —replicó el joven.

—Desencadenarás la violencia si rechazas la petición de la Junta.

—Encarcelamientos, quizá palizas. Está bien. Elia, ¿qué queremos? ¿La libertad o la simple seguridad?

—Provocas la represión desafiando a Falco en nombre de la libertad o de cualquier otra cosa. Así les haces el juego.

—Ya somos juguetes en sus manos, ¿no? —terció Vera—. Lo que nos interesa es salir de este juego.

—Estamos de acuerdo en que ha llegado el momento, en que ha llegado la hora de hablar con la Junta…, de hablar firme y sensatamente. Pero si comenzamos con un desafío, si empezamos por la violencia moral, no lograremos nada y ellos recurrirán a la fuerza.

—No tenemos la pretensión de desafiarlos, nos limitaremos a mantenernos firmes en la verdad —insistió Vera—. Elia, sabes de sobra que si ellos apelan a la fuerza, hasta nuestro intento de razonar se convierte en una forma de resistencia.

—¡La resistencia es inútil, tenemos que negociar! Si se incorpora la violencia de hecho o de palabra, la verdad se pierde…, nuestra vida en el Arrabal, nuestra libertad quedarán arrasadas. ¡Imperará la fuerza, como ocurrió en la Tierra!

—Elia, en la Tierra no imperó para todos, sino para aquellos que consintieron en servirla.

—La Tierra arrojó a nuestros padres, los expulsó —intervino Lev. Su rostro estaba encendido y su voz adquirió el tono brusco y anhelante de las cuerdas graves de un arpa tañida con excesiva presión—. Somos extraterrados, hijos de proscritos. ¿No dijo el Fundador que el proscrito es el alma libre, el hijo de Dios? Nuestra vida en el Arrabal no es una vida libre. En el nuevo asentamiento del norte seremos libres.

—¿Qué es la libertad? —preguntó Joya, una mujer bella y morena que estaba junto a Elia—. No creo que se acceda a la libertad por el camino del desafío, la resistencia, las negativas. La libertad te acompaña si recorres la senda del amor. Si aceptas todo, todo te será dado.

—Nos han dado un mundo entero —dijo Andre con su voz suave—. ¿Lo hemos aceptado?

—El desafío es una trampa, la violencia es una trampa, debemos rechazarlas…, y eso es exactamente lo que hacemos —aseguró Lev—. Obtendremos la libertad. Los Jefes intentarán detenernos. Apelarán a la fuerza moral y quizá recurran a la fuerza física. Ya sabemos que la fuerza es el arma de los débiles. Si confiamos en nosotros mismos, en nuestros propósitos, en nuestra fortaleza… ¡Si nos mantenemos firmes, todo el poder que ejercen sobre nosotros se desvanecerá como las sombras cuando el sol apunta!

—Lev —dijo en voz baja la mujer morena—, Lev, vivimos en el mundo de las sombras.

2

Los nubarrones se desplazaban en hileras largas y difusas por encima de Bahía Songe. La lluvia tamborileaba sin cesar sobre el techo de tejas de Casa Falco. En el extremo de la casa, en las cocinas, se percibía el sonido distante de la vida que bullía, de las voces de los criados. Ningún otro sonido ni otra voz: sólo la lluvia.

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