—Mete la mano en el bolsillo de la chaqueta —ordenó—, y saca el objeto que has estado llevando contigo desde la última vez que abandonaste el Instituto.
Lentamente, Jace hizo lo que le ordenaban. Mientras sacaba la mano del bolsillo, Clary reconoció el reluciente objeto azul gris que sostenía. El pedazo del espejo Portal.
—Dámelo.
La Inquisidora se lo arrebató de la mano, y el muchacho hizo una mueca de dolor; el borde del cristal le había hecho un corte y la palma de la mano se llenó de sangre. Maryse emitió un ruidito quedo, pero no se movió.
—Sabía que regresarías al Instituto a buscar esto —siguió la Inquisidora, refocilándose definitivamente—. Sabía que tu sentimentalismo no te permitiría dejarlo atrás.
—¿Qué es? —Robert Lightwood sonó desconcertado.
—Un pedazo de Portal en forma de espejo —respondió la mujer—. Cuando el Portal se destruyó, la imagen de su último destino quedó conservada en él. —Hizo girar el pedazo de cristal en los largos y delgadísimos dedos—. En este caso, la casa solariega de los Wayland.
Los ojos de Jace siguieron los movimientos del espejo. En el pedazo de él que Clary podía ver parecía haber atrapado un trozo de cielo azul. La muchacha se preguntó si alguna vez llovía en Idris.
Con un repentino gesto violento que no concordaba con su tono calmado, la Inquisidora arrojó el trozo de espejo contra el suelo. Éste se rompió al instante en diminutos fragmentos. Clary oyó que Jace inspiraba con fuerza, pero el muchacho no se movió.
La Inquisidora sacó una par de guantes grises y se arrodilló entre los pedazos de espejo, tamizándolos entre los dedos hasta encontrar lo que buscaba: un solitario pedazo de fino papel. Se alzó, sosteniéndolo en alto para que todos los presentes en la habitación vieran la gruesa runa escrita en él con tinta negra.
—Marqué este papel con una runa de seguimiento y lo metí entre el pedazo de espejo y su refuerzo. Luego volví a dejarlo en la habitación del muchacho. No te sientas mal por no haberlo advertido —dijo a Jace—. Cabezas más venerables y sabias que la tuya han sido engañadas por la Clave.
—Me ha estado espiando —afirmó Jace, y en su voz había un deje de cólera—. ¿Es eso lo que hace la Clave, invadir la intimidad de sus camaradas cazadores de sombras para...?
—Ten cuidado con lo que dices. No eres el único que ha quebrantado la Ley. —La mirada gélida de la Inquisidora se paseó por la habitación—. Al liberarte de la Ciudad Silenciosa, al liberarte del control del brujo, tus amigos han hecho lo mismo.
—Jace no es nuestro amigo —replicó Isabelle—. Es nuestro hermano.
—Yo tendría cuidado con lo que dices, Isabelle Lightwood —amenazó la mujer—. Podrías ser considerada cómplice.
—¿Cómplice? —Ante la sorpresa de todos, era Robert Lightwood quien había hablado—. La chica sólo intentaba impedir que destrozaras a nuestra familia. Por el amor de Dios, Imogen, no son más que niños...
—¿Niños? —La Inquisidora dirigió una mirada helada hacia Robert—. ¿Igual que vosotros erais niños cuando el Círculo tramó la destrucción de la Clave? ¿Igual que mi hijo era un niño cuando...? —Se interrumpió con una especie de jadeo, como si se obligara a recuperar el control de sí misma.
—Así que esto tiene que ver con Stephen después de todo —concluyó Luke con compasión—. Imogen...
El rostro de la Inquisidora se crispó.
—¡Esto no tiene que ver con Stephen! ¡Tiene que ver con la Ley!
—Y Jace —preguntó Maryse—. ¿Qué va a sucederle?
—Regresará a Idris conmigo mañana —respondió la Inquisidora—. Habéis perdido el derecho a saber más.
—¿Cómo puede llevarle a ese lugar? —exigió saber Clary—. ¿Cuándo regresará?
—Clary, no —exclamó Jace.
Las palabras fueron una súplica, pero ella siguió luchando.
—¡Jace no es el problema! ¡Valentine es el problema!
—¡Déjalo estar, Clary! —chilló Jace—. ¡Por tu propio bien, déjalo estar!
La muchacha no pudo evitarlo y retrocedió asustada ante él; Jace jamás le había gritado de ese modo, ni siquiera cuando lo había arrastrado a la habitación de la madre de ambos en el hospital. Vio la expresión en sus ojos cuando él se dio cuenta de que ella se echaba hacia atrás y deseó no haberlo hecho.
Antes de que pudiera decir nada más, Luke le puso la mano en el hombro y le habló en un tono tan serio como lo había hecho la noche que le había contado la historia de su vida.
—Si el muchacho ha ido a ver a su padre —dijo—, sabiendo la clase de padre que Valentine fue, es porque nosotros le hemos fallado, no porque él nos haya fallado a nosotros.
—Ahórrate tus sofismos, Lucian —indicó la Inquisidora—. Te has vuelto tan blando como un mundano.
—Ella tiene razón. —Alec estaba sentado en el borde del sofá, con los brazos cruzados y la mandíbula firme—. Jace nos ha mentido. No hay excusa para eso.
Jace se quedó boquiabierto. Había estado seguro de la lealtad de Alec, al menos, y Clary no le culpaba. Incluso Isabelle miraba fijamente a su hermano con horror.
—Alec, ¿cómo puedes decir eso?
—La Ley es la Ley, Izzy —respondió Alec, sin mirar a su hermana—. No se puede burlar.
Isabelle profirió un gritito de rabia y estupefacción, y salió disparada por la puerta principal, dejándola abierta. Maryse intentó ir tras ella, pero Robert detuvo a su esposa, diciéndole algo en voz baja.
Magnus se puso en pie.
—Realmente creo que es el momento de que yo también me vaya —anunció, y Clary advirtió que evitaba mirar a Alec—. Diría que ha sido agradable conoceros, pero, de hecho, no lo ha sido. Ha resultado bastante violento, y francamente, espero que transcurra una eternidad antes de que vuelva a ver a cualquiera de vosotros.
Alec clavó la mirada en el suelo mientras el brujo abandonaba muy digno la salita y salía por la puerta a la calle. En esta ocasión la cerró tras él con un portazo.
—Dos que se han ido —soltó Jace, sarcástico—. ¿Quién es el siguiente?
—Ya es suficiente —replicó la Inquisidora—. Dame las manos.
Jace extendió las manos, y la mujer sacó una estela de algún bolsillo oculto y procedió a dibujarle una Marca alrededor de las muñecas. Cuando apartó las manos, las muñecas de Jace estaban cruzadas, una sobre la otra, atadas por lo que parecía un aro de llamas ardientes.
—¿Qué hace? —exclamó Clary—. Le va a hacer daño...
—Estoy perfectamente, hermanita. —Jace habló con bastante calma, pero Clary advirtió que parecía no poder mirarla—. Las llamas no me quemarán a menos que intente separar las manos.
—Y en cuanto a ti —añadió la Inquisidora, dirigiéndose a Clary, que se sorprendió, ya que hasta ese momento la mujer apenas había parecido reparar en su existencia—. Has tenido la gran suerte de que Jocelyn te criara y escapar, así, a la mácula de tu padre. De todos modos, no te perderé de vista.
La mano de Luke se cerró con más fuerza sobre el hombro de Clary.
—¿Es una amenaza?
—La Clave no amenaza, Lucian Graymark. La Clave hace promesas y las mantiene.
La Inquisidora sonó casi alegre. Pero era la única persona de la habitación a la que podía aplicarse ese adjetivo; todos los demás parecían traumatizados, a excepción de Jace, que mostraba los dientes en un gruñido del que Clary dudaba que fuese consciente. Parecía como un león caído en una trampa.
—Vamos, Jonathan —ordenó la Inquisidora—. Anda por delante de mí. Si haces un solo movimiento para huir te clavaré un cuchillo entre los hombros.
Jace tuvo grandes dificultades para girar el pomo de la puerta principal con las manos atadas. Clary apretó los dientes para no chillar, y entonces la puerta se abrió finalmente y Jace se marchó seguido de la Inquisidora. Los Lightwood fueron detrás en fila, Alec con la vista todavía fija en el suelo. La puerta se cerró tras ellos, y Clary y Luke se quedaron solos en la sala de estar, silenciosos en compartida incredulidad.
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