«Sí», pensó Clary.
—No —contestó en voz alta.
—Imagino que no podrías, siendo su hermana. Tendrás que aceptar mi palabra.
—Tengo que irme. —Clary casi había cruzado la puerta de la cocina cuando algo le pasó por la mente y giró en redondo—. ¿Qué le sucedió a él?
Maia pestañeó.
—¿A quién?
—A tu antiguo novio. El que te recuerda Jace.
—Ah —dijo Maia—, fue él quien me convirtió en mujer loba.
—Muy bien, ya lo tengo —dijo Clary, regresando a la salita con su bloc de dibujo en una mano y una caja de lápices de colores en la otra.
Retiró una silla de la poco usada mesa de comedor —Luke siempre comía en la cocina o en su despacho, y la mesa estaba cubierta de papeles y facturas viejas— y se sentó, con el bloc frente a ella. Se sentía como si estuviera haciendo una prueba en una escuela de arte. «Dibujad esta manzana.»
—¿Qué quieres que haga?
—¿Qué es lo que crees?
Jace seguía sentado en el banco del piano, con los hombros encorvados; daba la impresión de no haber dormido en toda la noche. Alec estaba apoyado en el piano detrás de él, probablemente porque era todo lo lejos de Magnus que podía estar.
—Jace, ya vale. —Luke estaba erguido en su asiento pero parecía como si ello le representara un esfuerzo—. ¿Has dicho que sabías dibujar runas, Clary?
—He dicho que eso pensaba.
—Bueno, me gustaría que lo intentases.
—¿Ahora?
Luke sonrió levemente.
—A menos que tengas alguna otra cosa mejor que hacer.
Clary pasó las hojas del cuaderno de dibujo hasta llegar a una hoja en blanco y la contempló fijamente. Jamás una hoja de papel le había parecido tan vacía. Pudo percibir la quietud de la habitación, con todo el mundo observándola: Magnus con su antigua y templada curiosidad; Alec demasiado preocupado con sus propios problemas para que le importasen los de ella; Luke esperanzado, y Jace con una fría y aterradora vacuidad. Lo recordó diciendo que deseaba poder odiarla y se preguntó si algún día lo conseguiría.
Bajó el lápiz.
—No puedo hacerlo sólo porque se me ordene. No sin una idea.
—¿Qué clase de idea? —preguntó Luke.
—Quiero decir, ni siquiera sé qué runas existen ya. Necesito pensar en un significado, una palabra, antes de dibujar una runa para ella.
—A nosotros ya nos cuesta bastante recordar cada runa... —empezó Alec. Ante la sorpresa de Clary, Jace le interrumpió.
—¿Qué tal «impertérrito»? —dijo en voz baja.
—¿Impertérrito? —repitió ella.
—Existen runas para la valentía —explicó Jace—. Pero nunca nada que quite el miedo. Pero si tú, como dices, puedes crear runas nuevas... —Echó una ojeada a su alrededor, y vio la expresión sorprendida de Alec y Luke—. Mirad, sólo he recordado que no existe una, eso es todo. Y parece totalmente inofensiva.
Clary dirigió una mirada a Luke, que se encogió de hombros.
—Vale —dijo éste.
Clary tomó un lápiz gris oscuro de la caja y apoyó la punta en el papel. Pensó en formas, líneas, arabescos; pensó en los signos del Libro Gris, antiguos y perfectos, encarnaciones de un lenguaje demasiado impecable para el habla. Una voz queda dijo en su cabeza: «¿Quién eres tú para pensar que puedes hablar el lenguaje del cielo?».
El lápiz se movió. Se sintió casi segura de que ella no lo había movido, pero éste se deslizó sobre el papel, describiendo una única línea. Sintió que el corazón le daba un brinco. Pensó en su madre, sentada con expresión soñadora ante su tela, creando su propia visión del mundo en tinta y pintura al óleo. Pensó: «¿Quién soy yo? Soy la hija de Jocelyn Fray». El lápiz volvió a moverse, y esa vez contuvo el aliento; descubrió que susurraba la palabra, por lo bajo.
—Impertérrito. Impertérrito.
El lápiz retrocedió describiendo una curva ascendente, y ahora ella lo guiaba en lugar de ser guiada por él. Cuando terminó, bajó el lápiz y contempló por un momento, sorprendida, el resultado.
La runa de impertérrito finalizada era una matriz de líneas fuertemente arremolinadas: una runa tan audaz y aerodinámica como un águila. Arrancó la página y la sostuvo en alto para que los demás pudieran verla.
—Ya está —anunció, y fue recompensada por una expresión sobresaltada en el rostro de Luke (así que él no la había creído), y una levísima ampliación de los ojos de Jace.
—Fabuloso —exclamó Alec.
Jace se puso en pie, cruzó la habitación y le quitó la hoja de papel de la mano.
—Pero ¿funciona?
Clary dudó si lo preguntaba en serio o si simplemente estaba siendo desagradable.
—¿Qué quieres decir?
—Quiero decir, ¿cómo sabemos que funciona? Ahora es sólo un dibujo; no puedes quitarle el miedo a un pedazo de papel. Tenemos que probarla en uno de nosotros antes de poder estar seguros de que es una runa auténtica.
—No estoy seguro de que eso sea una buena idea —declaró Luke.
—Es una idea fabulosa. —Jace volvió a dejar caer el papel sobre la mesa y empezó a quitarse la cazadora—. Tengo una estela que podemos usar. ¿Quién quiere hacérmelo?
—Un lamentable uso de palabras —masculló Magnus.
Luke se puso en pie.
—No —dijo—, Jace, tú ya te comportas como si jamás hubieses oído la palabra «miedo». No creo que distinguiéramos si funciona contigo.
Alec sofocó lo que sonó como una carcajada. Jace se limitó a poner una forzada y poco amistosa sonrisa.
—He oído la palabra «miedo» —aseguró—. Pero elijo creer que no es aplicable a mi persona.
—Justo a lo que me refería —repuso Luke.
—Bueno, ¿por qué no la pruebo contigo, entonces? —preguntó Clary, pero Luke negó con la cabeza.
—No se pueden hacer Marcas a subterráneos, Clary, no con un efecto real. La enfermedad demoníaca que provoca la licantropía impide que las Marcas surtan efecto.
—Entonces...
—Pruébala en mí —propuso Alec inesperadamente—. No me iría mal un poco de arrojo. —Se quitó la cazadora, la tiró sobre la banqueta del piano y cruzó la habitación hasta Jace—. Vamos. Marca mi brazo.
Jace echó una veloz mirada a Clary.
—A menos que creas que deberías hacerlo tú.
—No —repuso ella, meneando la cabeza—. Probablemente eres mejor aplicando las Marcas que yo.
Jace se encogió de hombros.
—Súbete la manga, Alec.
Obedientemente, su amigo se subió la manga. Ya tenía una Marca permanente en la parte superior del brazo, un elegante arabesco de líneas que se suponían le proporcionaban un equilibrio perfecto. Todos miraron, incluso Magnus, mientras Jace trazaba cuidadosamente los contornos de la runa para «impertérrito» en el brazo de Alec, justo debajo de la Marca ya existente. El chico hizo una mueca mientras la estela trazaba su ardiente recorrido sobre la piel. Cuando terminó, Jace volvió a meterse la estela en el bolsillo y durante un momento admiró su obra.
—Bueno, al menos resulta bonita —anunció—. Tanto si funciona como si no...
Alec se tocó la nueva Marca con las yemas de los dedos, luego alzó los ojos y se encontró con que todos los demás ocupantes de la habitación lo miraban fijamente.
—¿Y bien? —preguntó Clary.
—Bien ¿qué?
Alec se bajó la manga, cubriendo la Marca.
—Pues ¿cómo te sientes? ¿Distinto en algo?
El muchacho pareció considerarlo.
—Pues no.
Jace alzó las manos.
—Así que no funciona.
—No necesariamente —repuso Luke—. Puede que no esté sucediendo nada que la activara. Quizá no haya nada aquí a lo que Alec tema.
Magnus echó un vistazo a Alec y enarcó las cejas.
—¡Buu! —exclamó.
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