Clary se hundió más en el asiento, enroscando los dedos en el interior de las mangas de su chaqueta de punto con capucha. Los bordes estaban deshilachados y el hilo le hacía cosquillas en la mejilla.
—Mira —prosiguió Luke—, en todos los años que le he conocido, siempre había exactamente un lugar donde Simon quería estar, y siempre ha peleado como un loco para asegurarse de que conseguía llegar y permanecer allí.
—¿Dónde?
—Donde fuera que tú estuvieses —respondió él—. ¿Recuerdas cuando te caíste de aquel árbol en la granja a los diez años y te rompiste el brazo? ¿Recuerdas cómo les obligó a dejarle ir en la ambulancia contigo hasta el hospital? Pateó y chilló hasta que cedieron.
—Tú te reíste —dijo Clary, recordando—, y mamá te pegó en el hombro.
—Era difícil no reír. Una determinación como aquélla en un niño de diez años es algo digno de ver. Era como un pitbull.
—Si los pitbulls llevasen gafas y fuesen alérgicos a la ambrosía.
—No puedes poner precio a esa clase de lealtad —repuso Luke, en tono más serio.
—Lo sé. No me hagas sentir peor.
—Clary, te estoy diciendo que él tomó sus propias decisiones. Por lo que tú te estás culpando es por ser lo que eres. Y eso no es culpa de nadie ni algo que puedas cambiar. Le contaste la verdad, y él decidió lo que quería hacer al respecto. Todo el mundo puede elegir en algún momento; nadie tiene derecho a quitarnos esas elecciones. Ni siquiera por amor.
—Pero es justamente eso —replicó Clary—. Cuando quieres a alguien, no tienes elección. —Pensó en el modo en que el corazón se le había encogido cuando Isabelle la había llamado para decirle que Jace había desaparecido. Había abandonado la casa sin pensárselo, sin un titubeo—. El amor te arrebata la posibilidad de elegir.
—Es muchísimo mejor que la alternativa.
Luke hizo entrar la camioneta en Flatbush. Clary no respondió; se limitó a mirar por la ventanilla. La zona justo a la salida del puente no era una de las partes más bonitas de Brooklyn; ambos lados de la avenida estaban bordeados de feos edificios de oficinas y talleres de planchistería. Normalmente, Clary la odiaba, pero justo en ese momento se ajustaba con su estado de ánimo.
—Así pues, ¿has tenido noticias de...? —empezó a decir Luke, al parecer decidiendo que era hora de cambiar de tema.
—¿Simón? Sí, ya sabes que sí.
—En realidad, iba a decir Jace.
—Ah.
Jace la había llamado al móvil varias veces y le había dejado mensajes. Ella no los había contestado ni le había devuelto las llamadas. No hablar con él era su penitencia por lo que le había sucedido a Simón. Era el peor de los castigos.
—No, no sé nada.
La voz de Luke sonó cuidadosamente neutral.
—Quizá deberías llamarle. Sólo para ver si está bien. Probablemente lo está pasando muy mal, teniendo en cuenta...
Clary se removió en el asiento.
—Pensaba que habías hablado de ello con Magnus. Te oí hablar con él sobre Valentine y todo eso de invertir la Espada—Alma. Estoy seguro de que él te lo diría si Jace no estuviese bien.
—Magnus puede tranquilizarme respecto a la salud física de Jace. Su salud mental, por otra parte...
—Olvídalo. No voy a llamar a Jace. —Clary oyó la frialdad de su propia voz y casi se horrorizó de sí misma—. Ahora tengo que estar junto a Simón. Tampoco es que su salud mental esté demasiado bien.
Luke suspiró.
—Si tiene problemas para aceptar sus circunstancias, tal vez debería...
—¡Por supuesto que tiene problemas! —Lanzó a Luke una mirada acusadora, aunque él se estaba concentrando en el tráfico y no lo advirtió—. Precisamente eres tú quien debería comprender lo que se siente al...
—¿Despertar un día convertido en un monstruo? —Luke no sonó amargado, sólo harto—. Tienes razón, lo comprendo. Y si alguna vez quiere hablar conmigo, estaré encantado de contárselo todo. Superará esto, incluso aunque ahora piense que no lo hará.
Clary frunció el entrecejo. El sol se ponía justo detrás de ellos, haciendo que el espejo del retrovisor brillara como el oro. Los ojos le dolieron debido al resplandor.
—No es lo mismo —dijo ella—. Al menos tú creciste sabiendo que los hombres lobo eran reales. Antes de poder decir a alguien que es un vampiro, tendrá que empezar por convencerle de que los vampiros existen.
Luke pareció ir a decir algo, pero cambió de idea.
—Estoy seguro de que tienes razón. —Estaban en Williamsburg, conduciendo por la avenida Kent medio vacía, con almacenes alzándose por encima de ellos a ambos lados—. Tengo algo para él. Está en la guantera. Por si acaso...
Clary abrió con un chasquido el compartimento y arrugó la frente. Sacó un reluciente folleto doblado, de los que se colocan en expositores de plástico transparente en las salas de espera de los hospitales. Cómo hablar sinceramente con tus padres —leyó en voz alta—. ¡Luke! ¡No seas ridículo! Simon no es gay, es un vampiro.
—Sí, pero el folleto trata sobre contar a tus padres verdades difíciles sobre ti mismo a las que ellos pueden no querer enfrentarse. A lo mejor podría adaptar uno de los discursos, o simplemente escuchar el consejo que ofrece en general...
—¡Luke!
Lo dijo en un tono tan severo que él paró el vehículo con un sonoro chirriar de frenos. Estaban justo frente a su casa, con el agua del East River centelleando oscuramente a su izquierda y el cielo surcado de hollín y sombras. Otra sombra, más oscura, estaba acurrucada en el porche delantero de Luke.
Éste entrecerró los ojos. Bajo la forma de lobo, había contado a Clary, su visión era perfecta; bajo la forma humana, seguía siendo miope.
—¿Es ése...?
—Simón. Sí. —Ella era capaz de reconocerle incluso a oscuras—. Será mejor que vaya a hablar con él.
—De acuerdo. Yo iré a... hacer unos recados. Tengo cosas que recoger.
—¿Qué clase de cosas?
Él la despidió con un ademán.
—Cosas de comer. Regresaré en media hora. Pero no os quedéis fuera. Entrad en la casa y cerrad con llave.
—Ya sabes que lo iba a hacer.
Clary observó la camioneta mientras ésta se alejaba a toda velocidad, luego fue hacia la casa. El corazón le latía violentamente. Había hablado con Simon por teléfono unas pocas veces, pero no le había visto desde que lo habían llevado, vacilante y salpicado de sangre, a casa de Luke, en las oscuras primeras horas de aquella mañana horrible, para que se limpiara antes de conducirle a casa. Ella había pensado que debería ir al Instituto, pero eso era imposible. Simon nunca volvería a ver el interior de una iglesia o una sinagoga. Le había contemplado recorrer el sendero que conducía a la puerta delantera de su casa, con los hombros encorvados como si anduviera contra un fuerte viento. Cuando la luz del porche se encendió automáticamente, él se echó hacia atrás bruscamente. Clary comprendió que se debía a que había pensado que era la luz del sol, y empezó a llorar, en silencio, en el asiento trasero de la camioneta, con las lágrimas cayendo sobre la extraña Marca negra de su antebrazo.
«Clary», había musitado Jace, y había intentado cogerle la mano, pero ella se había apartado de él igual que Simon lo había hecho de la luz. No quería tocarle. Jamás volvería a tocarle. Ésa era su penitencia, el pago por lo que le había hecho a Simón.
En aquellos momentos, mientras ascendía los peldaños del porche de Luke, a Clary se le secó la boca y las lágrimas le hicieron un nudo en la garganta. Se dijo que no debía llorar. Llorar sólo haría que él se sintiera peor.
Simon estaba sentado en las sombras en la esquina del porche, observándola. Clary pudo ver el brillo de sus ojos en la oscuridad, y se preguntó si antes ya habían tenido esa clase de luz; no podía recordarlo.
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