Se oyó el familiar zumbido del timbre de la puerta. Luke arrojó el paño sobre la encimera.
—Regresaré en seguida.
—Es realmente increíble pensar en Luke como en alguien que en una ocasión fue un cazador de sombras —dijo Simon en cuanto Luke salió de la cocina—. Más increíble de lo que es pensar en él como un hombre lobo.
—¿De verdad? ¿Por qué?
Simon se encogió de hombres.
—He oído hablar de hombres lobo antes. Son una especie de elemento conocido. Así que se convierte en lobo una vez al mes, ¿y qué? Pero eso de ser cazador de sombras..., son como una secta.
—No son como una secta.
—Ya lo creo que lo son. Es toda su vida. Y menosprecian a los demás. Nos llaman mundanos. Como si ellos no fuesen seres humanos. No hacen amistad con la gente corriente, no van a los mismos sitios, no cuentan los mismos chistes, creen que están por encima de nosotros. —Simon alzó una pierna larguirucha y retorció el deshilachado borde del agujero de la rodilla de los vaqueros—. Hoy he conocido a otro ser lobo.
—No me digas que anduviste con Freaky Pete en La Luna del Cazador.
Clary sintió una sensación de inquietud en la boca del estómago, pero no podría haber dicho exactamente qué la provocaba. Probablemente la tensión.
—No, una chica —dijo Simón—. De nuestra edad. Se llama Maia.
—¿Maia?
Luke entró en la cocina con una caja blanca de pizza. La dejó caer sobre la mesa, y Clary alargó la mano para alzar la tapa. El aroma a masa caliente, salsa de tomate y queso le recordó lo hambrienta que estaba. Arrancó un pedazo, sin esperar a que Luke le pasara un plato. Él se sentó con una sonrisa burlona, sacudiendo la cabeza.
—Maia es un miembro de la manada, ¿cierto? —preguntó Simón, tomando también un pedazo.
Luke asintió.
—Ya lo creo. Es una buena chica. La he tenido aquí unas cuantas veces ocupándose de la librería mientras he estado en el hospital. Deja que le pague en libros.
Simon miró a Luke por encima de su pizza.
—¿Andas mal de dinero?
Luke se encogió de hombros.
—El dinero nunca ha sido importante para mí, y la manada cuida de los suyos.
—Mi madre siempre decía —dijo Clary— que cuando nos hiciera falta dinero, vendería una de las acciones de mi padre. Pero puesto que el tipo que yo pensaba que era mi padre no era mi padre, y dudo que Valentine tuviera acciones...
—Tu madre se iba vendiendo las joyas poco a poco —explicó Luke—. Valentine le había dado algunas de las alhajas de la familia, joyas que habían estado con los Morgenstern durante generaciones. Incluso una joya pequeña conseguiría un precio elevado en una subasta. —Suspiró—. Ahora han desaparecido; aunque Valentine podría haberlas recuperado de los escombros de vuestro apartamento.
—Bueno, espero que a ella le produjera alguna satisfacción, de todos modos —dijo Simón—. Vender sus cosas así.
Tomó un tercer pedazo de pizza. Era realmente asombroso, se dijo Clary, lo mucho que los chicos adolescentes eran capaces de comer sin engordar ni enfermar.
—Debe de haber sido extraño para ti —comentó a Luke—. Ver a Maryse Lightwood de ese modo, después de tanto tiempo.
—No precisamente extraño. Maryse no es tan distinta ahora de como era entonces; de hecho, es más como ella misma que nunca, si eso tiene sentido.
Clary pensó que lo tenía. El aspecto que había mostrado Maryse Lightwood le había recordado a la delgada muchacha morena de la fotografía que Hodge le había dado, la que tenía la barbilla ladeada en un gesto altanero.
—¿Qué crees que siente hacia ti? —preguntó—. ¿Realmente crees que esperaban que estuvieses muerto?
Luke sonrió.
—Tal vez no por odio, no, pero habría sido más conveniente y menos complicado para ellos si yo hubiese muerto, por supuesto. No creo que esperaran que, además de estar vivo, liderara a la manada del centro. Al fin y al cabo, su trabajo es mantener la paz entre los subterráneos... y aquí aparezco yo, con un historial con ellos y muchísimas razones para desear venganza. Les preocupará que yo pueda ser impredecible.
—¿Lo eres? —preguntó Simón. Se habían quedado sin pizza, así que alargó la mano sin mirar y tomó una de las cortezas mordisqueadas de Clary. Sabía que ella odiaba las cortezas—. Impredecible, quiero decir.
—No hay nada de impredecible en mí. Soy imperturbable. Soy de mediana edad.
—Excepto que una vez al mes te conviertes en un lobo, y te vas a desgarrar y matar cosas —indicó Clary.
—Podría ser peor —repuso él—. Se sabe de hombres de mi edad que compran coches caros y se acuestan con supermodelos.
—Sólo tienes treinta y ocho años —señaló Simón—. Eso no es ser de mediana edad.
—Gracias, Simón, te lo agradezco. —Luke abrió la caja de la pizza y, al verla vacía, la cerró con un suspiro—. Aunque te has comido toda la pizza.
—Sólo he cogido cinco porciones —protestó Simón, inclinando la silla hacia atrás y balanceándose precariamente sobre las dos patas traseras.
—¿Cuántas porciones creías que había en una pizza, ganso? —quiso saber Clary.
—Menos de cinco porciones no es una comida. Es un tentempié. —Simon miró con aprensión a Luke—. ¿Significa eso que te vas a convertir en lobo y devorarme?
—Desde luego que no. —Luke se puso en pie y arrojó la caja de pizza a la basura—. Estarías lleno de nervios y resultarías difícil de digerir.
—Pero sería kosher —señaló Simon alegremente.
—Me aseguraré de enviarte al primer licántropo judío que encuentre. —Luke se apoyó con la espalda en el fregadero—. Pero para responder a tu anterior pregunta, Clary, sí que ha sido extraño ver a Maryse Lightwood, pero no por ella. Ha sido el entorno. El Instituto me ha recordado demasiado el Salón de los Acuerdos de Idris; he sentido toda la fuerza de las runas del Libro Gris a mi alrededor, por todas partes, tras quince años de intentar olvidarlas.
—¿Y pudiste? —preguntó Clary—. ¿Conseguiste olvidarlas?
—Hay algunas cosas que no se olvidan. Las runas del Libro son más que ilustraciones. Se convierten en parte de ti. En parte de tu piel. Ser un cazador de sombras jamás te abandona. Es un don que se lleva en la sangre, y te resulta tan imposible cambiarlo como cambiar tu grupo sanguíneo.
—Me preguntaba —dijo Clary—, si quizá debería ponerme algunas Marcas.
Simon dejó caer la corteza de pizza que mordisqueaba.
—Estás de broma.
—No, claro que no. ¿Por qué iba a bromear sobre algo así? ¿Y por qué no debería tener Marcas? Soy una cazadora de sombras. Quizá valdría la pena que buscara toda la protección que pueda obtener.
—¿Protección contra qué? —inquirió Simón, inclinándose hacia adelante de modo que las patas delanteras de la silla golpearon el suelo con un fuerte estrépito—. Pensaba que todo eso sobre cazar sombras había terminado. Pensé que intentabas llevar una vida normal.
—No estoy seguro de que exista eso de una vida normal —repuso Luke en tono afable.
Clary se miró el brazo, donde Jace le había dibujado la única Marca que había recibido nunca. Todavía podía ver los blancos trazos que había dejado atrás; eran más un recuerdo que una cicatriz.
—Desde luego, quiero apartarme de las cosas raras. Pero ¿y si las cosas raras vienen a por mí? ¿Y si no tengo elección?
—O a lo mejor no tienes tantas ganas de alejarte de las cosas raras —masculló Simón—. No mientras Jace siga metido en ellas, al menos.
Luke carraspeó.
—La mayoría de nefilim pasan por varios niveles de adiestramiento antes de recibir sus Marcas. Yo no te recomendaría tener ninguna hasta que hayas recibido cierta instrucción. Y si quieres hacerlo es cosa tuya, desde luego. No obstante, hay algo que deberías tener. Algo que todo cazador de sombras debe tener.
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