—Enviaré a alguien a verte para organizado —indicó Luke—. Ha habido mucho movimiento últimamente. Puede que no esté del todo al día respecto a los detalles.
—Puede —fue todo lo que repuso el otro, y se volvió de nuevo hacia Maryse—. ¿Ha concluido nuestro asunto?
Maryse habló con un esfuerzo.
—Si dices que los Hijos de la Noche no están involucrados en estos asesinatos, entonces aceptaré tu palabra. Estoy obligada a hacerlo, a menos que otras pruebas salgan a la luz.
Raphael frunció el entrecejo.
—¿A la luz? —dijo—. Ésa no es una frase que me guste.
Se volvió, y Clary notó con un sobresalto que podía ver a través de sus bordes, como si fuese una fotografía borrosa en los márgenes. La mano izquierda era transparente, y a través de ella pudo ver el enorme globo terráqueo de metal que Hodge siempre tenía sobre el escritorio. Se oyó emitir un ruidito sorprendido a medida que la transparencia se extendía por los brazos desde las manos, y descendía al pecho desde los hombros, y al cabo de un instante él había desaparecido, como una figura borrada de un esbozo. Maryse suspiró aliviada.
Clary se quedó boquiabierta.
—¿Está muerto?
—¿Cómo, Raphael? —preguntó Jace—. No creo. Eso era simplemente una proyección suya. No puede venir al Instituto en su forma corpórea.
—¿Por qué no?
—Porque esto es terreno sagrado —repuso Maryse—. Y él está condenado. —Los glaciales ojos no perdieron ni un ápice de su frialdad cuando volvió la mirada hacia Luke—. ¿Tú eres el jefe de la manada de aquí? —preguntó—. Supongo que no debería sorprenderme. Parece ser tu método, ¿verdad?
Luke hizo caso omiso de la amargura en su voz.
—¿Estaba Raphael aquí por lo del cachorro que han matado hoy?
—Eso, y por un brujo muerto —contestó Maryse— que encontraron asesinado en el centro, con dos días de diferencia.
—Pero ¿por qué estaba Raphael aquí?
—Al brujo le habían quitado toda la sangre —respondió ella—. Parece que quienquiera que asesinó al chico lobo fue interrumpido antes de que le pudiera sacar la sangre, pero las sospechas recayeron, naturalmente, sobre los Hijos de la Noche. El vampiro ha venido aquí a asegurarme que su gente no tiene nada que ver con ello.
—¿Le crees? —preguntó Jace.
—No tengo ningún interés en hablar sobre asuntos de la Clave contigo ahora, Jace; sobre todo ante Lucian Graymark.
—Ahora me llaman Luke —dijo éste tranquilamente—. Luke Garroway.
Maryse sacudió la cabeza.
—Casi ni te he reconocido. Pareces un mundano.
—Ésa es la idea, sí.
—Todos pensábamos que estabas muerto.
—Esperabais —dijo Luke, todavía con placidez—. Esperabais que estuviese muerto.
Pareció como si Maryse se hubiese tragado algo afilado.
—Será mejor que os sentéis —dijo por fin, indicando las sillas situadas frente al escritorio—. Ahora —siguió, una vez que se hubieron sentado—, quizá podáis contarme por qué estáis aquí.
—Jace —respondió Luke, sin preámbulos— quiere un juicio ante la Clave. Estoy dispuesto a responder por él. Yo estaba allí aquella noche en Renwick, cuando Valentine se dio a conocer. Peleé con él y casi nos matamos mutuamente. Puedo confirmar que todo lo que Jace dice que sucedió es la verdad.
—No estoy segura —replicó Maryse— de lo que vale tu palabra.
—Puede que sea un licántropo —repuso Luke—, pero también soy un cazador de sombras. Estoy dispuesto a ser juzgado por la Espada, si eso ayuda.
«¿Por la Espada?» Eso sonaba mal. Clary dirigió una mirada a Jace. Este parecía calmado, con los dedos entrelazados sobre el regazo, pero había una tensión expectante en todo él, como si estuviera a un paso de estallar. Él captó su mirada.
—La Espada—Alma —explicó—. El segundo de los Instrumentos Mortales. Se usa en los juicios para determinar si un cazador de sombras miente.
—Tú no eres un cazador de sombras —indicó Maryse a Luke, como si Jace no hubiese hablado—. No has vivido según la Ley de la Clave desde hace mucho, mucho tiempo.
—Hubo un tiempo en que tú tampoco viviste según ella —repuso Luke, y un rubor intenso cubrió las mejillas de la mujer—. Pensaba —prosiguió él— que a estas alturas ya habrías superado lo de no ser capaz de confiar en nadie, Maryse.
—Algunas cosas nunca se olvidan —replicó ella; su voz tenía una dulzura peligrosa—. ¿Crees que fingir su propia muerte fue la mayor mentira que Valentine nos contó jamás? ¿Crees que «encanto» es lo mismo que «honestidad»? Yo solía pensarlo. Estaba equivocada. —Se puso en pie y se apoyó sobre la mesa con las delgadas manos—. Nos dijo que daría su vida por el Círculo y que esperaba que nosotros hiciésemos lo mismo. Y lo habríamos hecho... todos nosotros... lo sé. Yo casi lo hice. —Su mirada pasó rauda sobre Jace y Clary, y clavó los ojos en los de Luke—. ¿Recuerdas —prosiguió— cómo nos dijo que el Levantamiento no sería nada, apenas una batalla, unos pocos embajadores desarmados contra todo el poder del Círculo? Yo estaba tan segura de nuestra rápida victoria que cuando cabalgué a Alacante dejé a Alec en casa en su cuna. Pedí a Jocelyn que cuidara de mis hijos mientras yo estaba fuera. Ella se negó. Ahora sé el motivo. Ella lo sabía... y también tú. Y no nos advertisteis.
—Había intentado advertiros sobre Valentine —repuso Luke—. No me escuchasteis.
—No me refiero a Valentine. ¡Me refiero al Levantamiento! Cuando llegamos, había cincuenta de nosotros contra quinientos subterráneos...
—Habíais estado dispuestos a masacrarlos desarmados cuando pensabais que sólo serían cinco —indicó Luke en voz baja.
Las manos de Maryse se cerraron con fuerza sobre el escritorio.
—Fuimos nosotros los masacrados —exclamó—. En medio de la carnicería, volvimos la mirada hacia Valentine para que nos dirigiera. Pero él no estaba allí. Para entonces, la Clave había rodeado el Salón de los Acuerdos. Pensamos que habían matado a Valentine, estábamos listos para entregar nuestras vidas en una desesperada carga final. Entonces recordé a Alec; si yo moría, ¿qué le sucedería a mi pequeño? —La voz le tembló—. Así que depuse las armas y me entregué a la Clave.
—Hiciste lo correcto, Maryse —dijo Luke.
Ella se revolvió contra él, con ojos llameantes.
—¡No me trates con aire condescendiente, hombre lobo! De no haber sido por ti...
—¡No le chilles! —intervino Clary, casi poniéndose en pie—. Fue culpa vuestra por creer en Valentine, para empezar...
—¿Crees que no lo sé? —Había un tono áspero en la voz de Maryse—. Vaya, la Clave se preocupó de dejarlo bien claro cuando nos interrogaron..., tenían la Espada—Alma y sabían cuándo mentíamos, pero no pudieron hacernos hablar..., nada pudo hacernos hablar, hasta que...
—Hasta ¿qué? —Fue Luke quien habló—. Jamás lo he sabido. Siempre me he preguntado qué os contaron para hacer que os volvierais contra él.
—Simplemente la verdad —contestó Maryse, en un tono repentinamente cansado—. Que Valentine no había muerto en el Salón. Había huido..., nos había dejado allí para que muriéramos sin él.
Había muerto más tarde, se nos dijo, quemado en su casa. La Inquisidora nos mostró sus huesos y el amuleto que acostumbraba llevar, carbonizado. Por supuesto, eso era otra mentira... —La voz se le apagó, luego volvió a reponerse, con palabras tajantes—. Todo se estaba desmoronando para entonces, de todos modos. Finalmente hablábamos unos con otros, aquellos de nosotros que estábamos en el Círculo. Antes de la batalla, Valentine me había llevado aparte, me había contado que de todo el Círculo, yo era en quien más confiaba, su lugarteniente más allegado. Cuando la Clave nos interrogó, descubrí que había dicho lo mismo a todos.
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