—Me había olvidado. Maryse me quitó las llaves antes de que me fuera.
—Claro.
Luke estaba justo frente a las puertas del Instituto. Tocó con suavidad los símbolos tallados en la madera, justo debajo del arquitrabe.
—Estas puertas son exactamente iguales a las de la Sala del Consejo en Idris. Nunca pensé que vería algo igual otra vez.
Clary casi se sintió culpable al interrumpir la ensoñación de Luke, pero existían cuestiones prácticas de las que ocuparse.
—Si no tenemos la llave...
—No debería ser necesaria. Un Instituto debería estar abierto a cualquiera de los nefilim que no quiera hacer daño a los que lo habitan.
—¿Y si son ellos los que quieren hacernos daño a nosotros? —masculló Jace.
Luke esbozó una media sonrisa.
—No creo que eso influya.
—Ya, la Clave siempre se asegura de que las circunstancias estén de su parte. —La voz de Jace sonó ahogada; el labio inferior se le estaba hinchando y el párpado izquierdo empezaba a ponérsele morado.
«¿Por qué no se ha curado?», se preguntó Clary.
—¿También te requisó la estela? —inquirió.
—No cogí nada cuando me fui —respondió Jace—. No quise llevarme nada que los Lightwood me hubieran dado.
Luke le miró con cierta inquietud.
—Todo cazador de sombras debe tener una estela.
—En ese caso ya conseguiré otra —replicó Jace, y posó la mano sobre la puerta del Instituto—. En el nombre de la Clave —dijo—, solicito la entrada a este lugar sagrado. Y en el nombre del ángel Raziel, solicito tu bendición en mi misión contra...
Las puertas se abrieron de golpe. Clary pudo ver el interior de la catedral a través de ellas; la lóbrega oscuridad iluminada aquí y allí por velas metidas en altos candelabros de hierro.
—Bueno, esto es muy cómodo —ironizó Jace—. Imagino que las bendiciones son más fáciles de conseguir de lo que pensaba.
—El Ángel sabe cuál es tu misión —replicó Luke—. No tienes que decir las palabras en voz alta, Jonathan.
Por un momento, a Clary le pareció ver algo en el rostro de Jace, ¿incertidumbre, sorpresa?, tal vez incluso ¿alivio? Pero todo lo que éste dijo fue:
—Nunca vuelvas a llamarme de esa manera. Jonathan no es mi nombre.
Atravesaron la planta baja de la catedral pasando ante los bancos vacíos y la luz que ardía permanentemente en el altar. Luke miró alrededor con curiosidad, e incluso pareció sorprendido cuando el ascensor, como una dorada jaula, llegó para llevarlos arriba.
—Esto tiene que haber sido idea de Maryse —dijo mientras entraban en él—. Es exactamente lo que le gusta.
—Lleva aquí tanto como yo —respondió Jace, mientras la puerta se cerraba detrás de ellos con un sonido metálico.
El viaje fue breve, y ninguno de ellos habló. Clary jugueteó nerviosamente con el fleco del pañuelo que llevaba al cuello. Se sentía un poco culpable por haberle dicho a Simon que se marchara a casa y esperara a que ella le llamara más tarde. Se había dado cuenta, por la enojada posición de los hombros mientras caminaba con paso digno por Canal Street, de que el chico se había sentido despedido sumariamente. Con todo, no podía imaginar tenerle allí —un mundano— mientras Luke suplicaba a Maryse Lightwood en nombre de Jace; simplemente haría que todo resultara más tenso.
El ascensor se detuvo con un chasquido metálico. Salieron de él y se encontraron con Iglesia , que llevaba un lazo rojo ligeramente desgastado alrededor del cuello, aguardándoles en la entrada. Jace se inclinó para pasar el dorso de la mano sobre la cabeza del gato.
—¿Dónde está Maryse?
Iglesia profirió un sonido gutural, a medio camino entre un ronroneo y un gruñido, y se alejó por el pasillo. Le siguieron, Jace callado, Luke echando ojeadas alrededor con evidente curiosidad.
—Jamás pensé que vería el interior de este lugar.
—¿Se parece a cómo pensabas que sería? —preguntó Clary.
—He estado en los Institutos de Londres y París; éste no es distinto de ésos, no. Aunque en cierto modo...
—En cierto modo ¿qué? —Jace iba varias zancadas por delante.
—Es más frío —contestó Luke.
Jace no dijo nada. Habían llegado a la biblioteca. Iglesia se sentó como para indicar que no pensaba ir más allá. Unas voces eran vagamente audibles a través de la gruesa madera de la puerta, pero Jace la abrió de un empujón, sin llamar, y entró.
Clary oyó que una voz lanzaba una exclamación de sorpresa, y se le contrajo el corazón al pensar en Hugo, que prácticamente había vivido en aquella habitación. Hodge, con su voz áspera, y Hugin , el cuervo que era casi su constante compañero... y que, por orden de Hodge, había estado a punto de arrancarle los ojos.
No era Hodge, desde luego. Tras el enorme escritorio, un gran tablero de caoba apoyado sobre las espaldas de dos ángeles de piedra arrodillados, estaba sentada una mujer de mediana edad con el cabello negro como la tinta de Isabelle y la constitución fina y enjuta de Alec. Llevaba un pulcro traje chaqueta negro, muy sencillo, que contrastaba con los múltiples anillos de colores resplandecientes que le brillaban en los dedos.
Junto a ella estaba de pie otra persona: un esbelto adolescente de complexión menuda con ensortijados cabellos oscuros y piel color miel. Cuando volvió la cabeza para mirarlos, Clary no pudo contener una exclamación de sorpresa.
—¿Raphael?
Por un momento, el muchacho pareció desconcertado. Luego sonrió, mostrando unos dientes muy blancos y afilados, lo que no era de extrañar teniendo en cuenta que se trataba de un vampiro.
— Dios —exclamó, dirigiéndose a Jace—. ¿Qué te ha sucedido, hermano? Parece como si una manada de lobos hubiese intentado hacerte pedazos.
—O tu suposición es increíblemente acertada —contestó Jace—, o has oído lo que ha pasado.
La sonrisa de Raphael se convirtió en una mueca burlona.
—Oigo cosas.
La mujer sentada tras el escritorio se puso en pie.
—Jace —dijo, con la voz llena de ansiedad—. ¿Ha sucedido algo? ¿Por qué has regresado tan pronto? Pensé que ibas a quedarte con... —La mirada pasó de él a Luke y a Clary—. ¿Y quién eres tú?
—La hermana de Jace —respondió Clary.
Los ojos de Maryse se detuvieron en ella.
—Sí, ya lo veo. Te pareces a Valentine. —Volvió de nuevo la cabeza hacia Jace—. ¿La has traído contigo? ¿Y a un mundano, también? Este lugar no es seguro para ninguno de vosotros ahora. Y en especial para un mundano...
—Sin embargo yo no soy un mundano —dijo Luke, sonriendo levemente.
La expresión de Maryse cambió lentamente de perplejidad a atónita sorpresa mientras miraba a Luke, lo miraba realmente, por primera vez.
—¿Lucian?
—Hola, Maryse —saludó él—. Ha pasado mucho tiempo.
El rostro de Maryse se quedó inmóvil, y en aquel momento pareció mucho más vieja, más incluso que Luke. Se sentó con cuidado.
—Lucian —repitió, apoyando las palmas de las manos sobre el escritorio—. Lucian Graymark.
Raphael, que había estado observando lo que sucedía con la mirada curiosa de un ave, se volvió hacia Luke.
—Tú mataste a Gabriel.
«¿Quién era Gabriel?» Clary miró fijamente a Luke, perpleja. Éste se encogió levemente de hombros.
—Lo hice, sí, igual que él mató al líder de la manada que había antes. Así es como funciona con los licántropos.
Maryse alzó los ojos al oír aquello.
—¿El líder de la manada?
—Si tú lideras la manada, es hora de que conversemos —dijo Raphael, inclinando gentilmente la cabeza en dirección a Luke, con mirada cautelosa—. Aunque no en este momento, quizá.
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