El día había empezado bien. Bastante bien, por lo menos. Primero había habido aquel incidente desagradable con la película de Drácula de la televisión, que le había producido náuseas y mareo y le había sacado al exterior todas las emociones y los anhelos que había estado intentando reprimir y olvidar. Luego, de algún modo, la náusea había eliminado la tensión de sus nervios y se había encontrado besando a Clary del modo en que había deseado hacerlo durante tantos años. La gente siempre decía que las cosas nunca resultaban como uno se imaginaba que serían. La gente se equivocaba.
Y ella le había devuelto el beso...
Pero en esos momentos ella estaba allí dentro con Jace, y Simon sentía un nudo y unos retortijones en el estómago, igual que si se hubiese tragado un tazón lleno de gusanos. Una sensación de angustia a la que se había acostumbrado últimamente. No siempre había sido así, incluso después de haber comprendido lo que sentía por Clary. Nunca la había presionado, jamás la había abrumado con sus sentimientos. Siempre había estado seguro de que un día ella despertaría de su sueño de príncipes de dibujos animados y héroes de kung fu, y se daría cuenta de lo que era evidente para ambos: se pertenecían el uno al otro. Y si bien ella nunca había parecido interesada en Simón, al menos tampoco había parecido interesada en nadie más.
Hasta Jace. Simon recordó estar sentado en los escalones del porche de la casa de Luke, observando a Clary mientras ella le explicaba quién era Jace y lo que hacía, mientras Jace se examinaba las uñas y mostraba un aire de superioridad. Simon apenas la había oído. Había estado demasiado ocupado fijándose en cómo miraba ella al chico rubio de los tatuajes extraños y el hermoso rostro anguloso. «Demasiado guapo», se había dicho Simón, pero era evidente que Clary no había pensado lo mismo: le miraba como si fuese uno de sus héroes de cómic que hubiera cobrado vida. Nunca antes la había visto mirar a nadie de aquel modo, y siempre había pensado que si alguna vez lo hacía, sería a él. Pero no había sido así, y eso le había dolido más de lo que jamás había imaginado que algo podía doler.
Descubrir que Jace era el hermano de Clary había sido como ser llevado ante un pelotón de fusilamiento y luego recibir un indulto en el último momento. De repente el mundo volvía a parecer lleno de posibilidades.
Sin embargo, en esos momentos, ya no estaba tan seguro.
—Eh, tú. —Alguien se acercaba por el pasillo, un alguien no demasiado alto que se abría paso con cuidado por entre las salpicaduras de sangre—. ¿Esperas para ver a Luke? ¿Está ahí dentro?
—No exactamente. —Simon se apartó de la puerta—. Quiero decir, más o menos. Está ahí dentro con una amiga mía.
La persona, que acababa de llegar junto a él, se detuvo y lo miró fijamente. Simon pudo ver que se trataba de una chica de unos dieciséis años, con una piel tersa de un moreno claro. Los cabellos de color castaño dorado estaban recogidos en docenas de trenzas pequeñas y el rostro tenía casi la forma exacta de un corazón. El cuerpo era compacto y curvilíneo, con amplias caderas que se abrían desde una estrecha cintura.
—¿Ese tipo del bar? ¿El cazador de sombras?
Simon se encogió de hombros.
—Bueno, pues odio tener que decírtelo —dijo ella—, pero tu amigo es un imbécil.
—No es mi amigo —replicó Simón—. Y no podría estar más de acuerdo contigo, la verdad.
—Pero creía que habías dicho...
—Dije amiga. Estoy esperando a su hermana —repuso Simón—. Es mi mejor amiga.
—¿Y está ahí dentro con él ahora? —La chica indicó la puerta con el pulgar.
Llevaba anillos en todos los dedos, aros de aspecto primitivo en bronce y oro. Los vaqueros estaban desgastados pero limpios, y cuando volvió la cabeza, le vio la cicatriz que le cruzaba el cuello, justo por encima de la camiseta.
—Bueno —repuso ella de mala gana—, tengo experiencia sobre hermanos imbéciles. Supongo que ella no tiene la culpa.
—No la tiene —replicó Simón—. Pero puede que sea la única persona a la que él escuche.
—No me pareció de los que escuchan —indicó la muchacha, y atrapó su mirada de reojo; una expresión divertida le pasó rauda por el rostro—. Me estás mirando la cicatriz. Es donde me mordieron.
—¿Mordieron? Quieres decir que eres...
—Una mujer lobo —concluyó ella—. Como todos los demás aquí. Excepto tú, y el imbécil. Y la hermana del imbécil.
—Pero tú no has sido siempre una mujer lobo... Quiero decir, no naciste así, ¿no?
—La mayoría de nosotros no hemos nacido así —respondió la muchacha—. Eso es lo que nos hace diferentes de tus compinches cazadores de sombras.
—¿El qué?
—Antes hemos sido humanos —respondió, y sonrió fugazmente.
Simon no dijo nada a eso. Al cabo de un momento, la muchacha le tendió la mano.
—Maia.
—Simón.
Le estrechó la mano. Era seca y suave. Ella alzó los ojos hacia él, mirándole por entre unas pestañas de un castaño dorado, el color de una tostada con mantequilla.
—¿Cómo sabes que Jace es un imbécil? —preguntó—. O quizá debería decir, ¿cómo lo has averiguado?
Ella retiró la mano.
—Ha destrozado el bar. Le ha dado una paliza a mi amigo Bat. Incluso ha dejado inconscientes a un par de los de la manada.
—¿Están todos bien? —Simon se sintió alarmado. Jace no le había parecido alterado, pero conociéndole, Simon no tenía ninguna duda de que podía matar a varias personas en una sola mañana y luego ir a tomarse unos gofres—. ¿Les ha visto un médico?
—Un brujo —respondió la muchacha—. Los nuestros no tienen mucha relación con los médicos mundanos.
—¿Los subterráneos?
La joven arqueó las cejas.
—Alguien te ha enseñado la jerga, ¿eh?
Simon se sintió irritado.
—¿Cómo sabes que no soy uno de ellos? ¿O de los tuyos? Un cazador de sombras o un subterráneo, o...
Maia negó con la cabeza hasta que las trenzas le saltaron.
—Simplemente brilla en ti —dijo, un tanto amargamente— tu humanidad.
La intensidad de su voz casi le produjo a Simon un escalofrío.
—Podría llamar a la puerta —sugirió éste, sintiéndose repentinamente tonto—. Si quieres hablar con Luke.
Ella se encogió de hombros.
—Sólo dile que Magnus está aquí, averiguando qué ha pasado en el callejón. —Sin duda Simon debió de parecer sobresaltado, porque ella dijo—: Magnus Bañe. Es un brujo.
«Lo sé», quiso decir Simón, pero no lo hizo. Toda la conversación ya había sido suficientemente fantástica.
—Vale.
Maia comenzó a marcharse, pero se detuvo a mitad del pasillo, con una mano en la puerta.
—¿Crees que su hermana será capaz de hacerle entrar en razón? —preguntó.
—Si le hace caso a alguien, será a ella.
—Eso es bonito —repuso Maia—. Que quiera a su hermana de ese modo.
—Sí —repuso Simón—. Es una maravilla.
La primera vez que Clary había visto el Instituto, éste tenía el aspecto de una iglesia ruinosa, con el tejado desplomado y una sucia cinta policial amarilla manteniendo la puerta cerrada. Ahora no tuvo que concentrarse para disipar la ilusión. Incluso desde el otro lado de la calle podía ver exactamente lo que era, una imponente catedral gótica cuyas agujas parecían agujerear el cielo azul oscuro igual que cuchillos.
Luke se quedó en silencio. Estaba claro por la expresión de su rostro, que alguna especie de lucha tenía lugar en su interior. Mientras subían los escalones, Jace metió la mano dentro de la camiseta como por costumbre, pero cuando la sacó, estaba vacía. Lanzó una amarga carcajada.
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